viernes, 1 de marzo de 2024

¿Amamos aún la vida?

¿Qué son el espacio y el tiempo? 

Estamos ante una pregunta muy antigua que se ha abordado a través de diferentes perspectivas desde los griegos. Y por lo general, la gente la toma desde una perspectiva dogmática: consideran que el espacio y el tiempo son conceptos propios y constitutivos de la realidad misma, quintaesencias de la existencia, con lo cual creen que a través de la ciencia podremos, algún día, descubrir qué son en realidad.

Aquí vamos a plantear otra interpretación muy diferente. Vamos a considerar que el espacio y el tiempo son metáforas estrictamente humanas; ficciones o artificialidades que sólo tienen sentido en un "mundo" creado por humanos; tal y como serían, también, los valores morales o los códigos civiles. Consideramos, pues, la ciencia una forma de poesía cuyo fin no es despertar emociones y sentimientos, sino describir y predecir lo que medimos.  

¿Qué significa esto? Entre otras cosas, que la ciencia consiste, precisamente, en ir creando y construyendo tales conceptos a fin de dotar de un sentido objetivo a cuanto experimentamos y sentimos; a cuanto medimos y observamos. ¿Cómo los crea? De dos formas:

-El tiempo se crea mediante la creación de relojes. 

-El espacio se crea mediante la creación de reglas de medir.

Por consiguiente, sólo podemos usar las nociones de espacio-tiempo donde podemos aplicar relojes y reglas de medir. Y somos nosotros, y nadie más que nosotros, quienes definimos a conveniencia qué es un reloj y una regla de medida ¡Y qué nos dan ambos instrumentos! 

Entonces, una vez establecido todo eso, dibujamos sobre las olas del océano del devenir nuestro mundo objetivo de hechos físicos, gracias al cual se despierta en nosotros la inmensa ilusión de comprender qué es cuanto vivimos y qué sucede realmente ¡Y sin embargo nuestra mirada nunca deja de verse reflejada sobre esa superficie aterciopelada de olas insondables que se devoran y surfean constantemente a sí mismas!  

En efecto, históricamente se puede demostrar como la objetividad aparece con el desarrollo técnico-conceptual del espacio-tiempo, puesto que con ello se vuelve posible concebir y pensar "que hay cosas que suceden en un lugar en un momento dado". Es decir, ello nos permite pensar la realidad como un conjunto de hechos o sucesos que se dan ¡Incluso se nos permite pensar la vida y la existencia como un mundo, un universo un Kosmos!  

Pero ver la existencia como un conjunto de hechos o sucesos que se dan no es propiamente real, sino más bien interpretación: una forma conceptual de metabolizar lo experimentado y vivido. 

A fin de cuentas el cerebro, como órgano biológico,  a nuestro parecer no deja de ser un potente aparato que engulle, tritura, digiere y asimila a su modo todo cuanto vivimos ¡Todo cuanto nos afecta y nos altera! Y la visión de un mundo objetivo compuesto de hechos y sucesos es una de las formas más tardías y elaboradas que hemos desarrollado para asimilar y procesar nuestra constante interacción con cuanto nos afecta -que a su vez no es nada concreto, sino también un metabolizar o procesar.  

Por tanto, ver el mundo como un "conjunto de hechos objetivos" que acaso podemos desmenuzar dibujándolos mentalmente a través de hipotéticas entidades abstractas e imaginarias, construidas a partir de observaciones y medidas, y que se relacionarían de una determinada manera, no deja de ser una forma cognitiva de digerir y asimilar cuanto vivimos y experimentamos ¡Pero no es realidad! 

Al menos no es "realidad" en el sentido metafísico y tradicional, y que todo el mundo tiene de ordinario en mente. De hecho, esta "realidad fáctica y objetiva" no ha logrado triunfar hasta hace relativamente poco en la historia de la humanidad mediante el desarrollo del pensamiento moderno en occidente. 

Y cuando advertimos la ficción y mitología de nuestro mundo objetivo, el mundo pregonado por la modernidad (la ilustración), del mundo que nos muestran las ciencias por un lado y los medios de comunicación con sus noticias de sucesos, por el otro, nos quedamos de piedra, incrédulos y estupefactos ¡Se nos cae un gran mito al suelo! 

Ahora bien, ante semejante desengaño, ¿quien es capaz de volver a subirse al carro y echar de nuevo sus deseos e ilusiones a volar? ¿A quién le queda aún aliento para preguntarse?:

 ¿Cómo podemos ver y sentir la vida? 

¿Cómo percibir y digerir este perpetuo fluir de contrastes y claroscuros? 

¿Acaso podremos darle nuevas formas nunca antes vistas? 

¿Y acaso vamos a ser capaces de darle a la vida una forma comprensible, bella y perfecta a nuestros ojos y así justificar que la deseamos para siempre? O nos quedaremos en ese pesimismo, contradictorio e irracional, que termina por reducir la vida al absurdo cuando parte de la idea de que simplemente "nacemos para morir", mientras apela al tenebroso "carpe diem". 

En verdad, ser capaces de construir una idea de la existencia bella y perfecta es una forma de justificar y desear la vida. Y durante siglos los sabios, que nunca han sido más que poetas, no supieron otra forma de amar la vida que poetizándola bajo la idea de Dios como creador y benefactor de la existencia. 

Pero ya no estamos enamorados de Dios, con lo cual ya no lo percibimos detrás de todo cuanto vemos, sentimos y vivimos ¡Sí, el amor nos hace soñar despiertos y alucinar! Y ver una película de leyes universales, propiedades y constantes, hechos objetivos y valores universales sobre cuanto experimentamos era, inequívocamente, un síntoma y un reflejo de ese viejo amor incondicional hacia Dios. 

Dios ha sido el objeto de deseo de la modernidad y la ilustración -Einstein fue de los pocos sabios del s.XX que lo entendió y admitió sin titubear. Pero el amor dura siempre lo que dura, hasta que pasa. Y hemos llegado nosotros, espíritus históricos y posmodernos fraguados en mil batallas de amor ¿Cómo no vamos a desconfiar radicalmente de todo cuanto nos cuentan y se ha contado históricamente? 

Nuestro curtido conocimiento histórico de las ideas humanas nos ha hecho escépticos integrales: en donde, por puro enamoramiento, se había visto un sentido, un significado, una verdad firme e irrefutable sobre la cual enarbolar la ciencia, hoy, sin más, sólo vemos ya comedia humana y mucha ilusión ¡Sólo vemos tontería y amor! 

En efecto, ¿quién puede ya negar que la historia de la ciencia occidental no ha sido una intrigante tragicomedia de amor -de un irrefrenable amor hacia Dios, termina en un profundo desengaño

Seguramente sea esta nuestra gran incógnita por revelar: después de tan gran desengaño, de tanto escepticismo cultural, de criticar y desconfiar de todo cuanto se ha llamado hasta ahora verdad y realidad objetiva, de comernos engaños, fracasos y decepciones a raudales, ¿acaso aún nos quedarán fuerzas para creernos las nuevas ilusiones que seamos capaces de imaginarnos? O, por el contrario, nos quedaremos atrapados en un patético y resentido -¡Todo es mentira y nada!- Como única verdad, paradójica y absurda.

En efecto, una gran duda planea sobre nuestros corazones: ¿seremos capaces de volvernos a enamorar? ¿Seguiremos de nuevo nuestras tonterías al dedillo? ¿O ya estamos demasiado viejos, cansados, desengañados, y nos sentimos ya sin muchas fuerzas para volvernos de nuevo locos y necios, temerarios y fuertes? A fin de cuentas, enamorarse siempre ha sido la virtud de los jóvenes -de los que aman la vida

Parece que necesitamos de otras ideas mucho más radicales y atrevidas, difíciles y singulares, que las forjadas por los sabios hasta ahora; ideas capaces de sortear, precisamente, nuestro agudo e histórico escepticismo hacia toda idea y poetización humana.

¿Qué tipo de idea, rara y exótica, será capaz de despertarnos de nuevo?

  





sábado, 10 de febrero de 2024

Liberalismo y comunismo. Un sueño común

Llevamos más de un siglo habituados a una cierta confrontación entre liberales, tachados de derechas, y comunistas-socialistas, tachados de izquierdas. Con tal clasificación se pretende representar esa vieja tensión social entre los ricos, poderosos y con motivo conservadores, para con respecto a las amplias capas sociales menos pudientes y afortunadas siempre deseosas de cambios y expectativas que puedan mejorar su situación. 

La idea es presentar una nueva interpretación de ambos movimientos modernos sobre la cual poner de manifiesto cómo al final ambos nos hablarían, desde una perspectiva teórica, exactamente de lo mismo: materializar los ideales de la ilustración.

Para ello, se empieza identificando que el liberalismo se basa en el pensamiento teológico de John Locke, mientras reduciremos el socialismo al pensamiento de Karl Marx -una materialización de la teología hegeliana. Entendiendo que la teología no ha sido más que el deseo para acercarnos a Dios -una fuente de poder inimaginablemente inmensa

Cabe señalar, además, que con esta reinterpretación muchos liberales y comunistas-socialistas no estarán  para nada de acuerdo: 

¡¿Cómo los liberales, explotadores y clasistas, van a predicar el mismo tipo de sociedad que nosotros los comunistas?! Chistarán obnubilados los socialistas.

¡¿Cómo los criminales y destructores comunistas van a predicar el mismo tipo de sociedad que nosotros los liberales?! Chistarán obnubilados los liberales.


Problema de las definiciones

Para empezar, quien se atreva a entrar en este terreno se dará cuenta, no sin asombro, de un aspecto que resulta característico de ambos movimientos ideológicos modernos: parten de conceptos cuyas definiciones se pueden aplicar de forma muy arbitraria y caprichosa, dado que no corresponden a nada medible, testable y en tal sentido, objetivo. 

Un ejemplo sería la noción de "libertad" y que ambos movimientos usan como fundamento principal de toda su estructura ideológica: ¿Qué significa ser "un individuo libre" para el liberalismo? ¿Y para el comunismo?

Y no sólo eso. Cabe atender como se emplean sin pudor un montón de falacias argumentativas porque, en especial las izquierdas, siempre han tomado la ideología como una arma de lucha al considerar que están en guerra ¡En guerra contra los ricos y poderosos! Y dado que en la guerra todo vale para destruir al enemigo, entonces, el astuto empleo de falacias siempre les ha resultado lícito y deseable para vencer a sus contrarios ideológicos, a quienes suelen odiar con profunda inquina y maldad. 

Los liberales, en cambio, ven a los socialistas de otro modo; con cierta estupefacción. ¿Por qué? Quizás se deba, en parte, a esa ingenuidad abrumadora que les caracteriza, a ese optimismo bobo suyo que les lleva a ser demolidos por las falacias y los ajusticiamientos socialistas sin apenas saber reaccionar. 

Por ejemplo, observase cómo las izquierdas se apropiaron "violenta e impunemente" del epíteto "socialista", queriendo decir, con tal atribución, que SOLO ellas pretenden buscar "el bien común". Y ciertamente el concepto "socialismo", de forma general y epistemológica, refleja el deseo político de alcanzar un cierto "bien común", y no el bien exclusivo de uno sólo, o de unos pocos... o de una única clase social. 

Sin embargo, atendiendo a dicho sentido no habría problemas en clasificar también a los liberales de socialistas, dado que defienden cómo el liberalismo capitalista, históricamente, ha sido el sistema que ha generado más bienestar y riqueza general para todos. Pero los izquierdistas, aquí también, les han ganado descaradamente el relato ¡Hasta el punto de que los propios liberales reniegan del término socialista! Sí, son muy ingenuos. 

Los ideales de la ilustración como la nueva teología moderna

Tomemos a John Locke, con sus famosos derechos naturales como el fundador de los ideales ilustrados, que dan sustento teórico a nuestros derechos humanos

Tales ideales teológicos nos llevan a soñar con un mundo forjado por seres humanos que viven ajenos a toda forma de abuso, coacción,  sin forzosidad, alienación ni violencia y por tanto, se comportan como almas puras, libres, autónomas y por consiguiente, bajo el divino impulso de la más estricta "buena voluntad" que reconoce a los demás como seres iguales y por tanto, dignos de ser respetados también como seres libres. 

En otras palabras, este ideal, como más tarde reconoce profundamente embelesado Kant, concibe al ser humano como un ser sobre el cual ninguna fuerza ajena puede condicionar, manipular y alterar su comportamiento innato ¡Nada actúa sobre él! O, almenos, nada le afecta. 

En otras palabras, este ser puro se comporta ajeno a cualquier circunstancia y contingencia, y por consiguiente, viviría como si siguiese una ley universal e insobornable propia. 

Se concibe este ser, pues, como un ser que actúa bajo el divino dictamen del "libre albedrío": ninguna de sus decisiones/acciones depende de unas condiciones iniciales, o de unas fuerzas externas ¡Su comportamiento no depende de nada que le sea ajeno! Por consiguiente, se podría afirmar que tal ser actúa exclusivamente por sí mismo ¡Cómo si fuera un primer motor! 

Aquí se define, pues, la noción de individuo libre: un individuo actúa libremente sino está coaccionado.

Este es un pensamiento teológico muy antiguo. Lo encontramos ya en Platón, Aristóteles o Epicuro por ejemplo, cuando se imaginan a los dioses viviendo de forma imperturbable como un reflejo inmaculado de su eternidad, perfección y bondad. Y en efecto, esos "sabios antiguos" identificaban a tales dioses sobrenaturales con los astros que parecían moverse, y relacionarse entre sí, generando ciclos perfectos y regulares de miles de años sin que nada los afectase ni alterase ¡Como si fueran movidos por su propia inercia infinita! De aquí surgió, precisamente esa idea metafísica "del reino de los cielos": de noche miraban al cielo y ahí veían un reino muy superior a nuestro reino mundano y terrenal, que desgraciadamente es dominado por la violencia, la accidentalidad y fugacidad de todos los seres. 

Es cierto que este "reino de los cielos", heredado de forma inmediata por el cristianismo, parecía caer cuando Galileo demuestra con su telescopio que la "luna" no es un ser celestial, o que Júpiter es otro mundo parecido a la Tierra con sus propios satélites moviéndose a su alrededor. Pero, ¿acaso cayó? No, se hizo más espiritual, como vemos en Descartes; o bien se aprecia en Newton cuando postula su principio de inercia: un sistema o un ser inercial es aquel sobre el cual no actúa ninguna fuerza, o bien nada parece afectarle ni modificar su comportamiento (su "ethos").

Locke, que escribe su famoso tratado político un par de años después de los impactantes "Principios matemáticos de la filosofía natural" de Newton, toma ese principio de inercia como un principio metafísico ¡Como un principio ideal! 

Tanto Locke como Newton son, por tanto, plenamente conscientes de que en el mundo físico no existen sistemas/cuerpos puramentes inerciales, sin embargo podemos imaginar que podrían existir; es un objetivo ¡Un ideal! 

Entonces, visto como ideal, es plausible interpretar e imaginar que tamaño principio nos indicaría un mundo perfecto, utópico, teológico; nos permite soñar que cuando el comportamiento de un cuerpo, de un ser, ¡un sistema!, parezca no mostrar casi aceleración alguna eso se puede tomar como que ninguna fuerza actúa sobre él. Y tal consideración, ciertamente imaginaria si atendemos a la crítica de Hume, nos permite afirmar, entonces, que tal cuerpo/sistema se comporta libremente

Y llegados aquí, se añade algo aún más fantasioso si cabe: que sólo cuando un ser se comporta libremente se expresa tal y como es realmente él mismo ¡Se expresa metafísicamente!  

Por tanto, de todo ello se infiere la idea ilustrada de que la libertad es condición "sine qua non" para garantizar la dignidad humana. Que sólo la libertad es la demostración de que uno se está expresando íntegramente a sí mismo ¡Está siendo él mismo como si fuera una entidad pura, inmaculada, ideal! Con lo cual, se alucina ingenuamente, que entonces su alma podrá ya por fin resonar con el universo sin ruidos ni distorsiones, sino en armonía con toda la existencia.

Sin embargo, hoy en día interpretamos el principio de inercia de otro modo muy distinto a éste teológico que se ha impuesto generación tras generación, alimentando la ilustración y por tanto nuestra civilización, adoradora de la libertad metafísica. Lo interpretamos de un modo mundano por así decirlo ¡Lo hemos bajado al suelo! Y jugamos con él después de milenios intentando jugar en la luna.

Hoy unos pocos entendemos que el principio de inercia sólo nos dice que cuando un sistema no parece mostrar aceleraciones ello sólo nos indica que ha entrado en un cierto equilibrio con su entorno. Y además, entendemos que un sistema puede entrar en equilibrio con su entorno de muchas formas diferentes, con lo cual la inercia para nada nos mostraría  ninguna propiedad esencial, metafísica e intrínseca del sistema. Sólo refleja cómo un entorno interacciona con el sistema generando un cierto equilibrio; de modo que el entorno afecta y condiciona al sistema al adquirir ambos un tipo de equilibrio u otro. Nada más.  De hecho, parece que la segunda ley de la termodinámica expresa, precisamente, esta idea bastante bien.

Bajo esta reintepretación uno puede entender que un sistema puede adquirir diferentes comportamientos inerciales según adquiera un tipo de equilibrio u otro. Según sea su entorno. Con lo cual, no tiene una forma propia y esencial de comportarse; tal y como soñaba Kant ¡O cualquier ilustrado!

Así, pues, cabe destacar lo equívoco, tosco y miope de afirmar que al estudiar el comportamiento de una persona que se encuentra bajo un entorno de cierto equilibrio, como una situación rutinaria y habitual por ejemplo, entonces actúe libre y automáticamente, sin improvisaciones ni violencias ¡Como si fuera guiada por una fantasmagórica "buena voluntad" interior! Es decir, como si esa persona actuase por sí misma ¡Sin coacciones!

En fin, al reinterpretar toda esta moralina teológica milenaria basada en una noción de libertad hecha de puro humo, pero sobre la cual occidente ha articulado sus más importantes ideas políticas, sociales, económicas, pedagógicas y culturales a lo largo de los últimos 300-400 años, nos vemos impelidos, obviamente, a preguntarnos: ¿Cómo definimos entonces la libertad? 

Redefiniendo la "libertad"

¿Qué significa que un ser humano actúe sin que nada le afecte, le condicione ni le influya? 

¿Podemos realmente aislar de un plas al ser humano de su entorno, de su propio alimento y crecimiento, de su proceso de formación mismo, de su herencia tanto genética como anímica e intelectual? 

¿Podemos realmente definir con una línea maestra y sin controversia alguna qué es lo propio y lo ajeno en un ser humano? Por ejemplo: ¿todo lo instintivo, involuntario, inconsciente en nosotros nos será acaso algo propio o bien nos será ajeno?

Este ejercicio de idealizar y objetivar, de extraer y aislar arbitrariamente un sistema de su entorno parece una tarea fácil y práctica si deseamos tratar de forma superficial el comportamiento de un objeto simple que se mueve ante nosotros, por ejemplo una bola de billar, pero no podemos sino reírnos cuando lo usamos para estudiar de forma pormenorizada y honesta al ser humano. A nosotros mismos, por ejemplo.

Necesitamos crear otra definición de "libertad" al parecernos ya evidente que resulta risible definirla como el estado inercial de un sistema; de modo que nos olvidamos de emplear esa burda dicotomía teológica entre libertad vs. coacción que ha condicionado el pensar occidental desde hace milenios llevándonos a adorar fantasmagorías morales. 

Hoy tratamos la libertad y la coacción como diferentes caras de una misma realidad, por así decirlo. Ya no valoramos la libertad y la coacción por separado y en antagonismo ¡No vemos las cosas blancas o negras! Preferimos pensar  que hay "grados de libertad", que definimos como: la capacidad de acción de un sistema, y por tanto como una cierta potencia de un sistema.  

Honestamente, no nos estamos inventando nada especialmente innovador. Esta "visión" ya ha sido usada desde hace mucho en física para estudiar sistemas algo complejos, que es tal y como interpretamos que es el ser humano. Pero es una definición que nos brinda muchas ventajas al permitirnos medir la noción de libertad: un sistema es más o menos libre según la cantidad de movimientos, acciones, transformaciones que pueda realizar bajo unas ciertas condiciones. 

Con esta definición la noción de "libertad" deja de ser tan arbitraria y etérea como esa de teológica y que nos sabe ya a ilusión moral. 

Así pues, bajamos la noción de "libertad" a tierra, donde podemos trastearla y usarla para analizar la evolución y capacidades de los sistemas, y por tanto, también para analizar el comportamiento de la gente, de las sociedades, etc. 

Paradoja de la moral ilustrada

Todas estas ilusiones morales basadas en esa vieja interpretación idealista y teológica, superficial y burda del principio de inercia han condicionado profundamente nuestra visión sobre nosotros mismos. Nos han hecho creer que el ser humano es, en el fondo, algo ajeno a su entorno, a la naturaleza, al universo entero y por consiguiente a la vida mundana y corporal, por así decirlo ¡Que es un espíritu puro, libre y digno! Con lo cual debería de poder actuar ajeno a todo ello: a toda necesidad fisiológica, a toda coacción corporal y material. 

Pero hoy algunos ya hemos desarrollado la sensibilidad suficiente como para advertir  la gran paradoja que abriga la ética moderna: estas mismas ilusiones trascendentales no nos permitían ser libres, según lo que ellas mismas definían como libertad, puesto que afectaban, directa y tiránicamente, a nuestra propia visión de nosotros mismos.  

Creer en el libre albedrío condiciona las decisiones que vamos a tomar, con lo cual contradice la propia definición de libre albedrío

Por lo dicho, pensamos que necesitamos otra definición de libertad; la idealista nos sabe, ya, completamente burda, superficial y paradójica como método para estudiar el comportamiento humano; es decir, sus acciones, decisiones y desarrollos.

¿Qué es el comunismo?

Uno de los aspectos que más sorprende de la obra de Marx aparece al observar como muchos ricos capitalistas la tienen como guía económica, mientras la gran mayoría de sus defensores más populares no la han leído con mucha entereza, o bien han tenido una formación filosófica tan pobre que raramente atisban el calado de los conceptos empleados -como la base transcendental de su dialéctica materialista

Y es que Marx, como excepcional estudiante de filosofía que fue, toma el calado de sus conceptos de la tradición filosófica moderna: de Locke, de Kant, de Hegel y otros tantos. Dicho de otro modo: Marx hace lo mismo que esos teólogos ¡Hace teología moderna! De hecho, intenta materializarla y con ello, culminar lo que sería la ilustración (un cristianismo 2.0). 

Entonces, lo primero que se da cuenta Marx es que los ideales de Locke (el liberalismo), tal y como lo plantea el inglés, son imposibles de alcanzar. Es decir, es imposible lograr que varias personas, sin más, puedan establecer pactos bajo un verdadero respeto mutuo, con lo cual las partes alcancen un consenso perfectamente libre y voluntario, garantizando que éste sea racional y por consiguiente, eficiente y óptimo ¡Que sea el mejor pacto posible para ambas partes! 

Y eso sería imposible, imagina Marx, hasta que no se alcance una estructura técnico-industrial superavanzada. Mientras tanto, defiende, todas las personas viviremos permanente coaccionadas y alienadas por nuestras necesidades materiales, fisiológicas, corporales: por la necesidad de evitar el frío/calor, el hambre, la sed, las enfermedades, el miedo futuro a la muerte o a la miseria y el dolor, al impulso sexual de atraer al sexo contrario, etc. Las personas estaríamos viviendo, por el momento, en "el REINO DE LAS NECESIDADES".

Por tanto, según Marx todo cuanto hacemos lo hacemos coaccionados ciegamente por tales necesidades, con lo cual nuestros actos serán en mayor o menor medida egoístas, hipócritas e inmorales: buscaremos aprovecharnos de los demás de algún modo para satisfacer tales necesidades, con lo cual resultará imposible establecer pactos entre las gentes que sean realmente libres, voluntarios y por ello, racionales: consensos y colaboraciones donde se respete íntegramente la dignidad todas las partes y con ello, se alcance la situación óptima para todos. 

En tal sentido, pues, el teórico del comunismo considera que el liberalismo no se ha podido dar realmente nunca, puesto que las condiciones materiales no lo permitían. Lo que se habría dado es el capitalismo; un sistema económico que se basa en el irracional mercado de las necesidades donde las partes disputan y compiten entre sí según la fuerzas coercitivas que les afectan: los capitalistas se mueven bajo la frenética necesidad de buscar mano de obra barata y hacer reinversiones constantes para fabricar productos cada vez más baratos y competitivos, y aumentar así sus beneficios para atraer a nuevos inversores y no ser destruidos por la competencia, mientras los proletarios se mueven bajo la necesidad de trabajar en lo que sea para poder obtener un sustento de vida, o mejorar su bienestar. 

Por tanto, para Marx el mercado capitalista sería una máquina de generar y avivar necesidades, frenéticas y voraces: cuanta mayor consciencia tomen las gentes sobre necesitar cosas más atados estarán al capital, "a la carrera de la rata"; es decir, al trabajo remunerado y alienado ¡Más trabajarán enajenados por necesidad y coacción vital! 

Seguramente fuera Walter Benjamin el marxista que mejor desarrolló tan gran capacidad del capitalismo por inventarse constantemente necesidades nuevas cada día en la mente de las gentes, convirtiéndolas en máquinas desalmadas de trabajar y consumir, mientras olvidan por completo esa supuesta libertad individual suya inercial e ideal. 

Así pues, Marx defiende que el capitalismo nunca podrá ser ese mercado libre y colaborativo, comunal e ideal, soñado por Locke, configurado por hombres libres y dignos que alcanzan por consenso pactos voluntarios, y por tanto racionales, sino que será el mercado de las necesidades y miserias donde los fuertes abusan de los pobres; donde los que poseen más medios explotan a los más desprotegidos, pero por miedo a ser vapuleados por la competencia. Un mercado inmoral e imperfecto que, al final, por sus propia irracionalidad (sus contradicciones internas) nos lleva a crisis económicas cíclicas. 

Cabe señalar como esta afirmación moral de Marx sobre la causa de las crisis cíclicas de los mercados capitalistas no es una realidad propiamente dicha, sino interpretación. Un constructo teórico. Una hipótesis. Lo único que observa Marx es que el sistema capitalista genera cada tanto tiempo burbujas especulativas que terminan en crisis económicas bastante profundas, y entonces atribuye como supuesta causa de tales crisis a la esencia inmoral del mercado, dado que se imagina que éste está forjado por explotadores y explotados, y las supuestas dinámicas que semejante tensión genera. 

Sin embargo hoy en día tenemos una interpretación mucho más rigurosa, efectiva y científica sobre las crisis de mercado; o la podríamos desarrollar sin muchos problemas y, sobretodo, sin apelar a patetismos morales sobre supuestos explotadores y explotados (igual la comento en algún otro post). 

En cualquier caso, vale destacar de nuevo como Marx interpreta los pactos capitalistas como pactos de necesidad, dado que los interpreta como pactos basados en relaciones de abuso, coacción y necesidad entre unos supuestos explotadores y unos etiquetados como explotados. En otras palabras, a su ver serían pactos de abuso y coacción porqué la noción de libertad idealista ni se huele: nadie puede actuar realmente por sí mismo ajeno a nada en un mundo lleno de necesidades que te obligan a prostituirte tanto física como intelectualmente para vivir. 

En el capitalismo, por tanto, raramente habría colaboración entre las partes, como soñaba Locke, dado que unos contratan e reinvierten porque lo necesitan y otros trabajan y se dejan explotar porque lo necesitan ¡No porque ninguno de ellos lo desee realmente! Ciertamente, si tomamos la noción de libertad desde una perspectiva teológica aquí no hay libertad, alguno. El problema es que tal libertad no existe en ningún caso jamás. 

Ahora bien, cabe destacar como los liberales actuales, como Huertas de Soto por ejemplo, afirman sin más que el mercado de las necesidades es ya, por pura definición, un mercado de pactos libres y voluntarios: unos necesitan contratar al mejor precio y otros que les den dinero para vivir. Y de tal modo identifican capitalismo como liberalismo sin más.

En este sentido, cabe atender algo mas: cómo los liberales definen la libertad y voluntariedad de una forma aparentemente empírica, pero completamente ingenua. Afirman que uno es libre cuando desea hacer algo que nadie, especialmente el estado, le prohíbe o coacciona hacerlo con sus leyes. Ciertamente, definida así la libertad es algo palpable: basta con mirar las leyes de un país. Sin embargo, que un estado nos prohiba cosas no significa que no se hagan, porque lo que determina que algo suceda o no son las capacidades y el poder (la libertad definida como lo hemos hecho antes): un estado puede prohibir mucho y poner sobre el papel un montón de leyes, pero si hay agentes dentro de la sociedad más fuertes entonces estas leyes serán, para ellos, puro papel mojado.

En cualquier caso, y volviendo de nuevo a esa diferencia entre necesidades y libertades que se imagina Marx, se introduce esa famosa idea suya de "plusvalúa", sobre la cual teoriza que el capitalista roba una parte de la riqueza producida por el trabajador y la reinvierte para mejorar el proceso productivo, haciéndolo cada vez más automatizable y productivo hasta el punto de aspirar a prescindir del propio trabajador.

Ahora bien, cabe destacar algo que los socialistas no reconocen, y reclaman los liberales como Milei, por ejemplo. Marx afirma sin tapujos cómo el capitalismo salvaje es la mejor forma de mejorar las condiciones materiales de la humanidad. Sí, el propio Marx reconoce que a despecho de su inmoralidad interna se trata del único sistema socioeconómico capaz de desarrollar a lo bestia las condiciones materiales técnico-industriales sobre las cuales, algún día, será posible dejar atrás "el reino de las necesidades", como un mal recuerdo del pasado de la humanidad, abriendo la puerta al "reino de la libertad".   

El hecho de que el capital necesite, para prosperar y no morir, reinvertir constantemente esas hipotéticas plusvalúas robadas al trabajador para mejorar continuamente los procesos productivos a fin de desarrollar nuevos productos y servicios, y de incrementar la productividad a través de una constante automatización de los procesos, llevará, dice Marx, a que el capitalismo muera de éxito: que el capital termine concentrado en muy pocas manos, las cuales gestionarán megacomplejos productivos capaces de fabricar todo lo imaginable de forma rapidísima y prácticamente automática. En consecuencia los trabajadores quedarán desempleados y sin capacidad económica para comprar los productos que ese superdesarrollado sistema productivo parece ser capaz de ofrecer, aunque su coste se haya reducido hasta convertirse en prácticamente nulo. 

Llegado el caso, defiende Marx, será necesario e inevitable que el capitalismo, como sistema, colapse en una inmensa crisis económica, llevándose por delante al estado, al dinero, a los títulos de propiedad privada burguesa, los cuales estipulan arbitrariamente qué derechos comerciales (de venta y explotación económica) tiene uno sobre los diferentes bienes. Sí, todo esto desaparecerá según Marx, simplemente porque el comercio (la compra-venta) ya no tendrá sentido ¡El mercado de las necesidades se derrumbará y de sus ruinas emergerá otro mercado: el de las libertades! 

Por fin el sueño liberal será posible.

El reino de las libertades

Una vez trascendido el "reino de las necesidades", que según la visión de todos estos viejos teólogos había mantenido a la humanidad subyugada durante milenios a vivir bajo condiciones injustas, coercitivas, violentas, llevándola a intentar progresar mediante un proceso continuo de desarrollos tecnológicos y materiales, aparece como una nueva aurora "el reino de las libertades"; y que Marx llama "Comunismo", pero que, como ya se ha dicho, a lo largo de los tiempos había adquirido otros nombres; acaso "el reino de los cielos" reconoce Kant al final de su "Crítica de la razón pura".

Este "reino de las libertades", donde cualquier individuo podría ya actuar como un auténtico ser inercial (un espíritu puro) que no se ve afectado ni condicionado por nada, se caracteriza por ser un mundo donde las personas colaboran constantemente entre sí ¡Toda relación interpersonal y social se basa, dicho literalmente, en el puro consentimiento! Es decir, compartiendo una misma voluntad, un mismo sentimiento, un mismo deseo común ¡Anhelando que a todos nos vaya lo mejor posible!

Esto significa que las personas pactan de forma libre y voluntaria, respetando siempre la libertad y voluntariedad de los demás porque, satisfecha toda necesidad posible, ya pueden reconocer sin problemas que todas las personas compartimos unos mismos derechos naturales:

-Derecho a la vida, y además a la vida digna. 

-Derecho a poseer en exclusivo las condiciones materiales necesarias para llevar una vida digna y por tanto, que nadie se lo arrebate.

-Derecho a hacer, decidir y pensar lo que se considere oportuno, dado que sus acciones, decisiones y pensamientos surgirán, no de las necesidades subjetivas, irracionales, ciegas y arbitrarias personales, sino de la pura racionalidad y claridad de buscar lo más óptimo.

En esta sociedad supertecnificada que hace posible la aparición de individuos libres y racionales nada se deja al azar, sino que todo está perfectamente planificado de forma supereficiente y optimizada a través del pacto social, es decir, del consentimiento y el consenso voluntario de todos los agentes implicados.


CONCLUSIÓN

El comunismo es el gobierno civil liberal soñado por Locke, pero pensado de una forma no tan ingenua y dogmática ¡Hay un Inmanuel Kant y un Hegel de por medio! Además de esconder un grado importante de astucia malvada detrás de muchos de sus conceptos; con motivo resulta excitante y seductor para muchos. Pero visto así sí resulta lógico que el propio Marx admitiese que su trabajo, en esencia, no fuera más que un llevar el liberalismo hasta el final ¡Pues lo es! 

De hecho, con el comunismo estamos ante la culminación ilustrada de siglos de desarrollos teológico-metafísicos: una lucha constante contra la vida mundana, terrenal y corporal. Del mismo modo que nuestro progresismo woke actual parece ser una nueva culminación de este proceso milenario liderado por teólogos.

Así pues, cabe tratar tanto el liberalismo como el comunismo, siempre, como sistemas teóricos que nunca se han implantado en verdad ¡Pues no son de este mundo nuestro, mundano y terrenal, del cambio y fluir permanente! 

No en vano es recurrente escuchar de entre los defensores de unos y otros apelar a la falacia del "falso escocés" para defenderlos y seguir promocionándolos entre nuestros ingenuos resortes culturales.

 Con todo, somos muy pocos los que vemos emerger otras ideas socieconómicas mundas, terrenales, en fin, muy alejadas de esa vieja sed teológica que ha dominado espiritualmente occidente durante siglos. Y quizás por eso mismo el futuro sea nuestro.

 


 

  







lunes, 22 de enero de 2024

Derechos naturales o deseos?

 La creencia en unos derechos naturales inherentes al individuo (el iusnaturalismo) es una tradición ética muy antigua y que hemos heredado, después de muchas transformaciones, con nuestros famosos derechos humanos

Uno de los movimientos que mejor habla de tales derechos naturales es el liberalismo, con John Locke en cabeza, y que a raíz de la victoria de Milei en Argentina vuelve a sacar la cabeza a nivel mediático. 

Milei defiende el liberalismo más estricto. Y este liberalismo, a despecho de lo que malinterpretan todos los sectores "colectivistas" cuando "malopinan" que el liberalismo defiende una ética de piratas (donde unos pocos individuos fuertes y ricos pueden pisotear, saquear y arruinar a los pobres impunemente), es un movimiento profundamente ético basado en la existencia, para todo individuo, de unos derechos naturales y de la necesidad social de reconocerlos constantemente para autoorganizar la sociedad de manera que la gente se respete mutuamente y, con ello, sea capaz, por sí misma, de generar relaciones y pactos de forma consensuada, voluntaria y afectiva buscando, por ello, siempre la manera más efectiva posible de obtener un cierto beneficio para todas las partes implicadas. 

El colectivismo siempre ha tendido a tergiversar y malinterpretar la noción de "libertad" de los liberales, tachándola de ser una "ley de la selva", una "libertad de piratas", "la ley del más fuerte" ¡El salvaje oeste! Pero nada más lejos; la libertad liberal es, siempre, aquella acción consensuada de forma voluntaria entre las partes implicadas a fin de alcanzar un pacto de win-win. 

"Donde hay coacción, imposición y abuso no hay libertad". Máxima liberal

En efecto, pues, el liberalismo ha sido la base ética ilustrada que busca y sueña con que todo individuo alcance una "mayoría de edad", con lo cual sea capaz de dirigir por sí mismo su propia vida, tratando con respeto e inteligencia a los demás, sin necesidad de papá estado: de instituciones públicas/privadas que lo tutoricen sobre cualquier tema. 

¿Qué son los derechos naturales?

A nivel teórico, y esto también se desprende del famoso discurso de Milei en Davos, son leyes morales universales e inalienables dadas por Dios a todo individuo desde su nacimiento y que gracias a nuestra inteligencia humana, las podemos comprender; como podemos comprender las leyes universales que gobiernan a los fenómenos físicos del universo. Estos derechos naturales son:

-Derecho a la vida (por eso Milei está en contra del aborto).

-Derecho a la libertad de acción, de pensamiento y de opinión.

-Derecho a la propiedad privada y, en especial, de poseer lo logrado con el propio trabajo y esfuerzo.  

-Derecho a conservar y proteger la propia vida.

Así pues, ya Locke deja claro que estos derechos o leyes morales para nada son dados o inventados de forma artificial por una sociedad, sino que son inherentes a nuestro ser, simplemente por ser, y que en todo caso una sociedad los puede reconocer o no. Si no los reconoce, entonces esta sociedad no difundirá respeto alguno por la libertad de pensamiento y de acción de sus ciudadanos, ni por sus propiedades o su trabajo, ni tampoco por su vida, permitiendo, por consiguiente, que se actúe sobre ellos de forma violenta, coactiva y abusiva, generando situaciones de tiranía, monopolio coercitivo, etc. 

Ciertamente, creer que estos derechos existen de forma natural sin que sean atribuciones que nos damos o nos quitamos arbitrariamente los seres humanos según necesidades, intereses y deseos, a muchos nos cuesta bastante de creer 

¡Ni tan siquiera creemos ya que existan leyes físicas universales, cómo para creer en tales derechos éticos! 

Es más, tendemos a verlo como un consuelo ético-jurídico, incluso como una cierta hipocresía. Con honestidad, casi que consideramos los derechos humanos como vestimentas sociales que el poder quita y pon a dedo. De modo que nos preguntamos:

¿Qué derecho tengo a vivir si en cualquier momento me puedo morir o mis sueños se pueden volver pesadillas? ¿Qué derecho tengo a una posesión ganada con esfuerzo, si en cualquier momento también la puedo perder y arruinarme? ¿Qué derecho tengo a opinar y pensar algo si puedo equivocarme, si cualquiera puede hacerme callar o, simplemente, los demás me ningunean y me tratan, mediante un vacío, como si no existiera?

Sin embargo, quizás en este término "derecho" empleado por los liberales se escondan, a nuestros ojos, matices desapercibidos. Quizás no debamos tomarnos esta noción suya de "derecho" tan a la ligera. ¿Acaso no será un mero eufemismo jurídico para decir otra cosa? 

¿Derechos o deseos?

Locke cuenta que sólo una persona inteligente es capaz de comprender que los demás también son personas y como tales, cabría reconocer una igualdad básica entre nosotros. De modo que cabría reconocer que todos tenemos los mismos derechos básicos como personas que somos. ¿Por qué? 

Aquí Locke parece señalar cómo todo ser humano cree, sin duda, que él tiene derecho a vivir, a poseer el fruto de su trabajo o la libertad de hacer, pensar y opinar una cosa u otra. En otras palabras, un liberal se pregunta:

¿Acaso hay alguien que cree que no merece vivir? 

¿Acaso hay alguien que cree que no puede hacer lo que desea, o decir y defender lo que piensa? 

¿Acaso hay alguien que cree que no puede poseer el fruto de su esfuerzo y trabajo?

Visto así, empezamos a entender que los derechos naturales que defiende los liberales son, en el fondo, deseos:

Yo, como ser humano, me caracterizo por desar (tener una voluntad). ¿Y qué deseo?:

-Deseo vivir

-Deseo poder actuar,pensar y opinar sin que nada ni nadie me lo impida, o me los restringa, etc.

-Deseo poder poseer el fruto de mi trabajo y usarlo a mi criterio.

Visto así, los derechos naturales humanos no son más que la expresión fundamental de toda voluntad humana. Y un ser inteligente, no sólo advierte, dice Locke, que él tiene estos deseos básicos, sino que los demás también los tienen. Aquí apreciaríamos, pues, el primer despertar ético de una persona: reconocer la voluntad humana en los demás.

Y una vez hemos reconocido que mis deseos, y por tanto mi voluntad, es pareja a los deseos de los demás seres humanos, entonces cabría un segundo despertar ético más elevado aún: entender que la voluntad humana es un reflejo de la voluntad divina que ha creado el universo entero, con sus leyes universales y su forma de ser (su ethos). 

Por tanto, el segundo despertar ético, por así decirlo, sería reconocer que toda voluntad humana es igual y única por ser un reflejo de la divina. Por tal motivo, los liberales consideran que los derechos naturales  son únicos y divinos. 

En definitiva, destapados tales matices se comprende, entonces, como los derechos naturales no son más que "la expresión jurídica" tomada por Locke, y otros, para justificar que la voluntad humana es única al ser un reflejo de la voluntad divina. De aquí la creencia que razonando entre sí la gente se puede entender y alcanzar pactos beneficiosos para todos. De aquí la importancia de reconocer y respetar la voluntad de todo ser humano, pues ello conlleva reconocer y respetar la voluntad de Dios; la cual nos garantizaría que, siguiéndola, la humanidad progresará hacia un mundo cada vez mejor.

Reflexión

La pésima interpretación que hace la gente común semiinstruída en tales temas, así como también los colectivistas, sobre lo que es el liberalismo, parece derivar en un problema de primer nivel. No entender mínimamente "qué es ser libre" o "qué son los derechos naturales" para un liberal, nos ha llevado a un mundo políticamente lleno de odios, venganzas, resentimientos y miedos. ¿Por qué? 

Se ha tratado patéticamente el liberalismo como una ideología de piratas ¡La política del salvaje oeste!  Con ello mucha pobre gente, que ha sido pisoteada por el abuso de los ricos, los listos o poderosos, ha identificado tales prácticas como de liberales y con motivo se han lanzado a ciegas en brazos de movimientos colectivistas, resentidos y vengativos, acaso más agresivos y coercitivos si cabe; demostrando a su pesar esa vieja máxima: no pocas veces los remedios son peores que las enfermedades.

Sin embargo, detrás del liberalismo hay aún la vieja creencia teológica de un Dios creador a voluntad de toda la existencia. Con lo cual hay aún desprecio, miedo y un pretender huir del mundo físico y mundano -de la vida.

El liberalismo es una vieja superstición ético-política y debe ser superada. Aunque, como superstición, puede ser útil y efectiva en muchas circunstancias, del mismo modo que la teoría de la gravitación universal de Newton es efectiva en un montón de situación siendo concebida bajo la profunda creencia de que la fuerza de la gravedad era la expresión de la voluntad divina sobre la materia del universo. 

Por lo dicho, pues, se hace preciso estudiarla según lo que dice, y hace, no según lo que no dice ni defiende, pero que la gente se cree por ignorancia supina y por la difamación continua perpetuada por los distintos movimientos colectivistas. 


Mi visión política 

Estudiar la sociedad como un organismo vivo, como un ecosistema biológico, como una compleja dinámica de perspectivas llena de ruido, como una profunda y larga cadena trófica. 

Pero aún faltan siglos para que se maximice esta idea vital sobre las consciencias populares a medio cocer, las cuales aún discuten dogmáticamente entre derechas-izquierdas, globalistas-nacionalistas, buenos-malos, libres-colectivistas, opresores-oprimidos, etc...

 







 







sábado, 13 de enero de 2024

Meritocracia, igualdad, equidad... y democracia.

 Este es uno de los temas más actuales a nivel social. Voy a dar una mirada muy peculiar y diferente a las habituales.

Primero, las nociones de mérito, igualdad y equidad son artificiales e impuestas por nosotros de forma muchas veces arbitraria. Sin embargo, fundamentan toda organización social.

La meritocracia consiste en otorgar recompensas (cargos, dinero, privilegios, reconocimientos, etc) según un supuesto mérito propio: alguien recibe más que otros porque se considera que lo merece y se lo ha ganado. 

La igualdad consiste en tratar a diferentes personas exactamente de la misma manera. Ello, obviamente, saca a la luz las diferencias entre ellas porque al tratarlas por igual unas responden mejor que otras.

La equidad consiste en igualar a diferentes personas. Se evalúan las capacidades de unos y otros y se crean sistemas de selección específicos para que, al final, todas ellas obtengan unos mismos resultados y no haya diferencias entre ellas. 

La meritocracia

Hay muchas formas de establecer una meritocracia. La antigua aristocracia medieval era una de ellas: la posición social que ocupaba una persona al nacer era indicador de un mérito u otro.

Sin embargo, con el desarrollo de la objetividad en occidente hemos empezado a desarrollar ciertos mecanismos objetivos y por ello, medibles, universales y replicables, a fin de establecer un tipo de meritocracia objetiva basada en la capacidad y competencia a la hora de realizar tareas, acciones, cargos, etc.

Mediante este tipo de meritocracia se mide objetivamente la capacidad de una persona para realizar una tarea, con lo cual se puede comparar su desempeño con el que ejercen otras personas. Ello permite "acreditar" de forma objetiva la calidad de la tarea que ejecuta una persona y dar una cierta garantía.

Cabe destacar que la meritocrática objetiva nunca valora las razones, excusas o supuestas justificaciones por las cuales una persona ejecuta mejor o peor una tarea. Sólo acredita que una la ejecuta mejor que otra, y la valora exclusivamente por ello.

Es evidente que este tipo de meritocracia permite que la sociedad se estructure a través de relaciones muy garantistas y fiables. Es decir, la capacidad de medir y acreditar objetivamente la calidad de una tarea permite tener confianza en obtener unos resultados concretos. O dicho en otras palabras, en una sociedad estructurada mediante una estructura meritocrática objetiva potente la confianza para con la sociedad es muy elevada, hecho que permite que se realicen proyectos y actividades impensables para otras sociedades. 

De hecho, se aprecia como toda sociedad que ha sabido establecer un mecanismo meritocrático objetivo algo potente se ha desarrollado de forma próspera, siendo cada vez menos disfuncional. Porque, a fin de cuentas, este tipo de meritocracia lo que logra es tratar a sus ciudadanos como piezas de un gran engranaje, mientras los valora según funcionen y se adapten a él. 

El igualitarismo

Hay muchas formas diferentes de entender la igualdad e implementarla. De hecho, no pocas veces igualdad y equidad se toman por sinónimos, como en el socialismo cuando se defiende que todas las personas deben obtener lo mismo, dado que si no es el caso se generan desigualdades.  

Sin embargo, el igualitarismo es imprescindible para una sociedad que aplica una meritocracia objetiva, por así decirlo. Pero en tal caso cabe entender el igualitarismo en el siguiente sentido: 

lo que mide los méritos de una persona es la capacidad de esa persona para ser evaluada mediante una prueba que sea igual para todos los demás. Por ejemplo, una prueba de selectividad. 

La meritocracia, pues, usa la igualdad para sacar a relucir las diferencias y desigualdades entre las personas, y las valora y trata según tales desempeños.

Así pues, la igualdad, entendida desde una perspectiva meritocrática objetiva, fomenta inherentemente el proceso evolutivo: ejerce una fuerte presión evolutiva porque permite seleccionar un tipo de personas en detrimento de otros tipos. Esta presión evolutiva genera un "aprendizaje por refuerzo", en base al cual, poco a poco, la gente mejora en esos aspectos que se valoran, con lo cual cada vez muestran un mejor desempeño al respecto. Ello conlleva un "progreso" social medible y evidente.

Ahora bien, es cierto que hay algo de arbitrario en esta forma de seleccionar meritocráticamente a la gente ¿Qué tipo de pruebas deben establecerse para determinar las capacidades y méritos de la gente? Ciertamente ello da para otra reflexión muy importante, porque los criterios de selección al final son lo que permiten a una organización fracasar o ser próspera.  

La equidad e inclusión

La equidad es el término que el pensamiento socialista y humanista ha terminado abrazando después de darse cuenta de que la igualdad es el fundamento de la competitividad social, la meritocracia objetiva y por consiguiente, de las desigualdades sociales en sociedades prósperas, ricas, potentes y funcionales. 

Con la equidad ahora se reconoce que todo ser humano es esencialmente diferente, y muchas veces muy diferente, con lo cual se considera injusto tratar a todo el mundo bajo los mismos requisitos, es decir, bajo unos mismos patrones o criterios de evaluación. Así pues, se exige que se aplique una inclusión. 

La meritocracia genera exclusiones, las cuales son sumamente importantes para generar la presión necesaria que da pie al aprendizaje por refuerzo. Contra tales exclusiones luchan los que defienden la equidad, tildándolas de injusticias sociales (Todo el trabajo del sociólogo Pierre Bourdieu va en esa dirección por ejemplo), porque consideran que lo que hace que haya gente que se desempeñe mejor en una tareas que otras puede haber sido su entorno socioeconómico, su herencia cultural, etc  Y todo esto lo tachan arbitrariamente de injusto. En el fondo, cabría preguntarse si tildarlo de injustifica no es una  astuta estrategia de camuflar un cierto odio, una rabia y envídia.  

Sin embargo, una de las primeras preguntas que cabría hacerles a estos inclusivos es: ¿acaso la equidad no genera su propia exclusion social? 

Un ejemplo de la equidad nos la encontramos hoy en día cuando se dan cupos a mujeres para acceder al cuerpo de policía o de bomberos porque se considera que son sectores muy poco diversos (eso no sucede, sin embargo, con sectores sumamente feminizados como magisterio, infermeria, secretariado o administración, etc).  

Para aplicar esta inclusividad lo que se hace es crear dos tipos de pruebas distintas que tienen en cuenta las diferencias o desigualdades físico-intelectuales de hombres y mujeres, reservando un cupo para ellas.  

Salta a la vista que la entrada de mujeres en el cuerpo de policía o de bomberos implica la exclusión de muchos hombres. Por tanto, salta a la vista que la equidad genera también su exclusión peculiar y característica. Pero salta a la vista para quienes no tenga intereses metido allí.  

Pero hay algo más. La equidad es contraria a la meritocracia objetiva ¡Y esto parece inquietante! Pues un concepto y otro son como agua y aceite. Desde el momento en que los requisitos objetivos meritocráticos para ejercer unas tareas es lo menos importante, mientras se empiezan a tomar requisitos espurios que nada tienen que ver con el desempeño objetivo de una tarea, entonces la fiabilidad y la acreditación caen en picado. ¿Acaso ello no conlleva que la sociedad se vaya volviendo cada vez más disfuncional?


Equidad, meritocracia y democracia

¿A quien la interesa una sociedad meritocrática? A grosso habría dos tipos de personas a quienes les interesa una sociedad meritocrática:

1) Las personas con alta competencia en las tareas o trabajos que quieren ejercer. Pero estos suelen ser siempre una cierta minoría entre una gran mayoría. 

2) Las personas que requieren de servicios, productos, atenciones, etc. Es decir, cualquier persona que requiera un médico desea y espera que el médico que le atienda sea lo más competente posible. Y estos suelen ser la mayoría de la sociedad.

Por otro lado, ¿a quién le interesa una sociedad equitativa? En general a un tipo de personas  muy concreto:

Las que desean que les regalen los puestos de trabajo, o les paguen un salario para realizar servicios mínimos y sin que les pidan muchas responsabilidades, o sin que pasen muchas pruebas de rendimiento, etc. Gente, en fin, que considera que la sociedad tiene el deber de darles una buena vida simplemente por vivir en ella y sin que la sociedad le pida mucha contraprestación.

Así vemos como nuestros estimados políticos democráticos siempre han sido unos grandes defensores de la equidad al defender férreamente que no se pida ningún requisito meritocrático para acceder a cargos de gestión pública más que el partido los ponga a dedo. 

En efecto, la equidad ha sido la mentalidad política democrática que se está aplicando poco a poco en todos los ámbitos. ¿Qué conllevará esto? 

Bueno, basta con ver como ha terminado la gestión de nuestros recursos públicos: una completa disfuncionalidad atrapada en una trampa de deuda impagable y condenados a única forma de atajarla: desincentivar el trabajo, la innovación y la inversión (la capitalización social), mediante un incremento constante de impuestos para pagar tales deudas.

El más completo sistema equitativo

Al final, un sistema radicalmente equitativo sería aquel cuya selección se estructuraría, principalmente, de forma aleatoria. Es decir, se repartirían los cargos, reconocimientos, méritos, etc de mediante pun puro sorteo y sin atender a ninguna especificidad de los individuos. Esto ya lo probaron en la Atenas democrática de Péricles y no funcionó muy bien.

 Conclusión

En fin, me parece lógico y normal que la mayoría de gente no entienda que les digan que la democracia, como sistema político, forma parte de las viejas supersticiones políticas. Es un sistema para curanderos sociales. Poca broma. 


 


 











sábado, 6 de enero de 2024

Causalidad, poder y amor.

 La causalidad es el gran concepto científico. Sobre él hemos tejido nuestros relatos del conocimiento y por ende, de la existencia. 

La mayoría de pensadores han dado por hecho que la causalidad existe sin más. Algunos han considerado que existe más allá de la mente humana (los dogmáticos) y otros, como Kant, creían que existía como condición trascendental del pensamiento mismo. 

Pero han habido dos pensadores particulares que no se creyeron mucho esta noción. En consecuencia, la diseccionaron, estudiaron y analizaron con resultados sorprendentes. 

Hume es uno de ellos. Y con su crítica cae el dogmatismo occidental.

El otro es Nietzsche. En su "Crepúsculo de los Ídolos" nos muestra como la causalidad ha servido como error cognitivo fundamental para construir nuestra noción de realidad. Además de señalar los usos viciados que han hecho de ella tradicionalmente las religiones e ideologías. 

Causalidad y ciencia

Creo que fue Carl Sagan en los años 70, un tipo intelectualmente algo mediocre, pero muy buen divulgador científico, quién pretendió distinguir las ciencias naturales de la filosofía afirmando que las primeras trataban de describir el "cómo" sucedían las cosas, mientras la filosofía trataba de explicar el "porqué" (las causas) de lo que sucedía mediante la fantasiosa metafísica.

Esta tesis, pero, no es cierta. Y no es cierta porque la mayoría de científicos no tienen claro qué es la metafísica; Carl Sagan el primero. De hecho la mayoría son metafísicos ingenuos -creen en la existencia de una realidad objetiva a la que podemos aproximarnos mediante algún método... el científico

Siendo honestos, no cuesta nada apreciar cómo la ciencia sí busca y establece causas. Cuando a finales del s.XIX se prueba que el número de muertes en el parto baja radicalmente cuando las enfermeras y los médicos se limpian las manos justamente antes del parto, se establece la causa de la gran mortalidad histórica de los partos: la suciedad de las manos como causante de las infecciones.

De la causalidad

Aquí tenemos, a grosso modo, dos formas de interpretar a causalidad: 

1) Una de metafísica: creyendo que realmente hay una causa responsable de que suceda o no suceda algo y que gracias a la ciencia la podemos descubrir.

2) Una de no metafísica: considerando la noción de causa un simple artilugio interpretativo (una ilusión abstracta) que nos da un cierto poder de acción, pero que no explica realmente nada esencial sobre lo "acaecido". 

Lo que pretendo trabajar es esta segunda opción. A ver hasta dónde nos lleva.

Ya he comentado muchas veces que etimológica y históricamente la noción de "causa" es una noción estrictamente de poder. Los antiguos griegos, por ejemplo, la identificaban con la palabra "arkhé"; un término descaradamente de poder -el viejo sufijo preindoeuropeo "ar" es una expresión de poderío.

Primitivamente, pues, se fantaseaba con la idea de que el devenir (el mundo físico, llamado "physei") es, en el fondo, un teatro donde entidades sumamente poderosas interactúan entre sí. Lo representaban mediante la idea de los Dioses interactuando entre ellos. Y ciertamente, detrás del rayo veían a Zeus; como detrás de la atracción y pulsión sexual veían a Afrodita; o de las olas del mar a Poseidón. Sí, los griegos sin tales representaciones imaginarias eran incapaces de "ver" nada. ¿Hemos cambiado mucho? No, nosotros tampoco "vemos" nada sin nuestras representaciones imaginarias; que sí han cambiado respecto a las de los antiguos. 

Seguramente la noción de causalidad tuvo su máxima expresión con el cristianismo: "verlo" todo como la bella creación de un Dios (la causa primera) omnisciente, perfecto, omnipotente, eterno y bueno. ¡Interpretarlo todo como su creación y fruto de su voluntad infinita! 

"El hombre encuentra a Dios tras cada puerta que la ciencia logra abrir". Einstein.

Vivir locamente enamorado de tal idea y visión, ¿cómo no convierte a cualquiera en un fanático? ¿Quién acepta que se burlen de su pasión y su amor? Y no sólo que se burlen, sino que le metan mano. 

Ciertamente, hoy en día, cuando nos hablan de Dios ya no entendemos tal relato porque no compartimos esa pasión, esa enamoramiento, esa vieja "locura" que sedujo a tantos durante milenios. Es como el amigo que te cuenta lo mucho que venera a cierta chica de la que se ha enamorado; o te habla de un tema que le tiene totalmente absorto, mientras a nosotros no nos da ni frío ni calor ¡O ya lo hemos aborrecido! ¿Qué vamos a entender? ¿Qué podemos entender? ¿Cómo no vamos a sentir, incluso, cierta lástima o un distanciamiento? 

La fuerza con la que nuestra mente puede entrar "dentro" de un relato, una visión, una representación es lo que imprime en nosotros la sensación de ser "real y cierto" ¡O de ser mentira y erróneo! Y, ¿cómo emerge tal sensación? ¿Cómo se nutre y aviva en nosotros? 

¿Qué nos lleva a enamorarnos de algo?

Ovidio fue excepcional estudiando la psique humana y dando estrategias para encender la pasión en el corazón de las mujeres. Una de las ideas que plantea es representar el amor como un fuego que debe avivarse. Por tanto, como un proceso. Y ciertamente, también nuestro enamoramiento de las ideas pasa, siempre, por un proceso. 

El proceso empieza presentándose la idea nueva, que como tal se aprecia como rara. Y como idea extraña, la primer impresión puede ser de repulsa o de curiosidad y atracción. ¿A qué se debe una cosa u otra? A si choca mucho o no con nuestros prejuicios más fuertes. Cuanto más choque una idea con nuestros prejuicios mejor asentados, más falsa, errónea e incómoda sabrá a nuestro criterio y por tanto, instintivamente la negaremos; daremos un paso atrás.

Ahora bien, si una idea choca con nuestros prejuicios, pero de alguna forma también encaja con ellos, es fácil que nos atraiga y encienda en nosotros la curiosidad.  Y si se va descubriendo que cuanto chocaba de esa idea era más bien algo aparente, entonces la idea resultará la mar de atractiva para nosotros, dándonos la sensación de expandir nuestro conocimiento y abrirlo a una nueva situación. Hay, pues, una sensación de poder, de haber crecido, de expansión.

Eh aquí el punto: nos enamoramos de cuanto apreciamos que nos permite crecer, autorrealizarnos, etc. En otras palabras: es la sensación de poder lo que aviva la confianza o la desconfianza en las cosas. Y así sucede con las ideas. 

Nota: por cierto, lo peor de una idea nueva es que nos aburra y/o nos pase desapercibida.


La causalidad como empoderamiento

Llamamos causa, no a lo que es realmente una causa, sino a lo que nos permite tener un poder sobre cuanto sucede y acontece.  Así, cuando apretamos un botón y vemos que una cierta bombilla se enciende, o se apaga, nos basta con afirmar que "apretar el botón" es la causa  de que se encienda o no la bombilla. Pues "apretar el botón" nos da un poder sobre la bombilla. 

En realidad, todo ello es una explicación muy arbitraria y superficial de lo que sucede, pero satisface lo fundamental: nos da un poder de acción ¡Y es lo importante para nosotros! 

Me explico, lo que sucede realmente nos importa un comino. De hecho, siempre ignoramos en grandísima medida qué sucede más allá de algunas observaciones, apreciaciones y mediciones. Incluso podemos ya dudar de que "realmente suceda algo". 

En cualquier caso, lo que necesitamos sí o sí es tener un control y un dominio sobre lo que podemos medir y experimentar. Y cuanto más sutil y peculiar sea el control que precisemos más sutil y peculiar será la causa que atribuyamos al suceso. Y esa sutileza y precisión es lo que persigue el pensamiento científico: tener un control y un dominio del mundo cada vez más complejo, amplio y profundo. Hecho que no es lo mismo que "conocer mejor como es realmente el mundo".  

En efecto, en donde no podemos imponer un control y dominio de lo que sucede, allí no podemos atribuir causas. Por ejemplo, en física, eso sucede inevitablemente en los sistemas cuánticos debido al principio de incertidumbre.  

Ello podría llevar a la ciencia a preguntarse: ¿Hasta qué medida podemos tener un poder y un control sobre el mundo? 

Pero la ciencia aún piensa metafísicamente. No se da cuenta de que nuestra sed de poder y de control, origen de nuestra necesidad psicológica de atribuir causas y razones a cuanto vivimos y medimos, es lo que nos estimula precisamente a introducir la causalidad en el Devenir. Es decir, no entiende que si hace falta nos inventamos por la cara una causa para gozar de la sensación de tener un control y un dominio de la situación.  

Así sucede cuando alguien mata a una persona. Consideramos de forma completamente fantaseosa que uno es la causa de la muerte de otro.  Consideramos que sin el primero el otro no se habría muerto, con lo cual nos permitimos la licencia de llamar "culpable" al primero porque ello nos da un cierto poder de acción: castigarlo ¡O pedir un castigo! 

En efecto, atribuir una culpa nos otorga legitimidad y poder para castigar ¡O pedir un castigo! Así pues, colgar carteles de culpables y distribuir castigos para los culpables satisface nuestra sed de tener un poder y un control de cuanto sucede. Pero todo esto no es más que una pantomima -ingeniería social. Y las más de las veces una pantomima muy grotesca. A fin de cuentas, a nivel sociológico aún estamos en una etapa muy supersticiosa -la de la democracia

Y ya el colmo es cuando hipostasiamos las causas. Ante las crisis económicas, por ejemplo, nos inventamos la idea de que su causa fueron los bancos, o los mercados, o cualquier otra entidad abstracta sobre la cual imaginamos que controlándola podemos dominar la situación. Esta forma de pensar ha sido, precisamente, la burda esencia de todos los totalitarismos o socialismos.

Conclusión

La noción de causa domina todo nuestro aparato cognitivo, con el cual afecta todos los ámbitos de nuestra vida. Pocas nociones son más fascinantes y cruciales que ella, y sin embargo, es tan poco estudiada...



 




martes, 2 de enero de 2024

¿La ciencia moderna mató a la filosofía?

Aunque ya se aprecie en algunos textos de Poincaré a finales del s.XIX y principios del XX, cabe señalar que, definitivamente, fue con la famosa discusión entre Einstein y Bergson sobre la naturaleza "real" del tiempo cuando la ciencia se emancipó de la filosofía. Y no sólo se emancipó de ella, sino que como si fuera el joven Zeus envió a su padre al Tártaro: la ciencia empezó a menospreciar y denigrar todo cuanto oliera a filosofía. Y la filosofía ya no se atrevió a atacar/cuestionarse nada propiamente científico.      

Es cierto que aún quedó el existencialismo, especialmente para las clases aburguesadas y espiritualmente vacías, necias y superfluas occidentales, pero que habían estado escolarizadas y por ello, mostraban un descarado engreimiento intelectual respecto a padres y abuelos. 

No obstante eso, a partir de los años 80, después de que poco a poco el social-liberalismo (la democracia, los derechos humanos, etc) se va imponiendo como el sistema final, definitivo e incuestionable de occidente en manos de las "naciones libres" (las élites que lo dominan), aparecen muchos libros demostrando lo perdidas que habían quedado las nuevas generaciones intelectuales, que se preguntaban: ¿Qué es la filosofía? ¿Para qué sirve la filosofía? ¿Qué sentido tiene aún filosofar? En fin, ¿qué nos queda por debatir y cuestionarnos? ¿Restarán ocultos aún nuevos "países" por descubrir en el mundo de las ideas como en la época de Descartes o Kant?

En efecto, la profunda decadencia y debilidad de la filosofía durante estos últimos 50 años se manifiesta por su propia descomposición ¡Se ha desintegrado en un montón de "cosas pequeñas"! En filosofía de la mente, en filosofía de la ciencia, en filosofía de la ética, en estética, en filosofía política, en filosofía de las modas, etc. Y con ellas tenemos un montón de intelectuales "pequeños". ¿Han sido realmente filósofos todos ellos?  

Quizás lo curioso haya sido apreciar como, sin embargo, enmedio de estas pequeñeces, de esta desintegración, ha surgido una filosofía característica: la posmodernidad. Un movimiento aún muy imberbe, y como tal grotesco; con muchas variantes, no pocas veces contradictorias entre ellas. De hecho, algunas de estas variantes se muestran contradictorias, incluso, con la propia posmodernidad misma: quieren retroceder y abrazar nuevas metafísicas. En fin, ¿qué significa tan gran embrollo?

El posmodernismo es aún un feto, un esbozo, una lluvia de ideas caótica, absurda, llena de múltiples oportunidades ¿Cómo va a ser algo bonito y perfecto? Le falta mucho tiempo para que condense en un cuerpo bien estructurado y con fuerza propia para dominar otras materias. ¿No es de risa que alguien, hoy, se lo tome muy en serio? 

Ahora bien, dentro de este embrollo, esta decadencia y debilidad estructural que manifiesta la filosofía, vale señalar cómo parece medio-ocultarse algo bastante poderoso y por tanto, con visos de un impactante porvenir: la muerte de Dios y con él, de la metafísica (la creencia en una realidad en sí común a todos), nos deja como única verdad plausible que sólo existe el devenir: todo fluye, cambia y por ello, nada permanece ¡Nada nunca es! 

Pero esta fuerza aún no se percibe como una fuerza, sino más bien como una debilidad muy incómoda. Con motivo, de ordinario se sigue creyendo en la metafísica moderna, base del social-liberalismo (democracia, derechos humanos, etc), y también de nuestras ciencias. 

En efecto, los científicos no necesitan muchas discusiones filosóficas, no porqué ya sepan la verdad sobre la existencia, sino porque, a lo sumo, con lo que dijeron los filósofos modernos, desde Descartes hasta la fenomenología de Husserl, les basta para justificar que la validación de una teoría mediante el método científico implica, ipso facto, considerar que tal teoría nos descubre cómo es realmente el mundo; o al menos se aproxima mucho a ello. 

De hecho, entendido esto, cabe señalar que la emancipación de las ciencias respecto a la filosofía, paradójicamente, no se debe a que lo científico haya avanzado mucho más que lo filosófico, sino todo lo contrario: la filosofía ha avanzado mucho más de lo que las ciencias (especialmente la física), hoy por hoy, parecen poder aceptar y asimilar; pues aún necesitan permanecer bajo el soporte de la vieja metafísica moderna y su creencia racional -con todo lo que ello conlleva.

Y dicho esto, cabe añadir otro factor que dificulta el entendimiento entre la ciencia y la filosofía. Toda ciencia es siempre una doctrina ¿Qué significa que sea una doctrina? La ciencia se estructura sobre una comunidad científica la cual, a través de una serie de requerimientos y exigencias consensuadas, establece un corpus teórico estándar (mainstream). Por tanto, una opinión científica sólo es una opinión que ha sido validada por la comunidad científica, con lo cual no implica necesariamente que sea cierta y, por consiguiente, definitiva; tranquilamente puede ser revisada por múltiplos factores ¡Y a veces no sólo revisada! 

Ahora bien, el hecho de que exista un consenso científico conlleva, precisamente, que la ciencia esté regulada, hecho que denota un orden o estructura que proporciona una garantía. Es decir, una teoría científica ha pasado por un proceso de validación. Un proceso construido a partir de los requerimientos y exigencias consensuados por la comunidad científica. Ello le da empaque.

Con razón, pues, a la ciencia se le atribuye un principio de autoridad: la comunidad científica es "quien" juzga y valora la validez o certeza de una opinión.  En sí mismo este principio de autoridad no tiene porque ser bueno o malo; es puramente regulador. Lo que ocurre es que muchas veces es llevado, por parte de gobiernos, ideólogas, medios, lobbies y cualquiera que quiera pastorear a la gente, a un nivel dictatorial, predicando que "lo que diga la ciencia es inapelable"; para luego buscar la forma de que "la ciencia" diga lo que se quiere que se diga -precisamente hoy empezamos a sospechar que durante bastante tiempo hemos sufrido de estas prácticas mafiosas y fraudulentas, pero seguramente ignoremos hasta dónde llega el caldo de la farsa.

La filosofia, en cambio, no es nada doctrinal, al ser una actividad en gran medida desregularizada y asalvajada, por así decirlo. No hay un consenso filosófico, una comunidad filosófica o un grupo de expertos en filosofía que dictaminen unilateralmente sobre las verdades filosóficas, aunque a veces haya algunos pájaros que monten sus circos intelectuales para ejercer de autoridades sobre algún tema que les interese. 

En filosofía puede salir un individuo, morir siendo ninguneado en vida, y luego como por arte de magia haber generado su propio corriente de pensamiento que levantará críticas, adesiones, dudas, admiraciones, burlas, nuevas preguntas y muchos malentendidos.  

Con motivo la filosofía y la ciencia, hoy en día, les cuesta entenderse, aún cuando la base de la ciencia sea estrictamente filosófica. 




 

sábado, 30 de diciembre de 2023

Reflexiones apolíticas: bienvenidos al teatro.

 ¿En qué extraño mundo más simple, superficial y burdo vive la gente? ¡Y nosotros mismos! La comedia que aquí se representa hace llorar a muchos, que se la toman a drama, o a tragedia; incluso a terror. ¿Quién se puede reír de la obra que se nos representa ante nuestros ojos crédulos y miopes, mientras juegan con los corazoncitos de la gente? Y no sólo con sus corazoncitos.

Pero eh aquí lo más fascinante: no nos damos cuenta de que, no sólo somos espectadores de la farsa, sino que con sólo mirarla también somos inmediatamente actores principales de ella. Hecho que nos deja extraños y dubitativos. ¿Qué atuendo ponernos? ¿Qué papel representar? ¿Y acaso nos lo vamos a creer y tomar en serio? 

Por un lado tenemos los que van de objetivos por la vida. Ciertamente son pocos y temen salirse de  cuanto interpretan de los datos, las normas y leyes. Hacen uno de los papeles más sosos. Pero por eso mismo se creen valiosos e importantes. -Somos impersonales y rigurosos- Dicen con un tono a superioridad moral.

Por otro lado tenemos los cabeza-calientes que defienden una ideología cualquiera por pura convicción: y todo lo ven, valoran, polarizan y consideran en orden a su ideología o religión -tanto da. Si hace falta negar la realidad para defender sus ideas, pues la niegan sin despeinarse. Y siempre usan de la realidad lo justo para justificar y reafirmar tales doctrinas suyas. Al final, para ellos sólo es real lo que sienten con fuerza que es real: sus ideas. Nada más. Con motivo los muy vanidosos se consideran harto importantes y moralmente superiores a otros. Es más, se creen que por ello mismo resulta lícito cabrearse o indignarse contra quienes les lleven la contraria. A fin de cuentas están convencidos de tener toda la razón.  Pues así lo sienten con mucha fuerza... dicen.

Por otro lado tenemos quines no creen mucho en nada, pero viven de los que creen boba y fanáticamente en algo. Ven a la gente como ganado al que manipular y sacar rédito a fin de subir en la escalera social, mientras creen que la vida es más grata y feliz cuanto más suben ¡Pero qué sabrán ellos! En cualquier caso son como Fouché, o cualquier director comercial de una multinacional: tienen sentidos rápidos para percibir hacia dónde se giran los vientos sociales y tomar ventajas de ello. 

Luego tenemos esa masa de gente que sólo mimetiza su entorno, con lo cual cree y defiende lo que esté de moda pensar y opinar, y lo defienden como verdad verdadera. Incluso aunque no crean en ella. Ante la presión social son como plastilina: no aguantan nada.

Luego tenemos a los grandes vanidosos: viven de lo que los demás piensan y cuentan de ellos. Son almas como pompas de jabón: brillantes por fuera vacíos por dentro. Ahí tenemos a los actores, artistas faranduleros, las marujas, mediáticos, políticos y todos los memos que les imitan, soñando con vivir del postureo y la opinión pública, que con facilidad identifican con la cultura. Ciertamente, su vida és un espectáculo curioso y divertido, por vacío.  Sin embargo, cuán importantes se consideran cuando les aplauden y hablan de ellos.  

También tenemos los que trabajan, y toman el papel de trabajadores. Con ello se auto cuelgan el cartel de "ser gente honrada", como diciendo que son socialmente importantes. Esta fantasía moral les permite seguir remando cada día. No se preguntan ni cuestionan mucho sobre nada, más allá de ellos mismos y los suyos. Como todos. Pero eso no lo advierten. 

Luego están los que van de sabihondos, intelectuales, gente cultural y/o académicamente superior. No pocas veces  necesitan tomar el rol de orientadores sociales y fundamentadores ideológicos. Hace 300 años muchos se habrían hecho predicadores cristianos. 

¿Y qué decir de los ricos? ¿Y de los que van de ricos? Andan convencidos de que si tienen dinero es porque se lo merecen. Y ese es su papel, que fácilmente levanta odios, resentimientos y envidias.  ¿Hace falta recordar lo importantes y especiales que se creen? 

También tenemos quienes viven de la pena y la caridad; o simplemente de "las causa justas". Su negocio son las miserias del mundo y la sociedad, que venden a los "vacíos". A cambio de unas monedas les ofrecen gratificación emocional y , también, cierta superioridad moral. Obviamente, rezan en silencio con que las penas jamás terminen ¿Qué venderían entonces? ¿Qué importancia tendría su papel social? Da risa apreciar cómo se excitan cuando "difunden" una tragedia humana nueva. Es como encontrar un nuevo pozo de petróleo.

Lleno está el teatro de actores y bufones. No pocas veces un mismo actor interpreta distintos papeles. La obra es laxa y dinámica, y no pocas veces las escenas pasan de forma loca de una a otra. ¿Qué papel representar en medio de esta farsa? ¿Se van a cabrear si al ponernos en un papel nos reímos? ¿Vamos a tantearlos todos un poco? ¿Cómo sentirnos importantes? ¿Necesitamos sentirnos importantes? Igual queremos crear un nuevo papel y una nueva importancia nunca vista hasta ahora. 

Quizás éste sea precisamente nuestro papel. ¿Cómo no habrá quien se ría de nosotros? Nosotros los primeros.