Cuando uno se lee al viejo Kant se da cuenta de que éste no hace propiamente filosofía, sino que pretende ir más allá. Kant pretende hallar una ciencia, que llama ciencia transcendental, a través de la cual se pueda justificar no sólo la ciencia natural, sino la metafísica. Yo he leído a muy poca gente que explique esto con un poco de claridad.
Kant dijo, pues, que según su ciencia transcendental la metafísica no podía considerarse un conocimiento y por tanto, una ciencia natural. La razón de ello radicaba en la expeditiva idea de que el hombre no puede intuir directamente la cosa en sí.
Los idealistas alemanes, herederos de Kant, eliminaron la cosa en sí, o al menos como en Schopenhauer la redefinieron. En base a ello, vieron que la metafísica no sólo podía tratarse como una ciencia, sino como la ciencia suprema capaz de darnos una visón de todo lo que existe y puede existir -¡La ciencia puede alcanzar el absoluto!- Exclamaron con un entusiasmo desbordante. De aquí apareció, a principios del siglo XX el programa logicista de Russell y Hilbert, el cual presuponía que el conocimiento humano debía poderse reducir a una pura tautología tipo A=A.
Hoy en día, que ya nadie cree en la cosa en sí ni en la consciencia transcendental, nos hemos vuelto metafísicos ¡Aunque no lo llamemos con este nombre que sabe carca a nuestros oídos! Salta a la vista, la ciencia actual no teme embarcarse a hacer metafísica, o sea, en hallar el origen del cosmos y la vida.
Sin embargo, como sucede con todas las cosas imberbes, también los físicos pecan de novatos cuando se aventuran en estos terrenos de la metafísica... o la cosmología ¡Ponedle el nombre que queráis!
Se avecina una época de un resurgimiento metafísico, de nuevas explicaciones sobre el todo, la realidad y nosotros mismos. Habrá que ver hasta qué medida somos capaces de superar el pasado ¿Seremos capaces de presentar visiones y explicaciones sobre la vida más potentes que las que han habido hasta la fecha? Para ello sería bueno, de un buen principio, aprender qué dijeron nuestros predecesores al respecto... ¡Y el porqué lo defendieron!
Kant dijo, pues, que según su ciencia transcendental la metafísica no podía considerarse un conocimiento y por tanto, una ciencia natural. La razón de ello radicaba en la expeditiva idea de que el hombre no puede intuir directamente la cosa en sí.
Los idealistas alemanes, herederos de Kant, eliminaron la cosa en sí, o al menos como en Schopenhauer la redefinieron. En base a ello, vieron que la metafísica no sólo podía tratarse como una ciencia, sino como la ciencia suprema capaz de darnos una visón de todo lo que existe y puede existir -¡La ciencia puede alcanzar el absoluto!- Exclamaron con un entusiasmo desbordante. De aquí apareció, a principios del siglo XX el programa logicista de Russell y Hilbert, el cual presuponía que el conocimiento humano debía poderse reducir a una pura tautología tipo A=A.
Hoy en día, que ya nadie cree en la cosa en sí ni en la consciencia transcendental, nos hemos vuelto metafísicos ¡Aunque no lo llamemos con este nombre que sabe carca a nuestros oídos! Salta a la vista, la ciencia actual no teme embarcarse a hacer metafísica, o sea, en hallar el origen del cosmos y la vida.
Sin embargo, como sucede con todas las cosas imberbes, también los físicos pecan de novatos cuando se aventuran en estos terrenos de la metafísica... o la cosmología ¡Ponedle el nombre que queráis!
Se avecina una época de un resurgimiento metafísico, de nuevas explicaciones sobre el todo, la realidad y nosotros mismos. Habrá que ver hasta qué medida somos capaces de superar el pasado ¿Seremos capaces de presentar visiones y explicaciones sobre la vida más potentes que las que han habido hasta la fecha? Para ello sería bueno, de un buen principio, aprender qué dijeron nuestros predecesores al respecto... ¡Y el porqué lo defendieron!
1 comentario:
No podría estar más de acuerdo con el texto que has escrito. Saludos.
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