miércoles, 31 de agosto de 2022

Creación, causalidad y libre albedrío. Entre la ciencia y la ética.

 Con los últimos post se ha puesto al descubierto un concepto muy antiguo: el de "crear".

¿Qué significa crear?

Durante milenios este concepto se ha tendido a definir, por lo general, desde un punto de vista estrictamente mecánico.  

Digo "mecánico" porqué la noción de crear se ha interpretado como un mecanismo de causa-efecto:

Algo (la causa) crea algo distinto (el efecto). 

Un mecanismo al que fácilmente se le han introducido, de forma reptil y oculta, otras nociones abstractas para darle aún mayor sentido para nosotros; como la noción de responsabilidad: toda causa es responsable de su efecto.

¿Cómo se concibe de ordinario "que un sujeto crea algo"? 

De entre el confuso devenir nos imaginamos, a bote pronto, dos sujetos, entidades o hechos distintos. A uno primero lo identificamos como causa del otro, que identificamos como efecto o creación. Además al sujeto causante se le introduce una supuesta e imaginaria "responsabilidad". ¿Una responsabilidad? Sí, una intención, un motivo y una finalidad.

El sujeto que crea algo lo hace bajo un motivo, una intención y finalidad ¡De modo que él es responsable de su creación!   

¿Qué significa esto? Se fantasea con que semejante proceso mecánico (una mala copia o modelación del devenir) será gestionado por una "vida interior" de intenciones, finalidades, intereses ¡Por una "voluntad" secreta! Por Dioses ocultos...

Toda creación es el reflejo de la voluntad del creador.

Todo acción refleja la voluntad del agente causante.

La introducción imaginaria, pues, de una voluntad en todo acontecer no es más, parece ser, que la introducción de la noción de libertad, en la medida que se asume que actuar a voluntad es sinónimo de actuar libremente:   

Todo creador (sujeto causante) genera algo (efecto causado) de forma voluntaria (bajo una intención, un motivo y una finalidad), y por tanto de forma libre. 

¿Qué significa "libre" aquí? Que sus acciones reflejan su voluntad, es decir, un sentido, una finalidad, un motivo o intención determinada. Pero esto no es todo; también se presupone que un sujeto causante podría haber actuado de otro modo.

-Soy libre cuando hago lo que quiero- Sobre esta suposición ético-psicológica se configura la noción de libertad ¡O de libre albedrío! Y sobre ella se estructura, por ejemplo, toda la teoría política moderna, como la democracia.   

Y por contra -Soy esclavo cuando hago lo que no quiero porque algo o alguien me obliga a ello-. Aquí vemos, de nuevo, como se introduce un sujeto causante como responsable imaginario de la acción.

Por ejemplo, el cristianismo, que es una ideología descaradamente mecanicista, a grosso modo pensaba así:

-Quiero ser feliz (finalidad y por ello, un reflejo de la voluntad)

-Para ser feliz hay que seguir la palabra de cristo (causa)

-Si sigo la palabra de cristo mis acciones serán libres, puesto que responderán a mi voluntad o finalidad.

-Si no sigo la palabra de cristo es porque soy esclavo de mis inclinaciones, del mal, o porque las circunstancias me lo impiden, etc. 

Y el pensamiento moderno, fruto del cristianismo por cierto, también se fundamenta sobre esta mitología ético-psicológica mecanicista. Newton mismo interpreta "la fuerza de la gravedad" como el reflejo de la voluntad divina sobre la materia. 

Nota: la importancia del cristianismo no son ni sus dogmas, ni sus reliquias, ni mitos o tradiciones, sino las estructuras cognitivas y emocionales que ha promocionado y potenciado generación tras generación, y que nuestra atea sociedad es heredera directa sin duda alguna. 

Otro ejemplo de como no podemos valorar el cristianismo por sus superficialidades lo encontramos en Sartre, quién siempre me ha parecido un teólogo atrapado en esta estructura cognitiva mecanicista cristiana. ¿Cómo? Sí, Sartre aún concibe el "crear" como la acción voluntaria y libre de un sujeto causante. Y toda su filosofía parece dar vueltas a esta idea básica simple y rudimentaria.   

Me parece evidente, pues, que nos encontrarnos ante pura mitología, interpretación y relato. No hay realidad ni verdad trascendental tras de ello. Por tanto, la cuestión no es si este relato mecanicista es cierto o falso, sino qué nos aporta, y si podemos crear otros relatos distintos que nos aporten más cosas. 

¿Qué entendemos nosotros por crear?

Al hablar de "crear" nosotros hablamos de "un determinismo aleatorio"; o lo que es lo mismo: "un determinismo no causal". ¿Qué significa eso?

En el fondo la idea consiste en eliminar cualquier atisbo de "voluntad secreta" en el devenir. Y de tal guisa eliminamos de un golpe la idea, tan antigua en occidente, de que cuanto sucede respondería a un sentido, una intención, una finalidad, un motivo o una razón de ser. 

Pero hay más, con ello se nos vuelve preciso reformular de raíz la vieja convicción libertaria que nos lleva a imaginar que los hechos podrían haber sido distintos. O resumiendo: que nosotros podríamos ser distintos o, al menos, podríamos haber actuado de otra forma en una determinada situación. 

En definitiva, ya no analizamos los hechos ni fenómenos presuponiendo que suceden por algún motivo. 

De hecho, recordando de algún modo a Hume, pensamos que la noción de causalidad debe tratarse, más que como una realidad física como una falacia lógica; un "cum hoc ergo propter hoc" de manual. Sin embargo, anda tan arraigada en nosotros que nos sale de dentro y por ello nos parece tan "sólida" y "real".

Y como no puede ser de otro modo esta forma de comprender la realidad conlleva una profundo cambio ético: nos lleva a criticar, y a desconfiar, de la noción "responsabilidad" y con ella, la de mérito y culpa

¿Si nada obedece ciegamente a una voluntad, a un sentido interno y esencial o a un motivo concreto, como va tener responsabilidad alguna de ser como es, de suceder como sucede y de comportarse como lo hace? ¿Es más, como podría haber sido de otra forma?

En efecto, entendiendo tan capital dilema nos vemos evocados a desechar esa antigua superstición moral de la elección libre, que concibe al sujeto causante como responsable único de sus acciones, e incluso de las consecuencias de sus acciones -ya para bien ya para mal

Ya no vemos las acciones como libres ni como obligatorias ¡Qué rareza!

¿Qué implica desechar la idea de elección libre? 

De inmediato se abandona también su idea contraria: la de obligatoriedad.  No, no hay acciones obligadas. El devenir no acontece, pues, ni por libre decisión de nada ni nadie, ni tampoco por obligatoriedad de nada ni nadie. El devenir simplemente acontece. 

Sin embargo, vale reconocer que el pensar de esta forma nos resulta sumamente raro y difícil. Choca de forma directa y violenta contra nuestras preconcepciones más primitivas, antiguas, arraigadas y que tantas ventajas nos ha proporcionada al gestionar nuestra vida.

Sí, nos cuesta mucho pensar que el sol, nuestro astro rey, no sea el responsable de la luz y el calor que gozamos en la tierra: -Si el sol desapareciera ahora mismo el planeta se quedaría congelado en un instante y la vida desaparecería- Y de este razonamiento se deduce una conclusión directa: -Por tanto, el sol es la causa y el responsable de la vida en la Tierra-

Cuando un gobernante empieza a tomar decisiones que el pueblo percibe como perjudiciales, entonces se identifica al gobernante como el sujeto responsable de sus infortunios. Entonces el pueblo cree y piensa que cambiando al gobernante cambiará su suerte.

Cuando una persona enferma y se le detecta un patógeno, entonces el patógeno es identificado como la causa responsable de su enfermedad, aunque ésta no sea más que un cúmulo de síntomas y afecciones indispuestas. De modo que el razonamiento que se hace es: si el patógeno es el responsable entonces eliminando el patógeno se eliminan los síntomas que llamamos enfermedad. 

Cuando tomamos tóxicos, como el alcohol u otras drogas, apreciamos claramente una correlación entre su toma y una serie de alteraciones en nuestros afectos y por tanto, en nuestro comportamiento. Entonces identificamos la causa responsable de estas alteraciones a los narcóticos. De modo que si buscamos gozar de estas alteraciones nos tiramos a tales narcóticos, y si preferimos evadirlos los rehusamos.

En fin, este instinto racional de buscar causas y deducir implicaciones es tan básico y primitivo en nosotros... ¿Podemos desprendernos de él sin más? 

Ciertas tribus del áfrica al poco de nacer cogen la mano de los bebes y la ponen en el fuego para que se quemen. Entonces ya de pequeños les queda grabado que el fuego, precisamente, es la causa de su dolor; a partir de ahí ya vigilan de no caerse en las hogueras.

De hecho la teoría psicológica del condicionamiento se sustenta sobre ella: nuestra capacidad de establecer relaciones causales entre sucesos, percepciones y afecciones, con las reacciones consecuentes ¡Así generamos las expectativas, que controlan y dominan nuestra vida emotiva! Y precisamente con ello apreciamos como nuestro cerebro se engaña de forma brutal; de hecho, nos preguntamos: 

¿Acaso no llamaremos "causas" a nuestras expectativas?

El famoso ejemplo del perro de Pavlov es inesquivable: el perro transforma estímulos neutros en estímulos condicionados de forma inconsciente y ciega, de modo que termina concibiendo instintivamente y sin darse cuenta meras correlaciones como relaciones causales de pleno derecho. 

Siempre introducimos causas imaginadas en correlaciones de forma completamente ciega e inconsciente.

De hecho, es tan primitivo este instinto racional y causal nuestro: algo es feo y desagradable, lo aparto. Algo es bonito y agradable, me acerco e intento repetirlo ¡Y qué bien nos funciona aunque sea una mistificación!

Una mistificación que, por cierto, ponemos de manifiesto con el lenguaje sin alertarlo tan siquiera: -"esto es bonito o desagradable"-, decimos sin atender que somos nosotros quienes le adjudicamos nuestros gustos a las cosas mismas ¡Cómo si el poder de gustar, o de disgustar, fuera una facultad intrínseca suya! Y así hacemos también con nuestros patéticos juicios morales: esta persona es buena o bien es tóxica ¡Ahí le introducimos ficticia y arbitrariamente una propiedad innata a esa persona según como sea nuestra relación y experiencia con ella! 

Nuestro mundo moral es un reflejo de nuestro mundo de afectos, apreciaciones y pensamientos.

En definitiva, que al pensar solemos intuir en seguida una causa a nuestros afectos y experiencias, muchas veces de forma inconsciente, por pura sed de gestionar cuanto vivimos de forma más o menos efectiva. De hecho, aprendemos este proceder cognitivo desde los pocos meses de vida, como ya señalaba Piaget. 

La causa como ficción imaginaria

Parece tratarse de un proceso de millones de años: nuestras estructuras cognitivas crecen, se desarrollan y se nutren sobre la firme convicción de que todo suceso precisa de una causa, o al menos de unas condiciones iniciales que lo hagan posible. 

De nuevo, esto ya lo observó Hume: siempre convertimos correlaciones en causalidades ¡Siempre nos imaginamos un mundo mecánico detrás del acontecer, el fluir y devenir!

Hecho es que ya desde pequeños suele despertarse en nosotros una sed insaciable por preguntarnos el porqué de las cosas. 

¡Sin darnos cuenta suponemos ya de antemano que tiene que haber un porqué, una lógica y una mecánica detrás!: 

-¿Por qué esto es así? ¿Por qué ha sucedido aquello? Por qué, por qué...- y así hasta el absurdo. 

Si nos hemos convencido de que existe un tesoro (una causa), claro que lo vamos a buscar, pues esperaremos encontrarlo ¡Y al primer indicio pensaremos haberlo descubierto! 

Haced el juego con un niño: mentidle diciéndole que habéis escondido un tesoro por el jardín y no tardará en encontrar un tesoro. ¿Y acaso los adultos somos muy distintos? Sí, muy niños han sido siempre los científicos.

En este sentido, vale observar como los niños empiezan a bombardearnos a base de preguntas y porqués de forma ciega y torrencial, pero sin realmente importarles mucho si la respuesta dada será cierta o falsa. Con tener una respuesta les basta para satisfacer tan gran hambre de razón. 

Dar razones, justificarse... es un viejo truco que usan todos los farsantes para someter la inteligencia de la gente cuando ésta se hace preguntas, duda o se inquieta por algo.

En efecto, cuando sucede algo que nos altera, le buscamos un motivo, un sentido y una razón ¡Le buscamos una causa! Y un responsable sobre el cual dirigir nuestra atención y, sobre todo, el flujo de nuestra acción.

  Nos tropezamos con una piedra y descargamos sobre la piedra el dolor experimentado mientras le atribuimos "la culpa" de nuestro mal.

Sí, llega tan lejos nuestra dependencia a la noción de causa que si no encontramos nada para tomarlo como causa de los sucesos, entonces, nos la inventamos para quedarnos tranquilos. 

Y en el summum de la invención hemos llegado a contestar -¿Cuál es el porqué de las cosas? Nada... el sin porqué. 

Nuestro pensar tiene mucho de máquina

No pocos de nuestros procesos cognitivos actúan de forma automática e instintiva para ahorrar energía y agilizar la toma de decisiones. Y el hecho de alertar cómo la gente preconcibe las cosas nos permite intentar tomarles ventajas sin que tan siquiera lo puedan adivinar. Así me lo contó un pájaro de cuidado una vez siendo yo bastante joven: 

Incluso el más tonto del pueblo tiene clarísimo que 2+2=4; por tanto haciendo que 2+2 te dé 4 nunca ganarás nada. Si quieres tener éxito la clave reside en conseguir que 2+2 te dé 5, porque todo el mundo esperará que salga 4 y entonces te puedes quedar el uno restante tranquilamente. 

Así han actuado durante milenios religiones e ideologías: todo el mundo esperando una causa que explicara el porqué de la vida y el universo entero y los listos entregándosela en bandeja con mil condimentos a gusto de los espectadores; espectadores que terminan adorando y defendiendo a muerte a quienes les engañan y defraudan, simplemente porque sus estructuras cognitivas no les permiten comprender nada más allá. 

Pero como no todos somos iguales, no todos sentimos y pensamos empleando los mismos procesos cognitivos ¡Sí, son posibles otras interpretaciones! De hecho, algunos vamos hacia interpretaciones muy distintas a las que han dominado a lo largo de los últimos milenios entre la gran mayoría. Pero se precisa de tiempo. Y lo expuesto aquí es muy preliminar.

El crear como un afectar

Aún hay otro elemento más a tomar en consideración: al identificar la noción de "crear" como un mecanismo de causa-efecto, ello se hacía de la forma más simple y fácil posible. ¿Cómo? Se identificaba la causa como un sujeto distinto al efecto: -¡La causa y el efecto deben ser dos entidades distintas!-  Esgrimía por ejemplo Kant en sus famosos paralogismos de la razón, para dejar claro que el famoso "causa suí" con el que se definía a Dios era una paradoja incomprensible y absurda: -¡Demuestra que la noción de "Dios" sobrepasa nuestras limitadísimas capacidades cognitivas!- Razonaba Kant.

En efecto, el relato teológico que ha imperado durante milenios en occidente consideraba que el mundo de los afectos, del devenir, de las experiencias y vivencias, el mundo corporal y sensual, es el efecto creado por una entidad que debe de tener unas propiedades muy distintas. Hablamos de Dios o del Ser (la realidad).

Así se razonaba: si este mundo sensual es efímero y cambiante, su causa será eterna e inmutable. Si este mundo está constituido por cosas que se limitan siempre unas con otras, entonces su causa estará formada por entidades que no limitan con nada sino consigo mismas, y por consiguiente expresan lo infinito e inconcebible. Y de semejante forma de razonar emergió la noción fundamental de la metafísica: la transcendencia.

Todas las filosofías metafísicas han sido relatos que explicaban, o al menos intentaban explicar, cómo se puede trascender: como el efecto puedo trascender hacia su causa (el ser humano puede trascender y unirse a Dios por ejemplo), como lo finito puede trascender y volverse infinito, etc.

Si vamos al detalle, pues, apreciaremos precisamente como la metafísica surge de esta visión o interpretación mecánica y simplista del devenir, al tomarlo como el efecto de una supuesta e imaginaria causa. Al considerar "incomprensible y prohibitivo" que el efecto y la causa representen una misma cosa o propiedades. 

Pero hay algo más. Dentro de la gran simplicidad de este relato causal que ha dominado las consciencias occidentales durante siglos, precisamente por su simplicidad y facilidad de concepción, hay otro elemento a tener en cuenta: no sólo la causa y el efecto se conciben como dos entidades que deben ser distintas, sino que se considera que el sujeto causante genera y determina como será el efecto sin que por eso ello le afecte para nada. 

"Dios crea el mundo: lo genera y lo determina a voluntad", Se ha creído ciegamente siglo tras siglo. Y hoy nosotros nos preguntamos: ¿Pero el hecho de haber creado el mundo no le afecta para nada a Dios? ¿Dios continua siendo el mismo Dios antes y después de crear el mundo? ¿Es el Ser algo realmente inmutable?

Esta idea de inmaculación creadora y transcendentalidad  ha dominado todo el pensamiento occidental a fondo. Y sabemos que es falsa, rotundamente falsa. De hecho, quizás por ello empecemos ya a usar otra interpretación.

Muy poco a poco algunos empezamos a comprender y asimilar que el "crear" es un afectar, que un afectar no tiene porque implicar un mecanismo causal (no tiene porqué haber una causa y un efecto), y que afectar es un devenir. Por tanto, aunque de forma ortopédica y rudimentaria identifiquemos el devenir mediante causas y efectos para comprenderlo un poco y hacernos una idea vaga, ya hoy empezamos a comprender que, en tal caso, toda causa siempre se verá afectada y determinada por su efecto.

Todo artista cambia y evoluciona por el efecto que genera su propia obra sobre él

 






  
























   







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