A los historiógrafos del pensamiento les gusta hablar del paso del mito al logos como uno de los momentos cruciales en el desarrollo de la ciencia occidental. No pocos sabios actuales suelen comentar: - En la antigua Grecia los relatos mitológicos y religiosos que nutrían a la cultura popular dejaron paso a las explicaciones racionales que desarrollaron los filósofos, y por ende, los científicos-. Hay razones para sospechar, empero, que este sorprendente tema ha sido tratado de pena por mentes muy cortas... y algo sucias.
Primero, el concepto de religión entre los griegos arcaicos tenía poco que ver con cuanto actualmente se reconoce como religiones, especialmente con cuanto las inteligencias del norte de Europa y EE.UU definen ordinariamente como religión; quizás los católicos lo entiendan mejor.
Para los griegos la religión parece ser, más bien, un amasijo de instituciones cuya función consiste en celebrar fiestas. Todos los actos públicos, y por tanto religiosos, se presentaban como festividades en donde se aportaban regalos, las más de las veces como demostración de poderío, de riqueza, de libertad o dicha. Y de esta forma la cultura se manifestaba con una fuerza y un vigor tremendo. Una de estas celebraciones rituales griegas eran las competiciones poéticas, de las que se cree que Homero salió varias veces vencedor, así como Hesíodo, quien se llevó la palma con su “Los trabajos y los días” o su “Teogonía”.
Parece ser que fueron estas competiciones, y sus consecuentes reconocimientos públicos, lo que forzó de forma ciega e inconsciente a disciplinar el tiránico y violento espíritu de los griegos para que buscaran “mejores” explicaciones sobre las cosas ya criticando a sus oponentes y sus antecesores ya aventurándose en aspectos aún inéditos. No, la filosofía no surgió por arte de magia, ni por inspiración divina ni porque les fuera innato a los griegos, sino por la ambición intelectual que se estimulaba religiosamente en el corazón de los griegos más libres, dichos, fuertes y virtuosos… los aristoi; aquellos quienes gozaban del ocio suficiente como para regalar “su espíritu” a través de tales ofrendas.
Esto hizo, ya en el s.VI ac, que en Grecia aparecieran una especie de Señores de la Verdad: esos poeta-pensadores que se preciaban de poseer la Verdad, la cual ofrecían religiosamente a través de su explicación del mundo y criticando las explicaciones que presentaban sus contrarios. Casos clarísimos de ello son Parménides, Pitágoras o Heráclito; y no ponemos más ejemplos porqué el tiempo ha devorado casi todos esos vestigios.
Hay que entender, por ello, que los griegos no descubrieron la razón, ¡Cómo si la razón estuviera ahí colgada en la Nada esperando ser descubierta! Sino que ésta se gestó a través de las múltiples y feroces discusiones que se entablaron a través de tan reñidas competiciones religiosas. Y vemos, con ello, que la explicación razonada no es más que mitología de la más alta prestación. Comprender tales sutilezas del espíritu humano nos lleva, inevitablemente, a un descubrimiento interesante y significativo, a saber: toda explicación sobre cuanto vivimos es mitológica ¿Y qué significa “mitológica” en este contexto?
Cuando se recuerda que los hombres antiguos solían dar explicaciones antropormóficas de la naturaleza al estilo -El Rayo es Zeus que desde las nubes, furioso, da vía libre a su poder-, se comenta con suficiencia -Nosotros ya hemos abandonado estas supersticiones mitológicas y conocemos qué es el rayo-. Pero quienes nos cuestionamos lo evidente no podemos más que reírnos ante semejantes consideraciones modernas, ciertamente pedantes. Y es que actualmente se aplica el mismo razonamiento que antaño: primero nos hacemos una idea de nosotros, y luego, la proyectamos a todo cuanto nos afecta. Por ejemplo, Descartes parte de la idea que él es una “cosa” y de esta guisa concluye -Estoy rodeado por otras “cosas”-. Así pues, si le preguntamos a Descartes -¿Qué es el rayo?- El francés nos responderá -Una cosa-.
Ciertamente esta visión nuestra de la ciencia nos lleva hasta un terreno aún virgen y vasto. Pero por el momento, mostrar lo básico es más que suficiente.
En definitiva, la visión que nos hacemos del mundo parte de la idea que nos hacemos de nosotros mismos ¡Siempre! En razón decimos que la psicología es la madre de todas las ciencias: a partir de cómo nos vemos a nosotros mismos, y cómo nos definimos, reconocemos cuanto ‘nos rodea’ de una forma u otra.
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