lunes, 22 de enero de 2024

Derechos naturales o deseos?

 La creencia en unos derechos naturales inherentes al individuo (el iusnaturalismo) es una tradición ética muy antigua y que hemos heredado, después de muchas transformaciones, con nuestros famosos derechos humanos

Uno de los movimientos que mejor habla de tales derechos naturales es el liberalismo, con John Locke en cabeza, y que a raíz de la victoria de Milei en Argentina vuelve a sacar la cabeza a nivel mediático. 

Milei defiende el liberalismo más estricto. Y este liberalismo, a despecho de lo que malinterpretan todos los sectores "colectivistas" cuando "malopinan" que el liberalismo defiende una ética de piratas (donde unos pocos individuos fuertes y ricos pueden pisotear, saquear y arruinar a los pobres impunemente), es un movimiento profundamente ético basado en la existencia, para todo individuo, de unos derechos naturales y de la necesidad social de reconocerlos constantemente para autoorganizar la sociedad de manera que la gente se respete mutuamente y, con ello, sea capaz, por sí misma, de generar relaciones y pactos de forma consensuada, voluntaria y afectiva buscando, por ello, siempre la manera más efectiva posible de obtener un cierto beneficio para todas las partes implicadas. 

El colectivismo siempre ha tendido a tergiversar y malinterpretar la noción de "libertad" de los liberales, tachándola de ser una "ley de la selva", una "libertad de piratas", "la ley del más fuerte" ¡El salvaje oeste! Pero nada más lejos; la libertad liberal es, siempre, aquella acción consensuada de forma voluntaria entre las partes implicadas a fin de alcanzar un pacto de win-win. 

"Donde hay coacción, imposición y abuso no hay libertad". Máxima liberal

En efecto, pues, el liberalismo ha sido la base ética ilustrada que busca y sueña con que todo individuo alcance una "mayoría de edad", con lo cual sea capaz de dirigir por sí mismo su propia vida, tratando con respeto e inteligencia a los demás, sin necesidad de papá estado: de instituciones públicas/privadas que lo tutoricen sobre cualquier tema. 

¿Qué son los derechos naturales?

A nivel teórico, y esto también se desprende del famoso discurso de Milei en Davos, son leyes morales universales e inalienables dadas por Dios a todo individuo desde su nacimiento y que gracias a nuestra inteligencia humana, las podemos comprender; como podemos comprender las leyes universales que gobiernan a los fenómenos físicos del universo. Estos derechos naturales son:

-Derecho a la vida (por eso Milei está en contra del aborto).

-Derecho a la libertad de acción, de pensamiento y de opinión.

-Derecho a la propiedad privada y, en especial, de poseer lo logrado con el propio trabajo y esfuerzo.  

-Derecho a conservar y proteger la propia vida.

Así pues, ya Locke deja claro que estos derechos o leyes morales para nada son dados o inventados de forma artificial por una sociedad, sino que son inherentes a nuestro ser, simplemente por ser, y que en todo caso una sociedad los puede reconocer o no. Si no los reconoce, entonces esta sociedad no difundirá respeto alguno por la libertad de pensamiento y de acción de sus ciudadanos, ni por sus propiedades o su trabajo, ni tampoco por su vida, permitiendo, por consiguiente, que se actúe sobre ellos de forma violenta, coactiva y abusiva, generando situaciones de tiranía, monopolio coercitivo, etc. 

Ciertamente, creer que estos derechos existen de forma natural sin que sean atribuciones que nos damos o nos quitamos arbitrariamente los seres humanos según necesidades, intereses y deseos, a muchos nos cuesta bastante de creer 

¡Ni tan siquiera creemos ya que existan leyes físicas universales, cómo para creer en tales derechos éticos! 

Es más, tendemos a verlo como un consuelo ético-jurídico, incluso como una cierta hipocresía. Con honestidad, casi que consideramos los derechos humanos como vestimentas sociales que el poder quita y pon a dedo. De modo que nos preguntamos:

¿Qué derecho tengo a vivir si en cualquier momento me puedo morir o mis sueños se pueden volver pesadillas? ¿Qué derecho tengo a una posesión ganada con esfuerzo, si en cualquier momento también la puedo perder y arruinarme? ¿Qué derecho tengo a opinar y pensar algo si puedo equivocarme, si cualquiera puede hacerme callar o, simplemente, los demás me ningunean y me tratan, mediante un vacío, como si no existiera?

Sin embargo, quizás en este término "derecho" empleado por los liberales se escondan, a nuestros ojos, matices desapercibidos. Quizás no debamos tomarnos esta noción suya de "derecho" tan a la ligera. ¿Acaso no será un mero eufemismo jurídico para decir otra cosa? 

¿Derechos o deseos?

Locke cuenta que sólo una persona inteligente es capaz de comprender que los demás también son personas y como tales, cabría reconocer una igualdad básica entre nosotros. De modo que cabría reconocer que todos tenemos los mismos derechos básicos como personas que somos. ¿Por qué? 

Aquí Locke parece señalar cómo todo ser humano cree, sin duda, que él tiene derecho a vivir, a poseer el fruto de su trabajo o la libertad de hacer, pensar y opinar una cosa u otra. En otras palabras, un liberal se pregunta:

¿Acaso hay alguien que cree que no merece vivir? 

¿Acaso hay alguien que cree que no puede hacer lo que desea, o decir y defender lo que piensa? 

¿Acaso hay alguien que cree que no puede poseer el fruto de su esfuerzo y trabajo?

Visto así, empezamos a entender que los derechos naturales que defiende los liberales son, en el fondo, deseos:

Yo, como ser humano, me caracterizo por desar (tener una voluntad). ¿Y qué deseo?:

-Deseo vivir

-Deseo poder actuar,pensar y opinar sin que nada ni nadie me lo impida, o me los restringa, etc.

-Deseo poder poseer el fruto de mi trabajo y usarlo a mi criterio.

Visto así, los derechos naturales humanos no son más que la expresión fundamental de toda voluntad humana. Y un ser inteligente, no sólo advierte, dice Locke, que él tiene estos deseos básicos, sino que los demás también los tienen. Aquí apreciaríamos, pues, el primer despertar ético de una persona: reconocer la voluntad humana en los demás.

Y una vez hemos reconocido que mis deseos, y por tanto mi voluntad, es pareja a los deseos de los demás seres humanos, entonces cabría un segundo despertar ético más elevado aún: entender que la voluntad humana es un reflejo de la voluntad divina que ha creado el universo entero, con sus leyes universales y su forma de ser (su ethos). 

Por tanto, el segundo despertar ético, por así decirlo, sería reconocer que toda voluntad humana es igual y única por ser un reflejo de la divina. Por tal motivo, los liberales consideran que los derechos naturales  son únicos y divinos. 

En definitiva, destapados tales matices se comprende, entonces, como los derechos naturales no son más que "la expresión jurídica" tomada por Locke, y otros, para justificar que la voluntad humana es única al ser un reflejo de la voluntad divina. De aquí la creencia que razonando entre sí la gente se puede entender y alcanzar pactos beneficiosos para todos. De aquí la importancia de reconocer y respetar la voluntad de todo ser humano, pues ello conlleva reconocer y respetar la voluntad de Dios; la cual nos garantizaría que, siguiéndola, la humanidad progresará hacia un mundo cada vez mejor.

Reflexión

La pésima interpretación que hace la gente común semiinstruída en tales temas, así como también los colectivistas, sobre lo que es el liberalismo, parece derivar en un problema de primer nivel. No entender mínimamente "qué es ser libre" o "qué son los derechos naturales" para un liberal, nos ha llevado a un mundo políticamente lleno de odios, venganzas, resentimientos y miedos. ¿Por qué? 

Se ha tratado patéticamente el liberalismo como una ideología de piratas ¡La política del salvaje oeste!  Con ello mucha pobre gente, que ha sido pisoteada por el abuso de los ricos, los listos o poderosos, ha identificado tales prácticas como de liberales y con motivo se han lanzado a ciegas en brazos de movimientos colectivistas, resentidos y vengativos, acaso más agresivos y coercitivos si cabe; demostrando a su pesar esa vieja máxima: no pocas veces los remedios son peores que las enfermedades.

Sin embargo, detrás del liberalismo hay aún la vieja creencia teológica de un Dios creador a voluntad de toda la existencia. Con lo cual hay aún desprecio, miedo y un pretender huir del mundo físico y mundano -de la vida.

El liberalismo es una vieja superstición ético-política y debe ser superada. Aunque, como superstición, puede ser útil y efectiva en muchas circunstancias, del mismo modo que la teoría de la gravitación universal de Newton es efectiva en un montón de situación siendo concebida bajo la profunda creencia de que la fuerza de la gravedad era la expresión de la voluntad divina sobre la materia del universo. 

Por lo dicho, pues, se hace preciso estudiarla según lo que dice, y hace, no según lo que no dice ni defiende, pero que la gente se cree por ignorancia supina y por la difamación continua perpetuada por los distintos movimientos colectivistas. 


Mi visión política 

Estudiar la sociedad como un organismo vivo, como un ecosistema biológico, como una compleja dinámica de perspectivas llena de ruido, como una profunda y larga cadena trófica. 

Pero aún faltan siglos para que se maximice esta idea vital sobre las consciencias populares a medio cocer, las cuales aún discuten dogmáticamente entre derechas-izquierdas, globalistas-nacionalistas, buenos-malos, libres-colectivistas, opresores-oprimidos, etc...

 







 







sábado, 13 de enero de 2024

Meritocracia, igualdad, equidad... y democracia.

 Este es uno de los temas más actuales a nivel social. Voy a dar una mirada muy peculiar y diferente a las habituales.

Primero, las nociones de mérito, igualdad y equidad son artificiales e impuestas por nosotros de forma muchas veces arbitraria. Sin embargo, fundamentan toda organización social.

La meritocracia consiste en otorgar recompensas (cargos, dinero, privilegios, reconocimientos, etc) según un supuesto mérito propio: alguien recibe más que otros porque se considera que lo merece y se lo ha ganado. 

La igualdad consiste en tratar a diferentes personas exactamente de la misma manera. Ello, obviamente, saca a la luz las diferencias entre ellas porque al tratarlas por igual unas responden mejor que otras.

La equidad consiste en igualar a diferentes personas. Se evalúan las capacidades de unos y otros y se crean sistemas de selección específicos para que, al final, todas ellas obtengan unos mismos resultados y no haya diferencias entre ellas. 

La meritocracia

Hay muchas formas de establecer una meritocracia. La antigua aristocracia medieval era una de ellas: la posición social que ocupaba una persona al nacer era indicador de un mérito u otro.

Sin embargo, con el desarrollo de la objetividad en occidente hemos empezado a desarrollar ciertos mecanismos objetivos y por ello, medibles, universales y replicables, a fin de establecer un tipo de meritocracia objetiva basada en la capacidad y competencia a la hora de realizar tareas, acciones, cargos, etc.

Mediante este tipo de meritocracia se mide objetivamente la capacidad de una persona para realizar una tarea, con lo cual se puede comparar su desempeño con el que ejercen otras personas. Ello permite "acreditar" de forma objetiva la calidad de la tarea que ejecuta una persona y dar una cierta garantía.

Cabe destacar que la meritocrática objetiva nunca valora las razones, excusas o supuestas justificaciones por las cuales una persona ejecuta mejor o peor una tarea. Sólo acredita que una la ejecuta mejor que otra, y la valora exclusivamente por ello.

Es evidente que este tipo de meritocracia permite que la sociedad se estructure a través de relaciones muy garantistas y fiables. Es decir, la capacidad de medir y acreditar objetivamente la calidad de una tarea permite tener confianza en obtener unos resultados concretos. O dicho en otras palabras, en una sociedad estructurada mediante una estructura meritocrática objetiva potente la confianza para con la sociedad es muy elevada, hecho que permite que se realicen proyectos y actividades impensables para otras sociedades. 

De hecho, se aprecia como toda sociedad que ha sabido establecer un mecanismo meritocrático objetivo algo potente se ha desarrollado de forma próspera, siendo cada vez menos disfuncional. Porque, a fin de cuentas, este tipo de meritocracia lo que logra es tratar a sus ciudadanos como piezas de un gran engranaje, mientras los valora según funcionen y se adapten a él. 

El igualitarismo

Hay muchas formas diferentes de entender la igualdad e implementarla. De hecho, no pocas veces igualdad y equidad se toman por sinónimos, como en el socialismo cuando se defiende que todas las personas deben obtener lo mismo, dado que si no es el caso se generan desigualdades.  

Sin embargo, el igualitarismo es imprescindible para una sociedad que aplica una meritocracia objetiva, por así decirlo. Pero en tal caso cabe entender el igualitarismo en el siguiente sentido: 

lo que mide los méritos de una persona es la capacidad de esa persona para ser evaluada mediante una prueba que sea igual para todos los demás. Por ejemplo, una prueba de selectividad. 

La meritocracia, pues, usa la igualdad para sacar a relucir las diferencias y desigualdades entre las personas, y las valora y trata según tales desempeños.

Así pues, la igualdad, entendida desde una perspectiva meritocrática objetiva, fomenta inherentemente el proceso evolutivo: ejerce una fuerte presión evolutiva porque permite seleccionar un tipo de personas en detrimento de otros tipos. Esta presión evolutiva genera un "aprendizaje por refuerzo", en base al cual, poco a poco, la gente mejora en esos aspectos que se valoran, con lo cual cada vez muestran un mejor desempeño al respecto. Ello conlleva un "progreso" social medible y evidente.

Ahora bien, es cierto que hay algo de arbitrario en esta forma de seleccionar meritocráticamente a la gente ¿Qué tipo de pruebas deben establecerse para determinar las capacidades y méritos de la gente? Ciertamente ello da para otra reflexión muy importante, porque los criterios de selección al final son lo que permiten a una organización fracasar o ser próspera.  

La equidad e inclusión

La equidad es el término que el pensamiento socialista y humanista ha terminado abrazando después de darse cuenta de que la igualdad es el fundamento de la competitividad social, la meritocracia objetiva y por consiguiente, de las desigualdades sociales en sociedades prósperas, ricas, potentes y funcionales. 

Con la equidad ahora se reconoce que todo ser humano es esencialmente diferente, y muchas veces muy diferente, con lo cual se considera injusto tratar a todo el mundo bajo los mismos requisitos, es decir, bajo unos mismos patrones o criterios de evaluación. Así pues, se exige que se aplique una inclusión. 

La meritocracia genera exclusiones, las cuales son sumamente importantes para generar la presión necesaria que da pie al aprendizaje por refuerzo. Contra tales exclusiones luchan los que defienden la equidad, tildándolas de injusticias sociales (Todo el trabajo del sociólogo Pierre Bourdieu va en esa dirección por ejemplo), porque consideran que lo que hace que haya gente que se desempeñe mejor en una tareas que otras puede haber sido su entorno socioeconómico, su herencia cultural, etc  Y todo esto lo tachan arbitrariamente de injusto. En el fondo, cabría preguntarse si tildarlo de injustifica no es una  astuta estrategia de camuflar un cierto odio, una rabia y envídia.  

Sin embargo, una de las primeras preguntas que cabría hacerles a estos inclusivos es: ¿acaso la equidad no genera su propia exclusion social? 

Un ejemplo de la equidad nos la encontramos hoy en día cuando se dan cupos a mujeres para acceder al cuerpo de policía o de bomberos porque se considera que son sectores muy poco diversos (eso no sucede, sin embargo, con sectores sumamente feminizados como magisterio, infermeria, secretariado o administración, etc).  

Para aplicar esta inclusividad lo que se hace es crear dos tipos de pruebas distintas que tienen en cuenta las diferencias o desigualdades físico-intelectuales de hombres y mujeres, reservando un cupo para ellas.  

Salta a la vista que la entrada de mujeres en el cuerpo de policía o de bomberos implica la exclusión de muchos hombres. Por tanto, salta a la vista que la equidad genera también su exclusión peculiar y característica. Pero salta a la vista para quienes no tenga intereses metido allí.  

Pero hay algo más. La equidad es contraria a la meritocracia objetiva ¡Y esto parece inquietante! Pues un concepto y otro son como agua y aceite. Desde el momento en que los requisitos objetivos meritocráticos para ejercer unas tareas es lo menos importante, mientras se empiezan a tomar requisitos espurios que nada tienen que ver con el desempeño objetivo de una tarea, entonces la fiabilidad y la acreditación caen en picado. ¿Acaso ello no conlleva que la sociedad se vaya volviendo cada vez más disfuncional?


Equidad, meritocracia y democracia

¿A quien la interesa una sociedad meritocrática? A grosso habría dos tipos de personas a quienes les interesa una sociedad meritocrática:

1) Las personas con alta competencia en las tareas o trabajos que quieren ejercer. Pero estos suelen ser siempre una cierta minoría entre una gran mayoría. 

2) Las personas que requieren de servicios, productos, atenciones, etc. Es decir, cualquier persona que requiera un médico desea y espera que el médico que le atienda sea lo más competente posible. Y estos suelen ser la mayoría de la sociedad.

Por otro lado, ¿a quién le interesa una sociedad equitativa? En general a un tipo de personas  muy concreto:

Las que desean que les regalen los puestos de trabajo, o les paguen un salario para realizar servicios mínimos y sin que les pidan muchas responsabilidades, o sin que pasen muchas pruebas de rendimiento, etc. Gente, en fin, que considera que la sociedad tiene el deber de darles una buena vida simplemente por vivir en ella y sin que la sociedad le pida mucha contraprestación.

Así vemos como nuestros estimados políticos democráticos siempre han sido unos grandes defensores de la equidad al defender férreamente que no se pida ningún requisito meritocrático para acceder a cargos de gestión pública más que el partido los ponga a dedo. 

En efecto, la equidad ha sido la mentalidad política democrática que se está aplicando poco a poco en todos los ámbitos. ¿Qué conllevará esto? 

Bueno, basta con ver como ha terminado la gestión de nuestros recursos públicos: una completa disfuncionalidad atrapada en una trampa de deuda impagable y condenados a única forma de atajarla: desincentivar el trabajo, la innovación y la inversión (la capitalización social), mediante un incremento constante de impuestos para pagar tales deudas.

El más completo sistema equitativo

Al final, un sistema radicalmente equitativo sería aquel cuya selección se estructuraría, principalmente, de forma aleatoria. Es decir, se repartirían los cargos, reconocimientos, méritos, etc de mediante pun puro sorteo y sin atender a ninguna especificidad de los individuos. Esto ya lo probaron en la Atenas democrática de Péricles y no funcionó muy bien.

 Conclusión

En fin, me parece lógico y normal que la mayoría de gente no entienda que les digan que la democracia, como sistema político, forma parte de las viejas supersticiones políticas. Es un sistema para curanderos sociales. Poca broma. 


 


 











sábado, 6 de enero de 2024

Causalidad, poder y amor.

 La causalidad es el gran concepto científico. Sobre él hemos tejido nuestros relatos del conocimiento y por ende, de la existencia. 

La mayoría de pensadores han dado por hecho que la causalidad existe sin más. Algunos han considerado que existe más allá de la mente humana (los dogmáticos) y otros, como Kant, creían que existía como condición trascendental del pensamiento mismo. 

Pero han habido dos pensadores particulares que no se creyeron mucho esta noción. En consecuencia, la diseccionaron, estudiaron y analizaron con resultados sorprendentes. 

Hume es uno de ellos. Y con su crítica cae el dogmatismo occidental.

El otro es Nietzsche. En su "Crepúsculo de los Ídolos" nos muestra como la causalidad ha servido como error cognitivo fundamental para construir nuestra noción de realidad. Además de señalar los usos viciados que han hecho de ella tradicionalmente las religiones e ideologías. 

Causalidad y ciencia

Creo que fue Carl Sagan en los años 70, un tipo intelectualmente algo mediocre, pero muy buen divulgador científico, quién pretendió distinguir las ciencias naturales de la filosofía afirmando que las primeras trataban de describir el "cómo" sucedían las cosas, mientras la filosofía trataba de explicar el "porqué" (las causas) de lo que sucedía mediante la fantasiosa metafísica.

Esta tesis, pero, no es cierta. Y no es cierta porque la mayoría de científicos no tienen claro qué es la metafísica; Carl Sagan el primero. De hecho la mayoría son metafísicos ingenuos -creen en la existencia de una realidad objetiva a la que podemos aproximarnos mediante algún método... el científico

Siendo honestos, no cuesta nada apreciar cómo la ciencia sí busca y establece causas. Cuando a finales del s.XIX se prueba que el número de muertes en el parto baja radicalmente cuando las enfermeras y los médicos se limpian las manos justamente antes del parto, se establece la causa de la gran mortalidad histórica de los partos: la suciedad de las manos como causante de las infecciones.

De la causalidad

Aquí tenemos, a grosso modo, dos formas de interpretar a causalidad: 

1) Una de metafísica: creyendo que realmente hay una causa responsable de que suceda o no suceda algo y que gracias a la ciencia la podemos descubrir.

2) Una de no metafísica: considerando la noción de causa un simple artilugio interpretativo (una ilusión abstracta) que nos da un cierto poder de acción, pero que no explica realmente nada esencial sobre lo "acaecido". 

Lo que pretendo trabajar es esta segunda opción. A ver hasta dónde nos lleva.

Ya he comentado muchas veces que etimológica y históricamente la noción de "causa" es una noción estrictamente de poder. Los antiguos griegos, por ejemplo, la identificaban con la palabra "arkhé"; un término descaradamente de poder -el viejo sufijo preindoeuropeo "ar" es una expresión de poderío.

Primitivamente, pues, se fantaseaba con la idea de que el devenir (el mundo físico, llamado "physei") es, en el fondo, un teatro donde entidades sumamente poderosas interactúan entre sí. Lo representaban mediante la idea de los Dioses interactuando entre ellos. Y ciertamente, detrás del rayo veían a Zeus; como detrás de la atracción y pulsión sexual veían a Afrodita; o de las olas del mar a Poseidón. Sí, los griegos sin tales representaciones imaginarias eran incapaces de "ver" nada. ¿Hemos cambiado mucho? No, nosotros tampoco "vemos" nada sin nuestras representaciones imaginarias; que sí han cambiado respecto a las de los antiguos. 

Seguramente la noción de causalidad tuvo su máxima expresión con el cristianismo: "verlo" todo como la bella creación de un Dios (la causa primera) omnisciente, perfecto, omnipotente, eterno y bueno. ¡Interpretarlo todo como su creación y fruto de su voluntad infinita! 

"El hombre encuentra a Dios tras cada puerta que la ciencia logra abrir". Einstein.

Vivir locamente enamorado de tal idea y visión, ¿cómo no convierte a cualquiera en un fanático? ¿Quién acepta que se burlen de su pasión y su amor? Y no sólo que se burlen, sino que le metan mano. 

Ciertamente, hoy en día, cuando nos hablan de Dios ya no entendemos tal relato porque no compartimos esa pasión, esa enamoramiento, esa vieja "locura" que sedujo a tantos durante milenios. Es como el amigo que te cuenta lo mucho que venera a cierta chica de la que se ha enamorado; o te habla de un tema que le tiene totalmente absorto, mientras a nosotros no nos da ni frío ni calor ¡O ya lo hemos aborrecido! ¿Qué vamos a entender? ¿Qué podemos entender? ¿Cómo no vamos a sentir, incluso, cierta lástima o un distanciamiento? 

La fuerza con la que nuestra mente puede entrar "dentro" de un relato, una visión, una representación es lo que imprime en nosotros la sensación de ser "real y cierto" ¡O de ser mentira y erróneo! Y, ¿cómo emerge tal sensación? ¿Cómo se nutre y aviva en nosotros? 

¿Qué nos lleva a enamorarnos de algo?

Ovidio fue excepcional estudiando la psique humana y dando estrategias para encender la pasión en el corazón de las mujeres. Una de las ideas que plantea es representar el amor como un fuego que debe avivarse. Por tanto, como un proceso. Y ciertamente, también nuestro enamoramiento de las ideas pasa, siempre, por un proceso. 

El proceso empieza presentándose la idea nueva, que como tal se aprecia como rara. Y como idea extraña, la primer impresión puede ser de repulsa o de curiosidad y atracción. ¿A qué se debe una cosa u otra? A si choca mucho o no con nuestros prejuicios más fuertes. Cuanto más choque una idea con nuestros prejuicios mejor asentados, más falsa, errónea e incómoda sabrá a nuestro criterio y por tanto, instintivamente la negaremos; daremos un paso atrás.

Ahora bien, si una idea choca con nuestros prejuicios, pero de alguna forma también encaja con ellos, es fácil que nos atraiga y encienda en nosotros la curiosidad.  Y si se va descubriendo que cuanto chocaba de esa idea era más bien algo aparente, entonces la idea resultará la mar de atractiva para nosotros, dándonos la sensación de expandir nuestro conocimiento y abrirlo a una nueva situación. Hay, pues, una sensación de poder, de haber crecido, de expansión.

Eh aquí el punto: nos enamoramos de cuanto apreciamos que nos permite crecer, autorrealizarnos, etc. En otras palabras: es la sensación de poder lo que aviva la confianza o la desconfianza en las cosas. Y así sucede con las ideas. 

Nota: por cierto, lo peor de una idea nueva es que nos aburra y/o nos pase desapercibida.


La causalidad como empoderamiento

Llamamos causa, no a lo que es realmente una causa, sino a lo que nos permite tener un poder sobre cuanto sucede y acontece.  Así, cuando apretamos un botón y vemos que una cierta bombilla se enciende, o se apaga, nos basta con afirmar que "apretar el botón" es la causa  de que se encienda o no la bombilla. Pues "apretar el botón" nos da un poder sobre la bombilla. 

En realidad, todo ello es una explicación muy arbitraria y superficial de lo que sucede, pero satisface lo fundamental: nos da un poder de acción ¡Y es lo importante para nosotros! 

Me explico, lo que sucede realmente nos importa un comino. De hecho, siempre ignoramos en grandísima medida qué sucede más allá de algunas observaciones, apreciaciones y mediciones. Incluso podemos ya dudar de que "realmente suceda algo". 

En cualquier caso, lo que necesitamos sí o sí es tener un control y un dominio sobre lo que podemos medir y experimentar. Y cuanto más sutil y peculiar sea el control que precisemos más sutil y peculiar será la causa que atribuyamos al suceso. Y esa sutileza y precisión es lo que persigue el pensamiento científico: tener un control y un dominio del mundo cada vez más complejo, amplio y profundo. Hecho que no es lo mismo que "conocer mejor como es realmente el mundo".  

En efecto, en donde no podemos imponer un control y dominio de lo que sucede, allí no podemos atribuir causas. Por ejemplo, en física, eso sucede inevitablemente en los sistemas cuánticos debido al principio de incertidumbre.  

Ello podría llevar a la ciencia a preguntarse: ¿Hasta qué medida podemos tener un poder y un control sobre el mundo? 

Pero la ciencia aún piensa metafísicamente. No se da cuenta de que nuestra sed de poder y de control, origen de nuestra necesidad psicológica de atribuir causas y razones a cuanto vivimos y medimos, es lo que nos estimula precisamente a introducir la causalidad en el Devenir. Es decir, no entiende que si hace falta nos inventamos por la cara una causa para gozar de la sensación de tener un control y un dominio de la situación.  

Así sucede cuando alguien mata a una persona. Consideramos de forma completamente fantaseosa que uno es la causa de la muerte de otro.  Consideramos que sin el primero el otro no se habría muerto, con lo cual nos permitimos la licencia de llamar "culpable" al primero porque ello nos da un cierto poder de acción: castigarlo ¡O pedir un castigo! 

En efecto, atribuir una culpa nos otorga legitimidad y poder para castigar ¡O pedir un castigo! Así pues, colgar carteles de culpables y distribuir castigos para los culpables satisface nuestra sed de tener un poder y un control de cuanto sucede. Pero todo esto no es más que una pantomima -ingeniería social. Y las más de las veces una pantomima muy grotesca. A fin de cuentas, a nivel sociológico aún estamos en una etapa muy supersticiosa -la de la democracia

Y ya el colmo es cuando hipostasiamos las causas. Ante las crisis económicas, por ejemplo, nos inventamos la idea de que su causa fueron los bancos, o los mercados, o cualquier otra entidad abstracta sobre la cual imaginamos que controlándola podemos dominar la situación. Esta forma de pensar ha sido, precisamente, la burda esencia de todos los totalitarismos o socialismos.

Conclusión

La noción de causa domina todo nuestro aparato cognitivo, con el cual afecta todos los ámbitos de nuestra vida. Pocas nociones son más fascinantes y cruciales que ella, y sin embargo, es tan poco estudiada...



 




martes, 2 de enero de 2024

¿La ciencia moderna mató a la filosofía?

Aunque ya se aprecie en algunos textos de Poincaré a finales del s.XIX y principios del XX, cabe señalar que, definitivamente, fue con la famosa discusión entre Einstein y Bergson sobre la naturaleza "real" del tiempo cuando la ciencia se emancipó de la filosofía. Y no sólo se emancipó de ella, sino que como si fuera el joven Zeus envió a su padre al Tártaro: la ciencia empezó a menospreciar y denigrar todo cuanto oliera a filosofía. Y la filosofía ya no se atrevió a atacar/cuestionarse nada propiamente científico.      

Es cierto que aún quedó el existencialismo, especialmente para las clases aburguesadas y espiritualmente vacías, necias y superfluas occidentales, pero que habían estado escolarizadas y por ello, mostraban un descarado engreimiento intelectual respecto a padres y abuelos. 

No obstante eso, a partir de los años 80, después de que poco a poco el social-liberalismo (la democracia, los derechos humanos, etc) se va imponiendo como el sistema final, definitivo e incuestionable de occidente en manos de las "naciones libres" (las élites que lo dominan), aparecen muchos libros demostrando lo perdidas que habían quedado las nuevas generaciones intelectuales, que se preguntaban: ¿Qué es la filosofía? ¿Para qué sirve la filosofía? ¿Qué sentido tiene aún filosofar? En fin, ¿qué nos queda por debatir y cuestionarnos? ¿Restarán ocultos aún nuevos "países" por descubrir en el mundo de las ideas como en la época de Descartes o Kant?

En efecto, la profunda decadencia y debilidad de la filosofía durante estos últimos 50 años se manifiesta por su propia descomposición ¡Se ha desintegrado en un montón de "cosas pequeñas"! En filosofía de la mente, en filosofía de la ciencia, en filosofía de la ética, en estética, en filosofía política, en filosofía de las modas, etc. Y con ellas tenemos un montón de intelectuales "pequeños". ¿Han sido realmente filósofos todos ellos?  

Quizás lo curioso haya sido apreciar como, sin embargo, enmedio de estas pequeñeces, de esta desintegración, ha surgido una filosofía característica: la posmodernidad. Un movimiento aún muy imberbe, y como tal grotesco; con muchas variantes, no pocas veces contradictorias entre ellas. De hecho, algunas de estas variantes se muestran contradictorias, incluso, con la propia posmodernidad misma: quieren retroceder y abrazar nuevas metafísicas. En fin, ¿qué significa tan gran embrollo?

El posmodernismo es aún un feto, un esbozo, una lluvia de ideas caótica, absurda, llena de múltiples oportunidades ¿Cómo va a ser algo bonito y perfecto? Le falta mucho tiempo para que condense en un cuerpo bien estructurado y con fuerza propia para dominar otras materias. ¿No es de risa que alguien, hoy, se lo tome muy en serio? 

Ahora bien, dentro de este embrollo, esta decadencia y debilidad estructural que manifiesta la filosofía, vale señalar cómo parece medio-ocultarse algo bastante poderoso y por tanto, con visos de un impactante porvenir: la muerte de Dios y con él, de la metafísica (la creencia en una realidad en sí común a todos), nos deja como única verdad plausible que sólo existe el devenir: todo fluye, cambia y por ello, nada permanece ¡Nada nunca es! 

Pero esta fuerza aún no se percibe como una fuerza, sino más bien como una debilidad muy incómoda. Con motivo, de ordinario se sigue creyendo en la metafísica moderna, base del social-liberalismo (democracia, derechos humanos, etc), y también de nuestras ciencias. 

En efecto, los científicos no necesitan muchas discusiones filosóficas, no porqué ya sepan la verdad sobre la existencia, sino porque, a lo sumo, con lo que dijeron los filósofos modernos, desde Descartes hasta la fenomenología de Husserl, les basta para justificar que la validación de una teoría mediante el método científico implica, ipso facto, considerar que tal teoría nos descubre cómo es realmente el mundo; o al menos se aproxima mucho a ello. 

De hecho, entendido esto, cabe señalar que la emancipación de las ciencias respecto a la filosofía, paradójicamente, no se debe a que lo científico haya avanzado mucho más que lo filosófico, sino todo lo contrario: la filosofía ha avanzado mucho más de lo que las ciencias (especialmente la física), hoy por hoy, parecen poder aceptar y asimilar; pues aún necesitan permanecer bajo el soporte de la vieja metafísica moderna y su creencia racional -con todo lo que ello conlleva.

Y dicho esto, cabe añadir otro factor que dificulta el entendimiento entre la ciencia y la filosofía. Toda ciencia es siempre una doctrina ¿Qué significa que sea una doctrina? La ciencia se estructura sobre una comunidad científica la cual, a través de una serie de requerimientos y exigencias consensuadas, establece un corpus teórico estándar (mainstream). Por tanto, una opinión científica sólo es una opinión que ha sido validada por la comunidad científica, con lo cual no implica necesariamente que sea cierta y, por consiguiente, definitiva; tranquilamente puede ser revisada por múltiplos factores ¡Y a veces no sólo revisada! 

Ahora bien, el hecho de que exista un consenso científico conlleva, precisamente, que la ciencia esté regulada, hecho que denota un orden o estructura que proporciona una garantía. Es decir, una teoría científica ha pasado por un proceso de validación. Un proceso construido a partir de los requerimientos y exigencias consensuados por la comunidad científica. Ello le da empaque.

Con razón, pues, a la ciencia se le atribuye un principio de autoridad: la comunidad científica es "quien" juzga y valora la validez o certeza de una opinión.  En sí mismo este principio de autoridad no tiene porque ser bueno o malo; es puramente regulador. Lo que ocurre es que muchas veces es llevado, por parte de gobiernos, ideólogas, medios, lobbies y cualquiera que quiera pastorear a la gente, a un nivel dictatorial, predicando que "lo que diga la ciencia es inapelable"; para luego buscar la forma de que "la ciencia" diga lo que se quiere que se diga -precisamente hoy empezamos a sospechar que durante bastante tiempo hemos sufrido de estas prácticas mafiosas y fraudulentas, pero seguramente ignoremos hasta dónde llega el caldo de la farsa.

La filosofia, en cambio, no es nada doctrinal, al ser una actividad en gran medida desregularizada y asalvajada, por así decirlo. No hay un consenso filosófico, una comunidad filosófica o un grupo de expertos en filosofía que dictaminen unilateralmente sobre las verdades filosóficas, aunque a veces haya algunos pájaros que monten sus circos intelectuales para ejercer de autoridades sobre algún tema que les interese. 

En filosofía puede salir un individuo, morir siendo ninguneado en vida, y luego como por arte de magia haber generado su propio corriente de pensamiento que levantará críticas, adesiones, dudas, admiraciones, burlas, nuevas preguntas y muchos malentendidos.  

Con motivo la filosofía y la ciencia, hoy en día, les cuesta entenderse, aún cuando la base de la ciencia sea estrictamente filosófica.