viernes, 1 de marzo de 2024

¿Amamos aún la vida?

¿Qué son el espacio y el tiempo? 

Estamos ante una pregunta muy antigua que se ha abordado a través de diferentes perspectivas desde los griegos. Y por lo general, la gente la toma desde una perspectiva dogmática: consideran que el espacio y el tiempo son conceptos propios y constitutivos de la realidad misma, quintaesencias de la existencia, con lo cual creen que a través de la ciencia podremos, algún día, descubrir qué son en realidad.

Aquí vamos a plantear otra interpretación muy diferente. Vamos a considerar que el espacio y el tiempo son metáforas estrictamente humanas; ficciones o artificialidades que sólo tienen sentido en un "mundo" creado por humanos; tal y como serían, también, los valores morales o los códigos civiles. Consideramos, pues, la ciencia una forma de poesía cuyo fin no es despertar emociones y sentimientos, sino describir y predecir lo que medimos.  

¿Qué significa esto? Entre otras cosas, que la ciencia consiste, precisamente, en ir creando y construyendo tales conceptos a fin de dotar de un sentido objetivo a cuanto experimentamos y sentimos; a cuanto medimos y observamos. ¿Cómo los crea? De dos formas:

-El tiempo se crea mediante la creación de relojes. 

-El espacio se crea mediante la creación de reglas de medir.

Por consiguiente, sólo podemos usar las nociones de espacio-tiempo donde podemos aplicar relojes y reglas de medir. Y somos nosotros, y nadie más que nosotros, quienes definimos a conveniencia qué es un reloj y una regla de medida ¡Y qué nos dan ambos instrumentos! 

Entonces, una vez establecido todo eso, dibujamos sobre las olas del océano del devenir nuestro mundo objetivo de hechos físicos, gracias al cual se despierta en nosotros la inmensa ilusión de comprender qué es cuanto vivimos y qué sucede realmente ¡Y sin embargo nuestra mirada nunca deja de verse reflejada sobre esa superficie aterciopelada de olas insondables que se devoran y surfean constantemente a sí mismas!  

En efecto, históricamente se puede demostrar como la objetividad aparece con el desarrollo técnico-conceptual del espacio-tiempo, puesto que con ello se vuelve posible concebir y pensar "que hay cosas que suceden en un lugar en un momento dado". Es decir, ello nos permite pensar la realidad como un conjunto de hechos o sucesos que se dan ¡Incluso se nos permite pensar la vida y la existencia como un mundo, un universo un Kosmos!  

Pero ver la existencia como un conjunto de hechos o sucesos que se dan no es propiamente real, sino más bien interpretación: una forma conceptual de metabolizar lo experimentado y vivido. 

A fin de cuentas el cerebro, como órgano biológico,  a nuestro parecer no deja de ser un potente aparato que engulle, tritura, digiere y asimila a su modo todo cuanto vivimos ¡Todo cuanto nos afecta y nos altera! Y la visión de un mundo objetivo compuesto de hechos y sucesos es una de las formas más tardías y elaboradas que hemos desarrollado para asimilar y procesar nuestra constante interacción con cuanto nos afecta -que a su vez no es nada concreto, sino también un metabolizar o procesar.  

Por tanto, ver el mundo como un "conjunto de hechos objetivos" que acaso podemos desmenuzar dibujándolos mentalmente a través de hipotéticas entidades abstractas e imaginarias, construidas a partir de observaciones y medidas, y que se relacionarían de una determinada manera, no deja de ser una forma cognitiva de digerir y asimilar cuanto vivimos y experimentamos ¡Pero no es realidad! 

Al menos no es "realidad" en el sentido metafísico y tradicional, y que todo el mundo tiene de ordinario en mente. De hecho, esta "realidad fáctica y objetiva" no ha logrado triunfar hasta hace relativamente poco en la historia de la humanidad mediante el desarrollo del pensamiento moderno en occidente. 

Y cuando advertimos la ficción y mitología de nuestro mundo objetivo, el mundo pregonado por la modernidad (la ilustración), del mundo que nos muestran las ciencias por un lado y los medios de comunicación con sus noticias de sucesos, por el otro, nos quedamos de piedra, incrédulos y estupefactos ¡Se nos cae un gran mito al suelo! 

Ahora bien, ante semejante desengaño, ¿quien es capaz de volver a subirse al carro y echar de nuevo sus deseos e ilusiones a volar? ¿A quién le queda aún aliento para preguntarse?:

 ¿Cómo podemos ver y sentir la vida? 

¿Cómo percibir y digerir este perpetuo fluir de contrastes y claroscuros? 

¿Acaso podremos darle nuevas formas nunca antes vistas? 

¿Y acaso vamos a ser capaces de darle a la vida una forma comprensible, bella y perfecta a nuestros ojos y así justificar que la deseamos para siempre? O nos quedaremos en ese pesimismo, contradictorio e irracional, que termina por reducir la vida al absurdo cuando parte de la idea de que simplemente "nacemos para morir", mientras apela al tenebroso "carpe diem". 

En verdad, ser capaces de construir una idea de la existencia bella y perfecta es una forma de justificar y desear la vida. Y durante siglos los sabios, que nunca han sido más que poetas, no supieron otra forma de amar la vida que poetizándola bajo la idea de Dios como creador y benefactor de la existencia. 

Pero ya no estamos enamorados de Dios, con lo cual ya no lo percibimos detrás de todo cuanto vemos, sentimos y vivimos ¡Sí, el amor nos hace soñar despiertos y alucinar! Y ver una película de leyes universales, propiedades y constantes, hechos objetivos y valores universales sobre cuanto experimentamos era, inequívocamente, un síntoma y un reflejo de ese viejo amor incondicional hacia Dios. 

Dios ha sido el objeto de deseo de la modernidad y la ilustración -Einstein fue de los pocos sabios del s.XX que lo entendió y admitió sin titubear. Pero el amor dura siempre lo que dura, hasta que pasa. Y hemos llegado nosotros, espíritus históricos y posmodernos fraguados en mil batallas de amor ¿Cómo no vamos a desconfiar radicalmente de todo cuanto nos cuentan y se ha contado históricamente? 

Nuestro curtido conocimiento histórico de las ideas humanas nos ha hecho escépticos integrales: en donde, por puro enamoramiento, se había visto un sentido, un significado, una verdad firme e irrefutable sobre la cual enarbolar la ciencia, hoy, sin más, sólo vemos ya comedia humana y mucha ilusión ¡Sólo vemos tontería y amor! 

En efecto, ¿quién puede ya negar que la historia de la ciencia occidental no ha sido una intrigante tragicomedia de amor -de un irrefrenable amor hacia Dios, termina en un profundo desengaño

Seguramente sea esta nuestra gran incógnita por revelar: después de tan gran desengaño, de tanto escepticismo cultural, de criticar y desconfiar de todo cuanto se ha llamado hasta ahora verdad y realidad objetiva, de comernos engaños, fracasos y decepciones a raudales, ¿acaso aún nos quedarán fuerzas para creernos las nuevas ilusiones que seamos capaces de imaginarnos? O, por el contrario, nos quedaremos atrapados en un patético y resentido -¡Todo es mentira y nada!- Como única verdad, paradójica y absurda.

En efecto, una gran duda planea sobre nuestros corazones: ¿seremos capaces de volvernos a enamorar? ¿Seguiremos de nuevo nuestras tonterías al dedillo? ¿O ya estamos demasiado viejos, cansados, desengañados, y nos sentimos ya sin muchas fuerzas para volvernos de nuevo locos y necios, temerarios y fuertes? A fin de cuentas, enamorarse siempre ha sido la virtud de los jóvenes -de los que aman la vida

Parece que necesitamos de otras ideas mucho más radicales y atrevidas, difíciles y singulares, que las forjadas por los sabios hasta ahora; ideas capaces de sortear, precisamente, nuestro agudo e histórico escepticismo hacia toda idea y poetización humana.

¿Qué tipo de idea, rara y exótica, será capaz de despertarnos de nuevo?

  





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