La causalidad es el gran concepto científico. Sobre él hemos tejido nuestros relatos del conocimiento y por ende, de la existencia.
La mayoría de pensadores han dado por hecho que la causalidad existe sin más. Algunos han considerado que existe más allá de la mente humana (los dogmáticos) y otros, como Kant, creían que existía como condición trascendental del pensamiento mismo.
Pero han habido dos pensadores particulares que no se creyeron mucho esta noción. En consecuencia, la diseccionaron, estudiaron y analizaron con resultados sorprendentes.
Hume es uno de ellos. Y con su crítica cae el dogmatismo occidental.
El otro es Nietzsche. En su "Crepúsculo de los Ídolos" nos muestra como la causalidad ha servido como error cognitivo fundamental para construir nuestra noción de realidad. Además de señalar los usos viciados que han hecho de ella tradicionalmente las religiones e ideologías.
Causalidad y ciencia
Creo que fue Carl Sagan en los años 70, un tipo intelectualmente algo mediocre, pero muy buen divulgador científico, quién pretendió distinguir las ciencias naturales de la filosofía afirmando que las primeras trataban de describir el "cómo" sucedían las cosas, mientras la filosofía trataba de explicar el "porqué" (las causas) de lo que sucedía mediante la fantasiosa metafísica.
Esta tesis, pero, no es cierta. Y no es cierta porque la mayoría de científicos no tienen claro qué es la metafísica; Carl Sagan el primero. De hecho la mayoría son metafísicos ingenuos -creen en la existencia de una realidad objetiva a la que podemos aproximarnos mediante algún método... el científico.
Siendo honestos, no cuesta nada apreciar cómo la ciencia sí busca y establece causas. Cuando a finales del s.XIX se prueba que el número de muertes en el parto baja radicalmente cuando las enfermeras y los médicos se limpian las manos justamente antes del parto, se establece la causa de la gran mortalidad histórica de los partos: la suciedad de las manos como causante de las infecciones.
De la causalidad
Aquí tenemos, a grosso modo, dos formas de interpretar a causalidad:
1) Una de metafísica: creyendo que realmente hay una causa responsable de que suceda o no suceda algo y que gracias a la ciencia la podemos descubrir.
2) Una de no metafísica: considerando la noción de causa un simple artilugio interpretativo (una ilusión abstracta) que nos da un cierto poder de acción, pero que no explica realmente nada esencial sobre lo "acaecido".
Lo que pretendo trabajar es esta segunda opción. A ver hasta dónde nos lleva.
Ya he comentado muchas veces que etimológica y históricamente la noción de "causa" es una noción estrictamente de poder. Los antiguos griegos, por ejemplo, la identificaban con la palabra "arkhé"; un término descaradamente de poder -el viejo sufijo preindoeuropeo "ar" es una expresión de poderío.
Primitivamente, pues, se fantaseaba con la idea de que el devenir (el mundo físico, llamado "physei") es, en el fondo, un teatro donde entidades sumamente poderosas interactúan entre sí. Lo representaban mediante la idea de los Dioses interactuando entre ellos. Y ciertamente, detrás del rayo veían a Zeus; como detrás de la atracción y pulsión sexual veían a Afrodita; o de las olas del mar a Poseidón. Sí, los griegos sin tales representaciones imaginarias eran incapaces de "ver" nada. ¿Hemos cambiado mucho? No, nosotros tampoco "vemos" nada sin nuestras representaciones imaginarias; que sí han cambiado respecto a las de los antiguos.
Seguramente la noción de causalidad tuvo su máxima expresión con el cristianismo: "verlo" todo como la bella creación de un Dios (la causa primera) omnisciente, perfecto, omnipotente, eterno y bueno. ¡Interpretarlo todo como su creación y fruto de su voluntad infinita!
"El hombre encuentra a Dios tras cada puerta que la ciencia logra abrir". Einstein.
Vivir locamente enamorado de tal idea y visión, ¿cómo no convierte a cualquiera en un fanático? ¿Quién acepta que se burlen de su pasión y su amor? Y no sólo que se burlen, sino que le metan mano.
Ciertamente, hoy en día, cuando nos hablan de Dios ya no entendemos tal relato porque no compartimos esa pasión, esa enamoramiento, esa vieja "locura" que sedujo a tantos durante milenios. Es como el amigo que te cuenta lo mucho que venera a cierta chica de la que se ha enamorado; o te habla de un tema que le tiene totalmente absorto, mientras a nosotros no nos da ni frío ni calor ¡O ya lo hemos aborrecido! ¿Qué vamos a entender? ¿Qué podemos entender? ¿Cómo no vamos a sentir, incluso, cierta lástima o un distanciamiento?
La fuerza con la que nuestra mente puede entrar "dentro" de un relato, una visión, una representación es lo que imprime en nosotros la sensación de ser "real y cierto" ¡O de ser mentira y erróneo! Y, ¿cómo emerge tal sensación? ¿Cómo se nutre y aviva en nosotros?
¿Qué nos lleva a enamorarnos de algo?
Ovidio fue excepcional estudiando la psique humana y dando estrategias para encender la pasión en el corazón de las mujeres. Una de las ideas que plantea es representar el amor como un fuego que debe avivarse. Por tanto, como un proceso. Y ciertamente, también nuestro enamoramiento de las ideas pasa, siempre, por un proceso.
El proceso empieza presentándose la idea nueva, que como tal se aprecia como rara. Y como idea extraña, la primer impresión puede ser de repulsa o de curiosidad y atracción. ¿A qué se debe una cosa u otra? A si choca mucho o no con nuestros prejuicios más fuertes. Cuanto más choque una idea con nuestros prejuicios mejor asentados, más falsa, errónea e incómoda sabrá a nuestro criterio y por tanto, instintivamente la negaremos; daremos un paso atrás.
Ahora bien, si una idea choca con nuestros prejuicios, pero de alguna forma también encaja con ellos, es fácil que nos atraiga y encienda en nosotros la curiosidad. Y si se va descubriendo que cuanto chocaba de esa idea era más bien algo aparente, entonces la idea resultará la mar de atractiva para nosotros, dándonos la sensación de expandir nuestro conocimiento y abrirlo a una nueva situación. Hay, pues, una sensación de poder, de haber crecido, de expansión.
Eh aquí el punto: nos enamoramos de cuanto apreciamos que nos permite crecer, autorrealizarnos, etc. En otras palabras: es la sensación de poder lo que aviva la confianza o la desconfianza en las cosas. Y así sucede con las ideas.
Nota: por cierto, lo peor de una idea nueva es que nos aburra y/o nos pase desapercibida.
La causalidad como empoderamiento
Llamamos causa, no a lo que es realmente una causa, sino a lo que nos permite tener un poder sobre cuanto sucede y acontece. Así, cuando apretamos un botón y vemos que una cierta bombilla se enciende, o se apaga, nos basta con afirmar que "apretar el botón" es la causa de que se encienda o no la bombilla. Pues "apretar el botón" nos da un poder sobre la bombilla.
En realidad, todo ello es una explicación muy arbitraria y superficial de lo que sucede, pero satisface lo fundamental: nos da un poder de acción ¡Y es lo importante para nosotros!
Me explico, lo que sucede realmente nos importa un comino. De hecho, siempre ignoramos en grandísima medida qué sucede más allá de algunas observaciones, apreciaciones y mediciones. Incluso podemos ya dudar de que "realmente suceda algo".
En cualquier caso, lo que necesitamos sí o sí es tener un control y un dominio sobre lo que podemos medir y experimentar. Y cuanto más sutil y peculiar sea el control que precisemos más sutil y peculiar será la causa que atribuyamos al suceso. Y esa sutileza y precisión es lo que persigue el pensamiento científico: tener un control y un dominio del mundo cada vez más complejo, amplio y profundo. Hecho que no es lo mismo que "conocer mejor como es realmente el mundo".
En efecto, en donde no podemos imponer un control y dominio de lo que sucede, allí no podemos atribuir causas. Por ejemplo, en física, eso sucede inevitablemente en los sistemas cuánticos debido al principio de incertidumbre.
Ello podría llevar a la ciencia a preguntarse: ¿Hasta qué medida podemos tener un poder y un control sobre el mundo?
Pero la ciencia aún piensa metafísicamente. No se da cuenta de que nuestra sed de poder y de control, origen de nuestra necesidad psicológica de atribuir causas y razones a cuanto vivimos y medimos, es lo que nos estimula precisamente a introducir la causalidad en el Devenir. Es decir, no entiende que si hace falta nos inventamos por la cara una causa para gozar de la sensación de tener un control y un dominio de la situación.
Así sucede cuando alguien mata a una persona. Consideramos de forma completamente fantaseosa que uno es la causa de la muerte de otro. Consideramos que sin el primero el otro no se habría muerto, con lo cual nos permitimos la licencia de llamar "culpable" al primero porque ello nos da un cierto poder de acción: castigarlo ¡O pedir un castigo!
En efecto, atribuir una culpa nos otorga legitimidad y poder para castigar ¡O pedir un castigo! Así pues, colgar carteles de culpables y distribuir castigos para los culpables satisface nuestra sed de tener un poder y un control de cuanto sucede. Pero todo esto no es más que una pantomima -ingeniería social. Y las más de las veces una pantomima muy grotesca. A fin de cuentas, a nivel sociológico aún estamos en una etapa muy supersticiosa -la de la democracia.
Y ya el colmo es cuando hipostasiamos las causas. Ante las crisis económicas, por ejemplo, nos inventamos la idea de que su causa fueron los bancos, o los mercados, o cualquier otra entidad abstracta sobre la cual imaginamos que controlándola podemos dominar la situación. Esta forma de pensar ha sido, precisamente, la burda esencia de todos los totalitarismos o socialismos.
Conclusión
La noción de causa domina todo nuestro aparato cognitivo, con el cual afecta todos los ámbitos de nuestra vida. Pocas nociones son más fascinantes y cruciales que ella, y sin embargo, es tan poco estudiada...
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