Llevamos más de un siglo habituados a una cierta confrontación entre liberales, tachados de derechas, y comunistas-socialistas, tachados de izquierdas. Con tal clasificación se pretende representar esa vieja tensión social entre los ricos, poderosos y con motivo conservadores, para con respecto a las amplias capas sociales menos pudientes y afortunadas siempre deseosas de cambios y expectativas que puedan mejorar su situación.
La idea es presentar una nueva interpretación de ambos movimientos modernos sobre la cual poner de manifiesto cómo al final ambos nos hablarían, desde una perspectiva teórica, exactamente de lo mismo: materializar los ideales de la ilustración.
Para ello, se empieza identificando que el liberalismo se basa en el pensamiento teológico de John Locke, mientras reduciremos el socialismo al pensamiento de Karl Marx -una materialización de la teología hegeliana. Entendiendo que la teología no ha sido más que el deseo para acercarnos a Dios -una fuente de poder inimaginablemente inmensa.
Cabe señalar, además, que con esta reinterpretación muchos liberales y comunistas-socialistas no estarán para nada de acuerdo:
¡¿Cómo los liberales, explotadores y clasistas, van a predicar el mismo tipo de sociedad que nosotros los comunistas?! Chistarán obnubilados los socialistas.
¡¿Cómo los criminales y destructores comunistas van a predicar el mismo tipo de sociedad que nosotros los liberales?! Chistarán obnubilados los liberales.
Para empezar, quien se atreva a entrar en este terreno se dará cuenta, no sin asombro, de un aspecto que resulta característico de ambos movimientos ideológicos modernos: parten de conceptos cuyas definiciones se pueden aplicar de forma muy arbitraria y caprichosa, dado que no corresponden a nada medible, testable y en tal sentido, objetivo.
Un ejemplo sería la noción de "libertad" y que ambos movimientos usan como fundamento principal de toda su estructura ideológica: ¿Qué significa ser "un individuo libre" para el liberalismo? ¿Y para el comunismo?
Y no sólo eso. Cabe atender como se emplean sin pudor un montón de falacias argumentativas porque, en especial las izquierdas, siempre han tomado la ideología como una arma de lucha al considerar que están en guerra ¡En guerra contra los ricos y poderosos! Y dado que en la guerra todo vale para destruir al enemigo, entonces, el astuto empleo de falacias siempre les ha resultado lícito y deseable para vencer a sus contrarios ideológicos, a quienes suelen odiar con profunda inquina y maldad.
Los liberales, en cambio, ven a los socialistas de otro modo; con cierta estupefacción. ¿Por qué? Quizás se deba, en parte, a esa ingenuidad abrumadora que les caracteriza, a ese optimismo bobo suyo que les lleva a ser demolidos por las falacias y los ajusticiamientos socialistas sin apenas saber reaccionar.
Por ejemplo, observase cómo las izquierdas se apropiaron "violenta e impunemente" del epíteto "socialista", queriendo decir, con tal atribución, que SOLO ellas pretenden buscar "el bien común". Y ciertamente el concepto "socialismo", de forma general y epistemológica, refleja el deseo político de alcanzar un cierto "bien común", y no el bien exclusivo de uno sólo, o de unos pocos... o de una única clase social.
Sin embargo, atendiendo a dicho sentido no habría problemas en clasificar también a los liberales de socialistas, dado que defienden cómo el liberalismo capitalista, históricamente, ha sido el sistema que ha generado más bienestar y riqueza general para todos. Pero los izquierdistas, aquí también, les han ganado descaradamente el relato ¡Hasta el punto de que los propios liberales reniegan del término socialista! Sí, son muy ingenuos.
Los ideales de la ilustración como la nueva teología moderna
Tomemos a John Locke, con sus famosos derechos naturales como el fundador de los ideales ilustrados, que dan sustento teórico a nuestros derechos humanos.
Tales ideales teológicos nos llevan a soñar con un mundo forjado por seres humanos que viven ajenos a toda forma de abuso, coacción, sin forzosidad, alienación ni violencia y por tanto, se comportan como almas puras, libres, autónomas y por consiguiente, bajo el divino impulso de la más estricta "buena voluntad" que reconoce a los demás como seres iguales y por tanto, dignos de ser respetados también como seres libres.
En otras palabras, este ideal, como más tarde reconoce profundamente embelesado Kant, concibe al ser humano como un ser sobre el cual ninguna fuerza ajena puede condicionar, manipular y alterar su comportamiento innato ¡Nada actúa sobre él! O, almenos, nada le afecta.
En otras palabras, este ser puro se comporta ajeno a cualquier circunstancia y contingencia, y por consiguiente, viviría como si siguiese una ley universal e insobornable propia.
Se concibe este ser, pues, como un ser que actúa bajo el divino dictamen del "libre albedrío": ninguna de sus decisiones/acciones depende de unas condiciones iniciales, o de unas fuerzas externas ¡Su comportamiento no depende de nada que le sea ajeno! Por consiguiente, se podría afirmar que tal ser actúa exclusivamente por sí mismo ¡Cómo si fuera un primer motor!
Aquí se define, pues, la noción de individuo libre: un individuo actúa libremente sino está coaccionado.
Este es un pensamiento teológico muy antiguo. Lo encontramos ya en Platón, Aristóteles o Epicuro por ejemplo, cuando se imaginan a los dioses viviendo de forma imperturbable como un reflejo inmaculado de su eternidad, perfección y bondad. Y en efecto, esos "sabios antiguos" identificaban a tales dioses sobrenaturales con los astros que parecían moverse, y relacionarse entre sí, generando ciclos perfectos y regulares de miles de años sin que nada los afectase ni alterase ¡Como si fueran movidos por su propia inercia infinita! De aquí surgió, precisamente esa idea metafísica "del reino de los cielos": de noche miraban al cielo y ahí veían un reino muy superior a nuestro reino mundano y terrenal, que desgraciadamente es dominado por la violencia, la accidentalidad y fugacidad de todos los seres.
Es cierto que este "reino de los cielos", heredado de forma inmediata por el cristianismo, parecía caer cuando Galileo demuestra con su telescopio que la "luna" no es un ser celestial, o que Júpiter es otro mundo parecido a la Tierra con sus propios satélites moviéndose a su alrededor. Pero, ¿acaso cayó? No, se hizo más espiritual, como vemos en Descartes; o bien se aprecia en Newton cuando postula su principio de inercia: un sistema o un ser inercial es aquel sobre el cual no actúa ninguna fuerza, o bien nada parece afectarle ni modificar su comportamiento (su "ethos").
Locke, que escribe su famoso tratado político un par de años después de los impactantes "Principios matemáticos de la filosofía natural" de Newton, toma ese principio de inercia como un principio metafísico ¡Como un principio ideal!
Tanto Locke como Newton son, por tanto, plenamente conscientes de que en el mundo físico no existen sistemas/cuerpos puramentes inerciales, sin embargo podemos imaginar que podrían existir; es un objetivo ¡Un ideal!
Entonces, visto como ideal, es plausible interpretar e imaginar que tamaño principio nos indicaría un mundo perfecto, utópico, teológico; nos permite soñar que cuando el comportamiento de un cuerpo, de un ser, ¡un sistema!, parezca no mostrar casi aceleración alguna eso se puede tomar como que ninguna fuerza actúa sobre él. Y tal consideración, ciertamente imaginaria si atendemos a la crítica de Hume, nos permite afirmar, entonces, que tal cuerpo/sistema se comporta libremente.
Y llegados aquí, se añade algo aún más fantasioso si cabe: que sólo cuando un ser se comporta libremente se expresa tal y como es realmente él mismo ¡Se expresa metafísicamente!
Por tanto, de todo ello se infiere la idea ilustrada de que la libertad es condición "sine qua non" para garantizar la dignidad humana. Que sólo la libertad es la demostración de que uno se está expresando íntegramente a sí mismo ¡Está siendo él mismo como si fuera una entidad pura, inmaculada, ideal! Con lo cual, se alucina ingenuamente, que entonces su alma podrá ya por fin resonar con el universo sin ruidos ni distorsiones, sino en armonía con toda la existencia.
Sin embargo, hoy en día interpretamos el principio de inercia de otro modo muy distinto a éste teológico que se ha impuesto generación tras generación, alimentando la ilustración y por tanto nuestra civilización, adoradora de la libertad metafísica. Lo interpretamos de un modo mundano por así decirlo ¡Lo hemos bajado al suelo! Y jugamos con él después de milenios intentando jugar en la luna.
Hoy unos pocos entendemos que el principio de inercia sólo nos dice que cuando un sistema no parece mostrar aceleraciones ello sólo nos indica que ha entrado en un cierto equilibrio con su entorno. Y además, entendemos que un sistema puede entrar en equilibrio con su entorno de muchas formas diferentes, con lo cual la inercia para nada nos mostraría ninguna propiedad esencial, metafísica e intrínseca del sistema. Sólo refleja cómo un entorno interacciona con el sistema generando un cierto equilibrio; de modo que el entorno afecta y condiciona al sistema al adquirir ambos un tipo de equilibrio u otro. Nada más. De hecho, parece que la segunda ley de la termodinámica expresa, precisamente, esta idea bastante bien.
Bajo esta reintepretación uno puede entender que un sistema puede adquirir diferentes comportamientos inerciales según adquiera un tipo de equilibrio u otro. Según sea su entorno. Con lo cual, no tiene una forma propia y esencial de comportarse; tal y como soñaba Kant ¡O cualquier ilustrado!
Así, pues, cabe destacar lo equívoco, tosco y miope de afirmar que al estudiar el comportamiento de una persona que se encuentra bajo un entorno de cierto equilibrio, como una situación rutinaria y habitual por ejemplo, entonces actúe libre y automáticamente, sin improvisaciones ni violencias ¡Como si fuera guiada por una fantasmagórica "buena voluntad" interior! Es decir, como si esa persona actuase por sí misma ¡Sin coacciones!
En fin, al reinterpretar toda esta moralina teológica milenaria basada en una noción de libertad hecha de puro humo, pero sobre la cual occidente ha articulado sus más importantes ideas políticas, sociales, económicas, pedagógicas y culturales a lo largo de los últimos 300-400 años, nos vemos impelidos, obviamente, a preguntarnos: ¿Cómo definimos entonces la libertad?
Redefiniendo la "libertad"
¿Qué significa que un ser humano actúe sin que nada le afecte, le condicione ni le influya?
¿Podemos realmente aislar de un plas al ser humano de su entorno, de su propio alimento y crecimiento, de su proceso de formación mismo, de su herencia tanto genética como anímica e intelectual?
¿Podemos realmente definir con una línea maestra y sin controversia alguna qué es lo propio y lo ajeno en un ser humano? Por ejemplo: ¿todo lo instintivo, involuntario, inconsciente en nosotros nos será acaso algo propio o bien nos será ajeno?
Este ejercicio de idealizar y objetivar, de extraer y aislar arbitrariamente un sistema de su entorno parece una tarea fácil y práctica si deseamos tratar de forma superficial el comportamiento de un objeto simple que se mueve ante nosotros, por ejemplo una bola de billar, pero no podemos sino reírnos cuando lo usamos para estudiar de forma pormenorizada y honesta al ser humano. A nosotros mismos, por ejemplo.
Necesitamos crear otra definición de "libertad" al parecernos ya evidente que resulta risible definirla como el estado inercial de un sistema; de modo que nos olvidamos de emplear esa burda dicotomía teológica entre libertad vs. coacción que ha condicionado el pensar occidental desde hace milenios llevándonos a adorar fantasmagorías morales.
Hoy tratamos la libertad y la coacción como diferentes caras de una misma realidad, por así decirlo. Ya no valoramos la libertad y la coacción por separado y en antagonismo ¡No vemos las cosas blancas o negras! Preferimos pensar que hay "grados de libertad", que definimos como: la capacidad de acción de un sistema, y por tanto como una cierta potencia de un sistema.
Honestamente, no nos estamos inventando nada especialmente innovador. Esta "visión" ya ha sido usada desde hace mucho en física para estudiar sistemas algo complejos, que es tal y como interpretamos que es el ser humano. Pero es una definición que nos brinda muchas ventajas al permitirnos medir la noción de libertad: un sistema es más o menos libre según la cantidad de movimientos, acciones, transformaciones que pueda realizar bajo unas ciertas condiciones.
Con esta definición la noción de "libertad" deja de ser tan arbitraria y etérea como esa de teológica y que nos sabe ya a ilusión moral.
Así pues, bajamos la noción de "libertad" a tierra, donde podemos trastearla y usarla para analizar la evolución y capacidades de los sistemas, y por tanto, también para analizar el comportamiento de la gente, de las sociedades, etc.
Paradoja de la moral ilustrada
Todas estas ilusiones morales basadas en esa vieja interpretación idealista y teológica, superficial y burda del principio de inercia han condicionado profundamente nuestra visión sobre nosotros mismos. Nos han hecho creer que el ser humano es, en el fondo, algo ajeno a su entorno, a la naturaleza, al universo entero y por consiguiente a la vida mundana y corporal, por así decirlo ¡Que es un espíritu puro, libre y digno! Con lo cual debería de poder actuar ajeno a todo ello: a toda necesidad fisiológica, a toda coacción corporal y material.
Creer en el libre albedrío condiciona las decisiones que vamos a tomar, con lo cual contradice la propia definición de libre albedrío
Por lo dicho, pensamos que necesitamos otra definición de libertad; la idealista nos sabe, ya, completamente burda, superficial y paradójica como método para estudiar el comportamiento humano; es decir, sus acciones, decisiones y desarrollos.
¿Qué es el comunismo?
Uno de los aspectos que más sorprende de la obra de Marx aparece al observar como muchos ricos capitalistas la tienen como guía económica, mientras la gran mayoría de sus defensores más populares no la han leído con mucha entereza, o bien han tenido una formación filosófica tan pobre que raramente atisban el calado de los conceptos empleados -como la base transcendental de su dialéctica materialista.
Y es que Marx, como excepcional estudiante de filosofía que fue, toma el calado de sus conceptos de la tradición filosófica moderna: de Locke, de Kant, de Hegel y otros tantos. Dicho de otro modo: Marx hace lo mismo que esos teólogos ¡Hace teología moderna! De hecho, intenta materializarla y con ello, culminar lo que sería la ilustración (un cristianismo 2.0).
Entonces, lo primero que se da cuenta Marx es que los ideales de Locke (el liberalismo), tal y como lo plantea el inglés, son imposibles de alcanzar. Es decir, es imposible lograr que varias personas, sin más, puedan establecer pactos bajo un verdadero respeto mutuo, con lo cual las partes alcancen un consenso perfectamente libre y voluntario, garantizando que éste sea racional y por consiguiente, eficiente y óptimo ¡Que sea el mejor pacto posible para ambas partes!
Y eso sería imposible, imagina Marx, hasta que no se alcance una estructura técnico-industrial superavanzada. Mientras tanto, defiende, todas las personas viviremos permanente coaccionadas y alienadas por nuestras necesidades materiales, fisiológicas, corporales: por la necesidad de evitar el frío/calor, el hambre, la sed, las enfermedades, el miedo futuro a la muerte o a la miseria y el dolor, al impulso sexual de atraer al sexo contrario, etc. Las personas estaríamos viviendo, por el momento, en "el REINO DE LAS NECESIDADES".
Por tanto, según Marx todo cuanto hacemos lo hacemos coaccionados ciegamente por tales necesidades, con lo cual nuestros actos serán en mayor o menor medida egoístas, hipócritas e inmorales: buscaremos aprovecharnos de los demás de algún modo para satisfacer tales necesidades, con lo cual resultará imposible establecer pactos entre las gentes que sean realmente libres, voluntarios y por ello, racionales: consensos y colaboraciones donde se respete íntegramente la dignidad todas las partes y con ello, se alcance la situación óptima para todos.
En tal sentido, pues, el teórico del comunismo considera que el liberalismo no se ha podido dar realmente nunca, puesto que las condiciones materiales no lo permitían. Lo que se habría dado es el capitalismo; un sistema económico que se basa en el irracional mercado de las necesidades donde las partes disputan y compiten entre sí según la fuerzas coercitivas que les afectan: los capitalistas se mueven bajo la frenética necesidad de buscar mano de obra barata y hacer reinversiones constantes para fabricar productos cada vez más baratos y competitivos, y aumentar así sus beneficios para atraer a nuevos inversores y no ser destruidos por la competencia, mientras los proletarios se mueven bajo la necesidad de trabajar en lo que sea para poder obtener un sustento de vida, o mejorar su bienestar.
Por tanto, para Marx el mercado capitalista sería una máquina de generar y avivar necesidades, frenéticas y voraces: cuanta mayor consciencia tomen las gentes sobre necesitar cosas más atados estarán al capital, "a la carrera de la rata"; es decir, al trabajo remunerado y alienado ¡Más trabajarán enajenados por necesidad y coacción vital!
Seguramente fuera Walter Benjamin el marxista que mejor desarrolló tan gran capacidad del capitalismo por inventarse constantemente necesidades nuevas cada día en la mente de las gentes, convirtiéndolas en máquinas desalmadas de trabajar y consumir, mientras olvidan por completo esa supuesta libertad individual suya inercial e ideal.
Así pues, Marx defiende que el capitalismo nunca podrá ser ese mercado libre y colaborativo, comunal e ideal, soñado por Locke, configurado por hombres libres y dignos que alcanzan por consenso pactos voluntarios, y por tanto racionales, sino que será el mercado de las necesidades y miserias donde los fuertes abusan de los pobres; donde los que poseen más medios explotan a los más desprotegidos, pero por miedo a ser vapuleados por la competencia. Un mercado inmoral e imperfecto que, al final, por sus propia irracionalidad (sus contradicciones internas) nos lleva a crisis económicas cíclicas.
Cabe señalar como esta afirmación moral de Marx sobre la causa de las crisis cíclicas de los mercados capitalistas no es una realidad propiamente dicha, sino interpretación. Un constructo teórico. Una hipótesis. Lo único que observa Marx es que el sistema capitalista genera cada tanto tiempo burbujas especulativas que terminan en crisis económicas bastante profundas, y entonces atribuye como supuesta causa de tales crisis a la esencia inmoral del mercado, dado que se imagina que éste está forjado por explotadores y explotados, y las supuestas dinámicas que semejante tensión genera.
Sin embargo hoy en día tenemos una interpretación mucho más rigurosa, efectiva y científica sobre las crisis de mercado; o la podríamos desarrollar sin muchos problemas y, sobretodo, sin apelar a patetismos morales sobre supuestos explotadores y explotados (igual la comento en algún otro post).
En cualquier caso, vale destacar de nuevo como Marx interpreta los pactos capitalistas como pactos de necesidad, dado que los interpreta como pactos basados en relaciones de abuso, coacción y necesidad entre unos supuestos explotadores y unos etiquetados como explotados. En otras palabras, a su ver serían pactos de abuso y coacción porqué la noción de libertad idealista ni se huele: nadie puede actuar realmente por sí mismo ajeno a nada en un mundo lleno de necesidades que te obligan a prostituirte tanto física como intelectualmente para vivir.
En el capitalismo, por tanto, raramente habría colaboración entre las partes, como soñaba Locke, dado que unos contratan e reinvierten porque lo necesitan y otros trabajan y se dejan explotar porque lo necesitan ¡No porque ninguno de ellos lo desee realmente! Ciertamente, si tomamos la noción de libertad desde una perspectiva teológica aquí no hay libertad, alguno. El problema es que tal libertad no existe en ningún caso jamás.
Ahora bien, cabe destacar como los liberales actuales, como Huertas de Soto por ejemplo, afirman sin más que el mercado de las necesidades es ya, por pura definición, un mercado de pactos libres y voluntarios: unos necesitan contratar al mejor precio y otros que les den dinero para vivir. Y de tal modo identifican capitalismo como liberalismo sin más.
En este sentido, cabe atender algo mas: cómo los liberales definen la libertad y voluntariedad de una forma aparentemente empírica, pero completamente ingenua. Afirman que uno es libre cuando desea hacer algo que nadie, especialmente el estado, le prohíbe o coacciona hacerlo con sus leyes. Ciertamente, definida así la libertad es algo palpable: basta con mirar las leyes de un país. Sin embargo, que un estado nos prohiba cosas no significa que no se hagan, porque lo que determina que algo suceda o no son las capacidades y el poder (la libertad definida como lo hemos hecho antes): un estado puede prohibir mucho y poner sobre el papel un montón de leyes, pero si hay agentes dentro de la sociedad más fuertes entonces estas leyes serán, para ellos, puro papel mojado.
En cualquier caso, y volviendo de nuevo a esa diferencia entre necesidades y libertades que se imagina Marx, se introduce esa famosa idea suya de "plusvalúa", sobre la cual teoriza que el capitalista roba una parte de la riqueza producida por el trabajador y la reinvierte para mejorar el proceso productivo, haciéndolo cada vez más automatizable y productivo hasta el punto de aspirar a prescindir del propio trabajador.
Ahora bien, cabe destacar algo que los socialistas no reconocen, y reclaman los liberales como Milei, por ejemplo. Marx afirma sin tapujos cómo el capitalismo salvaje es la mejor forma de mejorar las condiciones materiales de la humanidad. Sí, el propio Marx reconoce que a despecho de su inmoralidad interna se trata del único sistema socioeconómico capaz de desarrollar a lo bestia las condiciones materiales técnico-industriales sobre las cuales, algún día, será posible dejar atrás "el reino de las necesidades", como un mal recuerdo del pasado de la humanidad, abriendo la puerta al "reino de la libertad".
El hecho de que el capital necesite, para prosperar y no morir, reinvertir constantemente esas hipotéticas plusvalúas robadas al trabajador para mejorar continuamente los procesos productivos a fin de desarrollar nuevos productos y servicios, y de incrementar la productividad a través de una constante automatización de los procesos, llevará, dice Marx, a que el capitalismo muera de éxito: que el capital termine concentrado en muy pocas manos, las cuales gestionarán megacomplejos productivos capaces de fabricar todo lo imaginable de forma rapidísima y prácticamente automática. En consecuencia los trabajadores quedarán desempleados y sin capacidad económica para comprar los productos que ese superdesarrollado sistema productivo parece ser capaz de ofrecer, aunque su coste se haya reducido hasta convertirse en prácticamente nulo.
Llegado el caso, defiende Marx, será necesario e inevitable que el capitalismo, como sistema, colapse en una inmensa crisis económica, llevándose por delante al estado, al dinero, a los títulos de propiedad privada burguesa, los cuales estipulan arbitrariamente qué derechos comerciales (de venta y explotación económica) tiene uno sobre los diferentes bienes. Sí, todo esto desaparecerá según Marx, simplemente porque el comercio (la compra-venta) ya no tendrá sentido ¡El mercado de las necesidades se derrumbará y de sus ruinas emergerá otro mercado: el de las libertades!
Por fin el sueño liberal será posible.
El reino de las libertades
Una vez trascendido el "reino de las necesidades", que según la visión de todos estos viejos teólogos había mantenido a la humanidad subyugada durante milenios a vivir bajo condiciones injustas, coercitivas, violentas, llevándola a intentar progresar mediante un proceso continuo de desarrollos tecnológicos y materiales, aparece como una nueva aurora "el reino de las libertades"; y que Marx llama "Comunismo", pero que, como ya se ha dicho, a lo largo de los tiempos había adquirido otros nombres; acaso "el reino de los cielos" reconoce Kant al final de su "Crítica de la razón pura".
Este "reino de las libertades", donde cualquier individuo podría ya actuar como un auténtico ser inercial (un espíritu puro) que no se ve afectado ni condicionado por nada, se caracteriza por ser un mundo donde las personas colaboran constantemente entre sí ¡Toda relación interpersonal y social se basa, dicho literalmente, en el puro consentimiento! Es decir, compartiendo una misma voluntad, un mismo sentimiento, un mismo deseo común ¡Anhelando que a todos nos vaya lo mejor posible!
Esto significa que las personas pactan de forma libre y voluntaria, respetando siempre la libertad y voluntariedad de los demás porque, satisfecha toda necesidad posible, ya pueden reconocer sin problemas que todas las personas compartimos unos mismos derechos naturales:
-Derecho a la vida, y además a la vida digna.
-Derecho a poseer en exclusivo las condiciones materiales necesarias para llevar una vida digna y por tanto, que nadie se lo arrebate.
-Derecho a hacer, decidir y pensar lo que se considere oportuno, dado que sus acciones, decisiones y pensamientos surgirán, no de las necesidades subjetivas, irracionales, ciegas y arbitrarias personales, sino de la pura racionalidad y claridad de buscar lo más óptimo.
En esta sociedad supertecnificada que hace posible la aparición de individuos libres y racionales nada se deja al azar, sino que todo está perfectamente planificado de forma supereficiente y optimizada a través del pacto social, es decir, del consentimiento y el consenso voluntario de todos los agentes implicados.
CONCLUSIÓN
El comunismo es el gobierno civil liberal soñado por Locke, pero pensado de una forma no tan ingenua y dogmática ¡Hay un Inmanuel Kant y un Hegel de por medio! Además de esconder un grado importante de astucia malvada detrás de muchos de sus conceptos; con motivo resulta excitante y seductor para muchos. Pero visto así sí resulta lógico que el propio Marx admitiese que su trabajo, en esencia, no fuera más que un llevar el liberalismo hasta el final ¡Pues lo es!
De hecho, con el comunismo estamos ante la culminación ilustrada de siglos de desarrollos teológico-metafísicos: una lucha constante contra la vida mundana, terrenal y corporal. Del mismo modo que nuestro progresismo woke actual parece ser una nueva culminación de este proceso milenario liderado por teólogos.
Así pues, cabe tratar tanto el liberalismo como el comunismo, siempre, como sistemas teóricos que nunca se han implantado en verdad ¡Pues no son de este mundo nuestro, mundano y terrenal, del cambio y fluir permanente!
No en vano es recurrente escuchar de entre los defensores de unos y otros apelar a la falacia del "falso escocés" para defenderlos y seguir promocionándolos entre nuestros ingenuos resortes culturales.
Con todo, somos muy pocos los que vemos emerger otras ideas socieconómicas mundanas, terrenales, en fin, muy alejadas de esa vieja sed teológica que ha dominado espiritualmente occidente durante siglos. Y quizás por eso mismo el futuro sea nuestro. Pero qué lejos nos queda siempre el futuro...
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