miércoles, 24 de noviembre de 2021

¿Dejando atrás la lógica?

 Desde Parménides se ha establecido con mano de hierro sobre las consciencias occidentales la convicción lógica de que ninguna opinión cierta puede violar dos requisitos ontológicos: El principio de identidad (el Ser es) y el principio de no contradicción (el No Ser no puede ser).



Aristóteles recoge esta exigencia epistemológica con suma claridad: ninguna opinión digna de ser juzgada como cierta, y por ello científica, puede desatender dichos principios -Así como otros más que se derivan de ellos.

A mi no me extraña, luego, la lucha a muerte en la que se enzarza Aristóteles para exterminar la noción de infinito de todo relato humano posible. Como ya he comentado varias veces, la noción de infinito sortea tales principios ontológicos sin despeinarse, pues el infinito puede y no puede ser considerado un ente, para sorpresa de Cantor por ejemplo. 

Parménides, obsesionado por descubrir un método científico, una vía para alcanzar sólo opiniones que no pudieran ser jamás refutadas y con motivo llamarlas luego "verdades", se arroja en brazos del principio de identidad

"X=X" suelta el griego; bueno, en su poético lenguaje dice: "el Ser es". 

A nivel sensual el principio de identidad es siempre falso, o al menos queda de inmediato refutado. Nada de cuanto experimentamos y vivimos es nunca idéntico a sí mismo, como reconoce en la vía de la opinión el griego y que con una genialidad inaudita ya había sabido explicar antes Heráclito: 



Pero a nivel lógico y mental, de comprensión y pensamiento quiero decir, nos resulta un principio irrenunciable. 

En esto Parménides lleva razón: no podemos pensar que "el agua es agua" sea una premisa falsa, aunque apreciemos atónitos como a cuanto llamamos agua sin descanso se transforma en otras sustancias y fluye sin adquirir jamás una identidad fija, perfecta, estática. ¿Por qué? Porqué pensar y comprender que "el agua no es agua" nos resulta paradójico y absurdo; y nuestra mente ante el lío que se le forma dentro por puro instinto vomita, desecha, niega semejante premisa como posibilidad. Por consiguiente se convence, ciega y confiada, de que "el agua debe ser agua" es una afirmación necesaria; o al menos será necesario que "el agua debe ser la apariencia de algo que jamás cambia dejando de ser eso mismo". Y de aquí surge, precisamente, nuestro potente concepto de "energía" por ejemplo.

La noción de energía es una exigencia mental, imaginativa y lógica, para nada es empírica; su finalidad es representar el devenir de forma coherente, definible y comprensible.

En resumen; que afirmar "X=X" nos resulta psicológicamente irrefutable;  pues nos resulta imposible pensar, imaginar o concebir lo contrario cuando lo analizamos con atención. Y esto que X es una cáscara metafórica completamente vacía, dado que X=X no nos cuenta nada de X, más allá de que sea, precisamente, X.  


Eh aquí, pues, lo que nos diferencia y aparta de Parménides y Platón, de Aristóteles y de todos los lógicos posteriores. ¿Se escucha ese susurro? ¡Silencio! Algo sutil, imperceptible, inteligente brilla de repente; un matiz que durante milenios ha pasado completamente inadvertido al superficial rumiar de las gentes más brillantes sobrevuela ahora mismo nuestras mentes:

Que algo nos sepa mentalmente irrenunciable, y por ello irrefutable, sólo significa que es precisamente eso: irrenunciable e irrefutable. Y en tal sentido, ello para nada nos garantiza que sea verdad ¡Aquí nos resulta lícito desconfiar! Nos resulta lícito dejar nuestra inocencia intelectual aparcada y dudar con serenidad.

De repente, vemos la lógica con unos ojos completamente distintos. Apreciamos en los sacrosantos principios de la lógica entresijos, laberintos y pasillos escondidos hasta la fecha. ¿No sentimos como el pensamiento se expande dentro de nosotros?


Sin embargo, ¡un segundo! Es preciso reconocer cómo toda la matemática entera y cualquier lenguaje formal se alza precisamente sobre la premisa "X=X" ¡Sobre meras tautologías! Hecho que nos lleva a titubear:

-¿Cómo la tautología podría fundamentar las verdades de las ciencias puras si dudamos de su veracidad? ¿Acaso no era una verdad inmediata y primordial afirmar que toda verdad sólo puede surgir de una primera verdad inmediata? - Sí, esto nos lo podemos preguntar siempre y cuando no detectemos la contradicción (por descenso) implícita en tal razonamiento. 

Nos tomamos con seriedad este dilema FILOSÓFICO; sí, filosófico con mayúsculas. Pero nos lo tomamos con una seriedad casi infantil donde la curiosidad y el júbilo se entremezclan en una especie de juego. Y lo reconocemos: la tautología funciona, pero no porque sea una primera e inmediata VERDAD, sino porque para nuestra inteligencia actúa como una eterna hipótesis: una afirmación que si bien nos resulta siempre inverificable por vacía, circular y redundante (es una magnífica petición de principio), también nos resultará siempre irrefutable 

¡Sí, cómo suposición y juego mental siempre funciona!  

Las matemáticas y los lenguajes formales se elevan ligeras y gráciles sobre las nubes eternas de las suposiciones. De ahí su perfección, sus seductoras simetrías y esa belleza encantadora propia que nos hace creer, ilusionados, que proceden de los mismos dioses; cuando quizás procedan de Circe, la hechicera ¡Más de un Ulises terminó perdido entre las embrujadas manos de esa tejedora de telas divinas, quien se divertía en "ver" a todo ser humano como una patética y denigrante bestia!  



¡Ay, Circe, la reina de la Metafísica! La vieja suposición de que existe una realidad en sí, es decir, un mundo compuesto de puras tautologías: entes inmaculados, fijos, hieráticos que se identifican, sólo, a partir de sí mismos, con lo cual manifiestan sin tacha sus propiedades intrínsecas sin coacciones, sin alteraciones, sin imperfecciones... sin cambiar ni verse jamás modificados ¡Cómo si fueran puras "dignitatis"!

Eh aquí, precisamente, una de las razones por las cuales Platón, en el fondo, siempre me ha parecido aburrido, soso, vacío: cuando al leerlo empezaba su disquisición metafísica sobre lo bello en sí, la verdad en sí, el bien en sí, la justicia en sí, el árbol en sí... Buff, no podía dejar de soltar: 

-¿¡Qué me estás contando amigo Platón!? No, no me hagas perder el tiempo susurrándome tales ensoñaciones vacías como pompas de jabón ¿Por qué quieres que abandone mis sentidos, mi cuerpo, que desatienda el brumoso devenir que configura precisamente mi ser al dotar de solidez a toda existencia mía por esas redundantes hipótesis etéreas tuyas que brillan mucho y cuentan nada?


 

Por este "cerrar los ojos para buscar lo trivial y vacío" me costó mucho tomarme en serio a Platón, si bien la noción de idea, de visualización mental, me parece la experiencia humana más potente y fascinante. Y como experiencia, con sinceridad, nada tiene de realidad en sí, sino mucho de devenir; tal y como se aprecia en los genios del aforismo, maestros de la intuición. 







 En definitiva, cabe ver las definiciones tautológicas como afirmaciones irrefutables, pero vacías ¡Puras circularidades! Hecho que solemos pasar por alto porque nuestra mente, al tomar una definición, sobreentiende que ya comprende lo definido y fácilmente se siente ya satisfecha. 

Me acuerdo en el primer curso de ingeniería un profesor preguntarnos nada más empezar: -¿Y qué es la energía?- Nosotros balbuceamos dubitantes, y con una sonrisa maliciosa contestó severo: -La energía es energía-. Me quedé atónito, intuí de inmediato que nos gastaba una broma, pues esa definición de energía no nos decía nada de la energía ¡Si lo meditabas ahí no había nada que comprender! Pero veía a muchos de mis compañeros harto tranquilos tomando apuntes; y cuando les expuse mis dudas me contestaron: -¿Y qué no entiendes? Energía es energía.- Y a otra cosa mariposa, que había mucho por empollar.

"Pienso que entender lo que no se entiende, como hacen los metafísicos, se le puede bien llamar affirmative nescire".     Lichtenberg. 

No habíamos comprendido la noción de energía, pero a muchos sí les parecía haber comprendido que ante la pregunta "¿qué es la energía?" dar por respuesta una pura redundancia era suficiente  ¡Tenían algo lógico que responder! 

La sorpresa llegó luego en el examen a quienes no habían pillado la ironía metafísica del profesor, que seguramente se había leído a Feynman. 




El principio de no contradicción

Con el principio de no contradicción sucede algo parecido al de identidad. Ya lo he comentado en otros posts de una forma u otra.

Por ejemplo hablando del nihilismo sofista, o nuestro postmodernismo actual, donde se suelen chillar exigencias como: 

"todo es mentira"; "la verdad absoluta no existe dado que todo depende y es relativo"; "toda opinión puede ser puesta en duda"; "no se puede generalizar"; y otras exigencias absurdas por el estilo que nuestra embobada sociedad acepta con total normalidad y alegría sin advertir en lo más mínimo su profundo paroxismo lógico.

Para Aristóteles, recordemos, el "todo es mentira", es juzgado en el tribunal de la lógica como una afirmación falsa que debe ser cortada de raíz del bello jardín de las ciencias, para luego desecharla de los labios de la humanidad. ¿Por qué? No sólo porqué da pie a infinitas conclusiones distintas: "todo es mentira, por tanto los cerdos viven en Marte y la tierra es plana"; sino por una necesidad puramente psicológica: tal afirmación nos resulta inconcebible, inimaginable, imposible de ser configurada en nuestra mente ¡Entramos de lleno en disociación cognitiva! Es decir, cuando la pobre intenta comprenderla y tomarla en serio simplemente explota catatónica disgregándose al azar en infinitos pedazos. 


Sin embargo, nosotros lo vemos distinto. Por un lado confirmamos que, en efecto, "todo es mentira" nos resulta una afirmación que no podemos verificar jamás, dado que cuando intentamos darla por cierta entonces nos lleva a tener que considerarla falsa, metiéndonos de lleno en un lío mental intolerable. 

Pero, eh ahí van nuestras dudas lícitas: ¿acaso que tal afirmación nunca pueda ser cierta implicará, necesariamente, que no se pueda utilizar como un tipo especial de suposición para construir opiniones de las cuales sacar, entonces, conclusiones?

Sí, de acuerdo; cuando asumimos una premisa contradictoria asumimos que tarde o temprano chocaremos con un absurdo, del mismo modo que cuando pedimos un préstamo asumimos que tarde o temprano lo tendremos que devolver. ¡Aunque luego no nos acordemos de haberlo contraído! Y si bien es cierto que, a escoger, mejor vivir sin deudas vale decir que tampoco es un drama vivir con ellas. De hecho, nuestra sociedad mercantilista se fundamenta en la deuda.  

Por tanto, ¿por qué tendríamos que desechar a la primera tomar como suposición una afirmación contradictoria? Igual, mientras aún no nos lleva al absurdo nos permite hacer muchas cosas interesantes. Es más, quizás llevar al absurdo tal proposición y hacerla explotar nos permite, precisamente, "descubrir" muchas cosas interesantes que arrastra a escondidas.


  

¿Qué significa chocar con lo absurdo y lo inconcebible? 

Quizás sea éste uno de los aspectos más fascinantes del lenguaje, y por tanto, de la lógica: cuando una afirmación se contradice nos lanza con suma violencia contra una especie de muro, de limbo o límite, donde nuestra mente choca y revienta al escuchar -Hasta aquí llegas y más allá no puedes ya comprender nada

Como ejemplo me viene en mente la teoría general de la relatividad: al llevarla a las singularidades, como los agujeros negros, descubrimos cuanto de absurdo y de contradicción esconde ¡Descubrimos sus límites! Y con ello nos damos cuenta que falla, que no puede ser cierta... Sin embargo, eso no impide que nos permita explicar muchas cosas.   


 Ahora bien, si fuéramos inquisitivos como lo fueron esos grandes sabios antiguos como Aristóteles o Parménides, y de hecho así Parménides lo suelta abiertamente en su poema, deberíamos desechar la teoría de la relatividad porque, a fin de cuentas, es un sistema lógico contradictorio que, como vemos, nos lleva directamente al absurdo ¡Aunque antes nos haya contado muchas cosas interesantes!

 Obviamente, pero, pasamos de las exigencias de estos viejos lógicos y usamos a diario la relatividad porque aunque nunca vaya a ser una teoría cierta, y seguramente sólo vaya a emplearse de forma parcial o pasajera en la historia de la ciencia -como cualquier otra cosa en la vida-, por el momento nos permite hacer muchas predicciones y suposiciones destacadas sobre cuanto observamos, hecho que nos proporciona un elevado grado de poder y libertad de acción. 

Quizás sea el momento de empezar a madurar un poco a nivel lógico, a superar el fanatismo intelectual con el cual no pocos sabios de la antigüedad se abrazaron a los principios de identidad y no contradicción como si fueran principios que nos cayesen del cielo por milagro divino, con lo cual les deberíamos devoción y respeto sumo e incondicional. Y advertir, desde luego, cuánto hay en ellos de simio y animal.

En este sentido, añadir, que quizás también deberíamos ser algo más perspicaces y socráticos y empezar a discernir hasta qué punto el cerebro humano, por ejemplo, tolera sin muchos problemas premisas contradictorias; eso sí, cuando se emboba por ellas y evita llevarlas al paroxismo para, así, recrearse en su abrazo. O cómo cree conocer algo del mundo mediante definiciones vacías y redundantes sólo porque usa, precisamente, definiciones. Esto mismo les ha sucedido siempre a las mentes metafísicas (con Kant -ver aquí- tenemos un brutal ejemplo de trivialidad filosófica) y también a las más lógicas, como la de Gödel, quien nos pretende demostrar la existencia de Dios a partir de una nube de axiomas completamente circular y redundante -una mera petición de principio.


En fin, quizás sería el momento de ser honestos con la tan vanagloriada inteligencia humana y maravillarnos de como se engaña continuamente a sí misma, no para conocer la supuesta realidad que nos alimentaría a todos desde lo eterno, sino para creer saber qué es la realidad y así ya no preocuparse mucho más por el tema. 

Nada nos importa menos y desatendemos más que aquello que tenemos super asumido... hasta que lo perdemos.


Pensamiento máquina versus pensamiento humano ¿Cómo le afecta la lógica?

Con la inteligencia artificial, el autoaprendizaje máquina y la automatización copando ya un montón de ámbitos, especialmente laborales, surge cada vez con más fuerza una inquietud y, acaso, un miedo: 

¿la inteligencia humana terminará siendo suplantada por la inteligencia máquina?

No tengo ninguna bola de cristal, pero sí entiendo la gran diferencia entre el pensamiento máquina y el humano: el cómo emplean los principios lógicos.

Por ejemplo, ante una contradicción una máquina simplemente parará o entrará en bucle. No hay más. No hay matices, ni equivocaciones, ni despistes para la máquina ¡El comportamiento máquina ante la contradicción es harto simple, efectivo y tonto! Y con las definiciones redundantes, acaso X=X, siempre se las come sin problemas. Total, a la máquina no le importa lo que diga o no diga una afirmación, dado que le importa un comino que estemos ante nueces vacías; a fin de cuentas tampoco entiende nada: simplemente obedece instrucciones lógicas. 

En los seres humanos es otro cantar. Ya se quejaba Parménides que el contradictorio camino de la opinión, donde las cosas son y no son, es el más transitado. Y en efecto, gracias a nuestra connatural hipocresía y doblepensar, nuestra despreocupación y miopía racional, el tiránico dominio de nuestros instintos más ancestrales sobre nuestro delicado y casi embrionario raciocinio, nos lleva a vivir, siempre, en medio de absurdidades, paradojas, premisas incomibles e irresolubles sin que ello nos quite el sueño. Hecho que nos permite ser creativos y construir sobre tales escombros lógicos nuestras opiniones de las cosas ¡Poniendo luego toda nuestra fe y convicción en ellas! Y éstas nos duran hasta que nos cansamos de ellas, o las superamos... o nos aplastan; la ruleta de la fortuna es caprichosa. 

La mente humana, aunque sea incapaz de sostener psicológicamente una contradicción cuando estalla con toda su fuerza dentro de nosotros, sí parece estar super preparada para vivir sin muchos problemas en medio de contradicciones y absurdidades; siempre que evite enfrentarse en serio a ellas:  ¡La mente actúa a la sueca, como si ciertas paradojas no fueran con ella! Y la inteligencia social, el arte de saber vivir en sociedad quiero decir, lo atestigua a diario. 

Cuando la mente se enamora caprichosamente de una idea le perdona y justifica todo, y la idea lo aprovecha para tiranizarnos.

Analicemos esas afirmaciones nihilistas de antes por ejemplo: simplemente la mente humana común es tan lista y astuta que, si se encapricha de dichas premisas, entonces puede pasar olímpicamente de detectarlas como contradicciones para no tener que renunciar a ellas, con lo cual se permite el lujo de construir de forma imaginativa y "lógica" toda una visión de la vida muy particular a su costa ¡Aunque en el fondo nada de eso tenga realmente sentido! Ahí tenemos la ideología progre postmoderna que abraza sin dilemas las paradojas antes expuestas como ejemplo palmario. 

No nos sorprende, pues, escuchar al buen postmoderno soltar, al más estilo Woody Allen en una especie de broma satírica: -La vida no tiene sentido, es absurda - Hecho que nos lleva a preguntarnos: -¿Estará hablando realmente de la vida o simplemente se ha puesto a escucharse a sí mismo y descubre el mar de contradicciones incomibles que azotan su alma y no sabe por donde le da el aire? 



A veces pienso que permitir el lenguaje a la gran mayoría de la población, y me incluyo por su puesto, es como permitir a los monos llevar metralletas encima; como hicieron los listos estos (ver aquí).  De hecho, imagino que si existieran los Dioses y nos hubieran dado el lenguaje, y con él la lógica y el pensamiento como regalo divino, seguramente fuera para reírse de nosotros. 

Fue Sócrates el genio que supo sacar a relucir por primera vez tan inquietante verdad: que tras los relatos e ideologías humanas más elaborados, coherentes y en apariencia sustanciales basta con sacar a pasear unos cuantos "porques", y analizar fríamente una pizca de lo que se cuenta, para poner de manifiesto cuanto de absurdo, irresoluble y vacío esconden en el fondo. Sí, eso es cruel.

Nuestro ordenamiento jurídico es una rotunda evidencia de como disfunciona alegremente el pensamiento humano: un corpus de leyes entrepegadas a modo de parches lleno de instrucciones solapadas y contradictorias, de redundancias y ad hocs que permiten interpretarlo al caprichoso arbitrio de quienes viven del derecho, haciéndolo un buen negocio, y un nido para las mafias ideológicas sociales. Gödel, una auténtica inteligencia máquina humana a la altura de Parménides se percató en seguida del cacao jurídico cuando el día antes de tener que jurar la constitución de USA se la leyó enterita a su modo, es decir, como si fuera una máquina, y obviamente se horrorizó al detectar los vacíos legales, las absurdidades legislativas y las contradicciones que se daban en el texto. Un texto completamente sagrado para los americanos, a quienes nunca se les ha ocurrido la tontería de leérselo en serio, es decir, como si fueran puras máquinas. Con todo, a la mañana siguiente Gödel no quiso ir a jurar la constitución y Einstein, su mejor amigo, tuvo que llamarle suplicándole que asistiera al acto. 

El día que las máquinas aprendan a convivir con las contradicciones, o a tolerarlas ciegas de amor o de orgullo, a decir cualquier cosa que se les antoje a partir de premisas redundantes y vacías, a leer a "su modo" las instrucciones dadas, entonces podremos afirmar que el pensamiento máquina puede sustituir al loco simio humano y su salvaje pensamiento.  

En fin, ceñirse a los principios lógicos, matriz de nuestros juicios epistemológicos (verdad/mentira), tal y como exigió por primera vez Parménides con ese espectacular poema suyo, abriendo las puertas en occidente del desarrollo del pensamiento formal (máquina), sólo es un tipo de interpretación. Un tipo de interpretación fascinante y potente por las posibilidades que nos brinda, tanto para bien como para mal. Pero ni de broma es él único. El pensamiento humano es capaz de generar otros tipos de interpretaciones. ¿cómo? Usando el lenguaje para generar otro tipo de epistemologia, de comprensión, de forma de concebir la vida. Al menos así lo terminó intuyendo Wittgenstein, aunque a mi parecer fuera Nietzsche quien lo destacó de forma más profunda y diáfana. 


 

 

     







 

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