Llevan ya décadas con un montón de reformas educativas, algunas muy profundas y otras menores, mientras un gran número de profesionales del sector en voz baja señalan, año tras año, una paulatina caída en la calidad educativa –tanto a nivel de contenidos, como de hábitos de estudio o , sencillamente, de actitud.
Mi experiencia en el sector educativo no es muy dilatada, pero sí puedo confirmar que la preocupación por la caída en el rendimiento académico es un secreto a voces entre los profesionales de la educación, es decir, entre profesores -especialmente los que llevan más años en el sistema. ¿Estarán equivocados? ¿Estarán exagerando? ¿No será más que una opinión muy limitada y particular de la situación educativa general?
No me cabe duda de que lo dicho hasta el momento da para muchas páginas y quizás, también, algunas reflexiones, pero para nada me interesa hablar sobre las posibles causas de esta sensación de “caída educativa”, ni tampoco proponer supuestas soluciones. Sólo pretendo constatar, precisamente, esta misma percepción que se palpa en el ambiente y que, acaso, parece ir “in crescendo”.
La semana pasada daba clase de filosofía a un grupo de primero de bachillerato, con muchos alumnos del científico y por tanto, alumnos que a priori andan ya familiarizados con conceptos básicos de física.
Estábamos estudiando el poder del lenguaje para crear realidades a través de conceptos y argumentaciones; en concreto analizábamos las técnicas argumentativas más destacadas; y entre ellas tocaba la “reducción al absurdo”; una técnica harto extendida en las ciencias, y por supuesto en filosofía -Descartes, por ejemplo, la emplea con suma maestría en sus “Meditaciones metafísicas”.
Para empezar a tratar esta potente técnica había preparado una actividad AICLE -en inglés. Consistía en ver una breve entrevista (3 min.) a Danniel Bennett, donde el filósofo anglosajón la define de manera informal y para todos los públicos, mientras da un par de ejemplos a modo de ilustración. Luego les pedía a los alumnos un resumen y un comentario.
Para empezar, reconocer que el dominio del inglés de la inmensa mayoría de los alumnos es, a nivel práctico, casi nulo. Excepto dos alumnos, cuyo inglés es nativo por razones personales, los demás no entendieron nada del vídeo; me suplicaron que lo tradujera. Y evidentemente, aquí ya surge la primera impresión: desde primaria comiéndose clases de inglés, muchos de ellos no sólo en la escuela sino también con clases particulares, y no siguen 3 minutos de conversación medio técnica. ¿Qué falla aquí?
Pero antes de ponerme a traducir la entrevista me dirigí a la clase para preguntarles de forma más bien retórica: a ver, a los que hacéis física, si cojo una botella de 1L de agua y un garrafón de 10 L, y los dejo caer por la ventana, ¿cuál llegará primero al suelo?
La respuesta fue dinamita: o no lo sabían o me decían “la que pesa más ” ¡Uno que defendía que los objetos que más pesan siempre caen antes al suelo se levantó y dejó caer su estuche y una hoja de papel para demostrar tener razón! Otro, me sacó la segunda ley de Newton, “F=ma”, y con ella en mano me quería convencer de que como la masa del garrafón era mayor que la de la botella entonces era evidente que….
Nadie, repito, nadie, puso a sus compañeros en su sitio. Y eso que hay algunos buenos alumnos en física y, además, como grupo, sacaron buenos resultados en las competencias básicas del científico-tecnológico del curso anterior. Por ello, que ni un sólo alumno de ciencias tuviera claro el principio de caída libre de un cuerpo me dejó descolocado. ¿Me estaban tomando el pelo?. Y que además se pusieran chulos defendiendo sus cándidas y desafortunadas opiniones, mientras se negaban aceptar que una botella de 1L y un garrafón de 10L caen al unísono, bueno, fue lo de menos; a fin de cuentas son adolescentes. Lo más sorprendente se produjo cuando les traduje, precisamente, la entrevista a D. Bennet porque en ella presenta como ejemplo de “reducción al absurdo” el argumento que usó el mismo Galileo para llegar a la conclusión de que todos los cuerpos, en caída libre, tienen que adquirir la misma aceleración y por tanto caer al mismo tiempo -en la superficie de la Tierra esta aceleración es de 9.8 m/s2. Ya razonado, entonces Galileo lo puso a prueba con experimentos, dando pie al desarrollo de la ciencia moderna como el conocimiento articulado sobre el “método hipotético deductivo”.
Pues lo dicho, que una vez explicado el argumento de Galileo la mayoría tampoco lo entendió ¡A nadie se le encendió la bombilla! Quizás estaban en plena fase de negación, pero, ¿y si aún son demasiado jóvenes para razonar y por tanto no hay más remedio que “empollar”? ¿Acaso estamos todos perdiendo el tiempo pretendiendo enseñar ideas que la mayoría ni entiende ni aprende al verse capaz de asimilar, coordinar y retener muy poco? ¿Nos estamos autoengañando entre todos?
Vista la situación, me fui al encuentro de los alumnos de ciencias de 2n de bachillerato para repetirles la pregunta de marras; las respuestas fueron idénticas: o “no sé” o “caerá primero el garrafón”. Y cuando más tarde les formulé la misma pregunta a los alumnos de ciencias de 4º de la ESO ya no fue ninguna sorpresa que me contestaran con la misma inocencia y despreocupación.
Pero esto no fue todo. Al contar lo sucedido a los profesores del departamento de ciencias se quedaron ojipláticos, trastornados y desanimados: “pero si desde 2º de la ESO que hacemos un montón de trabajos sobre la caída libre; los alumnos han grabado vídeos realizando ellos mismos el experimento en clase, lo han visto en el museo de las ciencias, hacemos proyectos que…”.
En fin, con los alumnos parece cumplirse la máxima heraclitiana: “estando presentes andan ausentes”. ¿Acaso siempre ha sido así? ¿Esta inopia va a más? ¿Será algo anecdótico de mi instituto? ¿En qué difuso y cándido mundo viven los adolescentes… y nosotros los adultos?
Y quizás la pregunta más inquietante: ¿y si estamos ante un claro síntoma del crash educativo que se nos avecina? Pero para confirmarlo sería preciso realizar un estudio más amplio y detallado; y sobretodo honesto.
La reducción al absurdo de Galileo con la que empieza la ciencia moderna:
Tenemos una botella de 1L y un garrafón de 10L y suponemos que el garrafón cae más rápido que la botella al ser más pesado. Entonces, ligamos una cadena que una la botella con el garrafón, creando así el sistema botella-garrafón; se pueden dar a la vez 2 opciones posibles:
A) Dado que la botella al ser más ligera cae más despacio frenará al garrafón, de modo que el sistema botella-garrafón caerá más despacio que el garrafón por sí solo.
B) Sin embargo, el sistema botella-garrafón pesa más que el garrafón por sí solo, de modo que el sistema botella-garrafón caerá más rápido que el garrafón por sí solo.
Conclusión, la suposición de que la aceleración en caída libre de los cuerpos depende de su peso, o su masa, nos lleva a un absurdo, es decir, a un resultado contradictorio; por consiguiente es falsa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario