Llevamos ya mucho tiempo sin cruzarnos palabra con la Verdad. Sigue enfada y me toma por idiota; no aguanta escuchar que afirme en su presencia, "la verdad no existe".
Pero ha llegado el verano y cuando el sol se acuesta, rojo de vino, salgo al jardín de flores violetas donde el airecillo que llega del mar les hurta a escondidas ese perfume suyo de cenicienta; dulce, alegre y fresco hasta medianoche.
Paseo descalzo sobre la hierba con mi arpa de cuerdas tensadas, mientras escucho un susurro leve y lejano: -Estoy aquí-. Viene del cielo y es la luna, adormilada, que se despierta entre las vistosas sábanas del crepúsculo en busca de sus estrellas cercanas.
A la luna nunca le hago mucho caso, la miro y poco más. Es bonita, sobre todo cuando anda con sus amigas ¡Pero no se han cantado mentiras bajo la tenue y vanidosa luz de la luna! Sí, a veces me he aprovechado de sus hechizos melancólicos para tocar mis canciones; suerte que tiene poca memoria, raramente le dura más de un mes ¡Cuántas cosas me echaría en cara! Pero, ¿por qué hoy se ha levantado tan temprano la muy holgazana?
Mientras me extraño veo las golondrinas planear con sus chillidos hacia el estanque para un último sorbo, ahora que el calor se desvanece; y hacia allí me dirijo: hacia el estanque de hojas de loto.
Al estirarme en el banco y sacar del regazo mi arpa de cuerdas tensadas veo, para sorpresa mía, a la Verdad entre el verde loto. Se baña rodeada de pececillos de colores. Alguno salta contento -Vaya, vaya- Murmuro. Y mirando a la luna, que bosteza, sonrío.
Empiezo con una sonata improvisada al ritmo de la brisa violeta que por el jardín revolotea. De mientras, la luna aún sigue remolona entre sus sábanas celestes y la Verdad escondiéndose entre los pececillos y las hojas verdes de loto ¡Cómo si no escuchase el ocioso sonido de mi alma!
Pero después de unos compases la Verdad sale, altiva y orgullosa, del estanque volteada por una toalla de rayas amarillas y blancas. Sigo con el arpa de cuerdas tensadas improvisando mi vespertino canto . Y al tiempo que se escurre el pelo se acerca hasta mi banco, se planta, y con voz seca y solemne: -Mi amiga, la Ciencia, me ha pedido que te diga que la dejes tranquila. Que eres muy pesado-
La respondo en un tono suave y despreocupado: -¿Te gusta esta canción?- Al instante las notas, como pompas de jabón, vuelven a danzar por el jardín; pero ella rompe algo molesta -Claro, Beethoveen-. Con lo que le contesto sin atender a su rudeza: -Se la toco a mi vieja amiga, la luna, que le gusta mucho-
-¿Siempre tienes que ignorarme y tratarme como si fuera "nada"?- Suelta por fin agreste, como sacándose una vieja espina clavada.
Paro de tocar y dejo el arpa recostada en el banco con suavidad; tomo aire y la miro a los ojos. La luna, sí, la luna, nos escucha despierta y redonda:
-Ya tienes a otros que te tratan como una reina-
Ella replica: -Deja a los otros, lo tuyo es injusto, falso e intolerable. ¿Qué té he hecho?-
Rompo a reír: -¿Me estás diciendo que estoy equivocado? ¿Que tú, la Verdad, no eres una gran mentira?-
-Pues aquí me tienes- Se impone.
Me incorporo: -Te he visto mentir 100 veces con tus maquillajes, vestidos de luces y fantasías para que los ebrios de amor te pagaran la fiesta. Y lo confieso, más de una risa me sacaste al comprender cómo jugaste con ellos. Así pues, ¿cómo quieres que te tome en serio? Muchos te han amado, y con locura, pero, ¿tú has amado?. Muchos te han seguido a dondequiera los llevases, y los desplumabas ladronzuela -
De repente ella rompe su mirada de hielo para esbozar una media sonrisa, a Gioconda, que aprovecho para lanzar una burla final: -Si ya ni te acuerdas de cuantos pobres diablos se han partido la cara por ti- Entonces nuestras miradas se calmaron, balanceadas, como si se abrazasen.
-Cena conmigo- Zanjo el tema, mientras me levanto y guardo mi arpa de cuerdas tensadas bajo el brazo - Y me cuentas tus mentiras y fantasías-
-Pero si yo no miento ¡Soy la verdad!- Me suelta decidida.
La miro con picardía, pero sin contestarla y la recojo de la mano mientras me pongo andar: -Tengo un regalo que te encantará ¡Ya verás!- Y por instinto inquiere -¿Qué regalo?- Mas, la dejo en suspense: -No, nada, pero te encantará. Ven-
Llegamos a mi terraza, cubierta de velas, donde ya estaba parada la mesa; la luna había corrido la voz de que ambos cenábamos juntos y las estrellas se apresuraron en disponerla.
-Antes de sentarte- Le ordeno con voz calmada -espera, que voy a por tu regalo- Entro dentro, pero en dos minutos salgo de nuevo. La Verdad ya había trapicheado con todo cuanto había en la terraza ¡Qué curiosa la chica!
-¡Caramba!- Chista la curiosa con ojos chispeantes al darle el presente -Me encanta este vestido; el tallo, los colores, estas piedrecitas ¡Qué monas! ¡A ver cómo me queda!- Y le muestro una puerta para que se vaya a probarlo. Mientras tanto, me siento en la mesa, me pongo agua fresca y clara, que bebo con fruición mientras disfruto de como el crepúsculo por fin se desvanece tras las lejanas colinas. Miro de nuevo a la luna y ella también me mira, pero se calla.
De repente la Verdad sale bailando; qué guapa y radiante se siente con ese vestido de perlas negras y piedras preciosas -Me queda bien, eh- Suelta engreída. Pero sólo asiento, mientras le lleno la copa de un espumoso que sin dilación prueba y repite con dos sorbos más.
-¿Sabes qué me ha gustado siempre de ti?- Le confieso medio en broma; pero me corta pizpireta -Ves, en el fondo, siempre te he gustado- Y se toma otro sorbo de espumoso -Pues eso mismo, guapa, me gustaba que te pensaras que me gustabas- Y después de un breve silencio -Y qué, ¿no te gusto?- Me provoca riendo, mientras reconduzco la conversación -No, veamos, de ti siempre me ha gustado lo bien que te quedan los vestidos que te regalan. Incluso aquellos que me parecían feos te hacían...- Y levantando levemente la copa -Vaya, así que sólo te fijabas en mis modelitos- Y asintiendo con la cabeza voy a la pregunta que me inquieta: -Pero luego, ¿qué haces con los vestidos? ¿Los guardas?-
Al momento nos trajeron el primer y único plato: para mí un salteado de notas musicales con salsa de luces y colores; para ella una sopa fresca de cuentos de hadas con destellos del atardecer. Entonces , prosiguió: -Al final, los vestidos que me regalan los doy a mi amiga, la Ciencia-
Y sorprendido le inquieto: -Pues si lo sé ya le regalo el vestido directo a ella-
-No, éste me lo quedo- Asegura.
-¿De verdad? ¿Por qué?- Me extraño.
-Me queda demasiado bien- Y mirándose el vestido con complacencia -Ella aquí no entra, y si entrara no se podría ni mover- Se ríe.
-Bueno, en realidad tengo otro para la Ciencia- Le confieso, mientras le relleno la copa de espumoso.
-Pero si la Ciencia no quiere saber nada de ti- Me recuerda imperativa.
-Eso lo dices tú, que de seguro llevas tiempo hablándole mal de mí- Le interrogo.
-Un poco. Pero te lo mereces- Y bajo una mueca de autoaprobación sorbe de nuevo la copa de espumoso.
-Vaya, tienes a tu amiga comiendo de la palma de la mano ¡Cómo un pajarillo! Pobrecilla, qué lástima... Ves, por eso mismo siempre le doy charla- Me sincero.
-A ver si en el fondo vas a tener buen corazón- Me ríe irónica.
-En realidad- Aclaro -Me hace gracia ver su cara de jaque. Que tú y yo ni nos miremos y le vaya directo a darle charla la deja patidifusa-
En ese preciso instante la luna se puso a jugatear con una nube y las velas tintinearon como riéndose, mientras tanto, nosotros nos terminamos el primer y único plato de la noche; delicioso y ligero como una mentirijilla.
Al levantarme de la mesa no me pude resistir avanzar hacia su lado, y rogándole con la mano ella se puso también de pie, mientras su pelo se asentaba sobre sus hombros brillantes:
-Mira la luna, allí arriba- Le digo alzando la vista -Déjala que vea cómo te queda el vestido- Le susurro atrás de cuello, mientras la abrazo por la cadera y con un breve movimiento la invito a un baile alrededor de esas velas musicales, que como fragancias, nos voltean. Y mientras bailamos, nos cuchicheamos y reímos hasta olvidarnos de lo idiota que yo era y la arrogancia altiva de ella.
Pero, poco a poco, la brisa cenicienta olor a violetas fue decayendo hasta que, a lo lejos, se escucharon, metálicas, 12 campanadas -¿Son las doce ya?- Se alteró -¡Mi amiga, la Ciencia, me está esperando!
Mientras ella se alborotaba por la hora girándose aquí y allá: -Me lo he pasado genial... Y no eres tan idiota como pensaba- Carcajeó dicharachera mientras buscaba la toalla de rayas amarillas y blancas.
Confieso violentarme por cortar la velada de sopetón. Así, sin más. Y que se largase dejándome ahí, a la luz de la luna que se reía de mí. A punto estuve de agarrarla del brazo. Pero luego recordé esa vieja máxima: "cuando una mujer se va, quiere ser perseguida".
Sin estar aún lista para marcharse, paró y me inspeccionó: -¿Oye, no te molesta que me vaya?- Me lo tuve que pensar sólo un segundo: -No, mejor. Si te hubieras quedado hasta el amanecer mañana ya te habría olvidado- Se ruborizó por un instante; pero sin dejar que reaccionara me giré para cruzar la puerta y regresar con su toalla de rayas amarillas y blancas.
-Sabes- Me soltó mientras la acompañaba hacia la salida -Con la Ciencia saldremos a tomar una copa- Esperó un instante...
-Seguro que os lo pasareis de cine- Le contesté cordial y desinteresado, que molesta más.
-Sí, habrá mucha gente y quizás me reglen otro vestido- Me tantea descarada, mientras se acaricia el pelo con sus largos dedos.
-Pues harás feliz a tu amiga, la Ciencia- Suelto irónico.
-Bueno, igual también me lo quedo y así habré ganado hoy dos- Pero le replico atrapando su ojos: -Igual sí, aunque dudo mucho de que encuentres otro con el mismo tejido-
Entonces, ambos tocamos la tela del vestido, que de golpe transmutó de color, apariencia y textura. Ella exclamó -¡Increíble, es un "panta rei"!- Abrí la puerta -Sí, lo es- Y en ese instante le robé un beso.
-Que sepas que seguiré hablándole mal de ti a mi amiga- Se despidió escurridiza.
-No esperaba menos de ti, la verdad- Y risueño cerré la puerta.
Solo y pensativo bajé al estanque de hojas de loto con mi arpa de cuerdas tensadas. Me recosté en el banco y mirando a la luna, que en medio de la noche se reflejaba en el agua como un espejo de plata, toqué una sonata improvisada mientras que, con la Verdad, soñaba.
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