miércoles, 31 de diciembre de 2008

El hombre árbol

Eh tú, hombre árbol, cuanto más creces más dura y espesa se vuelve tu corteza: aquello cuanto siendo joven te excitaba ya hiriéndote ya extasiándote hasta hacerte volar se convierte en humo vano; para ti eso perdió ya todo su color. Tu pueril savia se ha ido secando con el aire de la brisa, el iris del sol y las gotas de rocío -Recubriéndote esa imberbe piel de cicatrices y anillos.

Por tus venas circula lenta y circunspecta mucha más savia ¡El hombre árbol se ha vuelto profundo! Pero eso lo ignoran quienes se ven incapaces de traspasar tu coraza, tu piel muerta, tu experiencia. Te llaman entonces insensible, frío, inmutable, pero tu corazón es auténtico y tus ojos... tus ojos brillan más puros que el agua y como tales, aparecen inescrutables como pozos sin fondo cuando miras a esos enanos incapaces de hacerte ni bien ni mal -¡Me aburrís!- Chistas con menosprecio -¿Sólo sabéis pensar, sentir y hacer eso? ¿Sois incapaces de nada más? ¿Queréis que vuestra miseria, vuestra indignación, vuestros fatuos sentimientos me pudran?- Ay la indignación... Eh aquí el arma de los impotentes e incapaces, de los débiles y los mentirosos ¡Hay que guardarse de los indignados!

Apártate de la carcoma, hombre árbol. Ríete de estos mediocres incapaces ni de herirte ni de alimentarte y sólo prestos a dejarte seco ¡A ver si con tu burla estos indiganados revientan de rabia!

Yo sé, hombre árbol, qué buscas en verdad: quieres ver como las más grandes tormentas, los rayos más funestos y mil fuegos devastadores te sobrevienen calamitosamente ¡Quieres sentir como te golpean con fuerza y violencia haciéndote saltar tu espesa y salvaje coraza! Quieres purificarte... ¡Quieres retos! Y poner a prueba todo cuanto has vivido hasta la fecha para ver si lo aprendido es tan firme y cierto.

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