sábado, 13 de enero de 2024

Meritocracia, igualdad, equidad... y democracia.

 Este es uno de los temas más actuales a nivel social. Voy a dar una mirada muy peculiar y diferente a las habituales.

Primero, las nociones de mérito, igualdad y equidad son artificiales e impuestas por nosotros de forma muchas veces arbitraria. Sin embargo, fundamentan toda organización social.

La meritocracia consiste en otorgar recompensas (cargos, dinero, privilegios, reconocimientos, etc) según un supuesto mérito propio: alguien recibe más que otros porque se considera que lo merece y se lo ha ganado. 

La igualdad consiste en tratar a diferentes personas exactamente de la misma manera. Ello, obviamente, saca a la luz las diferencias entre ellas porque al tratarlas por igual unas responden mejor que otras.

La equidad consiste en igualar a diferentes personas. Se evalúan las capacidades de unos y otros y se crean sistemas de selección específicos para que, al final, todas ellas obtengan unos mismos resultados y no haya diferencias entre ellas. 

La meritocracia

Hay muchas formas de establecer una meritocracia. La antigua aristocracia medieval era una de ellas: la posición social que ocupaba una persona al nacer era indicador de un mérito u otro.

Sin embargo, con el desarrollo de la objetividad en occidente hemos empezado a desarrollar ciertos mecanismos objetivos y por ello, medibles, universales y replicables, a fin de establecer un tipo de meritocracia objetiva basada en la capacidad y competencia a la hora de realizar tareas, acciones, cargos, etc.

Mediante este tipo de meritocracia se mide objetivamente la capacidad de una persona para realizar una tarea, con lo cual se puede comparar su desempeño con el que ejercen otras personas. Ello permite "acreditar" de forma objetiva la calidad de la tarea que ejecuta una persona y dar una cierta garantía.

Cabe destacar que la meritocrática objetiva nunca valora las razones, excusas o supuestas justificaciones por las cuales una persona ejecuta mejor o peor una tarea. Sólo acredita que una la ejecuta mejor que otra, y la valora exclusivamente por ello.

Es evidente que este tipo de meritocracia permite que la sociedad se estructure a través de relaciones muy garantistas y fiables. Es decir, la capacidad de medir y acreditar objetivamente la calidad de una tarea permite tener confianza en obtener unos resultados concretos. O dicho en otras palabras, en una sociedad estructurada mediante una estructura meritocrática objetiva potente la confianza para con la sociedad es muy elevada, hecho que permite que se realicen proyectos y actividades impensables para otras sociedades. 

De hecho, se aprecia como toda sociedad que ha sabido establecer un mecanismo meritocrático objetivo algo potente se ha desarrollado de forma próspera, siendo cada vez menos disfuncional. Porque, a fin de cuentas, este tipo de meritocracia lo que logra es tratar a sus ciudadanos como piezas de un gran engranaje, mientras los valora según funcionen y se adapten a él. 

El igualitarismo

Hay muchas formas diferentes de entender la igualdad e implementarla. De hecho, no pocas veces igualdad y equidad se toman por sinónimos, como en el socialismo cuando se defiende que todas las personas deben obtener lo mismo, dado que si no es el caso se generan desigualdades.  

Sin embargo, el igualitarismo es imprescindible para una sociedad que aplica una meritocracia objetiva, por así decirlo. Pero en tal caso cabe entender el igualitarismo en el siguiente sentido: 

lo que mide los méritos de una persona es la capacidad de esa persona para ser evaluada mediante una prueba que sea igual para todos los demás. Por ejemplo, una prueba de selectividad. 

La meritocracia, pues, usa la igualdad para sacar a relucir las diferencias y desigualdades entre las personas, y las valora y trata según tales desempeños.

Así pues, la igualdad, entendida desde una perspectiva meritocrática objetiva, fomenta inherentemente el proceso evolutivo: ejerce una fuerte presión evolutiva porque permite seleccionar un tipo de personas en detrimento de otros tipos. Esta presión evolutiva genera un "aprendizaje por refuerzo", en base al cual, poco a poco, la gente mejora en esos aspectos que se valoran, con lo cual cada vez muestran un mejor desempeño al respecto. Ello conlleva un "progreso" social medible y evidente.

Ahora bien, es cierto que hay algo de arbitrario en esta forma de seleccionar meritocráticamente a la gente ¿Qué tipo de pruebas deben establecerse para determinar las capacidades y méritos de la gente? Ciertamente ello da para otra reflexión muy importante, porque los criterios de selección al final son lo que permiten a una organización fracasar o ser próspera.  

La equidad e inclusión

La equidad es el término que el pensamiento socialista y humanista ha terminado abrazando después de darse cuenta de que la igualdad es el fundamento de la competitividad social, la meritocracia objetiva y por consiguiente, de las desigualdades sociales en sociedades prósperas, ricas, potentes y funcionales. 

Con la equidad ahora se reconoce que todo ser humano es esencialmente diferente, y muchas veces muy diferente, con lo cual se considera injusto tratar a todo el mundo bajo los mismos requisitos, es decir, bajo unos mismos patrones o criterios de evaluación. Así pues, se exige que se aplique una inclusión. 

La meritocracia genera exclusiones, las cuales son sumamente importantes para generar la presión necesaria que da pie al aprendizaje por refuerzo. Contra tales exclusiones luchan los que defienden la equidad, tildándolas de injusticias sociales (Todo el trabajo del sociólogo Pierre Bourdieu va en esa dirección por ejemplo), porque consideran que lo que hace que haya gente que se desempeñe mejor en una tareas que otras puede haber sido su entorno socioeconómico, su herencia cultural, etc  Y todo esto lo tachan arbitrariamente de injusto. En el fondo, cabría preguntarse si tildarlo de injustifica no es una  astuta estrategia de camuflar un cierto odio, una rabia y envídia.  

Sin embargo, una de las primeras preguntas que cabría hacerles a estos inclusivos es: ¿acaso la equidad no genera su propia exclusion social? 

Un ejemplo de la equidad nos la encontramos hoy en día cuando se dan cupos a mujeres para acceder al cuerpo de policía o de bomberos porque se considera que son sectores muy poco diversos (eso no sucede, sin embargo, con sectores sumamente feminizados como magisterio, infermeria, secretariado o administración, etc).  

Para aplicar esta inclusividad lo que se hace es crear dos tipos de pruebas distintas que tienen en cuenta las diferencias o desigualdades físico-intelectuales de hombres y mujeres, reservando un cupo para ellas.  

Salta a la vista que la entrada de mujeres en el cuerpo de policía o de bomberos implica la exclusión de muchos hombres. Por tanto, salta a la vista que la equidad genera también su exclusión peculiar y característica. Pero salta a la vista para quienes no tenga intereses metido allí.  

Pero hay algo más. La equidad es contraria a la meritocracia objetiva ¡Y esto parece inquietante! Pues un concepto y otro son como agua y aceite. Desde el momento en que los requisitos objetivos meritocráticos para ejercer unas tareas es lo menos importante, mientras se empiezan a tomar requisitos espurios que nada tienen que ver con el desempeño objetivo de una tarea, entonces la fiabilidad y la acreditación caen en picado. ¿Acaso ello no conlleva que la sociedad se vaya volviendo cada vez más disfuncional?


Equidad, meritocracia y democracia

¿A quien la interesa una sociedad meritocrática? A grosso habría dos tipos de personas a quienes les interesa una sociedad meritocrática:

1) Las personas con alta competencia en las tareas o trabajos que quieren ejercer. Pero estos suelen ser siempre una cierta minoría entre una gran mayoría. 

2) Las personas que requieren de servicios, productos, atenciones, etc. Es decir, cualquier persona que requiera un médico desea y espera que el médico que le atienda sea lo más competente posible. Y estos suelen ser la mayoría de la sociedad.

Por otro lado, ¿a quién le interesa una sociedad equitativa? En general a un tipo de personas  muy concreto:

Las que desean que les regalen los puestos de trabajo, o les paguen un salario para realizar servicios mínimos y sin que les pidan muchas responsabilidades, o sin que pasen muchas pruebas de rendimiento, etc. Gente, en fin, que considera que la sociedad tiene el deber de darles una buena vida simplemente por vivir en ella y sin que la sociedad le pida mucha contraprestación.

Así vemos como nuestros estimados políticos democráticos siempre han sido unos grandes defensores de la equidad al defender férreamente que no se pida ningún requisito meritocrático para acceder a cargos de gestión pública más que el partido los ponga a dedo. 

En efecto, la equidad ha sido la mentalidad política democrática que se está aplicando poco a poco en todos los ámbitos. ¿Qué conllevará esto? 

Bueno, basta con ver como ha terminado la gestión de nuestros recursos públicos: una completa disfuncionalidad atrapada en una trampa de deuda impagable y condenados a única forma de atajarla: desincentivar el trabajo, la innovación y la inversión (la capitalización social), mediante un incremento constante de impuestos para pagar tales deudas.

El más completo sistema equitativo

Al final, un sistema radicalmente equitativo sería aquel cuya selección se estructuraría, principalmente, de forma aleatoria. Es decir, se repartirían los cargos, reconocimientos, méritos, etc de mediante pun puro sorteo y sin atender a ninguna especificidad de los individuos. Esto ya lo probaron en la Atenas democrática de Péricles y no funcionó muy bien.

 Conclusión

En fin, me parece lógico y normal que la mayoría de gente no entienda que les digan que la democracia, como sistema político, forma parte de las viejas supersticiones políticas. Es un sistema para curanderos sociales. Poca broma. 


 


 











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