domingo, 2 de abril de 2023

Rompiendo el hielo: aforismos

Rompiendo el hielo

Brillante, irrompible y sutil como un hilo de luz. ¿Acaso no se ha representado siempre así lo espiritual? Y sin embargo un hilo de luz derrite sin casi esfuerzo al hielo más duro.

Paisaje italiano

Como árboles dibujados, uno a uno, en las hojas de un libro que se van pasando una a una; así se aparecía, ante los ojos de un jovencísimo Einstein, cierto bosque italiano por el que atravesaba con el tren. Y cuando quería  fijar con la mirada  a uno sólo de esos árboles que "corrían" raudos como el viento ante sus narices, para así perseguirlo en esa huida suya "hacia atrás", iba girando levemente la cabeza mientras observaba, asombrado, como el muy veloz se empequeñecía cada vez más y más, hasta disolverse entre la confusión de un horizonte lejano. 

Fue entonces, como en un ensueño, cuando la fantasiosa e idealista mente de ese joven cuyo destino fue revolucionar la física moderna, incluso a despecho suyo, se preguntó: ¿Y cómo se me aparecería este bosque que estoy atravesando si el tren viajara a la velocidad de la luz? ¿Qué tipo de imagen de los árboles que se alejan podría llegar hasta mi mirada? 

La doble cara de la luz

Si nos zambullimos en la teoría de la relatividad la luz parece mostrar siempre una doble cara: una de externa, material, aparente, y luego otra de íntima, etérea y como si fuese espiritual.

Mirándola desde fuera vemos la luz como si tuviera un cuerpo material seductoramente ondulado, y como tal, medible mediante una frecuencia, una longitud y siguiendo una trayectoria rectilínea, con velocidad constante, mientras de desplaza por el vacío sideral. 

Pero mirándola desde dentro, como si formáramos parte de la propia luz, ya no la veríamos como un cuerpo material con propiedades espaciotemporales medibles, sino como un puro destello eterno.

Ahora bien, cabe reconocer que para nada estamos acostumbrados a pensar en la luz como si nos fundiéramos con ella en un abrazo ¡No podemos más que imaginarlo! Lo común es quedarnos babeando al observar parados ese cuerpo de curvas sinuosas que va bailando de galaxia en galaxia haciéndolas sonreír con su gracia chispeante y multicolor. Sí, somos así de superficiales y, también, materialistas.  

Luz inmaculada

Dos rayos de luz nunca chocan entre sí.  

Seres de luz

Si nos convirtiéramos en seres de luz capaces de viajar a la velocidad del rayo de galaxia en galaxia durante miles de millones de años hasta materializarnos de nuevo en algún cuerpo, apreciaríamos sorprendidos como el tiempo se queda congelado a nuestro alrededor sin afectarnos para nada, mientras cualquier distancia se reduce a 0 ¡Nuestro entorno se volvería sereno, estático y apacible como reflejos brillantes que se cristalizan sobre un helado lago de alta montaña ante nuestra imperturbable mirada! 

Sí, a la velocidad de la luz apreciaríamos sorprendidos como ese descomunal viaje intergaláctico habría durado un simple y fugaz instante ¡Un destello! Y es que para un rayo de luz, según parece, todo cuanto ocurre en el universo dura un único y simple momento. 

Paradoja del tiempo infinito

Existe una vieja paradoja que, como tantas otras, surge de la borrascosa, escurridiza y confusa idea de infinito; ésta dice: el universo no puede haber surgido hace un tiempo infinito, porque entonces nunca hubiera podido alcanzar este instante presente nuestro y que llamamos "ahora", dado que entre su origen y nuestro "ahora" distaría precisamente una distancia infinita, es decir, una distancia literalmente irrealizable e inabastable. 

Paradoja del tiempo finito

Existe otra paradoja cosmológica antitética a la anterior, que dice: si todo tiene un origen preciso, entonces, el universo debe de tener también un origen preciso. Pero este origen del universo, a su vez, debería de tener un origen previo; dado que todo tiene un origen, como bien hemos dicho. De modo que este razonamiento nos lanza regresivamente hacia lo infinito, irresoluble e incomprensible ¡Hacia la suposición de que existirá un tiempo pasado infinito! Y con ello nos metemos de nuevo en la paradoja del aforismo anterior. 

Escepticismo metafísico

Con las antinomias de la razón, en su dialéctica transcendental, Kant expone una serie de antítesis paradójicas similares a estas dos expuestas sobre el tiempo finito o infinito. Su objetivo es demostrar que resulta imposible para la mente humana resolver de forma definitiva, inapelable y correcta los grandes misterios de la existencia y, con ello, hacer metafísica -conocer cómo es en verdad la realidad por sí misma

Lo cierto, pero, es que los grandes misterios de la existencia sólo son paradójicos si partimos, en exclusivo, desde una forma de pensar mecanicista, materialista, y por ello ontológica, como fue la de la ilustración que con tanto fervor defendía Kant. Y mucho ha llovido desde la crítica de la razón pura en el ámbito del pensamiento occidental. 

¿Un universo eterno?

No es necesario que el universo entero surgiera en un momento dado en un lugar concreto como se lleva planteando desde Descartes. En otras palabras, no es necesario pensar en un origen propio del universo, coloquemos este origen en un pasado finito o infinito. Podemos concebir el universo tranquilamente como eterno. ¿Significa eso que el tiempo que lleva "vivo" el universo será infinito? No, la eternidad tampoco implica necesariamente un tiempo infinito ¿¡Qué significa entonces!?

Un universo eterno pero con tiempo finito 

El espacio-tiempo sólo parece tener sentido en un mundo con materia, es decir, donde haya reglas y relojes para medir distancias y tiempos, respectivamente. Pero en donde sólo hubiese radiación no parece que hubiera ni espacio ni tampoco tiempo; allí no resulta necesario hablar de orígenes ni causas ¡Ni por ello historia! En tal estado imposible de medir, y por consiguiente adimensional por intemporal e inextenso, el universo ni sería muy grande ni muy pequeño, ni joven ni viejo ¡El universo se mostraría como un puro destello eterno! 

En este sentido, pues, podemos imaginarnos al universo como un instante eterno al vestirse de pura luz; pero que sabría a "nada absoluta", por cierto, al no existir ojo alguno para maravillarse de su extraordinaria brillantez. Y sólo al surgir la materia de su seno se iniciaría el tiempo y aparecerían las primeras distancias; gracias a las cuales se diferenciaría la velocidad de la quietud, por tanto la aceleración de la inercia, y con ellas tomarían sentido las nociones físicas básicas de energía, potencia, simetrías, etc... Hecho, por tanto, que activaría la historia del universo ¡Una historia acotada y perfectamente finita! 

Hoy, como de algún modo se aprecia en la propuesta cosmológica de Penrose por ejemplo, nos resulta de nuevo viable imaginar la vida como ya se la plantearon algunos griegos, así Heráclito o Platón, y suponer que el universo preexiste al espaciotiempo material como luz o pura radiación. Y sólo cuando aparece la materia toma sentido hablar de una historia del universo con un principio y luego, un final concreto; pues nada parece privar al universo de terminar degradando por completo la materia y volverse, de nuevo, un instante eterno -pura radiación. Y de tal guisa ir generando ciclos, historias o eones indefinidamente.

Cosmología y griegos

Nuestra visión sobre la vida, sobre el mundo, parece abrirse a distintas visiones y modelos teóricos: desde los multiversos a ciclos conformes. Y es curioso apreciar como la estructura lógica base de tales modelos ya fue planteada por algún griego; como Anaximandro, quien ya presenta los multiversos que surgen de lo indeterminado e indefinible por azar y oposición de propiedades. Aunque, nosotros exigimos más precisión al modelo. 

Quizás no haya tantos modelos cosmológicos pensables e imaginables para seres como nosotros, de modo que siempre daremos vueltas a ellos de forma más o menos precisa, profundizando más o menos en sus pormenores y volviéndolos más o menos complejos.

Verdades cosmológicas

Nuestras verdades cosmológicas, por ejemplo el Big Bang, se sustentan sobre la más grande de las ignorancias: la suposición de que el 90% del universo visible está constituido por energía y materia desconocida. 

Cualquier día de estos nos cambian de forma radical el modelo cosmológico. Y eso mismo es hacer ciencia: proponer hipótesis que puedan más o menos flotar y no hundirse sobre el mar de ignorancia que siempre nos rodea. 

Claridad cartesiana

Si Descartes es un pensador con una claridad meridional se debe a que su pensamiento sigue esta sencilla y discurrida exposición: parte de definiciones muy precisas, fáciles y concretas, sin confusiones, y a través de ellas aplica impresionantes reducciones al absurdo, junto a elegantes hipóstasis y argumentos inocentemente redundantes y tautológicos, para demostrar la existencia de cosas sutilísimas,  inaprensibles y fantasmagóricas, como la mente humana, el universo material que nos rodea y Dios. 

NPCs, máquinas de Turing e inteligencias artificiales

Descartes es el primero en lanzar una de las preguntas más rabiosamente actuales: ¿cómo puedo adivinar si las personas con las que me cruzo tienen realmente una mente humana, y por ello piensan por sí mismas, o bien son simples autómatas andantes que mediante complejos circuitos fisiológicos  intensamente entrenados simulan de forma muy convincente hacer cosas similares a las que hacemos las personas que sí pensamos?

Turing, 3 siglos más tarde, desarrolló su famoso test, y que cualquiera puede realizar online, para calcular la probabilidad de estar tratando con una máquina humana o con un ser humano pensante. 

¿Una humanidad llena de NPCs?

El comportamiento intelectual de gran parte de la población parece ser más típico de una máquina que de un ser humano, tal y como defendía Skinner, por ejemplo. Y la formación académica recibida en los últimos 250 años ha tendido a acentuar la inteligencia máquina, automática y condicionada de la gente. 

Materialismo moderno ¿Se ha entendido bien?

Descartes define la materia como todo cuanto presenta características espacio-temporales (extensas), es decir, ocupa un lugar concreto en un momento dado; por consiguiente, puede ser medido empleando reglas y relojes ¡Y por ello puede ser calculado y comprendido mediante razones geométricas! No en vano, el término "dimensión" significa, en latín, que puede ser "medido"-el mundo material sería siempre dimensional: medible

Comprendido esto, se entiende entonces que lo material sea para el francés todo cuanto tenga diferentes partes, o se pueda dividir en partes constituyentes menores, y por eso mismo lo podamos concebir como un cuerpo: un conjunto de partes constituyentes, proporcionales y articuladas, cada una de las cuales ocupa un lugar en un momento dado ¡Poseen un valor espaciotemporal propio!

En tal sentido, pues, todo lo material sería corpuscular, mientras todo corpúsculo sería en esencia una forma divisible, articulada y racional de espacio-tiempo ¡Nada más! Como parece que también lo entendía Platón según interpretemos el Timeo. 

Mundo sólido

La visión materialista de la existencia es ontológica al concebir que sólo hay cuerpos, es decir, objetos sólidos: entidades perfectamente definidas y lógicas que, como tales, parecen aceptar sin problemas el principio de identidad: "aquello que es igual a sí mismo". Al menos durante un momento dado.

Ciertamente imaginar que todo cuanto existe está constituido por cuerpos sólidos, compactos y que se mantienen iguales aunque sea por un momento, permite que nuestra tosca mente los use como si fueran ladrillos conceptuales: los apile, corte o divida en partes menores, los modele y articule entre sí mediante formas geométricas, es decir comprensibles y bien determinadas, a fin de construir nuestros castillos metafóricos de forma precisa, estable y consistente, hasta lograr alzar las maravillosas teorías y explicaciones que tenemos hoy en día. 

Si no pudiéramos imaginarnos el mundo como hecho de cosas sólidas espaciotemporalmente definidas, acaso sustancias, átomos, quarks, puntos u otros elementos fundamentales cualquiera, no podríamos pensar casi nada sobre el mundo. Y este "casi" es interesante -y puede que en el fondo sea mucho.

Lo espiritual según Descartes

Lo espiritual según Descartes es todo cuanto sea fruto de nuestra mente: lo que percibimos, soñamos, imaginamos, ideamos, juzgamos, deseamos, sentimos, apreciamos, etc. Lo espiritual, pues, no existe más allá de nuestra mente ¡De nosotros mismos! Lo que sí existiría sin nuestra mente, y por ello sin nosotros, sería lo material y sólido, corporal y dimensional: lo que ocupa un sitio en un lugar concreto.   

Se entiende, entonces, que para Descartes lo espiritual ni atiende ni se ve sujeto al espacio-tiempo, a lo objetivable y medible ¡Y no es divisible al no estar hecho de elementos más básicos! De aquí que esa vieja pregunta "¿de qué están hechos los sueños?" No tenga sentido para el genio francés.  

Así pues, si yo imagino o sueño con un donut de chocolate éste no se encuentra en ningún sitio, puesto que no es nada material ni dimensional ni objetivable ¡Este donut para nada es corpóreo! Hecho es, que si me abren la cabeza allí no lo encontrarán. De allí solo sacarán sangre, nervios, neuronas, en fin, todo un mundo de corpusculidades y viscosidades.  

Este es el famoso dualismo que intenta hacer frente y comprender Descartes, y tal y como él lo trata parece indicar que midiendo nuestras reacciones fisiológicas cerebrales, en concreto las de la glándula pineal, sí se podría inferir, representar y materializar de algún modo lo que produciría nuestra mente. Y precisamente sobre esta insinuación centenaria parece estar trabajando actualmente Neuralink.

Tiempo espiritual

Ya casi nadie se acuerda, pero fue muy famosa la discusión que mantuvieron Bergson y Einstein hace 100 años sobre la naturaleza del tiempo. Einstein zanjó rápido y bruscamente el debate diciendo:-En física sólo importa el tiempo que marcan los relojes-. Y Bergson no supo contrarrestar la efectividad de tan gran simplicidad argumentativa.

Sin embargo, en psicología y neurociencias ahora tenemos claro que existe el tiempo espiritual o mental, por así decirlo, el cual se fundamenta sobre nuestras expectativas, mientras pauta el ritmo a través del cual pensamos, sentimos, actuamos, tomamos decisiones y, en definitiva, vivimos. Casi que lo podríamos juzgar como nuestra "luz" interior -y ciertamente uno la puede apreciar "desde fuera" si bien se fija en ella.   

Cabe empezar a tomar en serio la idea de que, nosotros mismos, no somos más que relojes, y como tales bien pautamos un ritmo y un tempo a cuanto afecta a nuestro entorno más próximo... y quizás también lejano. 

Dualismo cartesiano

Para Descartes, y así también queda claro leyendo a Spinoza o Leibniz, materia y espíritu, o cuerpo y mente, no son más que dos caras de una misma moneda; dos modos de ser; dos perspectivas distintas de una misma cosa, acaso una de interior y otra de exterior; dos aspectos  perfectamente sincronizados y que, por consiguiente, aunque independientes, van al unísono y reflejan lo mismo de dos maneras distintas. El dualismo defiende, pues, que cuanto se da en el mundo corporal también se da en el espiritual, aunque bajo otras propiedades y consideraciones. 

Leibniz, por ejemplo, usa el término "armonía preestablecida" para explicar tan excepcional dualidad interconectada en paralelo.   

Sólidos Platónicos 

Normalmente se interpretan los sólidos platónicos como elementos fundamentales de la materia, sin embargo leyendo el Timeo de Platón quizás se puedan interpretar como distintos estados o estructuras de la materia. En tal sentido, acaso podríamos interpretar que:

Tetraedro = fuego= estado de plasma de la materia.

Cubo = tierra = estado sólido de la materia.

Octaedro = aire =estado gaseoso de la materia

Icosaedro = agua =estado líquido de la materia

Dodecaedro = éter o firmamento o estado divino de la materia = ¿Estados cuánticos de la materia?

Platón: luz y nada

Al leer el Timeo cabe interpretar que por un lado hay luz, en tanto que una manifestación directa de las ideas eternas; y luego hay "la nada", como ausencia completa de ideas y, por consiguiente, de luz -A la "nada" la llama también Hades, dado que una idea es una imagen o una percepción y el inframundo representa la ausencia absoluta de percepción, imagen, sensación o experiencia alguna

Entonces, el griego fantasea con la existencia de una fuerza o poder divino, llamado metafóricamente Demiurgo, capaz de imprimir la luz sobre la nada generando con ello la materia -lo corpóreo-, que no es más que una estructura espaciotemporal perfectamente geométrica: forma una malla compacta de triángulos infinitamente divisibles

Y según sea la intensidad y polaridad de la luz que incide sobre la nada, o ya sobre las primeras estructuras materiales que se perciben, más elevado es el grado de potencia y estructuración que manifiesta la existencia, generando entonces organismos y cuerpos más perfectos, fuertes, bellos, comprensibles, bien proporcionados, justos, ciertos... siendo las almas divinas,  o dioses, la culminación apoteósica de la existencia.

Esencia del cambio; esencia del mundo físico.

¿Cómo es posible que una cosa se transforme en otra de distinta? El cambiar o transformar es la noción básica y exclusiva que fundamenta el estudio de la física desde los griegos, y nos hemos habituado a concebirla bajo una idea muy peculiar; a saber: que en el fondo no habría ningún cambio, sino que tal cambio o transformación resulta ser algo superficial y aparente ¡Acaso un disfraz del Ser! 

Después de milenios enarbolando torpemente un lenguaje, y sobre él la fascinante capacidad de razonar e imaginar cuanto vivimos de forma que nos sepa comprensible, fiable y lógica, hemos logrado concebir la transformación de una cosa en otra distinta, o el pasar de un estado a otro diferente, pensando que en realidad hay algo que se mantiene fijo y que sólo ha cambiado en apariencia ¡Cómo quien se cambia de vestido! Así por ejemplo, pensamos con inocente credulidad que sólo ha cambiado su posición con el tiempo, o que sólo ha cambiado la estructura que articula y relaciona sus partes. 

De repente, pues, nuestras visiones sobre lo físico, lejos de ser metafísicas como siempre han pretendido la mayoría de científicos, parecen saber a una fascinante escenificación conceptual ¡Y nos metemos tan dentro de esta escena física artificial como cuando nos metemos en el papel del protagonista en un obra de teatro, o de una serie de televisión, cuando la miramos completamente absortos!  

La noción de simetría

La simetría es un aplicar la noción de repetición, de inercia, equilibrio e invarianza sobre los cambios y transformaciones. En otras palabras: es un poder cambiar de tal manera que se vuelva, de nuevo, a mostrarse igual.

El ser de Parménides, y con el que soñó Einstein al final de su vida, de algún modo se puede pensar como un tomar  por banda la idea de cambio físico, aplicarle encima la noción de simetría como si fuera un mandamiento omnipotente, y llevar ambos cogidos de la mano hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta el absurdo.  

Una vida fascinante

Siempre vivimos absortos y totalmente crédulos en medio de los escenarios, ideas y películas que nos montamos de la propia vida.

Las metamorfosis

¡Seamos un poco atrevidos, como los poetas! Podemos llamar a la vida mundana, al mundo físico del cambio y del devenir perpetuo, como "mundo de las metamorfosis", y así recordar un poco a Ovidio y sus dulces versos hilvanados de flores y fragancias. A fin de cuentas, estamos hablamos del mundo de lo que parece ser una cosa para luego cambiar, transformarse y parecer otra distinta ¡Y así sin descanso!  

Anhelo metafísico

Toda la cultura occidental de los últimos 2.000 años se ha articulado sobre la necesidad emocional y psicológica de hallar una verdad firme, primera, inquebrantable e inderrotable ¡Poder partir de algo que nunca pueda cambiar, transformarse y por eso mismo, nos lleve a ser engañados como esos inmorales Dioses antiguos engañaban a inocentes jovencitas! 

Creer que debe de existir, redondo y brillante, algo cierto de por sí con un valor propio e indudable, que jamás pueda replantearse ni cambiar, de modo que siempre muestre una forma de ser definitiva y eterna, lejos de ser una demostración de nada que exista más bien parece una demostración de un estado emocional, de una necesidad psicológica muy personal y con ello, de una exigencia intelectual y científica a la  hora de configurar nuestros escenarios vitales. En fin, que dice mucho más de como son y se encuentran los metafísicos que del mundo, la vida y la realidad propiamente dicha.

Marcas sobre el agua

Cuando intentamos describir la transformación, los cambios, el movimiento usamos conceptos como "lugar" (espacio) y "momento"(tiempo); o luego los de "fuerza" y "energía" por ejemplo. ¿Tienen existencia "real" estos conceptos? ¿Nos transportan hacia una realidad oculta, misteriosa y secreta? ¿Al usarlos estaremos desvistiendo la realidad, tan engalanada que va siempre ella, hasta acariciar su seno?

Para nada. Nuestros conceptos y metáforas escénicas con las que nos representamos el mundo son como marcas y señales que ponemos sobre el agua para orientarnos, para que lo bravo tome sentido y significado para nosotros y, así domesticado, se nos vuelva de algún modo comprensible y reconocible.

La ciencia no es más que un juego de signos y marcas. ¿No es una locura esperar hallar una verdad irrefutable tras de ellos? Pero esa locura es la que ha iluminado a todos los pensadores metafísicos desde hace milenios.

Pensamiento Einstenieano

Einstein destacó cómo la luz y la materia serían en esencia lo mismo, dado que una se transforma en la otra constantemente mediante su famosa fórmula E=mc2; así bien se constata en las reacciones nucleares, en los cuerpos negros o en el efecto fotoeléctrico. ¿Y qué serían en esencia ambas? Energía.  

¿Qué es la energía?

La mayoría de la gente se toma la energía de forma ontológica: como si fuera un ser o una substancia especial, algo concreto y fijo, sólido y palpable que se encontraría dentro de las cosas mismas y luego, en todo caso, las mueve o transforma. La inmensa mayoría de la gente no puede ver mucho más allá de semejante relato al tener muy interiorizada la supersticiosa ontología metafísica milenaria, aunque en una versión chapucera para todos los públicos.  

Pero cuando nos volvemos exigentes y nos apartamos de las mayorías, deseando profundizar y tomar una experiencia más precisa y compleja, honesta y acaso profunda, entonces nos encontramos con que la energía no es más que un concepto estrictamente cinemático y por tanto no ontológico: indica la posibilidad de cambio, de transformación y devenir. Nada más.

Así entendemos que donde no hay posibilidad ni de cambio ni transformación no hay energía. Y con ello entendemos que la energía es la antítesis del Ser: una noción que, como ya se aprecia desde Parménides, entra en contradicción directa con todo lo físico ¡Con el devenir! Pero es tan fácil para muchos tomar la energía como el propio ser, la esencia misma de lo que cambia, que luego...

Conservación de la energía

Un sistema temporalmente simétrico, y como tal reversible, conserva siempre la energía. Y viceversa, si conserva la energía mostrará entonces una simetría temporal. 

Por el contrario, un sistema que muestra una flecha del tiempo, una asimetría temporal, una teleología o un destino hacia donde se dirigen irreversiblemente los sucesos, entonces no conserva la energía. 

Trabajo y entropía

El trabajo indica una transformación precisa, específica y determinada, mientras que la entropía indica una transformación imprecisa e indeterminada. El primero alimenta y nutre a todo organismo autoorganizado. El segundo, de un modo u otro, resulta siempre ineludible.

La ciencia bajo nuestros intereres. 

No hay nada más claramente humano, arbitrario e interesado en el "objetivo" mundo de la física que la noción de entropía. La idea de que en la naturaleza hay transformaciones que son determinadas y precisas porque nos resultan fáciles de usar, manipular y sacar provecho para nuestras máquinas, como el movimiento de una rueda de camión, mientras que hay transformaciones indeterminadas e inciertas porque nos resultan imposibles de utilizar y sacar provecho para nuestros intereses, como el calor disipado de las ruedas del camión al rodar por el asfalto, sabe tan miope, "egoísta", interesada, parcial, no objetiva, ¡tan humana!, que da risa apuntar cómo sobre ella se ha articulado toda la gran física de los últimos 150 años.  

Dirección del tiempo

El incremento de entropía pauta la dirección temporal de un sistema físico en la medida que representa la improbabilidad o dificultad para que un sistema regrese a su estado anterior y se muestre, por tanto, temporalmente simétrico. En otras palabras, el incremento de entropía dificulta que el sistema se muestre reversible y, por consiguiente, que conserve la energía. Por eso se dice vulgarmente que el incremento de entropía de un sistema implica incrementar la cantidad de energía "inútil" del sistema, es decir, que se incrementaría la energía que se "pierde" al volverse inaccesible para la autoorganización del sistema.

Autoorganización y decadencia

Un sistema se va autoorganizando y, en tal sentido perfeccionando, cuando es capaz de mantener o reducir su entropía interna. Eso significa, básicamente, que mantiene o reduce el número de cambios posibles de sus partes, con lo cual éstas tienden a comportarse de forma solidaria con todo el organismos como si todas ellas fueran, en efecto, un mismo cuerpo. 

Un sistema entra en decadencia, corrupción y se descompone cuando aumentan el número de cambios posibles de sus partes, y con ello aumenta su entropía interna. A las diferentes partes de tal sistema les cuesta  cada vez más comportarse de forma solidaria con el sistema, dado que cada cual aspira a ser un sistema por sí mismo a costa de las demás.

Cabe pensar, entre otras cosas, cómo la entropía actúa de forma global y profunda sobre los sistemas.

¿Qué es un reloj natural?

En la naturaleza el paso del tiempo, y por tanto la misma noción de dimensionalidad, viene pautado, en exclusivo, por el intercambio que se produce entre luz y materia. En otras palabras, esta retroalimentación es la forma natural y más precisa de reloj que hay en la naturaleza. 

¿Qué es un sistema físico?

Descartes dice que en la naturaleza sólo hay cuerpos divisibles. Newton intenta simplificar este escenario, hacerlo más manejable y habla ya de sistemas físicos compuestos por cuerpos divisibles. Y estos sistemas pueden ser inerciales o acelerados, según sean los movimientos de sus cuerpos. 

¿Principio de máxima potencia?

En el mundo físico parece cumplirse esa vieja idea de Fermat y Maupertuis, y con la que Lagrange creó toda la mecánica analítica contemporánea; el principio de mínima acción. Éste principio dice: la trayectoria que sigue un cambio o movimiento es aquella en la cual se minimiza su acción; siendo la acción la energía total requerida por el movimiento multiplicada por lo que se ha tardado en realizarlo. 

Bien pensado, pero, parece factible redefinir tal principio y llamarlo: principio de máxima potencia. A fin de cuentas, salta a la vista que al dividir la acción de un cambio por el cuadrado del tiempo, entonces obtenemos la potencia del movimiento. Y observamos, de inmediato, cómo la mínima acción corresponde con la máxima potencia posible que puede mostrar un cambio.

Visto así, pues, quizás podemos pensar que el movimiento o cambio que minimiza la acción es siempre la que maximiza la potencia. De modo, que ahora podemos interpretar que la naturaleza, los cambios y procesos, se desarrollan maximizando la potencia; idea que recuerda a la tesis nietzscheana de definir la existencia como voluntad de poder, y nada más. De hecho, Nietzsche parece comentar algo al respecto en algún sitio ya perdido y olvidado.

Artilugios contables

Hace 20 años salió una idea cosmológica encantadoramente nihilista que ha chocado a muchos, y dice: la energía total del universo es nula, de modo que éste puede haber surgido de la nada dado que, a fin de cuentas, es propiamente nada. Lawrence Krauss, en este sentido, se congratula por haber resuelto esa vieja paradoja metafísica sobre el origen del universo que planteaba la imposibilidad de que "nada pudiera surgir de la nada". En efecto, aquí se toma en serio como nada surge de la nada, para obtener nada.

Sin embargo, ¿cómo la energía del universo puede llegar a ser nula si sólo hay cambios, transformaciones y movimientos? En realidad estamos ante un artilugio contable: se toma toda la energía de la materia, radiación y energía oscura del universo como positiva, mientras la energía gravitacional se toma por negativa; entonces se aprecia como amabas se cancelan. 

Pero afirmar tal cosa es como decir que todas las empresas del mundo son en esencia nada porque sus activos siempre se cancelan con sus pasivos+patrimonio, dando un balance neto nulo. 

Visto así, interpretar dicho balance energético cósmico a la ligera como nulo y nada, si bien es una de las opciones, ¿acaso no sabe un poco a lo bruto? Pero también resulta provocativo, atractivo y en un mundo como el nuestro donde al final nadie sabe de seguro nada, es importante saber vender tus ideas.

La circunferencia rectilínea

Una circunferencia sólo es una circunferencia si se lo preguntamos a un punto que se encuentra fuera de ella. Pero para un punto de la propia circunferencia, que sólo aprecia el punto inmediatamente anterior y el posterior a sí mismo, o que sólo puede avanzar de un punto al inmediatamente siguiente, a su ver no se encuentra en ninguna circunferencia, sino en una recta perfecta e infinita, dado que entre un punto y otro siempre hay un ángulo de 180 grados.  

En este sentido es imposible, si vamos ahora a mayores dimensiones, discernir y constatar si estamos sobre una superficie plana o bien en la superficie de una esfera cuando su recorrido completo nos resulta imposible e inimaginable. 

Esta idea perspectivista da qué pensar cuando los cosmólogos afirman que el universo se muestra geométricamente plano y potencialmente infinito.

Visión nihilista del cosmos

-La existencia es nada- Se atreven ya afirmar muchos cosmólogos, y lanzando al público semejante afirmación demuestran ir casi 200 años con retraso; hasta encontrar a Schopenhauer y su nihilismo idealista, que dicta: la existencia es en esencia nada, y lo que vivimos, por tanto, una ilusión vacía. 

Dado que muchos habían tomado la energía como el "ser" de los cambios al observar que la energía del universo es nula, deducen de ello que el mundo se ha quedado con los cambios y vestidos y sin nada dentro que vestir y cambiar. 

En tal sentido, la imposibilidad de hallar un ser primigenio suficientemente sólido y firme, de demostrar una ontología fundamental, una verdad eterna y origen de todas las demás, lleva, a no pocos científicos, defender que la única verdad es que no hay verdad, de modo que todo es ilusión ¡Un perpetuo juego de fantasmagorías que aparecen y se transforman en otras al desaparecer! ¿Les faltará aún 200 años más para superar semejante nihilismo? 

Eliminar la ilusión

Máxima nietzscheana: cuando se elimina la verdad (el ser), entonces, de inmediato se elimina también la ilusión (la nada), dado que un juicio no tiene sentido sin el otro. Es mas, ya tomar algo o por cierto o bien ilusorio, no deja de ser una valoración ficticia e interesada nuestra.

Llevamos  150 años sin que las inteligencias mejor preparadas de occidente hayan sido capaces de digerir y asimilar semejante máxima, con sus complejas y dilatadas repercusiones. Y hoy empezamos a tener que hacer frente a la difícil tarea de reflexionar si dejamos de valorar la ciencia como la vía para descubrir como son las cosas en sí mismas o bien, si la pasamos a valorar como ilusión y nada, cuando nos damos cuenta de que nuestra más atrevida y general teoría, la de cuerdas, ya puede demostrar cualquier cosa imaginable y sin apelar a una causa primera.

Secretos ocultos de la vida moderna

La vida moderna parece que vaya muy rápida a nivel material, tecnológico, científico, mediático, cultural. Nos lanza hacia revoluciones periódicas de nuestras condiciones materiales a fin de avivar la ilusión de un progreso constante. Sin embargo esta avidez de novedades y actualidad, esta vorágine por llegar primero al mañana, este cambio incesante disfrazado de progreso que nos agarra por nuestros miedos, envidias y deseos y nos lanza hacia no sabemos muy bien qué futuro, aunque bien nos lo pinta de color naranja-zanahoria, parece ser muy somero si uno tiene la suficiente perspicacia para percatarse de ello. 

En el fondo de este superficial, ciego y frenético progreso material transcurre otra corriente subterránea, oscura y oculta a ojos de la población: una corriente que se mueve de forma silenciosa, lenta, como si se tomara todo el tiempo del mundo para salir a flote a vista ya de la historia, dado que pasa completamente de la gente y sus ansiedades vitales.  

El péndulo

La física moderna le debe la vida a la obsesión que se le despertó al noble y joven Galileo mirando el péndulo que bailaba en la catedral de Pisa. De allí sacó la necesidad de crear relojes y reglas precisas para elaborar una descripción cinemática del movimiento pendular, de la bajada de un cuerpo por el plano inclinado y la caída libre de un cuerpo ¡Con tales artilugios empezaba el materialismo moderno!

¿Qué le debemos a Descartes?

Al francés, entre otras cosas, le debemos la presentación y justificación del mundo material como realidad: el mundo de los cuerpos y con ellos, de los relojes y las reglas de medir. 

Nos encontramos ante el mundo dentro del cual ha vivido totalmente crédulo, ensimismado y absorto el hombre moderno hasta la llegada de la mecánica cuántica.  

La noción de ondulación

Huygens, entre otras cosas, estudió el tipo de movimientos, transmisiones y desplazamientos que manifiestan los cuerpos en el mundo material y a grandes trazas se dio cuenta de que podían representarse mediante 2 tipos: como desplazamientos más o menos rectilíneo-parabólicos, y así los representamos en los choques entre bolas de billar o al dejar caer un cuerpo al suelo, o bien ondulatorios, como vemos en un péndulo o al dejar un corcho flotando en el mar. 

Parece ser, pues, que Huygens introdujo la idea de ondulación en la visión materialista del mundo al desarrollar y perfeccionar los trabajos de Galileo sobre el péndulo en su famoso "Horologium oscillatorium". Y con ello concibió la onda como "la forma" que muestran ciertos cuerpos sólidos de desplazarse, chocar entre sí o, simplemente, moverse: ¡Mediante oscilaciones! 

Por tanto, la onda no se concibe como un cuerpo físico real o una entidad material propiamente dicha, sino la forma a través de la cual ciertos cuerpos se desplazan, mueven o interactúan entre sí. Dicho matemáticamente: la onda representa una función que describe el desarrollo de las variables espaciotemporales de ciertos cuerpos en movimiento.

El sonido 

No tardaron mucho los físicos en darse cuenta de que existen "fenómenos" que no podemos atribuir a cuerpos concretos. Una de ellos fue el sonido. Entendieron que no habría un objeto sólido, una partícula, como causa del sonido, sino que éste sería fruto, más bien, de la transmisión ondulatoria que se produce entre las partículas que constituyen un medio material; por ejemplo las partículas del aire, del agua o de un metal, como bien entendían los indios americanos poniendo la oreja en el raíl de hierro para escuchar la aproximación de las locomotoras por su zona de vigilancia.  

El dilema de la luz. 

Ya Huygens planteó que la luz fuera un fenómeno parecido al sonido: no estaría constituida por ninguna partícula, sino que se produciría por la ondulación de un medio material muy peculiar, al que llamó éter. Contra él se levantó Newton, defendiendo que la luz sí era, propiamente, una partícula material, la cual interaccionaba mecánicamente (mediante choques) con otras partículas. 

Este dilema entre la naturaleza material o bien transmisiva (ondulatoria) de la luz duró hasta el s.XX, tomando preponderancia la segunda. 

Muerte al éter

Einstein, entre otras muchas cosas, fue el responsable de liquidar la compleja idea de éter introducido por Huygens, 200 años antes, al presentar su teoría especial de la relatividad. 

El genio de Einstein escamoteaba en no poca medida la visión materialista moderna al decir: -Vayamos a lo fácil y concibamos la luz, simplemente, como un punto material que se desplaza en el vacío a una velocidad siempre constante, rectilínea, insuperable e independientemente del movimiento del cuerpo o reloj de donde sale. Sólo así la cinemática relativista entre distintos relojes en movimiento se entiende fácil usando las transformadas de Lorentz-. Y cuando le preguntaban: -Pero si la luz es una ondulación, entonces cuando se desplaza ¿sobre qué se desplaza y qué hace ondular?- Él contestaba -Sobre nada ¡Resulta trivial darle vueltas a tales cuestiones!- Para en seguida esclarecer -No hace falta pensar en tales sutilezas materialistas para predecir los movimientos detectados entre la luz y los relojes en movimiento relativo entre sí. Sólo es preciso partir de la simple premisa de que la luz se desplaza, siempre, a velocidad constante e independientemente del movimiento que tenga el cuerpo o reloj de donde sale ¡Y que nada puede superar tal velocidad!

Einstein propuso, pues, simplificar y entender que no es necesario pensar en un éter, u otro material hecho de corpúsculos raros, que ondule para así explicar el fenómeno de la luz. -El éter es una idea superflua y compleja- Terminaba resumiendo el genio físico, al ver que el esquema, simple y claro, de representar un rayo de luz moviéndose de un reloj en movimiento a otro, era suficiente para predecir la cinemática relativista que se medía en los experimentos de Michelson-Morley, entre otros. 

El horror vacui

De Aristóteles el pensamiento moderno heredó, entre otras cosas, el famosísimo horror vacui. Tal y como se aprecia en Descartes se concibe el universo material como un cuerpo inmenso sin vacíos o huecos, infinitamente divisible en múltiples y bien diferenciadas partes corpusculares perfectamente engrasadas y donde todas ellas van interactuando permanentemente de una forma u otra a fin de transmitirse, así, el impulso primordial con el que Dios puso el Universo en funcionamiento en un origen pasado infinito. De tal modo, según el pensamiento materialista, cuando una parte material, por pequeña que sea, cambia o se desplaza, siempre altera en cadena a las de su alrededor mediante choques y/o modificaciones, transmitiéndoles cierto impulso. 

Cuando Einstein presentó su teoría especial de la relatividad tiró por el suelo esta concepción y presentó la luz como si fuera un corpúsculo puntual sutilísimo y casi angelical que se desplaza por el puro vacío a velocidad constante, perfectamente rectilínea y siempre independiente de su foco emisor. ¿Qué significaba eso? Pues que la luz, como partícula, ya no transmitiría nada de impulso a su alrededor al desplazarse ¡Conservaría siempre su "momentum"!    

Vale reconocer que llegar a suponer esto era muy complicado en un entorno fuertemente mecanicista como el de principios del s.XX, porque, de algún modo sabe a movimiento perpetuo y, por consiguiente, a violación de la termodinámica.

Es cierto, sin embargo, que al desarrollar luego la teoría general de la relatividad ya no existe tal vacío, en la medida que la luz ya sí parece interactuar con "algo" cuando se desplaza; a saber: con la geometría espaciotemporal ¡Pero sólo lo parece para un observador externo a la luz!

Una idea peligrosa: el vacío.

La introducción del vacío fue el primer disparo contra la visión materialista moderna. Realmente implica un problema mecánico de primer orden atreverse a concebir algo que se desplaza sin alterar nada, sin transmitir nada a su alrededor, sin perder impulso, conservando siempre su momento, y por tanto, comportándose de forma perfectamente inercial ¡Cómo un móvil eterno! Al menos hasta que no encuentra algún cuerpo con el que sí pueda chocar.

Esta idea no sólo la plantea Einstein en su teoría especial de la relatividad, sino también al tratar el efecto fotoeléctrico y sobre todo, al analizar el movimiento Browniano, con el cual dio por fin razones de peso a los físicos de la época para tomarse el escenario físico epicúreo basado en "átomos moviéndose por el vacío" como efectivo y plausible para describir el mundo físico.  

Atrevimiento físico

Vale reconocer que Einstein se lanzó de cabeza hacia una idea sencilla y muy antigua, pero sumamente  atrevida para la época: el mundo material son átomos moviéndose por el espacio vacío. Sólo basta recordar lo que decía al respecto algunos años antes el famoso Mach. 

Esta concepción atómica resulta delicada no sólo porque la idea de vacío implique necesariamente que exista la nada metafísica. Si es atrevida se debe, en especial, a que indica la existencia de entidades inerciales, autónomas, independientes capaces de moverse sin que nada las afecte ni ellas afecten a nada, y por consiguiente, "como si nada" las rodease. 

En todo caso, hoy sabemos que este escenario atómico tan simple y diáfano fue completamente provisional -duró sólo un par de décadas. Y si hoy continuamos hablando de átomos y vacío al público en general es por tradición y facilidad, no porque realmente haya átomos (partículas puntuales e indivisibles) ni tampoco porque haya la nada, simple y absoluta, rodeándolos.

Dualidad onda-corpúsculo

Fue el experimento de la doble rendija lo que destrozó definitivamente y sin contemplación el materialismo, como escenario ontológico dentro del cual vivieron absortas las inteligencias modernas. 

Con tal experimento se mostraba cómo la luz actuaba como una simple onda, sólo cuando se pretendía detectar como una onda. O se comportaba como un corpúsculo, sólo cuando se quería detectar como un corpúsculo. Semejante ambivalencia metamorfósica de la luz generó la paradoja ontológica más famosa del s.XX: la dualidad onda-corpúsculo de la mecánica cuántica.

Ríos de tinta han corrido desde entonces lanzando al vuelo la pregunta: ¿qué es realmente un sistema cuántico? ¿Acaso es una partícula o bien una onda, o quizás una onda-partícula, o nada de nada? 

Cuboesferas

El dilema cuántico, de algún modo, quizás se pueda pensar como sigue: imaginemos que fuéramos ciegos, nunca hubiéramos tocado el agua con nuestro cuerpo y creyéramos que en la naturaleza sólo existen objetos sólidos, perfectamente definidos y, por tanto, idénticos a sí mismos, aunque sólo sea por un instante. De modo, pues, que quisiéramos saber la forma geométrica que posee una unidad de agua como objeto sólido (cuerpo) que presuponemos que es. Y para ello sólo tuviéramos a mano dos posibles instrumentos de detección capaces de darnos su forma geométrica exacta. 

El primer instrumento sería una vasija completamente esférica y el segundo un cubo. De buenas a primeras pensaríamos: -vale, intentaré meter la unidad de agua en lo esférico o bien en lo cúbico para así comprobar si es esférico o cúbico-

Pero luego veríamos estupefactos como esa unidad de agua se puede expresar como una esfera, porque la puedes meter perfectamente en un recipiente esférico, o como un cubo porque también la puedes meter perfectamente en un cubo ¡Aunque nunca podrás detectarla como cubo y esfera al mismo tiempo porque si la estás metiendo en un cubo no la puede meter, al mismo tiempo, en un recipiente esférico! 

¿Será el agua entonces una cuboesfera? ¿No es muy ortopédico pensar así? Pero es que el materialismo siempre ha sido una forma sumamente ortopédica y adusta de escenificar la realidad.

Mundo cuántico y la muerte del materialismo moderno

A nivel filosófico con lo cuántico ya no podemos pensar que lo físico sea material y, como tal, se pueda dividir en cuerpos, corpúsculos o entidades sólidas cada vez más y más minúsculas hasta hacerse puntuales, cada una de las cuales ocupen un lugar concreto en un momento dado; designando así un valor preciso a todo el espaciotiempo continuo. 

¿Qué conlleva eso? Un grave problema con la medición, es decir, con el poder definir mediante reglas y relojes la realidad de forma clara y precisa en todos sus infinitos puntos para así comprender, predecir y acertar su comportamiento de forma perfecta y omnisciente. 

El derrumbe del principio de contemplación

Durante la edad moderna los científicos y filósofos defendían lo que podemos llamar como "principio de contemplación". La idea era que el mundo posee un espíritu puro, una pura inteligencia decían, que lo dotó a voluntad de unos valores predeterminados capaces de definirlo a la perfección hasta el más mínimo detalle y que, nosotros, podemos contemplar al descubrirlos ¡Nosotros podemos participar de este espíritu puro que ha organizado el universo de la mejor forma posible! 

Sin embargo, con el principio de indeterminación de Heisenberg este principio de contemplación se derrumba y entendemos que al intentar conocer el mundo más bien lo creamos, lo afectamos, lo alteramos y modificamos ¡Conocer es un ensuciarse las manos! 

De hecho, vale destacar como este principio, a fin de cuentas, te dice una verdad que Einstein se tomó muy a la kantiana: que no podemos conocer absolutamente nada (ni electrones, fotones, protones, quarks, etc) por sí mismo. Pues Einstein siguió creyendo que más allá de nuestra ignorancia de medida los electrones, protones, etc tenían que tener una forma propia de ser ¡Tenían que estar bien definidos con un valor propio preciso! Y esgrimía que lo que fallaba era nuestro aparato conceptual-empírico para detectarlos-comprenderlos por sí mismas. 

Pero Bohr no titubeó y atropelló sin compasión este kantismo al que se agarró Einstein para seguir defendiendo el principio contemplativo como base de la ciencia moderna. Bohr presentó un escenario post materialista: la vida como un oscuro y profundo monstruo que para nada está predeterminado por una pura inteligencia apolínea que le dote de sentido, significado, límites, valor y razón de ser.

Coherencia cuántica

Es famoso el repudio que siempre sintió Einstein hacia la visión cuántica del mundo; y precisamente exponiendo en público semejante repudio se convirtió en uno de sus principales constructores: no se cansaba de plantear experimentos mentales para denunciar lo imposible de la cuántica, por ilógico, pero luego tales absurdidades planteadas se contrastaban en medidas efectuadas construyendo así una nueva física. 

Sí, lo intentó con todo su ingenio, que no era poco, pero no pudo hacer nada para evitar el derrumbe del gran ídolo materialista moderno ¡Junto con toda la filosofía contemplativa! Pero, ¿acaso nos quedamos por ello aceptando un mundo absurdo y paradójico? 

No, para nada; gracias a la audacia lógica y especulativa de ingenios como Bhor se logró construir otro tipo de coherencia, y por tanto de representación lógica capaz de explicar aquello que a Einstein le parecía inconcebible y absurdo. Sí, se abrió la puerta a escenificar el mundo como un inmenso "tablero de dados para jugadores divinos", tal y como ya había soñado muchos años antes Nietzsche al luchar, como primer occidental, contra el conocimiento contemplativo moderno con máximas tan famosas como la que sigue: "no existen hechos, sólo interpretaciones". 

En efecto, la visión cuántica actual es perfectamente coherente y lógica, si tu mente no anda atada a la lógica materialista que con suma vanidad iba de "sentido común" por la vida, sometiendo a las pobres consciencias modernas desde siglos atrás con ese peculiar "determinismo contemplativo" suyo fruto de una voluntad inteligente suprema. 

De hecho, y bien mirado, esta visión probabilística logra sortear de forma elegante y potente las contradicciones, limitaciones y absurdidades a las que nos llevaba, precisamente, el relato materialista ya desde sus inicios; como ya señalaba Kant en su dialéctica transcendental. 

Distintas teorías cuánticas 

Decía Poincaré que las metáforas e interpretaciones físicas con que vestimos e interpretamos las matemáticas empleadas para operar con los datos empíricos que obtenemos al medir son, siempre, orientativas, convenidas y ficticias. Que lo real son las relaciones y proporciones entre tales datos. Poco más.

En tal sentido, Poincaré defendía que sobre unos mismos datos físicos pueden configurarse sin problemas distintos relatos físicos -modelos- que son matemáticamente equivalentes, aunque metafórica e interpretativamente nos puedan saber muy distintos, incluso opuestos. 

Así parece ocurrir de algún modo en el mundo cuántico: existen varias teorías que interpretan los datos cuánticos de manera opuesta, pero que matemáticamente describen exactamente las mismas evidencias empíricas y por tanto, resulta imposible decantarse realmente por una u otra. Aunque luego nos decantemos por comodidad o tradición por una u otra.

Ahí tenemos, por ejemplo, la teoría de Copenhagen, que es la comúnmente aceptada por la comunidad científica; luego la de DeBroglie-Bohm y, finalmente, la de Everett. Si bien hay otras más.

De las tres teorías cuánticas equivalentes:

La teoría de Copenhagen concibe la realidad como un bullicio de sistemas cuánticos. Cada uno de estos  sistemas se concibe como esencialmente aleatorio en base al principio de incertidumbre de Heisenberg, al carecer de condiciones iniciales medibles y concretas. Es decir, se considera que las condiciones iniciales sobre las cuales evoluciona el sistema expresan una mera distribución de posibilidades, representada por la famosa "ecuación de onda de Schrodigner". En este sentido, pues, un sistema  cuántico se encuentra en un estado inicial aleatorio y por ello se piensa que ha seguido una trayectoria probabilística cuando se mide. Esta teoría, además, implica aceptar la "no localidad" de dos eventos distintos, pero entrelazados; es decir, implica aceptar que dos eventos entrelazados se influyan uno a otro de forma instantánea; o al menos parece instantánea para el observador, dando la sensación de que el espacio-tiempo no existe para ellos y rompiendo, en consecuencia, la noción de causalidad estipulada por la teoría especial de la relatividad. 

La teoría de DeBroglie-Bohm concibe el sistema cuántico como perfectamente determinado por el estado actual de todo el universo entero y por tanto, teóricamente predecible hasta lo infinitesimal; sin embargo, dado que desconocemos el estado actual del universo por su inmensa y bárbara complejidad, las condiciones iniciales del sistema cuántico nos saben, a nivel práctico, perfectamente aleatorias, por caóticas, y de tal modo se cumpliría el principio de incertidumbre de Heisenberg. Sólo cuando realizamos una medida del sistema podemos deducir la supuesta evolución real que habrá seguido objetivamente el sistema ¡Nunca antes! Añadir, que esta teoría concibe el sistema cuántico, no como una dualidad onda-corpúsculo, sino como un sistema mecánico formado por un corpúsculo guiado por una onda piloto material que recoge, determinísticamente, todos los infinitos parámetros del universo en cada instante. Entonces, esta onda omnisciente conduce la partícula al dedillo según el tipo de dispositivo que se coloca para su medición. Sin embargo, esta teoría considera que dos eventos cuánticos distintos entrelazados se comunican necesariamente a una velocidad superior a la de la luz, al menos para el observador, violando así los postulados de la relatividad especial.

La teoría de Everett presupone concebir la realidad como una infinidad de universos paralelos, es decir, independientes unos de otros (universos no locales) y por ello inaccesibles para nosotros. Cada uno seguiría una complejísima evolución perfectamente determinística y, por tanto, materialista. Sin embargo, por el principio de incertidumbre de Heisenberg a nosotros nos resulta imposible saber a priori cuál es realmente nuestro universo, y por ello adivinar su evolución al detalle. De modo que a efectos prácticos la evolución de nuestro universo nos sabe aleatoria. 

Teorema de Bell

Todo intríngulis con la mecánica cuántica se reduce, en esencia, a los dos postulados del teorema de Bell; que dice: una teoría matemática que describa el comportamiento efectivo de los sistemas cuánticos observados no puede ser realista o bien, no puede ser local ¡O no puede ser ni realista ni local! 

Por un lado, la teoría de Copenhagen no es ni realista ni local, mientras que las teorías de DeBroglie-Bohm y la de Everett son ambas realistas, pero no locales. ¿Será posible desarrollar teorías locales no realistas? Quizás entonces se podría sintetizar fácilmente la relatividad general con el mundo cuántico.

Principio de realidad.

Una teoría es realista si concibe la existencia como un mundo material. Es decir, el realismo presupone que todas las partes que constituyen y articulan un sistema material tienen un valor intrínseco concreto y preciso (ocupan un lugar en un momento dado), mediante el cual se determinará por completo el comportamiento futuro del sistema. 

El realismo es, pues, la creencia en un espíritu puro que permite la contemplación de la realidad en sí mediante la ciencia -Esto lo reconoce de forma poética Einstein en un artículo.

El comportamiento de los sistemas realistas

Si nos imaginamos un mundo material, realista e inteligente comprendemos que sus sistemas siempre evolucionan de forma perfectamente continua y determinada por los valores espaciotemporales que muestran sus partes más pequeñas ¡No cabe milagro posible en el desarrollo que experimenta un sistema material y realista! Además, como decía Leibniz, "el sistema no va dando saltos a lo loco". 

Así pues, la cuestión, y que ya planteó Pascal cuando nos presenta la idea de la nariz de Cleopatra, es: ¿Qué diferencia habrá entre las evoluciones que presentan dos sistemas realistas cuyas partes menores iniciales presentan valores muy, pero que muy parecidos, ¡casi iguales!, pero no exactamente iguales? ¿Estaremos ante dos sistemas que se desarrollan de forma similar o tomarán derroteros harto diferentes?

A partir de los trabajos de Poincaré se demostró ya sin duda alguna que podemos dividir estos sistemas materiales muy, pero que muy similares, pero no idénticos, en dos tipos según sea su comportamiento y por tanto, su ethos: 

a) Los sistemas realistas estables: la evolución que seguirá el sistema mínimamente modificado, si bien será algo distinta a la del original, también se parecerá mucho a éste. Dado que los dos sistemas parten de un estado inicial muy parecido, pues el cambio ha sido mínimo, sus destinos finales también serán muy parecidos; con lo cual a partir de la evolución del primer sistema se puede prever en gran medida como se desarrollará el segundo. Con este tipo de sistemas podemos aplicar relaciones causales efectivas entre el inicio del sistema y su final a partir de lo que hayan hecho sistemas parecidos. 

b) Los sistemas realistas caóticos: la evolución que seguirá el sistema mínimamente modificado será radicalmente distinta a la evolución que traza el primero; es decir, los dos sistemas seguirán historias notoriamente distintas, aunque ambas partan de una situación inicial muy, pero que muy similar. Así pues, el desarrollo que presentará este sistema mínimamente modificado resulta prácticamente indeducible, inimaginable o impredecible si lo comparamos con el que realiza el primer sistema.   

Teorema de Recurrencia de Poincaré

Poincaré imaginó un sistema realista caótico y finito, con una capacidad espacial limitada, pero con un tiempo de desarrollo ilimitado. Lo que demostró fue que tomando por inicio unas condiciones iniciales concretas el sistema evolucionaba de forma recurrente; es decir, en algún momento dado el sistema se aproximaba de nuevo a esas condiciones iniciales ¡Y esta aproximación era infinitesimal: se podía aproximar tomo como se quisiera a las condiciones iniciales

Demostró, con ello, que un sistema realista caótico con tales especificaciones siempre se comporta, al final y en última instancia, como un sistema estable y por ello, de algún modo previsible. 

Principio de localidad

En relatividad especial existe la noción de localidad como el entorno próximo de un objeto o cuerpo dentro del cuál éste puede interaccionar con otros sin que tal interacción supere nunca la velocidad de la luz; en caso contrario se violaría el principio de causalidad. 

Se suele concebir el entorno local del objeto como "su cono de luz": todo cuanto sucede "dentro" de dicho cono de luz siempre se comporta localmente con él. Y si algo sucede fuera del cono, entonces se comporta de forma no local con el objeto.  

Origen de los principios de Bell y el nihilismo

Los pensadores modernos al vivir ensimismados en medio de esa espectacular visión materialista  cartesiana andaban convencidos de que el mundo está gobernado por la pura inteligencia, con lo cual creían ciegamente que el universo esta perfectamente diseñado al dedillo, nada ocurre sin razón y todo tiene su valor exacto, como si fuera un inmenso y preciso reloj suizo, aunque a simple vista nos cueste horrores darnos cuenta de ello y más bien nos parezca caprichoso y incierto, estúpido y loco por nuestra miopía racional innata. Entonces, para despertar de nuestra miopía racional, se apelaba al método científico, que implicaba una racionalización de las medidas.  

Es preciso remarcar, pues, como los pensadores modernos pasaron a creerse ciegamente, y sin darse cuenta, una idea peculiar: que el acto de medir era un acto de descubrimiento ¡Que midiendo se desvelaría información oculta del mundo! ¡Que era un acto de contemplación y revelación metafísica! Quizás fuera Leibniz quien lo explicase mejor cuando nos habla de que las verdades de hecho, en el fondo y en esencia, son también verdades de razón.

Todo el mecanicismo y determinismo materialista moderno se basa, pues, en imaginar que la realidad posee, y oculta, sus variables, sus propiedades y características esenciales, sus valores, sus medidas y razones innatas; y éstas sólo salen a la luz mediante el sagrado y racional acto de medir. 

Sin embargo los teoremas de Bell llegaron para arruinar este sueño racionalista, mientras abre las puertas al nihilismo: ¿Qué valor, qué sentido, qué razón y medida podemos conocer de las cosas si no poseen ninguno?

¿Muerte al universo máquina?

Los principios de Bell parecen estipular, también, que el mundo físico, el que vivimos, no es computable, al no atender ni a una función concreta ni un algoritmo predeterminado, es decir, no puede ser ni producido ni reproducido por una máquina de Turing. Sí, eso parece indicarnos que la visión materialista y mecanicista del universo, y por ello la ilustrada, se cae definitivamente después de 400 años. 

Pero aún hay inteligencias, como la de Penrose por ejemplo, que se niegan a abandonar la idea de una pura inteligencia que lo regula todo, mientras lo dota de sentido y valor.

Y al final vale reconocer, también, que la propuesta del superdeterminismo no está descartada del todo, aunque tampoco genera muchas confianzas.  

El físico como juez imparcial del mundo

Penrose, que es una inteligencia extremadamente materialista y contemplativa, destaca como la mecánica cuántica tiene un problema de coherencia importante. Expone que ello se debe, resumiendo, a que el aparato teórico de la cuántica no tiene en cuenta al observador que hace la medida. Y tiene razón al destacarlo, pero, ¿hasta que punto entiende lo que ello implica? 

La física moderna, por el principio de contemplación, nunca ha tenido muy en cuenta al observador más que a la hora "relativizar" los movimientos para acomodarlos a su observación. Y es que la física siempre ha tratado al observador como un espectador externo, desinteresado y neutro para el sistema a estudiar; como si fuera un pintor que mira desde detrás del cristal el paisaje exterior sin formar parte del propio paisaje, pero desea reflejar lo que contempla en su lienzo. 

Con motivo, salta a la vista como en física el observador nunca forma parte del propio proceso a estudiar y por tanto, siempre se ha creído, quizás ilusamente, que el observador podía considerarse un juez objetivo, imparcial y verdaderamente justo, capaz de dictaminar correctamente cómo se comporta el fenómeno a estudiar, dado que no forma parte de él. 

Y así es, pues, como el pensador moderno ha vivido del todo alucinado, creyéndose un "ser objetivo, contemplativo y angelical" capaz de comprender la propia razón de ser de las cosas que medía y estudiaba ¡De aquí que amase las batas blancas! Pero al periodista también le ha ocurrido algo parecido ¡Y a tantos artistas de otros ámbitos! Pues la superstición de la objetividad como fuente de contemplación de la realidad ha sido el núcleo de todo el pensamiento materialista moderno y su anhelo de progreso hacia el ideal metafísico ilustrado.

Pero con la mecánica cuántica ya no hay dudas de que el observador entra de lleno a formar parte del propio sistema a estudiar ¿Cómo va a poder ser entonces objetivo y mostrarse como un juez imparcial y sin intereses, neutro y justo? No, no puede. 

De modo que con lo cuántico la ilusión contemplativa de la ciencia se desvanece y comprendemos que conocer la realidad es valorarla y juzgarla, siendo nosotros mismos partes implicada en tal litigio.  

Me salgo del mundo

Los modernos nos han enseñado a creer con suma inocencia que ser objetivo es observar algo desde fuera. Se supone que si miramos algo desde fuera lo vemos tal y como es. ¿Pero es eso cierto? ¿Cómo podemos demostrar que una perspectiva es más cierta y válida que otra? 

Es fácil apreciar cómo vivir las situaciones desde dentro o desde fuera nos dan perspectivas, escenarios y valoraciones distintas de la situación, incluso no pocas veces antitéticas ¿Cuál es preferible y mejor? Es más, ¿acaso hay alguna perspectiva que sea falsa y otra cierta, como ocurre cuando nos enseñan a juzgar que la tierra es redonda porque al mirarla desde el espacio sideral la podemos identificar fácilmente como un cuerpo redondo, aunque desde una perspectiva terrenal y al mirar el mar nos parece todo plano hasta el horizonte?

La creencia en que "ver las cosas desde fuera" es verlas tal cual son en realidad y por tanto, de forma objetiva, nos ha llevado a intentar salir de la vida, y del universo, bajo la pretensión contemplativa de buscar una comprensión "realista" de ella. ¿Y no es este "realismo" fantasmagórico que apela a escapar del pellejo el más astuto, refinado e inteligente engaño diseñado para generar un escenario del mundo que nos maraville hasta la convicción más profunda e inocente?  

El ojo que todo lo ve

El Dios de Descartes es una inteligencia pura: un ojo que, desde fuera del espaciotiempo, ve todo el universo material de forma objetiva y sin error alguno. Y el sabio ha aspirado durante siglos a ser este ojo eterno e inmaculado.  ¿No ha sido una completa locura pretender semejante posición? 

Cuando Descartes habla de Dios, como todos los que hablan de Dios, más bien parece, visto así, que hable de como le gustaría verse a sí mismo.

¿Cómo lo vas a conocer si no lo has sufrido?

Existe un tipo de ciencia y de saber muy distinto al que ha pregonado el materialismo con su objetivismo contemplativo y su querer mirar las cosas siempre desde fuera, sin quererse ensuciar las manos, sin sufrirlas desde dentro y siguiendo a lo lejos su trayectoria perfecta. Es una ciencia que dicta todo lo contrario: si quieres saber qué es el agua no la mires aquí sentado y tírate. 

Y nos olvidamos de que medimos las cosas

Lo fabuloso del conocimiento humano reside en apreciar como en gran medida se alimenta del olvido. Así, cuando construimos una palanca a fin de pesar un cuerpo nos olvidamos de que el resultado obtenido no nos indica nada de un supuesto valor intrínseco del cuerpo medido, sino más bien de la estructura y forma de medirlo. Y, además, el valor que nos da nunca deja de ser un dato más que superficial, torpe y tosco; hecho es que siempre podemos construir medidas "más precisas"; entendiendo que ser más preciso sólo significa lograr distinguir como diferentes dos objetos que antes se percibían como indiferentemente iguales.

En fin, fácilmente nos olvidamos alegremente de que al medir o valorar algo esta medida obtenida nos indica más bien el tipo de interacción entre instrumento de medir y lo medido. Hecho es, que diseñando aparatos distintos podemos obtener valores distintos para un mismo objeto, como bien demostró Mandelbrot con ese rompedor artículo suyo de mediados de los 60 llamado "¿Cuánto mide realmente la costa de Inglaterra?", y con el cual abría las puertas a la geometría fractal. 

Pero, sobre todo, fascina apreciar cómo siempre nos olvidamos con inocente torpeza de que las nociones de igualdad y diferencia, base de toda nuestra racionalización y valoración del mundo, son ficciones y artificialidades humanas que empleamos no sin cierto capricho. Y es entonces, por puro olvido, cuando empezamos a fantasear a lo loco con espíritus puros y una inteligencia del mundo que ha determinado desde lo eterno como son el fondo las cosas y por tanto, como se comportan.

Mundo tonto y despreocupado

La propia naturaleza ni de lejos sabe cuanto miden o valen realmente las cosas... ¡Y nosotros tampoco! Pero fantaseamos con que lo sabemos al presuponer ilusamente que las cosas miden, de por sí, algo concreto y exacto cuando nos ponemos a medirlas, juzgarlas y valorarlas según nuestros antojos intelectuales. Aquí parecemos niños pequeños, que al buscar un tesoro en la playa entonces creen con suma ilusión que debe de haber un tesoro en la playa ¡Y festejan con haberlo encontrado al hallar cualquier artilugio!

Fascina el poder apreciar el conocimiento humano como un juego de playa para niños pequeños.

Mundo de la percepción

El mundo lejos de ser inteligente es harto tosco y atontado. Sin embargo, todo cuanto existe adquiere cierta percepción de cuanto le afecta; una percepción de normal muy grosera. 

Una piedra manifiesta una percepción del suelo y la atmósfera, al igual que una mesa suele mostrar una cierta percepción de los cuerpos que se le ponen encima ¡Cuántas veces reacciona a ellos! Y una balanza romana percibe los cuerpos que se le colocan en sus platillos y con ello reacciona; ya luego nosotros interpretamos esta reacción como la medida de esos cuerpos colocados, y luego los materialistas fantasean con la idea de que ese dato se aproximaría al peso intrínseco y propio de dichos cuerpos. 

Todo cuanto existe interacciona, se afecta, se percibe de forma tosca y así el presente fluye y se moldea un poco a lo bruto. Pues, de ordinario, esta percepción resulta tan superficial, grosera y tonta... ¡Lo normal es que una mesa, por ejemplo, perciba como indiferentemente iguales un montón de objetos que, luego, colocados sobre una balanza cualquiera se perciben ya con destacadas diferencias!

Con las personas sucede lo mismo: un montón de gente apilonada a lo lejos fácilmente nos parece uniformemente indiferente e igual, pero luego si los tratamos de forma personal cambia por completo nuestra percepción de ellos y por tanto, nuestro trato ¡Y otra persona que tratara con ellos igual haría una valoración distinta!

Percepción, igualdad y azar

Es evidente que si el mundo fuera inteligente hasta la médula y todo, sin menoscabo, tuviera su valor predefinido y su razón de ser, entonces, el azar sólo indicaría nuestra ignorancia sobre el mundo ¡Y el mundo sería un ente perfectamente determinado! 

Sin embargo, al vivir en un mundo tosco, ciego y asalvajado, vemos como todo aquello que es percibido como indiferentemente igual por un sistema, significa que tal sistema no lo puede discriminar, de modo que no es posible que el sistema "elija y seleccione racionalmente" una cosa u otra cuando se le pide que escoja una cosa tras de otra, dado que las percibe idénticas ¡Tanto le da tomar una que otra! Entonces, observamos que al cambiar de sistema y tomar uno de "más sensible", capaz ya sí de distinguir de algún modo como diferentes los objetos que el anterior tomaba por iguales, la serie de cosas que ahora este segundo sistema tiene delante la percibe como siguiendo una distribución aleatoria sin más. ¿Acaso podría ser de otro modo? 

Visto así cabe entender el azar como una acción física perfectamente legítima y real, fruto, simplemente del mundo tosco, ciego y salvaje en el que muchos sistemas son incapaces de escoger y seleccionar racionalmente entre cuento perciben, mientras que luego otros sistemas más sensibles sí lo distinguen y  con razón les sabe a una selección aleatoria y caprichosa, trivial y sin sentido. El azar es un choque entre  distintas sensibilidades, entre distintos umbrales de percepción, y ninguno de ellos propiamente "el cierto".

Pura democracia

Si se impusiera la democracia pura y dura, basada en el igualitarismo más tiránico y estúpido entre toda la ciudadanía entonces las nociones de selección, elección, oposición, meritocracia para distribuir cualquier cargo, trabajo, impuesto, subvención, relación social e interpersonal desaparecerían, puesto que todo eso se haría bajo el más estricto sorteo aleatorio. 

El azar es, como ya lo entendieron en Atenas, la única forma de tratar a todo individuo como igual y bajo las mismas condiciones sin cometer injusticias, sin discriminar ni dar ventajas de ningún tipo a nadie.

Pero no fue raro que el imperio Ateniense se desplomara tan rápido, pues parece que toda organización y forma de vida tiende a desarrollar sistemas perceptivos y de selección apropiadamente sofisticados, sensibles y por ello, de algún modo capaces de mostrar "decisiones" óptimas y racionalizables que le permitan prosperar ante los inciertos avatares de la vida.

Creación de sistemas de percepción y selección

Llevan a que una organización humana prospere o se vaya a pique ¡O cualquier organismo vivo! Como ocurre con las personas que sufren enfermedades autoinmunes, o las sociedades que terminan seleccionando para cargos principales de su organización a quienes, precisamente, siembran y alimentan su propia destrucción sin que se alerte de ello.  

Fuente de sabiduría

¿Existe un sistema de percepción y selección fundamental del cual se derivan todos los demás? 

De algún modo Platón pensaba que sí, que había una forma de percibir las cosas para saber si son buenas o males por sí mismas ¡Mediante las ideas puras! Pero estaba reservada a los Dioses. 

Nosotros nos vemos impelidos, pues, a replantear todo esto y no caer nuevamente en el objetivismo contemplativo metafísico que cree en una razón del mundo. 

Medición y hacer mapas

La medición nos permite imaginar y elaborar un escenario simplificado, regulado y claro, y como tal comprensible para nosotros ¡Nos permite trazar un mapa! Y el mapa nos permite hacer marcas y símbolos con significado para nosotros que nos permiten orientarnos, y ello nos da pie a generar estrategias e imaginar situaciones, además de imprimir en nosotros la orgullosa y fascinante sensación de dominar y comprender el terreno que vamos marcando, midiendo y esquematizando.

Ay, qué fácil es que al final confundamos el terreno con el mapa, e incluso tomemos por real el mapa mientras juzgamos el terreno como una apariencia imperfecta de éste, como le ocurrió al joven Platón, y a muchos de sus seguidores.   

Pensar en las cosas

Nuestra dominadora y voraz, aunque voluble y escurridiza consciencia muchas veces suele desear objetivarlo todo, volviéndolo en algo comprensible para así manejarlo un poco, y no porque la realidad sea así de clara y compacta, objetiva y evidente ¡Qué le importa la realidad a nuestra consciencia! A ella sólo le interesa lo que puede comprender y asimilar de algún modo; y si para ello requiere de cocinar una pizca, o un montón, cuanto la afecta, altera y aturde para hacerla más sabrosa, lo hace sin escrúpulos ¡Y precisamente todo esto mismo es ya realidad! 

Límites del conocimiento

Siempre ponemos un nombre, una etiqueta, un símbolo, un valor, un concepto monstruoso, grotesco y fabuloso en donde ya no alcanza nuestra comprensión de las cosas ¡Es cómo un parche que precisa esconder nuestras lagunas y flaquezas! Pero gracias a tal artilugio podemos hablar de lo que no podemos hablar, pues nos sobrepasa. Un claro ejemplo lo tenemos con los antiguos mapas donde grifos, sirenas y bestias increíbles actuaban como los límites geográficos conocidos. Otro ejemplo lo encontramos con los filósofos, quienes plantaron como límites grotescos de nuestro conocimiento al Ser (Dios) y la Nada.

Objetivar lo salvaje

Nuestra mente entrecorta y despedaza, colorea y señala cuanto de salvaje le ataca y violenta y, luego, hace de tales recortes multicolores un conjunto de piezas de superficies lisas y policromadas que toma caprichosamente por ciertas, sólo, porque le saben claras, evidentes, significativas y, con ello, reconocibles ¡Como si fueran piezas de un enigmático puzle! Ahí tenemos los sucesos, hechos, objetos, cuerpos, ondulaciones, sistemas y, en fin, toda clase de apreciaciones más o menos bien definidas y comprensibles.  

La base del conocimiento

Quizás Platón tuviera algo de razón cuando se aventuró a decir que el conocimiento, en esencia, no es más que un recordar; si tomamos el recordar como un reconocer. 

Son mil las evidencias psicológicas que parecen indicarnos que cuando experimentamos algo nuevo tendemos instintivamente a relacionarlo de algún modo con nuestros esquemas previos, nuestros prejuicios, y asunciones más enraizadas  ¡Y algunas veces vemos como bajo tales fuerzas cognitivas de digestión comprensiva se rompen nuestros esquemas más antiguos y dominadores! 

En definitiva, manipulamos  y alteramos lo nuevo, raro y asalvajado mediante nuestras estructuras e ideas adquiridas para reconocerlo a fin de empezarlo a integrar y asimilarlo ¡Para que termine formando parte de nosotros de algún modo! Así pues, a través de nuevas ideas y nuevos escenarios vamos reestructurando, de hecho, nuestra propia comprensión de las cosas y, con ella, nuestras creencias. 

Visto así, pues, parece ser que conocer sabe a una actividad puramente biológica: un triturar, digerir y asimilar lo ajeno a nuestro modo y según nuestras fuerzas psíquicas. Y ello sí es bastante antiplatónico; pues el escenario que terminamos concibiendo dice mucho, muchísimo de nosotros; de nuestras tradiciones cognitivas, de nuestra sensibilidad y potencia intelectual -de nuestras confianzas y desconfianzas.

El mundo de hechos

A raíz de la artimaña de la objetivación desde antaño ha surgido una fe y un deseo profundo de intentar encajar todas estas piezas superficiales, reconocibles y policromadas que se inventa nuestra consciencia al presuponer que de por sí encajan y creyendo, con ello, resolver el puzle de la existencia. 

Sin embargo, la vida no es un puzle más que para nuestra torpe consciencia, que al intentar clarificarlo y reconocerlo todo con suma facilidad suele, entonces, oscurecerlo, disfrazarlo y complicarlo. 

Hipostasiar

Deleita el escuchar y leer con detenimiento lo que la gente cuenta sobre la vida, y con ello apreciar como crea constante e instintivamente escenarios imaginarios, algunos de los cuales termina tomando arbitrariamente por real. Una de las estrategias más comunes empleadas en la génesis de tales escenarios mentales es la hipóstasis: introducir objetos o sustancias imaginarias, por abstractas, que expliquen y den razón de lo experimentado. La misma idea de mente, y que yo mismo empleo por ejemplo, es una de tales hipostasis; como bien se aprecia claramente ya en Descartes. O cualquier Dios, ideado e introducido  para explicar la causa y el porqué de un fenómeno, como el rayo por ejemplo ¡O del universo entero!

Así pues, hoy tenemos una nueva diversión intelectual: el juego de destacar como nuestro conocimiento, lejos de pretender ser un fiel reflejo de una supuesta realidad prexistente, emerge de las lagunas de nuestra ignorancia como pura mitología, como una obra teatral, como un relato hilvanado de hipostasis. Por ejemplo, nos fascina apreciar como nociones aparentemente tan reales y palpables, como partícula, sistema, fuerza, velocidad, de repente pueden ser valoradas y tratadas como meras hipóstasis: ficciones, representaciones y abstracciones introducidas, quizás involuntariamente, a fin de dar sentido, compactación y consistencia a nuestras medidas y sus relatos.

Una de las últimas hipóstasis que acabo de escuchar, sacándome una sonrisa algo malévola vale confesar, es la de echar las culpas de todos los males de nuestros días al "capitalismo"; pues no he podido evitar pensar:  ¿será esta lucha contra el capitalismo que tantos quieren avivar una lucha contra nuestros propios fantasmas?

 El origen de todas las cosas

Llamamos causa al su supuesto origen de las cosas, mientras suponemos que su origen determina, condiciona y obliga a que las cosas terminen siendo como son. 

Acción y reacción

Usamos la noción de causa para explicar que existe una continuidad imaginaria, o un nexo secreto y oculto, entre dos situaciones distintas, y como tales separadas; una de las cuales, precisamente, se identifica como el origen que determina que la otra sea tal y como apreciamos que es. Y a esta última apreciación la llamamos "efecto", "producto", "reacción", "respuesta", "consecuencia", etc. 

Causa y fuerza

La noción de causa se concibe, siempre, como una fuerza o poder: se ve la causa como una "fuerza" capaz de  generar una reacción concreta y determinada. Es decir, la causa se ve y comprende como un regulador y generador de comportamientos, y por consiguiente como un principio ético de la realidad.

El mundo de las fuerzas como mundo mecánico

Concebir la realidad de forma causal es concebirla como un mundo de fuerzas que producen "reacciones o consecuencias", es decir, es concebir la vida como si fuera una máquina que produce las cosas para las cuales se ha preparado. 

Introducción de la intención al interpretar los acontecimientos

Con el tiempo la idea de causalidad fue creciendo y volviéndose más compleja, y llegó un momento que se le introdujo de forma fantasiosa la noción de intención o voluntad en su propio seno. Es decir, al apreciar como una fuerza genera una reacción concreta, y no otra, se imaginó entonces que existiría una intención o un deseo oculto en la propia fuerza para generar esa reacción concreta y no otra cualquiera ¡Así se explicaba con mayor énfasis el lazo de fuerza que habría entre un suceso y sus consecuencias! Pero simplemente era una tosca manera de humanizar los sucesos y acciones al tratarlos como si fueran seres humanos que se mueven por deseos e intenciones ¡Sí, mucha literatura y teatrillo hay en las explicaciones mecanicistas del mundo!

De tal guisa, pues, se llegó a pensar que la propia causa de un efecto estaba dirigida y dominada por una causalidad interior aún más profunda, por así decirlo, de modo que la razón de fondo por la que una acción diera una reacción concreta, y no otra, era fruto de un deseo oculto, una voluntad interior, una secreta intención, o incluso de cierta necesidad trascendental de la propia acción. 

Bajo tan supersticiosa, antropomórfica e imaginativa forma de interpretar los acontecimientos y sucesos se han articulado las éticas, literaturas y políticas modernas e ilustradas. La ética de Kant es un ejemplo palmario de semejante superstición, al basar su juicio ético no en valorar las acciones y sus consecuencias, sino al basar el juicio en las supuestas intenciones de la acción: en si la acción surge de una "buena voluntad" dice el alemán

Visión antropomórfica del universo

No podemos dejar de hacernos una visión antropomórfica y propia de la vida, humanizándola con nuestros pensamientos. A fin de cuentas, toda visión, cualquier teoría y explicación no deja de ser un hijo nuestro. 

De pronto, cabe preguntarnos: ¿Acaso vemos el universo y la vida según como nos veamos a nosotros mismos? ¿Acaso les proyectamos a nuestras teorías nuestras propias expectativas, nuestras filias y fobias, nuestras fortalezas y decepciones, nuestros miedos y alegrías, como bien hacemos con nuestros hijos biológicos? Quizás, y sin embargo, como sucede con nuestros hijos, también nuestras visiones del mundo terminan labrándose su propio camino.

Visión retrospectiva de la causalidad

La edad moderna defendía que toda causa tiene, necesariamente, un efecto preciso y determinado ¡Y nunca otro! Así se pensaba que todo cuanto tenga un mismo origen debe comportarse de forma idéntica y mostrarse, entonces, como una repetición o copia exacta. Ello aseguraba que se cumpliera la siguiente premisa: que todas las acciones iguales deben de generar necesariamente la misma reacción. 

Sin embargo, los griegos no pensaban igual; muchos de ellos defendieron que de un mismo origen o fuerza podían aparecer elementos y efectos diferentes ¡Incluso contradictorios y opuestos entre sí! 

Causalidad, milagro y azar

Son los tres conceptos más importantes creados por la inteligencia occidental a fin de establecer algún tipo de relación de contigüidad o de nexo entre dos sucesos o apreciaciones diferentes, e intentar mostrar con ello una visión coherente de la realidad ¡Sin contradicciones ni paradojas!

La causalidad se ha concebido como un nexo tiránico, inquebrantable e insobornable entre dos sucesos distintos y regulado, precisamente, por la naturaleza del suceso original. En este sentido, dado un suceso original siempre se espera un suceso final concreto y determinado ¡Al ejercer una fuerza se espera una respuesta determinada, necesaria y precisa! En esta visión estrictamente mecanicista no hay libertad, ni elección, ni opciones a barajar; se concibe un mundo donde todo cuanto ocurre anda sujeto y bien atado a las fuerzas que actúan en él ¡Y nada más! 

El milagro se ha concebido como la intromisión de una fuerza o poder superior sobre el supuesto nexo causal que habría entre los sucesos. Esta intromisión implica, entonces, que un suceso ya no depende directamente de su causalidad habitual o natural, sino de este poder superior que se ha introducido; con lo cual el suceso se ata a él y lo obedece ciegamente. 

El azar se concibe de formas diversas, pero la idea de fondo es: al observar una fuerza no está claro qué reacción provocará, con lo cual el destino se nos muestra como un inmenso interrogante. 

Clasificación de las causas

Quizás sea muy arbitrario afirmar que de un mismo origen tenga que aparecer, siempre, una misma consecuencia, es decir, igual sea una mera exigencia, una definición que si bien nos ha resultado útil muchas veces como tal no sea ni cierta ni falsa, sólo orientativa y práctica para articular un cierto relato. 

En tal sentido, si apreciamos dos sucesos iguales, por definición, les buscamos un mismo origen común. ¡Y muchas veces satisfacemos de algún modo tal búsqueda! ¡Y otras tantas veces, si no lo encontramos, nos inventamos la causa común para entonces satisfacerla! Y si vemos dos sucesos diferentes, por definición, entonces les buscamos orígenes diferentes. 

O al revés, si vemos dos sucesos iguales los consideramos un mismo origen y les buscamos un mismo efecto. Y Si dos sucesos nos parecen diferentes los consideramos dos orígenes diferentes capaces de generar efectos distintos, con lo cual buscamos dos sucesos diferentes. 

Causalidad y percepción

Nuestra ciencia se ha desarrollado generando relatos deterministas, causales, sumamente inteligentes; como los que trabajaba Poincaré, por ejemplo, sobre sistemas estables o caóticos. 

Lo cierto es que, aunque el mundo sea tosco y asalvajado, siempre es posible intentar vestirlo un poco y ponerlo guapo con estos modelos preciosos, delicados y fascinantes. Simplemente hay que tomarle un poco las medidas y probar, luego, como el muy torpe baila con ellos. Y sí, no pocas veces el monstruo los revienta mientras se ríe a lo tonto.

Un ejemplo sorprendente de ello: desde la década de los años 60 se han propuesto 24 modelos climáticos distintos y todos han fallados en sus predicciones de forma grotesca. 

Instinto racional

Desde que pequeños se nos despierta el irracional instinto racional y empezamos a preguntarnos sobre el porqué de todo cuanto vemos, escuchamos y experimentamos. Este instinto, ciego y salvaje, exige que todo tiene que tener un origen, una causa y una explicación. De hecho, no hay distinción entre los tres conceptos. 

En algunos niños este instinto racional se vuelve tan salvaje, hambriento y feroz que parecen la viva imagen de Sócrates ¡Y nadie los aguanta, pobrecillos! 

Saciar el instinto racional

Como sucede con todos los instintos humanos, también el racional se calma cuando se sacia; y se sacia cuando obtiene una respuesta que le satisface. Y, ¿cómo logra satisfacerlo? Son muchas las diferentes dietas racionales que toma la gente para saciar tales instintos.

Satisfacción racional

Qué fácil es satisfacer el deseo de saber de un niño: dándole cualquier razón se sacia. Y siendo honestos: con la mayoría de adultos no es tan diferente.

Querer una razón

Para la mayoría de la población resulta insoportable no poder calmar su inquietud y desasosiego racional; cuando están cabreados o quieren fuego o que les den una explicación ¡La que sea! 

La razón ya como calmante ya como exaltante

La razón es un instinto poderoso, ciego, brutal. Por un lado permite dar explicaciones que apaciguan las inquietudes y desazones de la gente, dando pie a que acepten contentas las situaciones al desarticular discusiones y por tanto, desencuentros. Pero por otro pueden ser la mecha que enciende toda revolución, o cambio de poder, al presentar y alentar explicaciones "disidentes" que enloquecen a las gentes.

Razones a nuestra medida

Cuenta Nietzsche como damos explicaciones de las cosas a nuestra medida: para el financiero todo se reduce a causas económicas, para el político a causas sociales, para el idealista a causa metafísicas, para el militar a causas geoestratégicas, para el físico a causas medibles, para el moralista a causas éticas, etc...

Inversión del causa-efecto

Cuanta también Nietzsche que la mayor perversión de la razón consiste en invertir el causa-efecto y tomar los efectos por causas. Añade que esta forma pervertida de pensar es la que han fomentado todos los relatos religiosos, metafísicos e idealistas de los últimos 2000 años, y pone como ejemplo palmario la máxima, "Dios creó el hombre".

¿Causas o correlaciones?

La aportación más importante de Hume fue el destacar que el pensamiento materialista moderno adolece de una falacia lógica capital: el post hoc propter hoc. En efecto, toma sucesos correlativos como si estos tuvieran, realmente, un nexo mágico y secreto que los uniese obligándoles a actuar de una forma y no otra. Y en este punto es difícil rebatir a Hume, pero también resulta difícil aceptarlo sin más.

Galileo contra la causalidad

Galileo ya criticó la causalidad más burda, la de las voluntades e intenciones ejercidas por entidades imaginarias, con dureza y no en vano se limitó a desarrollar la cinemática, es decir la matematización del movimiento, o del cambio que apreciamos en las propiedades espacioemporales de los cuerpos. 

El florentino se negó a desarrollar una dinámica al destacar lo absurdo de discutir por las supuestas e imaginarias intenciones que tendrían los movimientos y cambios de los cuerpos.

Galileo a favor de la causalidad

Ver o imaginar repeticiones, patrones, relaciones harmoniosas, formas previsibles en el comportamiento de las cosas es una singularidad de la inteligencia racional humana, la cual nos permite soñar con poseer cierto don para la providencia, la predicción y el descubrimiento de mundos inaprensibles. A tales patrones comprensibles, trayectorias y formas ordenadas las llamamos, si recordamos a Platón por ejemplo, "la causa de lo que vemos", al considerar que lo explica de forma efectiva y previsible. 

Galileo creía en este tipo de causalidad platónica y la empleó en sus estudios, por ejemplo, al determinar que la caída libre de un cuerpo, así como la oscilación de un péndulo, no podían responder a su peso ni al material que lo constituían, porque pensar que sí, tal y como defendía Aristóteles en sus textos por ejemplo, nos lleva a una contradicción lógica y con razón, deducimos que resulta imposible. Por consiguiente, razona el toscano, la idea que regula el comportamiento cinemático de la caída libre de los cuerpos es que esta sólo depende de la altura, y que seguirá una aceleración constante. Nada más. 

En fin, Galileo siempre defendió la visión platónica de la existencia: que existen relaciones armoniosas ocultas entre los movimientos de los cuerpos que sólo nuestra alma inteligente es capaz de sacar a la luz para el goce contemplativo de la humanidad. Y que estas relaciones cinéticas armonías ocultas son la causa de cuanto medimos... Así nacían las leyes universales de la naturaleza. 

La dinámica de Newton I

De algún modo podemos aventurarnos a decir que Newton no creó realmente ninguna dinámica, sino que desarrolló más bien una cinemática sintética, por así decirlo ¡Entendió mejor que Galileo lo que defendía el toscano! Y eso fue gracias a la metafísica de Descartes.

Si repasamos con atención vemos como en su famosa dinámica no hay ni una sola causa, como sí la hay en la dinámica aristotélica por ejemplo ¡O en las metafísicas medievales con sus humores y poderes ocultos haciendo cosas! De ahí su famosa frase "hipotesis non fingo". 

En el trabajo del inglés sólo hay formas de calcular movimientos de los cuerpos, cantidad de movimiento y relaciones o síntesis entre dichas magnitudes. Y precisamente termina llamando fuerzas, energías y potencias a ciertas cantidades de movimiento de los cuerpos. Hecho que le permitió llamar dinámica a su cálculo de movimientos.

La dinámica de Newton II

Newton entendió que le bastaba con distinguir y clasificar los movimientos de los cuerpos en dos tipos: los acelerados y los no acelerados. A los primeros los llamo dinámicos y a los segundos inerciales. Y de los trabajos sobre choques elásticos e inelásticos entendió, en esencia, dos cosas:

-que los movimientos inerciales los podemos tratar como "reales, propios o autónomos", dado que conservan siempre ciertas propiedades o características cinéticas. En particular, siempre conservan  el movimiento: Si están parados siguen parados; si tienen tienen una velocidad siguen con esa velocidad.  Y este dato le llevó a fantasear con la idea de que sobre ellos no actúan "fuerzas", de modo que se estipuló que su comportamiento se muestra como algo intrínseco, predeterminado, siempre igual, y por tanto, como si siguiese, necesariamente, una ley universal inquebrantable. 

-que los movimientos acelerados o dinámicos son aquellos que no conservan ciertas características cinéticas, ya sea porque las ganan ya porque las pierden. Por ejemplo, de estar parados adquieren una velocidad, o de llevar una velocidad igual van parando. Y este dato le llevó a fantasear con la idea de que sobre ellos sí actúan "fuerzas", con lo cual estos sistemas no serían libres ni autónomos, sino que su comportamiento dependería del entorno y las condiciones que les afectasen y por tanto, parecerían seguir leyes ficticias o aparentes. Un ejemplo sería la fuerza centrípeta o la de coriolis. 

Ética Kantiana 

Se fundamenta sobre la dinámica newtoniana para definir qué es ser libre, autónomo, digno y con ello ético, ¡y qué no! La premisa ética fundamental, para Kant, sería intentar actuar siempre cómo si no existieran fuerzas ni causas que nos afectasen y condicionaran, de modo que nuestro comportamiento surgiese de nosotros mismos como causa única de forma espontánea, predeterminada y como siguiendo una ley universal. Sin embargo, el alemán lo explica con un lenguaje innecesariamente pomposo y escolástico.

Lo inercial

Desde los griegos la idea de inercial se ha rodeado de un halo de luz y espiritualidad ¡Ha marcado el horizonte entre lo divino y lo terrenal! 

La idea de llegar a ser uno mismo, de actuar de forma espontánea, como actuando como si fuéramos un primer motor y una ley eterna ¡Y que esto fuera la base de toda la física occidental! Menudo misterio tenemos aquí plantado; y qué delicado resulta el tenerlo que interpretar y tratar. 

Kant contra Hume

En general Kant dice que Hume tiene razón en todo, pero sólo de forma superficial y aparente; tanto a nivel epistemológico como ético. ¿Por qué? Por qué Kant sabe mucho más de física que Hume. Kant es un físico especulativo de primer nivel, cómo lo demostró de joven al plantear la hipótesis del origen nebular del sistema solar. 

Kant sabe que la esencia de la física moderna, desde Galileo, es eminentemente especulativa y que por tanto, no se reduce exclusivamente a las burdas y siempre limitadas apreciaciones empíricas, como planteaba el inglés, sino que las apreciaciones empíricas sólo son preliminares y orientativas, con lo cual el verdadero impulso científico es fruto, siempre, de la especulación racional; lo que él llama con ese deje académico insoportable "los juicios sintéticos a priori".

En resumen, Kant reprocha educadamente a Hume de no tener ni idea de como se genera la ciencia si defiende que las leyes físicas se sacan de una simple y tosca inducción, y no de lo que Einstein, años más tarde, llamó "un experimento mental", que es la base de todo el razonamiento físico moderno des Galileo ¡Por qué Galileo se pasa su obra haciendo experimentos mentales y especulativos sobre cuanto pretende estudiar a fondo! Mientras emplea las medidas empíricas como meras guías y orientadoras para corroborarlas o descartarlas, o ya luego, ajustarlas.  

Dinámica de Poincaré

Poincaré destacó que toda la dinámica Newtoniana, basada en la clasificación arbitraria de los movimientos entre inerciales y acelerados, no es real, sino fruto del convenio y la comodidad del observador. Esto lo demostró mediante su famoso "grupo de Poincaré", sobre el cual se articula la teoría especial de la relatividad.  

Por tanto, con el francés el comportamiento de un objeto depende de la perspectiva que se tome para observarlo: desde un cierto punto de vista su comportamiento puede parecer inercial, libre, autónomo ¡Y desde otro acelerado y afectado por fuerzas! ¿Cuál sería el real? Ninguno de los dos, dado que ambos serían meros convenios o expresiones de sus relaciones espacio-temporales relativas entre sí y el observador. 

La idea feliz de Einstein, fundamento de su dinámica

A raíz de la dinámica de Poincaré Einstein se dio cuenta de que la caía libre de un cuerpo, que desde Galileo aprendimos a apreciar como siempre acelerada, puede considerarse como un movimiento perfectamente inercial si tomamos al propio objeto desde su propio punto de vista, y nos olvidamos "del suelo" como referencia. Es decir, si acotamos su entorno al espacio por donde se mueve ¡Y sin ninguna otra referencia más! 

A semejante cambio de perspectiva el genio suizo lo llamó: "principio de equivalencia"; y lo ejemplificó con la idea de que si estamos en caída libre encerrados dentro de un ascensor a miles de kilómetros de altura, con lo cual no podemos ver nada que esté fuera del ascensor, entonces sólo nos veremos a nosotros mismos como flotando y como si ninguna fuerza actuara sobre nosotros y los objetos inmediatos que nos rodean. 

Mediante el principio de equivalencia, pues, Einstein se atrevió a definir cualquier movimiento del universo como perfectamente inercial; siempre y cuando acotemos lo suficiente su entorno local. 

La visión del mundo de Einstein

De la feliz idea de definir el movimiento de cualquier objeto como en esencia inercial Einstein, entonces, concluyó que lo que se mueve en el universo no son los propios objetos físicos, sino el mismísimo espacio-tiempo respecto a la luz. En otras palabras, los objetos no se mueven, ni chocan ni cambian realmente, sino lo que cambia es la relación medible usando reglas (espacio) y relojes (tiempo) entre los objetos respecto a la transmisión lumínica ¡O el "cono de luz" que los envuelve creando la ilusión de causalidad y fuerzas dinámicas entre ellos! Hecho es que para la relatividad general la fuerza de la gravedad ya no existe. 

Visto así, la idea de dinámica o de "causa del movimiento" va disolviéndose aún más, mientras el movimiento o choque de cuerpos y objetos físicos pasa a juzgarse como un fenómeno muy particular y, sobre todo, aparente e ilusorio fruto del hecho de no acotar lo suficiente su entorno y verlo sólo dentro de su propio cono de luz. 

Al final, Einstein quiso llevar tan lejos semejante pensamiento que terminó visualizando la existencia como si fuera el Ser de Parménides: un único campo  cuadridimensional (espaciotemporal) perfectay completamente predeterminado y recluido en sí mismo como por sus límites, siendo completamente homogéneo, indiferente, uniforme, y donde, desde una perspectiva eterna, no ocurre realmente nada ni hay realmente nada más que el propio campo.  

Idealismo einsteniano

Einstein llevó la física hasta el idealismo racional más extremo y radical ¡Hasta visualizar la existencia como si fuera una inmensa tautología que se verifica a sí misma por sí misma y en sí misma!

Einstein el último de los modernos

Fue el último de los grandes filósofos modernos, y quizás el más imaginativo y potente de todos esos viejos racionalistas amantes del ideal metafísico que han surgido y construido occidente. A partir de él, poco a poco, empieza otra historia, aunque a trompicones. Y digo a trompicones porqué aún quedan racionalistas que aspiran a un ideal como el que él soñó, así Michio Kaku, entre otros.

Futuro del azar

La idea de azar es uno de los conceptos que irá creciendo y tomando más cuerpo en los próximos siglos.

¿Existe el azar?

La causalidad y el azar son ideas nuestras, nociones a través de las cuales construimos nuestros escenarios dentro los cuales "vemos", "vivimos" y "comprendemos" una realidad. No se trata de si existen o no, sino de si las usamos y de qué modo y qué nos permiten hacer ¡Y hacia donde nos llevan!


 





 



    


  



  

 







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