domingo, 27 de junio de 2021

Libros y lecturas juveniles

Hay ciertas lecturas que suelen marcar nuestras inquietudes intelectuales, ya de jóvenes.

Desde adolescente me ha atraído esa peculiar cultura promocionada por personajes jubilados de las frenéticas necesidades y preocupaciones de sus tiempos, y cuyos libros no persiguen ni el aplauso ni la recompensa, sino el regalar. 



Para tales autores el escribir siempre ha representado un acto de generosidad y, en tal sentido, una demostración de riqueza interior. Ciertamente, no pocos filósofos suelen estar entre este tipo de personajes peculiares y dadivosos. Pero no son los únicos.

¿Qué me fascina de ellos? Apreciar como en sus palabras siempre se respira una atrevida y audaz libertad de pensamiento. 

Verlos engalanarse con un descarado y vibrante escepticismo hacia los sectarismos e ideologías de su época, me regocija y seduce. ¿Acaso no hay que tener coraje para no verse arrastrado por el río de tonterías que la gente toma en serio y se preocupa y se desvive a diario como si fueran verdades absolutas? 

Pues sí, ese aroma transgresor que desprenden para con el despotismo de las modas, de los partidismos, de lo "político correcto", impuesto por la "idiocracia" de sus tiempos, me atrae como la luz a la mariposa. 

Con arrogancia, suficiencia y cierto cinismo estos ingenios han abierto un patio propio de "verdades tabú", donde éstas bailan con alegre inocencia, entre sutiles risas y pícaras miradas, mientras sus contemporáneos fácilmente se atragantan con ellas.  


En efecto, estamos ante "descubridores" de  verdades; ideas que fácilmente son tachadas de inmorales o crueles, básicamente por ser ofensivas al humor de sus tiempos: por contrariar y violar los delicados sentimientos imperantes, y con ello refutar sin piedad los relatos establecidos bajo los cuales las "pobres gentes" suelen cobijar su consciencia tartamuda y enclenque del ciego azote de la vida.



Siempre hay verdades que ofenden y con motivo se tapan; a veces bajo el delicado velo de los eufemismos o de la retórica más ampulosa, pero de común bajo el grueso manto del silencio a la espera de que llegue el Dios "Olvido" y se las lleve para siempre. 

Por supuesto, hay que jubilarse de la sociedad para ser capaz de destapar estas verdades; quizás hasta convertirse en el niño que, con ilusión, risas y nervios destapa la manta del "tió" y descubre, allí escondidas, un montón de cosas "nuevas". 


   

¿Será por eso que los primeros historiadores, arrogantemente imparciales, como Tucídides o Salustio, fueron personajes completamente jubilados de sus sociedades?




*Historia del Peloponeso de Tucídides

¿No será por eso que los hombres de ciencia más destacados tuvieron que apartarse de los relatos imperantes, ponerlos en duda hasta la burla, así como Galileo se ríe del aristotelismo eclesiástico en sus "diálogos entre los dos máximos sistemas del mundo"?



¿Acaso se duda aún? Vivir en sociedad es vivir de forma superficial y olvidadiza. Es llevar una vida de postureo y modas; un seguir la corriente, incluso yendo a contracorriente ¡Hoy y hace 3.000 años! 

Con motivo me fascinan estos caracteres transgresores, libres y burlones hasta la seriedad. Ingenios capaces de crear su propia esfera de sentimientos, intereses y apreciaciones, de verdades y mentiras, a partir de una larga y madurada asimilación de sus experiencias más personales y singulares. 

Y no nos engañemos, por más transgresores que se nos muestren tienen muy poco de revolucionarios. Raramente quieren luchar contra la sociedad; esa secta de simples y superfluos dirigida, de ordinario, por cabreros arribistas. 

Además, no es el resentimiento ni el odio ni la sensación de impotencia sazonada por una biliosa sed de venganza -y que todo revolucionario tilda arbitrariamente de "injusticia"-, lo que les mueve. Es la sensación de libertad: de poder hablar a su antojo de cosas que la mayoría, por mil motivos, no se ve capaz. 

Con razón admiten sin amargura y con gran "fair play" la crítica, la disputa y por ende, la conversación. ¿Cuándo un revolucionario ha admitido una crítica a sus ideas o el dudar mismo de sus "grandes" causas? A fin de cuentas, un revolucionario sin causa ya no es nadie -tan pobre y vacío es su espíritu.

En efecto, pues, el privilegio espiritual de estos personajes singulares es el poder hablar de sus experiencias, y el aprendizaje que han sacado de ellas: -¿Le podrá ser útil, beneficioso y benigno a otros?- Se pregunta ilusionado. Y al sospechar que sí, lo regala deseoso que alguien, más preparado y superior a él mismo, pueda sacarle mejor provecho.



A continuación me gustaría comentar, y colgar, algunos de estos autores con sus textos:

Nicolás Maquiavelo, "El príncipe", "discursos sobre la primera década de Tito Livio" y "la Mandragora".

Leí "el Príncipe" por primera vez con 14-15 años. Fue como tomarme un plato de macarrones a la boloñesa después de un día intenso: apetitoso, energético, revitalizante. 

Maquiavelo coge por banda la condición humana y con un bisturí la raja de arriba a bajo sacando a relucir todas sus vísceras, por más desagradables sean éstas. ¿Acaso con semejante crueldad no se demuestra honestidad y respeto hacia el lector? Al menos, no se nos trata como si fuéramos bobos pusilánimes apegados a mentiras piadosas y consoladoras, por más inteligentes sean éstas. 

En el príncipe se comentan ideas de primer orden de forma sencilla y sensual, directa y elegante. ¿Para qué emplear 3 líneas si se puede en una? Es un libro ligero, compensado y rico con el cual la inteligencia pega brincos como el alegre caballo al cabalgar. 

Ya años más tarde, con los "Discursos" a modo de un delicioso segundo plato, aprecié como Maquiavelo despliega toda su potencia espiritual como quien empuña una espada calzando un guante de seda: con dureza y suavidad, con precisión y elegancia

Confieso que Maquiavelo es el único a quien he apreciado la sagacidad de tratar la historia como una ciencia efectiva, es decir, un arte ¡Y con bastante éxito! Normalmente, y por influencia positivista, la historia no deja de tomarse como una mera clasificación temporal de datos y hechos, con lo cual se termina creando un "producto" muerto, momificado, destinado a los simples visitantes del "museo del tiempo". El florentino, sin embargo, la usa a modo de ingeniería social ¡Y así la dota de vigor! 

Quizás, algún día exponga los avances conceptuales empleados por Maquiavelo en el tratamiento de la historia; de cómo se adelanta un siglo al método científico de los físicos; de cómo emplea, 300 años antes de su formulación matemática, "el lagrangiano y el hamiltoniano" en el análisis del estado de una organización humana para predecir su evolución en el tiempo y con ello valorar, de forma fisiológica, su comportamiento.

Los postres son la "Mandrágora". Un helado cremoso y fresco, ácido y dulce a la vez, lleno de matices sobre la condición humana, que se deshace en la boca hasta dejarnos una sonrisa permanente.  


Giovanni Boccaccio, "el Decameron".  


Otro italiano excelente. Cuando me cayeron algunos cuentos suyos en plena adolescencia fue como si  me hubieran invitado a una fiesta. Una distinguida fiesta de disfraces ambientada en la fascinante edad media: con su retórica cortesana, despreocupada y pacientemente adornada. 

No sólo valen la pena las historias más picantes y voluptuosas, sino también aquellas que delatan el ingenio humano para sortear las dificultades que siempre nos impone ya la vida misma ya los hábitos sociales con sus leyes, costumbres y tradiciones.

Es quizás, también, la primera obra no sólo antieclesiástica, sino anticristiana de la Europa post romana: 

-Se ensalza la sagacidad y astucia individual; la iniciativa y su amor propio lleva a los personajes a usar toda su audacia para sortear miedos e incertidumbres, negándose a renunciar a sus deseos más fuertes.

-Se ensalza la belleza y la sensualidad, así como un deseo natural hacia las riquezas y alegrías mundanas, como bienes propios de la vida. 

-Se ensalza el saber aprovechar la oportunidad, ya utilizando a los bobos e idiotas para provecho propio ya adivinando el comportamiento de las cosas. 

Sin duda, todos ellos son valores anti cristianos; o en palabras de Nietzsche: valores con un marcado talante aristocrático, noble y por consiguiente, libre. 



En general los clásicos romanos como Ovidio, Virgilio u Horacio siempre han sido de mi agrado; se amoldan la mar de bien a mi temperamento -ya lo he comentado muchas veces en mis posts. Pero Salustio, como historiador, te transporta con suma maestría a la Roma más convulsa y por ello, vital y enérgica: al final de la República

En Salustio, además, confluye el pensamiento de los grandes filósofos griegos ¡Con qué sobriedad y soberbia romaniza a Platón y Aristóteles de un plumazo! 

¿Fue una suerte leer por casualidad a Salustio con 15 años? Al menos pude apreciar y comprender qué significa "escribir con estilo".




Michel de Montaigne. "Ensayos

Con Montaigne uno aprende a ser uno mismo: a emplear lo estudiado para comprender, precisamente, lo vivido y experimentado más allá de lo que "opine" eso mismo que se ha estudiado. 

Con Montaigne se aprende a considerar el pensamiento propio "una especie de creación artística personal". Y precisamente para eso se experimenta, se reflexiona, se escucha y estudia a los demás: 

¿Qué puedo encontrar fuera de mí que me sirva para construir mi propia opinión de las cosas? 

Juzgo que esta disposición anímica vuela muy por encima, incluso, de esa famosa "mayoría de edad intelectual" soñada por los ilustrados.






En mi adolescencia era habitual leer el periódico a diario; con sus renombrados periodistas, sus famosos opinadores y expertos cuidadosamente seleccionados para llegar al "gran público". Sí, internet ya empezaba a dar sus primeros pinitos, pero toda la información aún se canalizaba, en exclusivo, a través de la prensa (Tv, radios y periódicos/revistas). 

Después de leer a Nietzsche empecé a abandonar el mundillo creado por esos mercenarios de la opinión pública y la consciencia social. Me pareció soso y falso: un teatro de simplicidades y superficialidades al que llamaban pomposamente "realidad", mientras mantenían a la gente en un suspenso mental constante.

Con Nietzsche empecé a aborrecer, también, la inmensa mayoría de novelas: de repente me parecieron  meros mecanismos de atontamiento, o de aturdimiento; una forma de atrofiar el gusto y el criterio propio a base de sobredosis de fantasías. 

Por otro lado, huelga decir, durante años Nietzsche, con sus aforismos, me chocaba tanto como me fascinaba. Su lectura era como penetrar una tempestad, oscura e inquietante, donde de vez en cuando, un relámpago, encendía en mi cabecita adolescente una idea luminosa y cierta, pero para volver instantes más tarde a la oscura neblina y al viento incesante zarandeando mi entendimiento. Hecho, sin embargo, que jamás me molestó -me lo tomé con absoluta tranquilidad y calma, sin forzar nada.

Leer a Nietzsche, digerirlo y asimilarlo, es un reto. ¿Quién se atreve sin perder los nervios?





François de la Rochefoucauld. "Máximas morales"


A través de Nietzsche conocí al marqués de la Rochefoucauld, y ese breve libreto de máximas morales con las que sacó a relucir el "ego humano" con todas sus múltiples metamorfosis, transformaciones, disfraces y contradicciones. 

Para quien haya asimilado en profundidad el pensamiento del marqués le será ya difícil, por ejemplo, verse engañado, manipulado y coaccionado a través de los valores morales de la solidaridad, el altruismo, la empatía, la humildad, la caridad, el desinterés, el "pensar por los demás"; todos esos valores promocionados maliciosamente durante siglos como "no egoístas", y por ello considerados superiores por odio puro al ego, es decir, al amor propio y a la autoestima.

Sí, hablo de esos valores carroñeros harto empleados durante 2.000 años por la iglesia como chantaje emocional para exprimir y embrutecer a la población, para que ésta pierda su amor propio y autoestima, y que ahora sus hijas laicas (las ONG), han heredado con gran astucia a fin de prosperar socialmente hasta convertirse en potentes empresas multinacionales que viven de las miserias humanas... y del mundo.

Entender que el altruismo es una de las formas más rastreras y viles de egoísmo, a la par que interesante de estudiar y analizar, me abrió la puerta hacia una nueva realidad imperceptible para la mayoría de la población.