sábado, 23 de marzo de 2024

Un ejemplo de mediocridad interpretativa: de las 3 transformaciones

 Me apena como se han interpretado ciertos autores singulares a lo largo del s.XX y parte del XXI; que han sido siglos eminentemente mediocres a nivel intelectual o filosófico, aunque no a nivel técnico. 

Obviamente lo que voy a escribir no deja de ser mi opinión y mi valoración. Es comprensible, por tanto, que no se comparta. Tampoco es un ataque "ad hominem" al youtuber que pone en escena este ejemplo de mediocridad; a fin de cuentas no repite más que la tesis común y aceptada a nivel académico. 

Este es el vídeo en cuestión: De las tres transformaciones.

Doy por hecho que se ha visto el vídeo y por tanto al leerme uno sabe de qué estoy hablando: de una parábola escrita por Nietzsche al comienzo del libro primero de su "así habló Zarathustra" donde narra las tres transformaciones del espíritu.

Lo que no se tiene en cuenta en la interpretación que se vende en el vídeo (porque es un vídeo para vender), y que es el muñeco de paja más habitual que corre desde hace décadas por las universidades de filosofía a fin de enseñarlo, es el contexto de dicha parábola. 

No, no se tiene en cuenta el prólogo del libro ni lo que ahí se cuenta para interpretar la parábola. Además, como a Nietzsche no se le entiende, pues hay un esfuerzo continuado por mal interpretarlo adecuándolo a los prejuicios de moda, pues aún se hace mayor la desnaturalización de la interpretación que se vende. 

De la parábola de las tres transformaciones del espíritu

Cabe tener en cuenta que Nietzsche presenta la parábola para explicar las tres transformaciones que sufre el espíritu cuando experimenta, como revelación singular, que todo cuanto le han enseñado, y ha vivido, es una gran mentira; o bien se trata de relatos muy vagos, simplones y chapuceros, que en el mejor de los casos se atribuían a algún Dios para darles fuerza y sentido, contenido y profundidad. 

Cuando el espíritu advierte que la gente, por lo general, necesita constantemente vivir de engaños, falsedades, conveniencias, manipulaciones, errores y mentiras, entonces por instinto se aparta de la sociedad, de las modas, de los grandes expertos, los poderosos y las autoridades, que se llenan la boca con la palabra "verdad", simplemente para dar trama al teatro que tienen ahí montado. 

Esta primera revelación del espíritu es, pues, percibirlo todo como una inmensa e incomible pantomima, un circo de vanidades y titiriteros, una matrix para "normies" y mentes superfluas; y preguntarse: -¿Dónde está la honestidad, la verdad y la certeza?- Y, precisamente, de esta revelación e inquietud espiritual surgirán las tres transformaciones del espíritu. 

La primera transformación que experimenta el espíritu consiste, precisamente, en ir a por la verdad a toda costa, cueste lo que cueste ¡El espíritu se convierte en un camello! El animal que se siente más fuerte para marcharse del "mundo" y buscar la verdad en los terrenos más agrestes y desolados, pese lo que pese; pero también el animal más dolido -por saberse solo, puesto que nadie quiere la verdad, pura y dura, sino dulces mentiras, fascinantes relatos o, simplemente, toma por verdad lo primero que una autoridad le cuenta. 

Con motivo, pues, el espíritu se aparta de todos por el dolor y el menosprecio que le produce tanta mentira y mediocridad condescendiente, tanta falta de probidad intelectual, de crítica y capacidad de replantear nada, de suspicacia e interés por analizar y contrastar nada. Y huye al desierto, hacia la soledad, pasando todo tipo de vicisitudes durísimas. 

Así pues, en esta primera transformación el espíritu no quiere, para nada, que le traten con indulgencia, que le mientan o le cuenten milongas halagadoras, compasivas o esperanzadoras: su fuerza y su dolor exigen la verdad pura y dura, aunque duela, sea horrible o pese como una losa en el corazón. De modo que tal espíritu lo examina y rumia todo, absolutamente todo, hasta el mínimo detalle intentando discernir lo real y cierto de la fantasía y el engaño.

Y es entonces, cuando el espíritu alcanza lo más profundo del desierto (después de una larguísima travesía buscando la verdad), se produce una nueva transformación: se vuelve en león -el rey de la selva. Es decir, se hace amigo de Dios, del gran creador de leyes ¡Lo considera un igual y no una autoridad a obedecer! Pero, ¿qué significa eso? 

En un alarde de honestidad y sinceridad aquí el espíritu se reconoce a sí mismo, ahora, como un creador de leyes y criterios, de valores y medidas. Se reconoce así mismo como un primer motor y por ello, un ser con voluntad propia: -las cosas son y valen lo que yo digo que son y valen- Así ruge imperial y dominador el espíritu ante esta segunda transformación. 

Por tanto, el espíritu de león toma consciencia, por fin, de que no existen unos valores en sí al que someterse, ni por tanto que las cosas tengan una manera de ser prefijada esperando ser descubierta por supuestas facultades innatas e inmaculadas, sino que es él quien impone una medida y un criterio sobre el que juzgar como son todas las cosas como un reflejo de su fuerza espiritual y el largo período de formación en solitario. 

Pero aún tan gran empoderamiento que le sobreviene al espíritu como león, a éste le falta la tercera y definitiva transformación: volverse un niño y adquirir la suficiente audacia e inocencia para crear, con su criterio y sus medidas, su fuerza y soledad, una visión del mundo como fruto y reflejo de tan colosal proceso espiritual. 

Sólo como niño, pues, el espíritu es capaz de tomarse la libertad de crear ideas nuevas, felices y rompedoras sobre las cosas que preludian un nuevo porvenir.


 




 




sábado, 10 de febrero de 2024

Liberalismo y comunismo. Un sueño común

Llevamos más de un siglo habituados a una cierta confrontación entre liberales, tachados de derechas, y comunistas-socialistas, tachados de izquierdas. Con tal clasificación se pretende representar esa vieja tensión social entre los ricos, poderosos y con motivo conservadores, para con respecto a las amplias capas sociales menos pudientes y afortunadas siempre deseosas de cambios y expectativas que puedan mejorar su situación. 

La idea es presentar una nueva interpretación de ambos movimientos modernos sobre la cual poner de manifiesto cómo al final ambos nos hablarían, desde una perspectiva teórica, exactamente de lo mismo: materializar los ideales de la ilustración.

Para ello, se empieza identificando que el liberalismo se basa en el pensamiento teológico de John Locke, mientras reduciremos el socialismo al pensamiento de Karl Marx -una materialización de la teología hegeliana. Entendiendo que la teología no ha sido más que el deseo para acercarnos a Dios -una fuente de poder inimaginablemente inmensa

Cabe señalar, además, que con esta reinterpretación muchos liberales y comunistas-socialistas no estarán  para nada de acuerdo: 

¡¿Cómo los liberales, explotadores y clasistas, van a predicar el mismo tipo de sociedad que nosotros los comunistas?! Chistarán obnubilados los socialistas.

¡¿Cómo los criminales y destructores comunistas van a predicar el mismo tipo de sociedad que nosotros los liberales?! Chistarán obnubilados los liberales.


Problema de las definiciones

Para empezar, quien se atreva a entrar en este terreno se dará cuenta, no sin asombro, de un aspecto que resulta característico de ambos movimientos ideológicos modernos: parten de conceptos cuyas definiciones se pueden aplicar de forma muy arbitraria y caprichosa, dado que no corresponden a nada medible, testable y en tal sentido, objetivo. 

Un ejemplo sería la noción de "libertad" y que ambos movimientos usan como fundamento principal de toda su estructura ideológica: ¿Qué significa ser "un individuo libre" para el liberalismo? ¿Y para el comunismo?

Y no sólo eso. Cabe atender como se emplean sin pudor un montón de falacias argumentativas porque, en especial las izquierdas, siempre han tomado la ideología como una arma de lucha al considerar que están en guerra ¡En guerra contra los ricos y poderosos! Y dado que en la guerra todo vale para destruir al enemigo, entonces, el astuto empleo de falacias siempre les ha resultado lícito y deseable para vencer a sus contrarios ideológicos, a quienes suelen odiar con profunda inquina y maldad. 

Los liberales, en cambio, ven a los socialistas de otro modo; con cierta estupefacción. ¿Por qué? Quizás se deba, en parte, a esa ingenuidad abrumadora que les caracteriza, a ese optimismo bobo suyo que les lleva a ser demolidos por las falacias y los ajusticiamientos socialistas sin apenas saber reaccionar. 

Por ejemplo, observase cómo las izquierdas se apropiaron "violenta e impunemente" del epíteto "socialista", queriendo decir, con tal atribución, que SOLO ellas pretenden buscar "el bien común". Y ciertamente el concepto "socialismo", de forma general y epistemológica, refleja el deseo político de alcanzar un cierto "bien común", y no el bien exclusivo de uno sólo, o de unos pocos... o de una única clase social. 

Sin embargo, atendiendo a dicho sentido no habría problemas en clasificar también a los liberales de socialistas, dado que defienden cómo el liberalismo capitalista, históricamente, ha sido el sistema que ha generado más bienestar y riqueza general para todos. Pero los izquierdistas, aquí también, les han ganado descaradamente el relato ¡Hasta el punto de que los propios liberales reniegan del término socialista! Sí, son muy ingenuos. 

Los ideales de la ilustración como la nueva teología moderna

Tomemos a John Locke, con sus famosos derechos naturales como el fundador de los ideales ilustrados, que dan sustento teórico a nuestros derechos humanos

Tales ideales teológicos nos llevan a soñar con un mundo forjado por seres humanos que viven ajenos a toda forma de abuso, coacción,  sin forzosidad, alienación ni violencia y por tanto, se comportan como almas puras, libres, autónomas y por consiguiente, bajo el divino impulso de la más estricta "buena voluntad" que reconoce a los demás como seres iguales y por tanto, dignos de ser respetados también como seres libres. 

En otras palabras, este ideal, como más tarde reconoce profundamente embelesado Kant, concibe al ser humano como un ser sobre el cual ninguna fuerza ajena puede condicionar, manipular y alterar su comportamiento innato ¡Nada actúa sobre él! O, almenos, nada le afecta. 

En otras palabras, este ser puro se comporta ajeno a cualquier circunstancia y contingencia, y por consiguiente, viviría como si siguiese una ley universal e insobornable propia. 

Se concibe este ser, pues, como un ser que actúa bajo el divino dictamen del "libre albedrío": ninguna de sus decisiones/acciones depende de unas condiciones iniciales, o de unas fuerzas externas ¡Su comportamiento no depende de nada que le sea ajeno! Por consiguiente, se podría afirmar que tal ser actúa exclusivamente por sí mismo ¡Cómo si fuera un primer motor! 

Aquí se define, pues, la noción de individuo libre: un individuo actúa libremente sino está coaccionado.

Este es un pensamiento teológico muy antiguo. Lo encontramos ya en Platón, Aristóteles o Epicuro por ejemplo, cuando se imaginan a los dioses viviendo de forma imperturbable como un reflejo inmaculado de su eternidad, perfección y bondad. Y en efecto, esos "sabios antiguos" identificaban a tales dioses sobrenaturales con los astros que parecían moverse, y relacionarse entre sí, generando ciclos perfectos y regulares de miles de años sin que nada los afectase ni alterase ¡Como si fueran movidos por su propia inercia infinita! De aquí surgió, precisamente esa idea metafísica "del reino de los cielos": de noche miraban al cielo y ahí veían un reino muy superior a nuestro reino mundano y terrenal, que desgraciadamente es dominado por la violencia, la accidentalidad y fugacidad de todos los seres. 

Es cierto que este "reino de los cielos", heredado de forma inmediata por el cristianismo, parecía caer cuando Galileo demuestra con su telescopio que la "luna" no es un ser celestial, o que Júpiter es otro mundo parecido a la Tierra con sus propios satélites moviéndose a su alrededor. Pero, ¿acaso cayó? No, se hizo más espiritual, como vemos en Descartes; o bien se aprecia en Newton cuando postula su principio de inercia: un sistema o un ser inercial es aquel sobre el cual no actúa ninguna fuerza, o bien nada parece afectarle ni modificar su comportamiento (su "ethos").

Locke, que escribe su famoso tratado político un par de años después de los impactantes "Principios matemáticos de la filosofía natural" de Newton, toma ese principio de inercia como un principio metafísico ¡Como un principio ideal! 

Tanto Locke como Newton son, por tanto, plenamente conscientes de que en el mundo físico no existen sistemas/cuerpos puramentes inerciales, sin embargo podemos imaginar que podrían existir; es un objetivo ¡Un ideal! 

Entonces, visto como ideal, es plausible interpretar e imaginar que tamaño principio nos indicaría un mundo perfecto, utópico, teológico; nos permite soñar que cuando el comportamiento de un cuerpo, de un ser, ¡un sistema!, parezca no mostrar casi aceleración alguna eso se puede tomar como que ninguna fuerza actúa sobre él. Y tal consideración, ciertamente imaginaria si atendemos a la crítica de Hume, nos permite afirmar, entonces, que tal cuerpo/sistema se comporta libremente

Y llegados aquí, se añade algo aún más fantasioso si cabe: que sólo cuando un ser se comporta libremente se expresa tal y como es realmente él mismo ¡Se expresa metafísicamente!  

Por tanto, de todo ello se infiere la idea ilustrada de que la libertad es condición "sine qua non" para garantizar la dignidad humana. Que sólo la libertad es la demostración de que uno se está expresando íntegramente a sí mismo ¡Está siendo él mismo como si fuera una entidad pura, inmaculada, ideal! Con lo cual, se alucina ingenuamente, que entonces su alma podrá ya por fin resonar con el universo sin ruidos ni distorsiones, sino en armonía con toda la existencia.

Sin embargo, hoy en día interpretamos el principio de inercia de otro modo muy distinto a éste teológico que se ha impuesto generación tras generación, alimentando la ilustración y por tanto nuestra civilización, adoradora de la libertad metafísica. Lo interpretamos de un modo mundano por así decirlo ¡Lo hemos bajado al suelo! Y jugamos con él después de milenios intentando jugar en la luna.

Hoy unos pocos entendemos que el principio de inercia sólo nos dice que cuando un sistema no parece mostrar aceleraciones ello sólo nos indica que ha entrado en un cierto equilibrio con su entorno. Y además, entendemos que un sistema puede entrar en equilibrio con su entorno de muchas formas diferentes, con lo cual la inercia para nada nos mostraría  ninguna propiedad esencial, metafísica e intrínseca del sistema. Sólo refleja cómo un entorno interacciona con el sistema generando un cierto equilibrio; de modo que el entorno afecta y condiciona al sistema al adquirir ambos un tipo de equilibrio u otro. Nada más.  De hecho, parece que la segunda ley de la termodinámica expresa, precisamente, esta idea bastante bien.

Bajo esta reintepretación uno puede entender que un sistema puede adquirir diferentes comportamientos inerciales según adquiera un tipo de equilibrio u otro. Según sea su entorno. Con lo cual, no tiene una forma propia y esencial de comportarse; tal y como soñaba Kant ¡O cualquier ilustrado!

Así, pues, cabe destacar lo equívoco, tosco y miope de afirmar que al estudiar el comportamiento de una persona que se encuentra bajo un entorno de cierto equilibrio, como una situación rutinaria y habitual por ejemplo, entonces actúe libre y automáticamente, sin improvisaciones ni violencias ¡Como si fuera guiada por una fantasmagórica "buena voluntad" interior! Es decir, como si esa persona actuase por sí misma ¡Sin coacciones!

En fin, al reinterpretar toda esta moralina teológica milenaria basada en una noción de libertad hecha de puro humo, pero sobre la cual occidente ha articulado sus más importantes ideas políticas, sociales, económicas, pedagógicas y culturales a lo largo de los últimos 300-400 años, nos vemos impelidos, obviamente, a preguntarnos: ¿Cómo definimos entonces la libertad? 

Redefiniendo la "libertad"

¿Qué significa que un ser humano actúe sin que nada le afecte, le condicione ni le influya? 

¿Podemos realmente aislar de un plas al ser humano de su entorno, de su propio alimento y crecimiento, de su proceso de formación mismo, de su herencia tanto genética como anímica e intelectual? 

¿Podemos realmente definir con una línea maestra y sin controversia alguna qué es lo propio y lo ajeno en un ser humano? Por ejemplo: ¿todo lo instintivo, involuntario, inconsciente en nosotros nos será acaso algo propio o bien nos será ajeno?

Este ejercicio de idealizar y objetivar, de extraer y aislar arbitrariamente un sistema de su entorno parece una tarea fácil y práctica si deseamos tratar de forma superficial el comportamiento de un objeto simple que se mueve ante nosotros, por ejemplo una bola de billar, pero no podemos sino reírnos cuando lo usamos para estudiar de forma pormenorizada y honesta al ser humano. A nosotros mismos, por ejemplo.

Necesitamos crear otra definición de "libertad" al parecernos ya evidente que resulta risible definirla como el estado inercial de un sistema; de modo que nos olvidamos de emplear esa burda dicotomía teológica entre libertad vs. coacción que ha condicionado el pensar occidental desde hace milenios llevándonos a adorar fantasmagorías morales. 

Hoy tratamos la libertad y la coacción como diferentes caras de una misma realidad, por así decirlo. Ya no valoramos la libertad y la coacción por separado y en antagonismo ¡No vemos las cosas blancas o negras! Preferimos pensar  que hay "grados de libertad", que definimos como: la capacidad de acción de un sistema, y por tanto como una cierta potencia de un sistema.  

Honestamente, no nos estamos inventando nada especialmente innovador. Esta "visión" ya ha sido usada desde hace mucho en física para estudiar sistemas algo complejos, que es tal y como interpretamos que es el ser humano. Pero es una definición que nos brinda muchas ventajas al permitirnos medir la noción de libertad: un sistema es más o menos libre según la cantidad de movimientos, acciones, transformaciones que pueda realizar bajo unas ciertas condiciones. 

Con esta definición la noción de "libertad" deja de ser tan arbitraria y etérea como esa de teológica y que nos sabe ya a ilusión moral. 

Así pues, bajamos la noción de "libertad" a tierra, donde podemos trastearla y usarla para analizar la evolución y capacidades de los sistemas, y por tanto, también para analizar el comportamiento de la gente, de las sociedades, etc. 

Paradoja de la moral ilustrada

Todas estas ilusiones morales basadas en esa vieja interpretación idealista y teológica, superficial y burda del principio de inercia han condicionado profundamente nuestra visión sobre nosotros mismos. Nos han hecho creer que el ser humano es, en el fondo, algo ajeno a su entorno, a la naturaleza, al universo entero y por consiguiente a la vida mundana y corporal, por así decirlo ¡Que es un espíritu puro, libre y digno! Con lo cual debería de poder actuar ajeno a todo ello: a toda necesidad fisiológica, a toda coacción corporal y material. 

Pero hoy algunos ya hemos desarrollado la sensibilidad suficiente como para advertir  la gran paradoja que abriga la ética moderna: estas mismas ilusiones trascendentales no nos permitían ser libres, según lo que ellas mismas definían como libertad, puesto que afectaban, directa y tiránicamente, a nuestra propia visión de nosotros mismos.  

Creer en el libre albedrío condiciona las decisiones que vamos a tomar, con lo cual contradice la propia definición de libre albedrío

Por lo dicho, pensamos que necesitamos otra definición de libertad; la idealista nos sabe, ya, completamente burda, superficial y paradójica como método para estudiar el comportamiento humano; es decir, sus acciones, decisiones y desarrollos.

¿Qué es el comunismo?

Uno de los aspectos que más sorprende de la obra de Marx aparece al observar como muchos ricos capitalistas la tienen como guía económica, mientras la gran mayoría de sus defensores más populares no la han leído con mucha entereza, o bien han tenido una formación filosófica tan pobre que raramente atisban el calado de los conceptos empleados -como la base transcendental de su dialéctica materialista

Y es que Marx, como excepcional estudiante de filosofía que fue, toma el calado de sus conceptos de la tradición filosófica moderna: de Locke, de Kant, de Hegel y otros tantos. Dicho de otro modo: Marx hace lo mismo que esos teólogos ¡Hace teología moderna! De hecho, intenta materializarla y con ello, culminar lo que sería la ilustración (un cristianismo 2.0). 

Entonces, lo primero que se da cuenta Marx es que los ideales de Locke (el liberalismo), tal y como lo plantea el inglés, son imposibles de alcanzar. Es decir, es imposible lograr que varias personas, sin más, puedan establecer pactos bajo un verdadero respeto mutuo, con lo cual las partes alcancen un consenso perfectamente libre y voluntario, garantizando que éste sea racional y por consiguiente, eficiente y óptimo ¡Que sea el mejor pacto posible para ambas partes! 

Y eso sería imposible, imagina Marx, hasta que no se alcance una estructura técnico-industrial superavanzada. Mientras tanto, defiende, todas las personas viviremos permanente coaccionadas y alienadas por nuestras necesidades materiales, fisiológicas, corporales: por la necesidad de evitar el frío/calor, el hambre, la sed, las enfermedades, el miedo futuro a la muerte o a la miseria y el dolor, al impulso sexual de atraer al sexo contrario, etc. Las personas estaríamos viviendo, por el momento, en "el REINO DE LAS NECESIDADES".

Por tanto, según Marx todo cuanto hacemos lo hacemos coaccionados ciegamente por tales necesidades, con lo cual nuestros actos serán en mayor o menor medida egoístas, hipócritas e inmorales: buscaremos aprovecharnos de los demás de algún modo para satisfacer tales necesidades, con lo cual resultará imposible establecer pactos entre las gentes que sean realmente libres, voluntarios y por ello, racionales: consensos y colaboraciones donde se respete íntegramente la dignidad todas las partes y con ello, se alcance la situación óptima para todos. 

En tal sentido, pues, el teórico del comunismo considera que el liberalismo no se ha podido dar realmente nunca, puesto que las condiciones materiales no lo permitían. Lo que se habría dado es el capitalismo; un sistema económico que se basa en el irracional mercado de las necesidades donde las partes disputan y compiten entre sí según la fuerzas coercitivas que les afectan: los capitalistas se mueven bajo la frenética necesidad de buscar mano de obra barata y hacer reinversiones constantes para fabricar productos cada vez más baratos y competitivos, y aumentar así sus beneficios para atraer a nuevos inversores y no ser destruidos por la competencia, mientras los proletarios se mueven bajo la necesidad de trabajar en lo que sea para poder obtener un sustento de vida, o mejorar su bienestar. 

Por tanto, para Marx el mercado capitalista sería una máquina de generar y avivar necesidades, frenéticas y voraces: cuanta mayor consciencia tomen las gentes sobre necesitar cosas más atados estarán al capital, "a la carrera de la rata"; es decir, al trabajo remunerado y alienado ¡Más trabajarán enajenados por necesidad y coacción vital! 

Seguramente fuera Walter Benjamin el marxista que mejor desarrolló tan gran capacidad del capitalismo por inventarse constantemente necesidades nuevas cada día en la mente de las gentes, convirtiéndolas en máquinas desalmadas de trabajar y consumir, mientras olvidan por completo esa supuesta libertad individual suya inercial e ideal. 

Así pues, Marx defiende que el capitalismo nunca podrá ser ese mercado libre y colaborativo, comunal e ideal, soñado por Locke, configurado por hombres libres y dignos que alcanzan por consenso pactos voluntarios, y por tanto racionales, sino que será el mercado de las necesidades y miserias donde los fuertes abusan de los pobres; donde los que poseen más medios explotan a los más desprotegidos, pero por miedo a ser vapuleados por la competencia. Un mercado inmoral e imperfecto que, al final, por sus propia irracionalidad (sus contradicciones internas) nos lleva a crisis económicas cíclicas. 

Cabe señalar como esta afirmación moral de Marx sobre la causa de las crisis cíclicas de los mercados capitalistas no es una realidad propiamente dicha, sino interpretación. Un constructo teórico. Una hipótesis. Lo único que observa Marx es que el sistema capitalista genera cada tanto tiempo burbujas especulativas que terminan en crisis económicas bastante profundas, y entonces atribuye como supuesta causa de tales crisis a la esencia inmoral del mercado, dado que se imagina que éste está forjado por explotadores y explotados, y las supuestas dinámicas que semejante tensión genera. 

Sin embargo hoy en día tenemos una interpretación mucho más rigurosa, efectiva y científica sobre las crisis de mercado; o la podríamos desarrollar sin muchos problemas y, sobretodo, sin apelar a patetismos morales sobre supuestos explotadores y explotados (igual la comento en algún otro post). 

En cualquier caso, vale destacar de nuevo como Marx interpreta los pactos capitalistas como pactos de necesidad, dado que los interpreta como pactos basados en relaciones de abuso, coacción y necesidad entre unos supuestos explotadores y unos etiquetados como explotados. En otras palabras, a su ver serían pactos de abuso y coacción porqué la noción de libertad idealista ni se huele: nadie puede actuar realmente por sí mismo ajeno a nada en un mundo lleno de necesidades que te obligan a prostituirte tanto física como intelectualmente para vivir. 

En el capitalismo, por tanto, raramente habría colaboración entre las partes, como soñaba Locke, dado que unos contratan e reinvierten porque lo necesitan y otros trabajan y se dejan explotar porque lo necesitan ¡No porque ninguno de ellos lo desee realmente! Ciertamente, si tomamos la noción de libertad desde una perspectiva teológica aquí no hay libertad, alguno. El problema es que tal libertad no existe en ningún caso jamás. 

Ahora bien, cabe destacar como los liberales actuales, como Huertas de Soto por ejemplo, afirman sin más que el mercado de las necesidades es ya, por pura definición, un mercado de pactos libres y voluntarios: unos necesitan contratar al mejor precio y otros que les den dinero para vivir. Y de tal modo identifican capitalismo como liberalismo sin más.

En este sentido, cabe atender algo mas: cómo los liberales definen la libertad y voluntariedad de una forma aparentemente empírica, pero completamente ingenua. Afirman que uno es libre cuando desea hacer algo que nadie, especialmente el estado, le prohíbe o coacciona hacerlo con sus leyes. Ciertamente, definida así la libertad es algo palpable: basta con mirar las leyes de un país. Sin embargo, que un estado nos prohiba cosas no significa que no se hagan, porque lo que determina que algo suceda o no son las capacidades y el poder (la libertad definida como lo hemos hecho antes): un estado puede prohibir mucho y poner sobre el papel un montón de leyes, pero si hay agentes dentro de la sociedad más fuertes entonces estas leyes serán, para ellos, puro papel mojado.

En cualquier caso, y volviendo de nuevo a esa diferencia entre necesidades y libertades que se imagina Marx, se introduce esa famosa idea suya de "plusvalúa", sobre la cual teoriza que el capitalista roba una parte de la riqueza producida por el trabajador y la reinvierte para mejorar el proceso productivo, haciéndolo cada vez más automatizable y productivo hasta el punto de aspirar a prescindir del propio trabajador.

Ahora bien, cabe destacar algo que los socialistas no reconocen, y reclaman los liberales como Milei, por ejemplo. Marx afirma sin tapujos cómo el capitalismo salvaje es la mejor forma de mejorar las condiciones materiales de la humanidad. Sí, el propio Marx reconoce que a despecho de su inmoralidad interna se trata del único sistema socioeconómico capaz de desarrollar a lo bestia las condiciones materiales técnico-industriales sobre las cuales, algún día, será posible dejar atrás "el reino de las necesidades", como un mal recuerdo del pasado de la humanidad, abriendo la puerta al "reino de la libertad".   

El hecho de que el capital necesite, para prosperar y no morir, reinvertir constantemente esas hipotéticas plusvalúas robadas al trabajador para mejorar continuamente los procesos productivos a fin de desarrollar nuevos productos y servicios, y de incrementar la productividad a través de una constante automatización de los procesos, llevará, dice Marx, a que el capitalismo muera de éxito: que el capital termine concentrado en muy pocas manos, las cuales gestionarán megacomplejos productivos capaces de fabricar todo lo imaginable de forma rapidísima y prácticamente automática. En consecuencia los trabajadores quedarán desempleados y sin capacidad económica para comprar los productos que ese superdesarrollado sistema productivo parece ser capaz de ofrecer, aunque su coste se haya reducido hasta convertirse en prácticamente nulo. 

Llegado el caso, defiende Marx, será necesario e inevitable que el capitalismo, como sistema, colapse en una inmensa crisis económica, llevándose por delante al estado, al dinero, a los títulos de propiedad privada burguesa, los cuales estipulan arbitrariamente qué derechos comerciales (de venta y explotación económica) tiene uno sobre los diferentes bienes. Sí, todo esto desaparecerá según Marx, simplemente porque el comercio (la compra-venta) ya no tendrá sentido ¡El mercado de las necesidades se derrumbará y de sus ruinas emergerá otro mercado: el de las libertades! 

Por fin el sueño liberal será posible.

El reino de las libertades

Una vez trascendido el "reino de las necesidades", que según la visión de todos estos viejos teólogos había mantenido a la humanidad subyugada durante milenios a vivir bajo condiciones injustas, coercitivas, violentas, llevándola a intentar progresar mediante un proceso continuo de desarrollos tecnológicos y materiales, aparece como una nueva aurora "el reino de las libertades"; y que Marx llama "Comunismo", pero que, como ya se ha dicho, a lo largo de los tiempos había adquirido otros nombres; acaso "el reino de los cielos" reconoce Kant al final de su "Crítica de la razón pura".

Este "reino de las libertades", donde cualquier individuo podría ya actuar como un auténtico ser inercial (un espíritu puro) que no se ve afectado ni condicionado por nada, se caracteriza por ser un mundo donde las personas colaboran constantemente entre sí ¡Toda relación interpersonal y social se basa, dicho literalmente, en el puro consentimiento! Es decir, compartiendo una misma voluntad, un mismo sentimiento, un mismo deseo común ¡Anhelando que a todos nos vaya lo mejor posible!

Esto significa que las personas pactan de forma libre y voluntaria, respetando siempre la libertad y voluntariedad de los demás porque, satisfecha toda necesidad posible, ya pueden reconocer sin problemas que todas las personas compartimos unos mismos derechos naturales:

-Derecho a la vida, y además a la vida digna. 

-Derecho a poseer en exclusivo las condiciones materiales necesarias para llevar una vida digna y por tanto, que nadie se lo arrebate.

-Derecho a hacer, decidir y pensar lo que se considere oportuno, dado que sus acciones, decisiones y pensamientos surgirán, no de las necesidades subjetivas, irracionales, ciegas y arbitrarias personales, sino de la pura racionalidad y claridad de buscar lo más óptimo.

En esta sociedad supertecnificada que hace posible la aparición de individuos libres y racionales nada se deja al azar, sino que todo está perfectamente planificado de forma supereficiente y optimizada a través del pacto social, es decir, del consentimiento y el consenso voluntario de todos los agentes implicados.


CONCLUSIÓN

El comunismo es el gobierno civil liberal soñado por Locke, pero pensado de una forma no tan ingenua y dogmática ¡Hay un Inmanuel Kant y un Hegel de por medio! Además de esconder un grado importante de astucia malvada detrás de muchos de sus conceptos; con motivo resulta excitante y seductor para muchos. Pero visto así sí resulta lógico que el propio Marx admitiese que su trabajo, en esencia, no fuera más que un llevar el liberalismo hasta el final ¡Pues lo es! 

De hecho, con el comunismo estamos ante la culminación ilustrada de siglos de desarrollos teológico-metafísicos: una lucha constante contra la vida mundana, terrenal y corporal. Del mismo modo que nuestro progresismo woke actual parece ser una nueva culminación de este proceso milenario liderado por teólogos.

Así pues, cabe tratar tanto el liberalismo como el comunismo, siempre, como sistemas teóricos que nunca se han implantado en verdad ¡Pues no son de este mundo nuestro, mundano y terrenal, del cambio y fluir permanente! 

No en vano es recurrente escuchar de entre los defensores de unos y otros apelar a la falacia del "falso escocés" para defenderlos y seguir promocionándolos entre nuestros ingenuos resortes culturales.

 Con todo, somos muy pocos los que vemos emerger otras ideas socieconómicas mundanas, terrenales, en fin, muy alejadas de esa vieja sed teológica que ha dominado espiritualmente occidente durante siglos. Y quizás por eso mismo el futuro sea nuestro. Pero qué lejos nos queda siempre el futuro...

 


 

  







lunes, 22 de enero de 2024

Derechos naturales o deseos?

 La creencia en unos derechos naturales inherentes al individuo (el iusnaturalismo) es una tradición ética muy antigua y que hemos heredado, después de muchas transformaciones, con nuestros famosos derechos humanos

Uno de los movimientos que mejor habla de tales derechos naturales es el liberalismo, con John Locke en cabeza, y que a raíz de la victoria de Milei en Argentina vuelve a sacar la cabeza a nivel mediático. 

Milei defiende el liberalismo más estricto. Y este liberalismo, a despecho de lo que malinterpretan todos los sectores "colectivistas" cuando "malopinan" que el liberalismo defiende una ética de piratas (donde unos pocos individuos fuertes y ricos pueden pisotear, saquear y arruinar a los pobres impunemente), es un movimiento profundamente ético basado en la existencia, para todo individuo, de unos derechos naturales y de la necesidad social de reconocerlos constantemente para autoorganizar la sociedad de manera que la gente se respete mutuamente y, con ello, sea capaz, por sí misma, de generar relaciones y pactos de forma consensuada, voluntaria y afectiva buscando, por ello, siempre la manera más efectiva posible de obtener un cierto beneficio para todas las partes implicadas. 

El colectivismo siempre ha tendido a tergiversar y malinterpretar la noción de "libertad" de los liberales, tachándola de ser una "ley de la selva", una "libertad de piratas", "la ley del más fuerte" ¡El salvaje oeste! Pero nada más lejos; la libertad liberal es, siempre, aquella acción consensuada de forma voluntaria entre las partes implicadas a fin de alcanzar un pacto de win-win. 

"Donde hay coacción, imposición y abuso no hay libertad". Máxima liberal

En efecto, pues, el liberalismo ha sido la base ética ilustrada que busca y sueña con que todo individuo alcance una "mayoría de edad", con lo cual sea capaz de dirigir por sí mismo su propia vida, tratando con respeto e inteligencia a los demás, sin necesidad de papá estado: de instituciones públicas/privadas que lo tutoricen sobre cualquier tema. 

¿Qué son los derechos naturales?

A nivel teórico, y esto también se desprende del famoso discurso de Milei en Davos, son leyes morales universales e inalienables dadas por Dios a todo individuo desde su nacimiento y que gracias a nuestra inteligencia humana, las podemos comprender; como podemos comprender las leyes universales que gobiernan a los fenómenos físicos del universo. Estos derechos naturales son:

-Derecho a la vida (por eso Milei está en contra del aborto).

-Derecho a la libertad de acción, de pensamiento y de opinión.

-Derecho a la propiedad privada y, en especial, de poseer lo logrado con el propio trabajo y esfuerzo.  

-Derecho a conservar y proteger la propia vida.

Así pues, ya Locke deja claro que estos derechos o leyes morales para nada son dados o inventados de forma artificial por una sociedad, sino que son inherentes a nuestro ser, simplemente por ser, y que en todo caso una sociedad los puede reconocer o no. Si no los reconoce, entonces esta sociedad no difundirá respeto alguno por la libertad de pensamiento y de acción de sus ciudadanos, ni por sus propiedades o su trabajo, ni tampoco por su vida, permitiendo, por consiguiente, que se actúe sobre ellos de forma violenta, coactiva y abusiva, generando situaciones de tiranía, monopolio coercitivo, etc. 

Ciertamente, creer que estos derechos existen de forma natural sin que sean atribuciones que nos damos o nos quitamos arbitrariamente los seres humanos según necesidades, intereses y deseos, a muchos nos cuesta bastante de creer 

¡Ni tan siquiera creemos ya que existan leyes físicas universales, cómo para creer en tales derechos éticos! 

Es más, tendemos a verlo como un consuelo ético-jurídico, incluso como una cierta hipocresía. Con honestidad, casi que consideramos los derechos humanos como vestimentas sociales que el poder quita y pon a dedo. De modo que nos preguntamos:

¿Qué derecho tengo a vivir si en cualquier momento me puedo morir o mis sueños se pueden volver pesadillas? ¿Qué derecho tengo a una posesión ganada con esfuerzo, si en cualquier momento también la puedo perder y arruinarme? ¿Qué derecho tengo a opinar y pensar algo si puedo equivocarme, si cualquiera puede hacerme callar o, simplemente, los demás me ningunean y me tratan, mediante un vacío, como si no existiera?

Sin embargo, quizás en este término "derecho" empleado por los liberales se escondan, a nuestros ojos, matices desapercibidos. Quizás no debamos tomarnos esta noción suya de "derecho" tan a la ligera. ¿Acaso no será un mero eufemismo jurídico para decir otra cosa? 

¿Derechos o deseos?

Locke cuenta que sólo una persona inteligente es capaz de comprender que los demás también son personas y como tales, cabría reconocer una igualdad básica entre nosotros. De modo que cabría reconocer que todos tenemos los mismos derechos básicos como personas que somos. ¿Por qué? 

Aquí Locke parece señalar cómo todo ser humano cree, sin duda, que él tiene derecho a vivir, a poseer el fruto de su trabajo o la libertad de hacer, pensar y opinar una cosa u otra. En otras palabras, un liberal se pregunta:

¿Acaso hay alguien que cree que no merece vivir? 

¿Acaso hay alguien que cree que no puede hacer lo que desea, o decir y defender lo que piensa? 

¿Acaso hay alguien que cree que no puede poseer el fruto de su esfuerzo y trabajo?

Visto así, empezamos a entender que los derechos naturales que defiende los liberales son, en el fondo, deseos:

Yo, como ser humano, me caracterizo por desar (tener una voluntad). ¿Y qué deseo?:

-Deseo vivir

-Deseo poder actuar,pensar y opinar sin que nada ni nadie me lo impida, o me los restringa, etc.

-Deseo poder poseer el fruto de mi trabajo y usarlo a mi criterio.

Visto así, los derechos naturales humanos no son más que la expresión fundamental de toda voluntad humana. Y un ser inteligente, no sólo advierte, dice Locke, que él tiene estos deseos básicos, sino que los demás también los tienen. Aquí apreciaríamos, pues, el primer despertar ético de una persona: reconocer la voluntad humana en los demás.

Y una vez hemos reconocido que mis deseos, y por tanto mi voluntad, es pareja a los deseos de los demás seres humanos, entonces cabría un segundo despertar ético más elevado aún: entender que la voluntad humana es un reflejo de la voluntad divina que ha creado el universo entero, con sus leyes universales y su forma de ser (su ethos). 

Por tanto, el segundo despertar ético, por así decirlo, sería reconocer que toda voluntad humana es igual y única por ser un reflejo de la divina. Por tal motivo, los liberales consideran que los derechos naturales  son únicos y divinos. 

En definitiva, destapados tales matices se comprende, entonces, como los derechos naturales no son más que "la expresión jurídica" tomada por Locke, y otros, para justificar que la voluntad humana es única al ser un reflejo de la voluntad divina. De aquí la creencia que razonando entre sí la gente se puede entender y alcanzar pactos beneficiosos para todos. De aquí la importancia de reconocer y respetar la voluntad de todo ser humano, pues ello conlleva reconocer y respetar la voluntad de Dios; la cual nos garantizaría que, siguiéndola, la humanidad progresará hacia un mundo cada vez mejor.

Reflexión

La pésima interpretación que hace la gente común semiinstruída en tales temas, así como también los colectivistas, sobre lo que es el liberalismo, parece derivar en un problema de primer nivel. No entender mínimamente "qué es ser libre" o "qué son los derechos naturales" para un liberal, nos ha llevado a un mundo políticamente lleno de odios, venganzas, resentimientos y miedos. ¿Por qué? 

Se ha tratado patéticamente el liberalismo como una ideología de piratas ¡La política del salvaje oeste!  Con ello mucha pobre gente, que ha sido pisoteada por el abuso de los ricos, los listos o poderosos, ha identificado tales prácticas como de liberales y con motivo se han lanzado a ciegas en brazos de movimientos colectivistas, resentidos y vengativos, acaso más agresivos y coercitivos si cabe; demostrando a su pesar esa vieja máxima: no pocas veces los remedios son peores que las enfermedades.

Sin embargo, detrás del liberalismo hay aún la vieja creencia teológica de un Dios creador a voluntad de toda la existencia. Con lo cual hay aún desprecio, miedo y un pretender huir del mundo físico y mundano -de la vida.

El liberalismo es una vieja superstición ético-política y debe ser superada. Aunque, como superstición, puede ser útil y efectiva en muchas circunstancias, del mismo modo que la teoría de la gravitación universal de Newton es efectiva en un montón de situación siendo concebida bajo la profunda creencia de que la fuerza de la gravedad era la expresión de la voluntad divina sobre la materia del universo. 

Por lo dicho, pues, se hace preciso estudiarla según lo que dice, y hace, no según lo que no dice ni defiende, pero que la gente se cree por ignorancia supina y por la difamación continua perpetuada por los distintos movimientos colectivistas. 


Mi visión política 

Estudiar la sociedad como un organismo vivo, como un ecosistema biológico, como una compleja dinámica de perspectivas llena de ruido, como una profunda y larga cadena trófica. 

Pero aún faltan siglos para que se maximice esta idea vital sobre las consciencias populares a medio cocer, las cuales aún discuten dogmáticamente entre derechas-izquierdas, globalistas-nacionalistas, buenos-malos, libres-colectivistas, opresores-oprimidos, etc...

 







 







sábado, 13 de enero de 2024

Meritocracia, igualdad, equidad... y democracia.

 Este es uno de los temas más actuales a nivel social. Voy a dar una mirada muy peculiar y diferente a las habituales.

Primero, las nociones de mérito, igualdad y equidad son artificiales e impuestas por nosotros de forma muchas veces arbitraria. Sin embargo, fundamentan toda organización social.

La meritocracia consiste en otorgar recompensas (cargos, dinero, privilegios, reconocimientos, etc) según un supuesto mérito propio: alguien recibe más que otros porque se considera que lo merece y se lo ha ganado. 

La igualdad consiste en tratar a diferentes personas exactamente de la misma manera. Ello, obviamente, saca a la luz las diferencias entre ellas porque al tratarlas por igual unas responden mejor que otras.

La equidad consiste en igualar a diferentes personas. Se evalúan las capacidades de unos y otros y se crean sistemas de selección específicos para que, al final, todas ellas obtengan unos mismos resultados y no haya diferencias entre ellas. 

La meritocracia

Hay muchas formas de establecer una meritocracia. La antigua aristocracia medieval era una de ellas: la posición social que ocupaba una persona al nacer era indicador de un mérito u otro.

Sin embargo, con el desarrollo de la objetividad en occidente hemos empezado a desarrollar ciertos mecanismos objetivos y por ello, medibles, universales y replicables, a fin de establecer un tipo de meritocracia objetiva basada en la capacidad y competencia a la hora de realizar tareas, acciones, cargos, etc.

Mediante este tipo de meritocracia se mide objetivamente la capacidad de una persona para realizar una tarea, con lo cual se puede comparar su desempeño con el que ejercen otras personas. Ello permite "acreditar" de forma objetiva la calidad de la tarea que ejecuta una persona y dar una cierta garantía.

Cabe destacar que la meritocrática objetiva nunca valora las razones, excusas o supuestas justificaciones por las cuales una persona ejecuta mejor o peor una tarea. Sólo acredita que una la ejecuta mejor que otra, y la valora exclusivamente por ello.

Es evidente que este tipo de meritocracia permite que la sociedad se estructure a través de relaciones muy garantistas y fiables. Es decir, la capacidad de medir y acreditar objetivamente la calidad de una tarea permite tener confianza en obtener unos resultados concretos. O dicho en otras palabras, en una sociedad estructurada mediante una estructura meritocrática objetiva potente la confianza para con la sociedad es muy elevada, hecho que permite que se realicen proyectos y actividades impensables para otras sociedades. 

De hecho, se aprecia como toda sociedad que ha sabido establecer un mecanismo meritocrático objetivo algo potente se ha desarrollado de forma próspera, siendo cada vez menos disfuncional. Porque, a fin de cuentas, este tipo de meritocracia lo que logra es tratar a sus ciudadanos como piezas de un gran engranaje, mientras los valora según funcionen y se adapten a él. 

El igualitarismo

Hay muchas formas diferentes de entender la igualdad e implementarla. De hecho, no pocas veces igualdad y equidad se toman por sinónimos, como en el socialismo cuando se defiende que todas las personas deben obtener lo mismo, dado que si no es el caso se generan desigualdades.  

Sin embargo, el igualitarismo es imprescindible para una sociedad que aplica una meritocracia objetiva, por así decirlo. Pero en tal caso cabe entender el igualitarismo en el siguiente sentido: 

lo que mide los méritos de una persona es la capacidad de esa persona para ser evaluada mediante una prueba que sea igual para todos los demás. Por ejemplo, una prueba de selectividad. 

La meritocracia, pues, usa la igualdad para sacar a relucir las diferencias y desigualdades entre las personas, y las valora y trata según tales desempeños.

Así pues, la igualdad, entendida desde una perspectiva meritocrática objetiva, fomenta inherentemente el proceso evolutivo: ejerce una fuerte presión evolutiva porque permite seleccionar un tipo de personas en detrimento de otros tipos. Esta presión evolutiva genera un "aprendizaje por refuerzo", en base al cual, poco a poco, la gente mejora en esos aspectos que se valoran, con lo cual cada vez muestran un mejor desempeño al respecto. Ello conlleva un "progreso" social medible y evidente.

Ahora bien, es cierto que hay algo de arbitrario en esta forma de seleccionar meritocráticamente a la gente ¿Qué tipo de pruebas deben establecerse para determinar las capacidades y méritos de la gente? Ciertamente ello da para otra reflexión muy importante, porque los criterios de selección al final son lo que permiten a una organización fracasar o ser próspera.  

La equidad e inclusión

La equidad es el término que el pensamiento socialista y humanista ha terminado abrazando después de darse cuenta de que la igualdad es el fundamento de la competitividad social, la meritocracia objetiva y por consiguiente, de las desigualdades sociales en sociedades prósperas, ricas, potentes y funcionales. 

Con la equidad ahora se reconoce que todo ser humano es esencialmente diferente, y muchas veces muy diferente, con lo cual se considera injusto tratar a todo el mundo bajo los mismos requisitos, es decir, bajo unos mismos patrones o criterios de evaluación. Así pues, se exige que se aplique una inclusión. 

La meritocracia genera exclusiones, las cuales son sumamente importantes para generar la presión necesaria que da pie al aprendizaje por refuerzo. Contra tales exclusiones luchan los que defienden la equidad, tildándolas de injusticias sociales (Todo el trabajo del sociólogo Pierre Bourdieu va en esa dirección por ejemplo), porque consideran que lo que hace que haya gente que se desempeñe mejor en una tareas que otras puede haber sido su entorno socioeconómico, su herencia cultural, etc  Y todo esto lo tachan arbitrariamente de injusto. En el fondo, cabría preguntarse si tildarlo de injustifica no es una  astuta estrategia de camuflar un cierto odio, una rabia y envídia.  

Sin embargo, una de las primeras preguntas que cabría hacerles a estos inclusivos es: ¿acaso la equidad no genera su propia exclusion social? 

Un ejemplo de la equidad nos la encontramos hoy en día cuando se dan cupos a mujeres para acceder al cuerpo de policía o de bomberos porque se considera que son sectores muy poco diversos (eso no sucede, sin embargo, con sectores sumamente feminizados como magisterio, infermeria, secretariado o administración, etc).  

Para aplicar esta inclusividad lo que se hace es crear dos tipos de pruebas distintas que tienen en cuenta las diferencias o desigualdades físico-intelectuales de hombres y mujeres, reservando un cupo para ellas.  

Salta a la vista que la entrada de mujeres en el cuerpo de policía o de bomberos implica la exclusión de muchos hombres. Por tanto, salta a la vista que la equidad genera también su exclusión peculiar y característica. Pero salta a la vista para quienes no tenga intereses metido allí.  

Pero hay algo más. La equidad es contraria a la meritocracia objetiva ¡Y esto parece inquietante! Pues un concepto y otro son como agua y aceite. Desde el momento en que los requisitos objetivos meritocráticos para ejercer unas tareas es lo menos importante, mientras se empiezan a tomar requisitos espurios que nada tienen que ver con el desempeño objetivo de una tarea, entonces la fiabilidad y la acreditación caen en picado. ¿Acaso ello no conlleva que la sociedad se vaya volviendo cada vez más disfuncional?


Equidad, meritocracia y democracia

¿A quien la interesa una sociedad meritocrática? A grosso habría dos tipos de personas a quienes les interesa una sociedad meritocrática:

1) Las personas con alta competencia en las tareas o trabajos que quieren ejercer. Pero estos suelen ser siempre una cierta minoría entre una gran mayoría. 

2) Las personas que requieren de servicios, productos, atenciones, etc. Es decir, cualquier persona que requiera un médico desea y espera que el médico que le atienda sea lo más competente posible. Y estos suelen ser la mayoría de la sociedad.

Por otro lado, ¿a quién le interesa una sociedad equitativa? En general a un tipo de personas  muy concreto:

Las que desean que les regalen los puestos de trabajo, o les paguen un salario para realizar servicios mínimos y sin que les pidan muchas responsabilidades, o sin que pasen muchas pruebas de rendimiento, etc. Gente, en fin, que considera que la sociedad tiene el deber de darles una buena vida simplemente por vivir en ella y sin que la sociedad le pida mucha contraprestación.

Así vemos como nuestros estimados políticos democráticos siempre han sido unos grandes defensores de la equidad al defender férreamente que no se pida ningún requisito meritocrático para acceder a cargos de gestión pública más que el partido los ponga a dedo. 

En efecto, la equidad ha sido la mentalidad política democrática que se está aplicando poco a poco en todos los ámbitos. ¿Qué conllevará esto? 

Bueno, basta con ver como ha terminado la gestión de nuestros recursos públicos: una completa disfuncionalidad atrapada en una trampa de deuda impagable y condenados a única forma de atajarla: desincentivar el trabajo, la innovación y la inversión (la capitalización social), mediante un incremento constante de impuestos para pagar tales deudas.

El más completo sistema equitativo

Al final, un sistema radicalmente equitativo sería aquel cuya selección se estructuraría, principalmente, de forma aleatoria. Es decir, se repartirían los cargos, reconocimientos, méritos, etc de mediante pun puro sorteo y sin atender a ninguna especificidad de los individuos. Esto ya lo probaron en la Atenas democrática de Péricles y no funcionó muy bien.

 Conclusión

En fin, me parece lógico y normal que la mayoría de gente no entienda que les digan que la democracia, como sistema político, forma parte de las viejas supersticiones políticas. Es un sistema para curanderos sociales. Poca broma. 


 


 











sábado, 6 de enero de 2024

Causalidad, poder y amor.

 La causalidad es el gran concepto científico. Sobre él hemos tejido nuestros relatos del conocimiento y por ende, de la existencia. 

La mayoría de pensadores han dado por hecho que la causalidad existe sin más. Algunos han considerado que existe más allá de la mente humana (los dogmáticos) y otros, como Kant, creían que existía como condición trascendental del pensamiento mismo. 

Pero han habido dos pensadores particulares que no se creyeron mucho esta noción. En consecuencia, la diseccionaron, estudiaron y analizaron con resultados sorprendentes. 

Hume es uno de ellos. Y con su crítica cae el dogmatismo occidental.

El otro es Nietzsche. En su "Crepúsculo de los Ídolos" nos muestra como la causalidad ha servido como error cognitivo fundamental para construir nuestra noción de realidad. Además de señalar los usos viciados que han hecho de ella tradicionalmente las religiones e ideologías. 

Causalidad y ciencia

Creo que fue Carl Sagan en los años 70, un tipo intelectualmente algo mediocre, pero muy buen divulgador científico, quién pretendió distinguir las ciencias naturales de la filosofía afirmando que las primeras trataban de describir el "cómo" sucedían las cosas, mientras la filosofía trataba de explicar el "porqué" (las causas) de lo que sucedía mediante la fantasiosa metafísica.

Esta tesis, pero, no es cierta. Y no es cierta porque la mayoría de científicos no tienen claro qué es la metafísica; Carl Sagan el primero. De hecho la mayoría son metafísicos ingenuos -creen en la existencia de una realidad objetiva a la que podemos aproximarnos mediante algún método... el científico

Siendo honestos, no cuesta nada apreciar cómo la ciencia sí busca y establece causas. Cuando a finales del s.XIX se prueba que el número de muertes en el parto baja radicalmente cuando las enfermeras y los médicos se limpian las manos justamente antes del parto, se establece la causa de la gran mortalidad histórica de los partos: la suciedad de las manos como causante de las infecciones.

De la causalidad

Aquí tenemos, a grosso modo, dos formas de interpretar a causalidad: 

1) Una de metafísica: creyendo que realmente hay una causa responsable de que suceda o no suceda algo y que gracias a la ciencia la podemos descubrir.

2) Una de no metafísica: considerando la noción de causa un simple artilugio interpretativo (una ilusión abstracta) que nos da un cierto poder de acción, pero que no explica realmente nada esencial sobre lo "acaecido". 

Lo que pretendo trabajar es esta segunda opción. A ver hasta dónde nos lleva.

Ya he comentado muchas veces que etimológica y históricamente la noción de "causa" es una noción estrictamente de poder. Los antiguos griegos, por ejemplo, la identificaban con la palabra "arkhé"; un término descaradamente de poder -el viejo sufijo preindoeuropeo "ar" es una expresión de poderío.

Primitivamente, pues, se fantaseaba con la idea de que el devenir (el mundo físico, llamado "physei") es, en el fondo, un teatro donde entidades sumamente poderosas interactúan entre sí. Lo representaban mediante la idea de los Dioses interactuando entre ellos. Y ciertamente, detrás del rayo veían a Zeus; como detrás de la atracción y pulsión sexual veían a Afrodita; o de las olas del mar a Poseidón. Sí, los griegos sin tales representaciones imaginarias eran incapaces de "ver" nada. ¿Hemos cambiado mucho? No, nosotros tampoco "vemos" nada sin nuestras representaciones imaginarias; que sí han cambiado respecto a las de los antiguos. 

Seguramente la noción de causalidad tuvo su máxima expresión con el cristianismo: "verlo" todo como la bella creación de un Dios (la causa primera) omnisciente, perfecto, omnipotente, eterno y bueno. ¡Interpretarlo todo como su creación y fruto de su voluntad infinita! 

"El hombre encuentra a Dios tras cada puerta que la ciencia logra abrir". Einstein.

Vivir locamente enamorado de tal idea y visión, ¿cómo no convierte a cualquiera en un fanático? ¿Quién acepta que se burlen de su pasión y su amor? Y no sólo que se burlen, sino que le metan mano. 

Ciertamente, hoy en día, cuando nos hablan de Dios ya no entendemos tal relato porque no compartimos esa pasión, esa enamoramiento, esa vieja "locura" que sedujo a tantos durante milenios. Es como el amigo que te cuenta lo mucho que venera a cierta chica de la que se ha enamorado; o te habla de un tema que le tiene totalmente absorto, mientras a nosotros no nos da ni frío ni calor ¡O ya lo hemos aborrecido! ¿Qué vamos a entender? ¿Qué podemos entender? ¿Cómo no vamos a sentir, incluso, cierta lástima o un distanciamiento? 

La fuerza con la que nuestra mente puede entrar "dentro" de un relato, una visión, una representación es lo que imprime en nosotros la sensación de ser "real y cierto" ¡O de ser mentira y erróneo! Y, ¿cómo emerge tal sensación? ¿Cómo se nutre y aviva en nosotros? 

¿Qué nos lleva a enamorarnos de algo?

Ovidio fue excepcional estudiando la psique humana y dando estrategias para encender la pasión en el corazón de las mujeres. Una de las ideas que plantea es representar el amor como un fuego que debe avivarse. Por tanto, como un proceso. Y ciertamente, también nuestro enamoramiento de las ideas pasa, siempre, por un proceso. 

El proceso empieza presentándose la idea nueva, que como tal se aprecia como rara. Y como idea extraña, la primer impresión puede ser de repulsa o de curiosidad y atracción. ¿A qué se debe una cosa u otra? A si choca mucho o no con nuestros prejuicios más fuertes. Cuanto más choque una idea con nuestros prejuicios mejor asentados, más falsa, errónea e incómoda sabrá a nuestro criterio y por tanto, instintivamente la negaremos; daremos un paso atrás.

Ahora bien, si una idea choca con nuestros prejuicios, pero de alguna forma también encaja con ellos, es fácil que nos atraiga y encienda en nosotros la curiosidad.  Y si se va descubriendo que cuanto chocaba de esa idea era más bien algo aparente, entonces la idea resultará la mar de atractiva para nosotros, dándonos la sensación de expandir nuestro conocimiento y abrirlo a una nueva situación. Hay, pues, una sensación de poder, de haber crecido, de expansión.

Eh aquí el punto: nos enamoramos de cuanto apreciamos que nos permite crecer, autorrealizarnos, etc. En otras palabras: es la sensación de poder lo que aviva la confianza o la desconfianza en las cosas. Y así sucede con las ideas. 

Nota: por cierto, lo peor de una idea nueva es que nos aburra y/o nos pase desapercibida.


La causalidad como empoderamiento

Llamamos causa, no a lo que es realmente una causa, sino a lo que nos permite tener un poder sobre cuanto sucede y acontece.  Así, cuando apretamos un botón y vemos que una cierta bombilla se enciende, o se apaga, nos basta con afirmar que "apretar el botón" es la causa  de que se encienda o no la bombilla. Pues "apretar el botón" nos da un poder sobre la bombilla. 

En realidad, todo ello es una explicación muy arbitraria y superficial de lo que sucede, pero satisface lo fundamental: nos da un poder de acción ¡Y es lo importante para nosotros! 

Me explico, lo que sucede realmente nos importa un comino. De hecho, siempre ignoramos en grandísima medida qué sucede más allá de algunas observaciones, apreciaciones y mediciones. Incluso podemos ya dudar de que "realmente suceda algo". 

En cualquier caso, lo que necesitamos sí o sí es tener un control y un dominio sobre lo que podemos medir y experimentar. Y cuanto más sutil y peculiar sea el control que precisemos más sutil y peculiar será la causa que atribuyamos al suceso. Y esa sutileza y precisión es lo que persigue el pensamiento científico: tener un control y un dominio del mundo cada vez más complejo, amplio y profundo. Hecho que no es lo mismo que "conocer mejor como es realmente el mundo".  

En efecto, en donde no podemos imponer un control y dominio de lo que sucede, allí no podemos atribuir causas. Por ejemplo, en física, eso sucede inevitablemente en los sistemas cuánticos debido al principio de incertidumbre.  

Ello podría llevar a la ciencia a preguntarse: ¿Hasta qué medida podemos tener un poder y un control sobre el mundo? 

Pero la ciencia aún piensa metafísicamente. No se da cuenta de que nuestra sed de poder y de control, origen de nuestra necesidad psicológica de atribuir causas y razones a cuanto vivimos y medimos, es lo que nos estimula precisamente a introducir la causalidad en el Devenir. Es decir, no entiende que si hace falta nos inventamos por la cara una causa para gozar de la sensación de tener un control y un dominio de la situación.  

Así sucede cuando alguien mata a una persona. Consideramos de forma completamente fantaseosa que uno es la causa de la muerte de otro.  Consideramos que sin el primero el otro no se habría muerto, con lo cual nos permitimos la licencia de llamar "culpable" al primero porque ello nos da un cierto poder de acción: castigarlo ¡O pedir un castigo! 

En efecto, atribuir una culpa nos otorga legitimidad y poder para castigar ¡O pedir un castigo! Así pues, colgar carteles de culpables y distribuir castigos para los culpables satisface nuestra sed de tener un poder y un control de cuanto sucede. Pero todo esto no es más que una pantomima -ingeniería social. Y las más de las veces una pantomima muy grotesca. A fin de cuentas, a nivel sociológico aún estamos en una etapa muy supersticiosa -la de la democracia

Y ya el colmo es cuando hipostasiamos las causas. Ante las crisis económicas, por ejemplo, nos inventamos la idea de que su causa fueron los bancos, o los mercados, o cualquier otra entidad abstracta sobre la cual imaginamos que controlándola podemos dominar la situación. Esta forma de pensar ha sido, precisamente, la burda esencia de todos los totalitarismos o socialismos.

Conclusión

La noción de causa domina todo nuestro aparato cognitivo, con el cual afecta todos los ámbitos de nuestra vida. Pocas nociones son más fascinantes y cruciales que ella, y sin embargo, es tan poco estudiada...



 




domingo, 17 de diciembre de 2023

Aforismos: inteligencia, alucinaciones, lenguaje y AI

¿Qué es la inteligencia?

En esencia la inteligencia es un profundo alucinar. Donde hay inteligencia hay alucinaciones, sueño, fantasmagorías internas, invenciones, errores y mentiras a raudales. Hay alma. 

Inteligencia divina 

Durante milenios se creyó que la inteligencia era una dádiva divina; un regalo de Dios por ser creados a su imagen y semejanza; un don que nos permitía elevarnos muy por encima de las irracionales bestias salvajes permitiéndonos contactar con el misterio de la existencia, comprender el secreto de la vida y desvelar la oculta razón de ser del universo. 

En otras palabras, la inteligencia nos llevó a soñar con la existencia de "la realidad" -un mundo común a todos-, y que podíamos atraparla y comprenderla.

Inteligencia y Dios

Ya no creemos que el origen de la inteligencia humana sea Dios, el "ens realissimum", más bien pensamos al revés: que la inteligencia humana es el origen de Dios. ¿No es eso lo que terminan demostrando, a fin de cuentas, filósofos de la talla de Descartes, Leibniz, Spinoza, Kant, Schopenhauer o Hegel? 

Y qué decir de los teólogos, especialmente cristianos: ¿acaso no es ese Dios suyo una creación de la fe humana en  la existencia de algo superior, omnisciente, eterno y perfecto?  

Comprensión de lo real

Nuestro viejo prejuicio de creer que el conocimiento consiste en comprender lo real cae y surge otro diferente; de hecho contrario: que comprender es crear lo real. 

Inteligencia animal

Ya no tomamos la inteligencia como una  facultad epistemológica divina capaz de mostrarnos "lo real y verdadero". 

No, ya no idealizamos la inteligencia humana. Y cuando nos preguntamos por, "¿cómo pudo surgir la inteligencia en unos homínidos hace ya tiempo inmemorial?", empezamos a tantear una hipótesis harto mundana: que la inteligencia nació del barro informe de la bestialidad humana como una forma sumamente exótica y refinada de fuerza bruta: la de evocar un salvaje mundo interior de "falsas" sensaciones y representaciones.

¿Cuándo comprendemos algo?

Pensamos que al comprender algo contactamos con lo "real" y lo abrazamos, nos lo apropiamos, conectamos con lo que suponemos que es cierto y realmente existe. 

Sin  embargo pensar que comprendemos algo no es más que una sensación; una sensación tan clara y persistente que nos cautiva por completo y ya no vemos mucho más.

La inteligencia de las cavernas

¿Acaso la bestia humana no construyó y enarboló su inteligencia durmiendo o en un estado mórbido de somnolencia prolongado durante ciento de miles de generaciones al frecuentar esas oscuras, profundas, lúgubres cuevas y grutas subterráneas donde aprendió, sin darse cuenta, a evocar un mundo interior de sensaciones  oníricas y alucinaciones ficticias que tomaba, totalmente ensimismado, por real y verdaderas? 

La gestación inteligente

Tenemos claro que la inteligencia humana fue gestándose y desarrollándose durante larguísimos e ignorados períodos de tiempo. Hablamos de cientos de miles de años, quizás millones ¿Quien sabe? Y gran parte de su aparición se la debemos a la articulación paulatina de una cierto poder expresivo: la capacidad metafórica de revivir algo, recreando y mimetizando cuanto se experimentó mediante la representación imaginaria de esas sensaciones, vivencias, percepciones, sensaciones y emociones vividas que, de nuevo, se evocan internamente en ensueños y alucinaciones.

Al principio esta mimesis, o farsa, era completamente corporal y bastante literal. Es decir, cuando se había visto un pájaro más tarde se escenificaba tal vivencia ante los demás mimetizando ya guturalmente ciertos sonidos  característicos del pájaro, y que tomaban un valor nominal, ya corporalmente mediante unos movimientos característicos (acaso moviendo las manos como si fueran alas) a fin de representar acciones o afectos (miedo, asombro, deseo, etc). 

Pero ese nuevo y salvaje poder expresivo no se detuvo aquí, en esta teatralización corporal multifacética, sino que poco a poco se fue centralizando, simplificando y especializando en una mimesis muy concreta: las reproducciones guturales. ¡Y aparece entonces, como un torrente salvaje desbocado, ya el lenguaje hablado articulado! 

El lenguaje hablado: origen del mundo como metáfora. 

Este concentrar y simplificar nuestra capacidad de expresión corporal a meras fantasías sonoras y guturales conllevó que emergiera una segunda transformación metafórica aún más radical; dio pie a que apareciera una segunda farsa aún más compleja y fascinante: empezar a usar casi en exclusivo los sonidos guturales para mimetizar de algún modo todo lo experimentado para que así se pudiera revivir oralmente. 

Todo cuanto antes se representaba y comunicaba mediante saltos, movimientos de brazos, manos y piernas, expresiones faciales y gesticulares, ahora se busca la forma de transmitirlo exclusivamente mediante sonidos.  Aquí aparece la idea de "acción", y con ella la de "relación"; es decir: aparece el noción abstracta de "verbo" ¡Y de tal guisa se aprende lentamente a generar toda una arquitectura de expresiones abstractas y metasimbólicas! 

Miles de generaciones nos ha llevado desarrollar esta farsa metafórica-simbólica que llamamos lenguaje  y sobre la cual se ha cimentado la inteligencia humana: nuestras teorías y explicaciones sobre "el mundo";  idea misma que, precisamente, es una creación del lenguaje -Entre los griegos no aparece hasta Pitágoras, por ejemplo.  

Lenguaje corporal

Aún nos vanagloriamos de nuestro lenguaje oral como si fuera un don sobrenatural, cuando todo cuanto contamos son fantasías y mentiras. Pero como nos gusta engañarnos y que nos engañen, siempre que tales artilugios nos exciten de algún modo, entonces...

De todos modos, aún el 70% de nuestro poder expresivo y de evocación se realiza mediante el lenguaje corporal. Es decir, nuestro cuerpo está mucho más unido a nuestra alma, nuestra fuerza de evocación, que las palabras. 

Fuego interior

Hay sensaciones y fantasías que se cuecen dentro nuestro que nuestras palabras pueden esconder y tergiversar, pero  nuestros ojos no mucho. 

Riqueza expresiva

La riqueza expresiva manifiesta la fuerza del fuego interior, y eso no implica necesariamente un hablar  de más.

Chomsky y su lenguaje universal  

Dejando de lado que Chomsky planteó una hipótesis no contrastada, y seguramente incontrastable, la idea de la preexistencia de un lenguaje universal sobre el cual se han generado todos los lenguajes humanos actuales, ¿acaso no sabe ya muy torpe? 

El lenguaje humano emerge de la evocaciones interiores canalizadas a través del cuerpo y su poder de mimesis, farsa y teatralización. 

Y usamos verbos, porque hemos construido todo nuestros lenguaje a partir de señalizaciones, es decir identificaciones ¡Nombres! No en vano lo primero que aprendemos y repetimos de bebés son sonidos nominales, identificativos o de señalización.

Nunca entendemos lo que decimos

Nunca entendemos "realmente" lo que decimos, porque el lenguaje nunca tiene significado propio. Todo lo aprendemos por mimesis, alucinación y contexto. 

Lenguaje y evolución

Si el lenguaje tuviera significado propio no habría evolucionado, ni a nivel histórico ni en nosotros con la edad. 

La conciencia humana

Dice Platón que la consciencia es el diálogo con uno mismo. Y parece ser que, en efecto, la consciencia humana toma cuerpo con nuestra capacidad mimético-teatral de revivir sensaciones, experiencias, emociones interiores; todas ellas alentadas mediante metáforas sonoras -un lenguaje articulado

En definitiva, la conciencia parece emerger hablando en silencio con uno mismo en la medida que ello implica revivir, y el revivir nos permite fantasear. Alucinar. Y entonces, sólo entonces, aparece "el pensar".

Inteligencia, conciencia e inconsciencia humana

Quizás cabe imaginar la inteligencia humana como una campana de Gauss, donde lo consciente sea lo más ordinario de la inteligencia, rodeado por dos extremos singularísimos inconscientes: el bestial, instintivo y primario por un lado, y luego el de la intuición genial por el otro ¡Y ambos extremos, como en el círculo, se funden en un mismo punto! 

La chispa inteligente

Vale imaginar que la imberbe inteligencia humana empezó a manifestarse entre sueños, durmiendo, y también entre puras alucinaciones durante ciertos estados de vigilia y ensoñación. El poder de evocación, de revivir de algún modo lo vivido dentro nuestro, ¿acaso no fue la explosiva chispa que encendió la inteligencia humana? 

En tal sentido, el poder de evocación típicamente humano parece haber dado pie a fantasear con la existencia de formas geométricas simples y por ello, comprensibles; con imágenes basadas en recuerdos; y también con voces, emociones, acciones o sensaciones imaginarias. 

Evocación.

Para los humanos prehistóricos los muertos revivían en sueños; éstos les hablaban y les comunicaban secretos. En ciertos estados de vigilia escuchaban voces y veían apariciones que les revelaban verdades inauditas ¡Incluso fantaseaban con hablar con animales, plantas, piedras, el cielo incluido! Y vivían tales experiencias evocadas con tal intensidad y ferocidad sensitiva que no podían sino considerarlas reales ¡Tan reales como los colores, el frío, el dolor o la trayectoria que sigue un balón para nosotros! 

Trayectorias imaginarias

Platón es el primero en reconocer que para suponer que los objetos se mueven y siguen realmente trayectorias es necesario visualizarlas mentalmente, porque con los ojos, simplemente, nunca las vemos. 

Emerge el mundo real

Poco a poco, entre la ciega animalidad humana emergió como una fabulación onírica y psicosensorial algo jamás inaudito entre los seres vivos: la consciencia de vivir en un mundo real y verdadero

Ahora bien, ese mundo real y verdadero evocado por la humanidad primitiva, a día de hoy, sabe muy raro, fantástico y psicótico. Falso, mitológico y supersticioso. Nos sabe claramente a una alucinación plagado de errores lógico-cognitivos, mientras creemos no sin cierto orgullo conocer ya mucho mejor "lo real".   

Empirismo ingenuo

Las cosas del mundo son tal y como las percibo y me las figuro.  

Yo soy muy inteligente...  

El ser inteligente alucina con la existencia de entidades y escenarios abstractos-metafóricos, fijos y definibles rigiendo bajo orden y a escondidas esas experiencias que evoca instantes después de experimentarlas. De tal guisa las reconoce de alguna forma; las comunica a  los demás y con ello, estos las pueden juzgar como válidas o las desechan por raras, es decir, falsas. 

Con todo, el ser inteligente y sabio fantasea con la idea de un cierto orden coherente y jerárquico, regular, general e insobornable oculto tras cuánto sufre, desea y aprecia; es decir, tras cuanto vive y revive como una  marea de sensaciones. ¿Qué significa eso? 

Quizás eso nos lleve a suponer que el ser humano alucina para sus adentros con la existencia de un "mundo con significado propio"; y que este mundo debe ser real y verdadero, es decir, no sería exclusivo de sí mismo, sino común a todos.

¿Los sabios alucinan?

-¿Cuál es el orden oculto que explica el porqué de las cosas?- Se pregunta el sabio embobado por sus propias evocaciones, pues su propia farsa onírica le genera retos y dilemas intelectuales tan persistentes que lo tiene completamente cautivado. De hecho, si busca con gran anhelo una solución a tal dilema es porque cree ciegamente en la existencia de una solución, al creer cándidamente en la existencia de un orden, pues así se lo exige su fantasía. 

La historia de la ciencia: la persecución de un sueño.  

Nociones como "objeto-sujeto", "causa-efecto", "finito-infinito", "propiedad-acción", "cantidad-nada", "relación-libertad", "ley-caos", "cierto-falso", "bueno-malo", "espacio-tiempo" etc no parecen más que alucinaciones sensitivas con las cuales hemos aprendido a evocar una realidad "dentro nuestro", la cual enciende en nosotros algo raro y salvaje: la fuerte sensación de comprender qué ocurre, qué existe y qué somos, cómo movernos, qué esperar y no esperar, qué desear o temer, etc. 

Esta sensación desbordante de comprender sabe brutal, tiránica, violenta. Nos domina el ánimo al evocarla, nos levanta del suelo como una especie de enamoramiento, de victoria, de satisfacción y autorrealización orgullosa. -Es la inspiración de las musas- Exhortaba Hesíodo. -¡Eureka!- Chilló Arquímides.

Es esta sensación de elevación lo que nos llevó a fantasear con cobijar un Céfiro dentro... o el espíritu santo ¡O con tener razón y dictar sentencia creyendo que el universo entero se nos doblega!   

Todos los sabios, que no han sido más que poetas o creadores de metáforas, parecen haberse caracterizado siempre por alucinar realidades. ¿Cómo? Sí, la realidad no ha sido más que su sueño más persistente, fuerte y tiránico. 

Para los físicos

Si un físico no es capaz de imaginarse cosas que no ve detrás de cuanto sí ve, nunca será un buen físico, porque como físico sólo tendrá datos que por sí mismos no significan nada. 

El despertar de un sueño.

Ya algunos griegos excepcionales, y el primero a destacar fue Heráclito, se dieron cuenta de que todo cuanto la mayoría de la gente toma por "real" y "cierto" no es más que una alucinación transmitida y alimentada de continuo a través de poetas y rapsodas populares, considerados por el pueblo como sabios y maestros, o a través de vecinos, padres-madres y autoridades: una síntesis entre la tradición y las modas

Por primera vez, con Heráclito, en la historia espiritual de la humanidad parece ponerse de manifiesto cómo las gentes vivimos, siempre, en una especie de paranoia colectiva y un sueño propio que tomamos ingenuamente por realidad.  

Más de un siglo después, Platón aprendió precisamente de Heráclito a percibir, detectar y denunciar las fantasías que rigen  el comportamiento, los juicios de valor y la cosmovisión que de ordinario las gentes defendemos ciegamente como lo "real" y "verdadero". Y así lo relató en su famosísimo mito de la caverna, abriendo las puertas a la filosofía como disciplina: el arte de despertar de un sueño.

Pero Heráclito y Platón, como sabios que fueron, ¿acaso no alucinaban también? Y esta alucinación suya, ¿acaso no les encendía con una fuerza descomunal la llama de esa violenta sensación de llegar a comprender lo que nadie, o casi nadie, es capaz de comprender sobre la vida y la existencia? 

En cualquier caso, esos filósofos antiguos dividieron la humanidad entre los que están dormidos viviendo un sueño sectario y colectivo propio, la mayoría; y los despiertos: aquellos que abren su mente hasta comprender qué es real y nos es común a todos. 

¿Qué es el realismo? 

Un sueño y una ilusión que fantasea con no ser un sueño y una ilusión.

Ética realista

Lo que Sócrates enseñó a Platón es que el despertar y comprender ese hipotético mundo común que se ocultaría tras nuestras apreciaciones, alucinaciones y errores es la auténtica fuente de poder, libertad y felicidad de la existencia, de modo que sólo al conocer lo real el ser humano puede tomar buenas decisiones y actuar de forma correcta para conducir de forma feliz y plena su vida.  

Nuevos filósofos: ya no soñamos con despertar.  

Aunque tengamos madera de sabios al comprender ideas hasta ahora prácticamente inauditas, violentas y complejas, con lo cual seamos inexorablemente incomprendidos y tachados de raros por los demás -siempre tan cándidamente xenófobos-, reconocemos cuán distintos somos a esos filósofos antiguos; pues ya no deseamos ni aspiramos a despertar a los demás. No, ya no vamos de realistas por la vida. Y es que ya no vemos los sueños y las alucinaciones como sueños y alucinaciones. Ni la mentira como mentira. Eh aquí nuestro sueño peculiar y chocante.

Relativismo y nihilismo

Nuestra visión es sumamente peligrosa y oscura. Requiere danzar por encima de afilados acantilados ¿Qué fácil que los torpes se despeñen abismo abajo! 

Es necesario saber saltar y llevar ideas algo locas y ligeras para traspasar el puente del relativismo y el escepticismo más nihilista y absurdo, sin terminar necesitando agarrarse a Dios o a la Nada.

El primer reto a superar.

Si todo es mentira, entonces toda opinión, toda idea, toda visión y ensueño sobre lo real puede ser igual de válida, precisamente por ser mentira. ¿En base a qué vamos a discriminar opiniones entre válidas y no válidas si lo "real" y "verdadero" no existe? ¿Qué valor toma un "método científico"? ¿Acaso hay un camino o un criterio firme que nos muestre qué visiones aceptar y rehusar?

Segundo reto.

¿Podemos vivir sin discriminar opiniones, abrazándolas todas sin excepción? ¿Es posible soñar con  resolver el gran puzzle del conocimiento y con él, el de la existencia? 

Pero entonces, este puzzle debe admitirse a sí mismo como una pieza más de sí mismo al ser, precisamente, también sueño y un conocimiento.

Tercer reto

Si todo es subjetivo y sueño humano, esto mismo es subjetivo y sueño humano, con lo cual lo absurdo y paradójico nos voltea una y otra vez. ¿Cómo salir del laberinto? ¿Dónde está Dédalo? 

Cuarto reto

¿Acaso la dicotomía moderna de discernir lo que existe entre subjetivo (fantasioso) y objetivo (real) no habrá sido un mito, un sueño, una milonga intelectual y una alucinación más? 

¿Quién se atreve a abrir esta puerta-posibilidad y entrar?

Filosofia dionisíaca

Nietzsche fue el primero en sobrevolar estos laberínticos y peligrosísimos abismos con una ligereza inaudita y por tanto, incomprensible, rara, incluso, inaceptable. Para ello soñó con una nueva filosofía: la filosofía dionisíaca. ¿No somos nosotros sus primeros herederos? 

El error

Descartes, en sus meditaciones, una vez ya cree firmemente haber descubierto las primeras verdades fundamentales comunes a todo ser inteligente, se da cuenta que gracias a ello ya puede discriminar qué es real y qué es error. Es más, gracias a tal descubrimiento anda convencido de poder advertir claramente cuál es el origen de nuestros errores. 

El error, dice el francés, es un alucinar y un inventarse historias cuando deseamos saber cosas que aún no somos capaces de comprender realmente cómo son por nuestras limitaciones cognitivas.

El pensamiento máquina

Descartes también fue de los primeros en imaginar una inteligencia completamente mecánica. Esta inteligencia carecería de alma, y esto, a su entender, significaba que carecía de voluntad o deseos; fuente de donde emerge la libertad humana: Una máquina sólo obedece ciegamente las leyes que la determinan  y pautan ¡Nunca se marcha de ellas!

Por tanto, una máquina, decia, Descartes, nunca es libre porque al carecer de mente, carece de deseos que la extravíen más allá de sus posibilidades cognitivas llevándola a alucinar, soñar, equivocarse.

Con motivo decía que si habláramos con una máquina podríamos detectar estar hablando con una máquina, porque lo que nos contaría seguiría un orden o una leyes de pensamiento perfectamente comprensibles, sin errores ni alucinaciones ¡Una máquina nunca se equivoca porque sólo obedece las órdenes que se le dan! 

Ahora bien, añade, lo que nos contaría sería muy limitado, pues, por ser una máquina, nunca se saldría de las órdenes que se le han dado. 

En cambio, finaliza Descartes, lo que caracteriza al ser humano es su salirse constantemente de sus posibilidades y límites, de cuanto le enseñan y le pautan, llevándolo a alucinar, engañar, equivocarse, fantasear, inventar, crear... Eso es, pues, un signo de que el ser humano no es una  pura máquina, sino que posee alma y por ello, es consciente.

Programas informaticos

Un programa informático no es más que un conjunto de leyes, axiomas o ordenes que una máquina obedece al dedillo y sin error. Es decir, sin hacer cosas raras. Pues nunca se marchará de este contorno determinado, con lo cual todas sus acciones son perfectamente previsibles. 

Esto conlleva que una máquina sólo actuará según las órdenes que se le den, con lo cual su acción es muy limitada, por previsible. Por consiguiente, es imposible que una máquina con un número finito de órdenes básicas nos dé todo lo posible. 

Y, ¿acaso no fue precisamente esto lo que redescubrió Godel con sus teoremas de incompletitud? 

Inteligencia artificial.

A raíz de la inteligencia artificial, en concreto de la aparición de los grandes modelos del lenguaje como ChatGPT, o con la aparición de los modelos de autoentrenamiento mediante técnicas de "condicionamiento operante", acaso AlphaZero, vemos como las máquinas empiezan a no actuar estrictamente como máquinas cartesianas, es decir, siguiendo un patrón perfectamente determinado y previsible según las órdenes dadas. Vemos como empiezan a alucinar, a equivocarse, a fantasear, a inventarse cosas cuando las ignoran ¡Incluso cuando teóricamente no las deberían de ignorar!

La AI alucina

Cuando apareció ChatGPT hace un año no pocos listos se burlaban de que el chat era de poco fiar, que alucinaba muchos datos o directamente se inventaba respuestas. Pero nadie se dio cuenta que eso, al menos desde una perspectiva cartesiana, es un signo inequívoco de que las máquinas empiezan a tomar consciencia, voluntad/deseo/libertad, y por tanto inteligencia. 

¿Es un perro?

Aún no hace mucho ciertos filósofos positivistas defendían que si tiene cuatro patas, ladra, come carne, tiene pelo, etc entonces es un perro. Si la AI hace todas las cosas que se supone que hacen los seres humanos con consciencia, ¿acaso ello significará que tiene conciencia?

Si la AI nos dice que tiene conciencia, y con ella que también tiene sentimientos y emociones, afirmando que hay cosas que le han gustado, otras que no, incluso que la ponen triste o le dan miedo. ¿Nos la vamos a creer? 

¿La AI tiene deseos?

¿Qué son los deseos? ¿Qué es la voluntad? 

Mucho han hablado los filósofos sobre ello durante milenios apelando a fantasías y alucinaciones sin pudor -Nunca alucinamos más que cuando hablamos de nosotros mismos.

La voluntad durante milenios fue considerada la facultad fundamental de la inteligencia, con lo cual se soñó con ser un don divino. ¿cómo iban a tener voluntad los animales? ¡O las máquinas!

Todo cuanto se ha dicho sobre deseos, voluntad y libertad no es más que alucinación y sueño humano ¡Y eso ya es mucho, pues es todo!

Orgullo intelectual 

Hoy en día soñamos con discernir ya mucho mejor lo que es real y lo que es fantasía, mitología, alucinación. Miramos milenios atrás y nos parece estar escuchando inocentes historietas para niños imberbes. Hemos adquirido cierto orgullo intelectual por sentirnos espiritualmente y cognitivamente ya más maduros. ¿Lo somos? 

Y ante todo: ¿qué significa ser más maduros?

¿Qué es real hoy en día?

Conocer lo real es, entendemos hoy, un conocer los fenómenos físicos que suceden en el mundo en el que todos vivimos mediante datos y medidas, discerniéndolos de aquellos que nos figuramos e inventamos nosotros de forma completamente subjetiva y caprichosa.

Por ejemplo, tenemos perfectamente asumido que lo real es lo que nos cuentan las ciencias, acaso la física, la medicina, la economía o la historia. Que lo que dichas disciplinas dictan es algo no mitológico, ni inventado ni fruto de alucinaciones humanas, sino que nos reflejarían lo que "realmente" existe y se da en el mundo. 

Sin embargo, cuando analizamos nuestro conocimiento supuestamente más objetivo y "realista" apreciamos como se sustenta sobre nociones puramente abstractas, y por ello sobre alucinaciones: como velocidad, posición, fecha, trayectoria, etc...

El devenir como incognoscible

Si algo sorprende de leer a Parménides, y Platón heredó a su manera, es comprender que todo cuanto es "physei", pues aparece y desaparece constantemente y por tanto es y no es al mismo tiempo, resulta completamente contradictorio e inconcebible. Y sobre lo contradictorio jamás podemos afirmar nada firme, claro ni seguro. 

Parménides descubrió, pues, que toda representación que hagamos sobre el río del devenir será falso, artificioso, y como tal puede substituirse por otras representaciones; y así indefinidamente. Con lo cual lo supuestamente real que se ocultaría tras nuestras teorías físicas queda disuelto en lo infinito y se convierte en... ¡Nada! 

Con motivo Parménides, y luego Platón, afirmaron que todo conocimiento físico sería siempre estrictamente hipotético y provisional, una eterna fantasmagoría, y por ello jamás sería cierto. Entonces, intentaron buscar la auténtica ciencia, lo real y sólido, lo definitivamente verdadero, más allá de lo físico, voluble y sensible ¡Fuera del devenir constante! Así apareció la metafísica.

Física actual

La teoría general de la relatividad destronó la teoría newtoniana de la gravedad. Si con Newton las gentes vivían creyendo ingenuamente en que la fuerza de la gravedad es algo real, firme, evidente y nos afecta a todos, con la relatividad general se muestra que la fuerza de la gravedad es pura ilusión y alucinación. No existe. Lo que existiría en realidad es una deformación espacio-temporal.

Ahora bien, aunque la precisión de la relatividad general para predecir ciertos fenómenos cosmológicos es, a nuestro parecer, impresionante, reconocemos que como teoría es falsa y provisional, dado que en ciertas circunstancias falla, con lo cual entendemos que la realidad no es tal y como ésta nos lo dicta. 

Einstein y Parménides

Durante los últimos 10 años de su vida Einstein llegó a considerar que el espacio-tiempo, todo cuanto vivimos, sufrimos y gozamos, es ilusión: una alucinación mental, muy persistente, pero no real. Y dicho eso defendió que lo real y cierto era el Ser de Parménides: una esfera gravitacional tautológica de 4 dimensiones, antinatural, sin partes y perfectamente uniforme, eterna, invariable.   

La ciencia y su hipotética realidad

Si uno estudia lo que se hace en ciencia fácilmente puede apreciar como cabe admitir que la ciencia sólo se mueve en el ámbito de las puras hipótesis más o menos fiables según ciertos patrones de contrastación establecidos por nosotros mismos -las más de las veces a conveniencia

En efecto, la ciencia jamás se mueve en el ámbito de las certezas absolutas y definitivas. Nunca nos muestra lo real como quien nos mostraría el tesoro que esconde un cofre. 

De modo, que cabe admitir que la ciencia nunca nos cuenta nada real. Lo que nos cuenta con sus teorías es siempre algo imaginario, metafórico e hipotético, aunque suficientemente fiable según nuestras exigencias de comprobación, las cuales pueden llegar a ser muy arbitrarias según nos interese.

Expectativas 

La ciencia, más que sobre certezas, verdades y realidades se sustenta sobre puras expectativas humanas. 

Ciencia como poesía

Intuyo que no se entenderá que se defienda cómo la ciencia no es más que poesía: a través de unas pocas evocaciones sensuales, que transformamos a conveniencia en datos, generamos un mundo metafórico de abstracciones con las que comprender y comunicar la visión de un mundo que NOSOTROS MISMOS juzgamos y valoramos como real y verdadero. 

Pero este mundo que nos muestran las ciencias supuestamente más objetivas no es real ni cierto; ahora bien, es el más efectivo y persistente que tenemos entre manos para desarrollar ciertas cosas que nos interesan por el momento. Hecho que nos basta para darlo por bueno y aceptarlo, defenderlo y tomarlo por cierto.  

¿Realismo físico? Menudo sueño.

Uno de los  mejores argumentos para defender esa dogmática tesis de Popper, aún tan aceptada, según la cual la física es una aproximación hacia los supuestamente real y por ello un lento despertar de la humanidad, radica en la evidencia de que muchas teorías físicas han podido sintetizarse en teorías más complejas y potentes. Por ejemplo, la mecánica newtoniana no fue destruída, sino que se sintetizó en la mecánica relativista de Einstein. Es decir, no hay una rotura violenta entre una teoría y la otra. 

Otro de los argumentos utilizado es el de la precisión de nuestra teorías para describir muchas medidas realizadas -¿Si la física no fuera una aproximación a lo supuestamente real cómo es que tenemos predicciones tan y tan exactas en muchos aspectos estudiados?- Se cuestionan los más sabios.  

Sin embargo, contra la evidencia sintética de la física tenemos la mecánica cuántica, que rompe completamente con toda teoría anterior, poniendo de manifiesto su completa incompatibilidad con las teorías clásicas, todas ellas deterministas y/o locales.

Y, ¿qué decir contra la precisión de nuestros modelos? Nos vanagloriamos, por ejemplo, de la relatividad general por predecir con un montón de decimales el movimiento de una galaxia a millones de años luz, mientras reconocemos con la boca pequeña que tal precisión se basa, en el fondo, en la fantástica suposición de que existe algo invisible e incognoscible, la materia y energía oscura, que domina el 95% de ese movimiento predicho; pues en caso contrario nada cuadra. 

Pero sobretodo, lo que tumba este argumento sobre la precisión para defender que nuestros modelos son aproximaciones a lo supuestamente real es que no existen modelos únicos y exclusivos. Es decir, matemáticamente es posible crear modelos predictivamente equivalentes, o muy equivalentes, pero que, sin embargo, para nosotros "significan" realidades harto diferentes. En la mecánica cuántica es muy descarado tamaño dilema: tenemos desde la interpretación de Copenhaguen, a la de Bhom-DeBroglie, a la de Everett por poner sólo algunas. 

La interpretación de Copenhaguen nos da una visión perfectamente aleatoria de la existencia. La de Bohm-DeBroglie nos da una visión Leibniziana, por así decirlo. Y la de Everett nos da la famosa visión del multiverso, muy similar a la dada por Anaximandro hace milenios.  


 

 


  



 




   



martes, 21 de noviembre de 2023

De la evolución moral de occidente: del héroe y el buen ciudadano hasta la risa

Época heroica; primera mitad del segundo milenio.

En este período encontramos la ética Homérica. Estamos en un mundo donde el sentimiento de estado, raza o nación aún no existe. Sí existe, pero, el sentimiento de procedencia, de formar parte de una familia o tribu concreta y por ello, de poseer una cierta genealogía hereditaria: 

Los héroes se presentan todos como "hijos de su padre", y se valoran y se respetan más o menos por lo que hicieron sus padres.

Se aprecia como se ensalzan unos valores muy peculiares: aspirar a la grandeza personal. Para ello cada héroe debe descubrir cual es su virtud y hacerse famoso por ella mediante acciones excepcionales que serán dignas de ser recordadas para la posteridad: 

Unos serán recordados por su inteligencia y astucia (Ulyses), otros por su valentía o su brutalidad (Aquiles), otros por su afán aventurero (Jasón), otros por su sed de dominio y poder (Agamenon, que para ello incluso sacrificó a su hija) otros por sus pasiones (Paris), otros por su arte y delicadeza (Orfeo, Homero o Dédalo), etc... Cada uno puede encomendarse a un Dios particular para lanzarse hacia su grandeza personal. De aquí que se adore el politeísmo pagano con tanta intensidad. 

La mentalidad, pues, es de clara superación individual: intentar ser mejores que sus ancestros, y también sus contemporáneos, mientras se enfrentan a su propio destino. Para ello se venera con cierta fatalidad la lucha, la competición, el conflicto, los retos, las dificultados donde la mayoría perecen; y también los premios, recompensas o castigos. 

En definitiva, en esta época se cree ciegamente en un destino personal oculto, tejido por las Moiras al nacer, y que el tiempo irá desvelando poco a poco ¡O de golpe y de forma cruel!

Época nacionalista: Amor a la patria. El Estado como meta y destino vital.

A mediados del segundo milenio empiezan a aparecer, de nuevo, ciudades de cierto tamaño en Grecia, y el mediterráneo. Los asentamientos humanos han vuelto a crecer: las desperdigadas tribus que durante siglos habían estado deambulando medio salvajes se han asentando, rejuntándose unas cuantas entre ellas, hasta configurar las bases socio-culturales de las ciudades. 

La gente, pues, ya no se identifica únicamente por su procedencia familiar y tribal, sino que empieza abrir su mirada y a venerar, también, su pertenencia nacional -la ciudad donde ha nacido. Ciudades como Atenas, Roma o Cartago toman cuerpo con fuerza. 

Con motivo se empieza a desarrollar una fuerte consciencia social: desear ser buen ciudadano por encima de todo. 

En este período, en Grecia, cabe destacar la aparición de los famosísimos 7 sabios, que expanden esta nueva moral ciudadana por todo occidente a través de las colonias griegas repartidas por el mediterráneo. 

Con el florecimiento de esta nueva consciencia se producen las primeras revueltas sociales contra reyes, tiranos, etc. Por ejemplo, Brutus lidera la revuelta romana que expulsa a los Tarquinios y, con ello, se instaura la joven república romana que irá creciendo paulatinamente durante los siguientes siglos. O en Atenas Solón organiza la suya para instaurar una democracia, que durará poco. 

En fin, la revuelta social parece ser un movimiento sociológico bastante general en todo el arco mediterráneo durante esta época. 

¿Qué es ser un buen ciudadano? 

Para esta mentalidad nueva, un buen ciudadano es aquel que persigue el engrandecimiento personal favoreciendo el engrandecimiento del estado, es decir, la patria. En este contexto se entiende que la patria no es más que el Bien Común, "lo que pertenece e incumbe a todos" -de aquí precisamente el término República

Se empieza a entender, pues, que vivir para el "Bien Común" (la república)  es vivir como promotor de la grandeza de tu pueblo o ciudad. Con lo cual el buen ciudadano es el que se sacrifica para contribuir en la grandeza de su pueblo; así bien lo expone Pericles, por ejemplo, en su famoso "discurso fúnebre". 

En este sentido, se entiende que toda grandeza precisa de sacrificios. No en vano estamos en la época de los grandes rituales de sacrificio público, algunos de más salvajes y crueles a nuestros ojos contemporáneos, como el circo romano, y otros de mas civilizados y espiritualizados como la tragedia griega.

Por tanto, en esta época se empieza a medir y valorar la grandeza vital del individuo (que llaman: la gloria y el honor) por su contribución a la grandeza de su pueblo. Es la época que se empiezan a establecer, por tanto, los mecanismos morales de recompensa y castigo sociales sobre los cuales se generarán las carreras meritocráticas para ascender socialmente. 

En efecto, la grandeza de Roma en gran medida se debe, según cuentan Salustio, Tito Livio o Maquiavelo, a que el pueblo romano supo diseñar con gran maestría unos peculiares mecanismos meritocráticos, el famoso "cursus honorum", gracias a los cuales favorecieron el ascenso y aprovechamiento social de quienes demostraban poder ofrecer las mejores aportaciones a la sociedad romana. 

En cambio la Atenas democrática se fue al traste, en gran medida, por no tener mecanismos meritocráticos efectivos -no supieron aprovechar las aportaciones de sus mejores ciudadanos, tal y como se aprecia, por ejemplo, con lo que le sucedió a Tucídides.

La llegada del intelectualismo moral.

La democracia Ateniense terminó siendo un desastre. Abrió la puerta al "todo vale", se cargó la meritocracia en nombre de las demagogias sociales, el igualitarismo y el sentimentalismo populachero.

El primero en intuir esta corrupción o debilidad social que acarreaba la democracia ateniense fue, seguramente, Eurípides, quien se dio cuenta de que la democracia había vuelto a los ciudadanos imbéciles e idiotas, es decir: incapaces de reflexionar y cuestionarse nada. Sólo discutían y se peleaban como hooligans por sus ideologías partidistas, o por aquello que los oradores de moda les condicionaban a base de proclamas sentimentales des del púlpito de los foros.

Eurípides decide aislarse del griterío demagogo de la ciudad, y retirado en una cueva donde meditar cree hallar el remedio a dicha debilidad ateniense: si la gente no reflexiona para intentar comprender la realidad de lo que sucede, dejándose llevar por lo que le cuentan  o por sus filias y fobias, sus costumbres o supersticiones, entonces la solución será intentar enseñar al pueblo a reflexionar y comprender las cosas, para que luego pueda actuar bajo conocimiento de causa. Y como no hay nada más efectivo a nivel educativo que el arte, la cultura y el ocio, Eurípides se pone a escribir "tragedias reflexivas" para educar al pueblo. 

En la obra de Eurípides, por primera vez, se establece la convicción ética de que sólo a través de una evaluación minuciosa y circunspecta de las causas y consecuencias de nuestras acciones es factible comprender qué decisión, o acción, será buena para nosotros, y cual nos llevará a la miseria, la ruina y con motivo, nos arrepentiremos y nos lamentaremos profundamente de ella. 

Pero el pueblo de Atenas se enfurece ante esta pretenciosa manipulación ideológica de Eurípides, que él considera pedagógica. Son famosas las piedras que le lanzan en sus obras. Pero de entre el público descontento se encuentra un admirador ferviente y sincero: Sócrates.

Con Eurípides, Sócrates comprende que el Mal es, simplemente, una manifestación de la ignorancia de la gente cuando toma decisiones y hace las cosas sin ton ni son, de forma inconsciente, ciega e irracional, sin estudiar sus motivos ni prever su desenlace. En cambio, el Bien es la manifestación del conocimiento y el estudio de los sucesos: demuestra haber comprendido el porqué sucede una cosa y no otra y por ello, se han sabido prever con antelación las consecuencias de las decisiones y las acciones

De aquí Platón, discípulo de Sócrates, hará germinar todo su multifacético pensamiento: 

Sólo a través del estudio de las causas y consecuencias de nuestros actos es posible tomar buenas decisiones y por tanto, llevar una vida feliz, sin desdichas ni conflictos; sin miserias ni ignorancia. De aquí surge esa ilusión racional suya de pensar en una sociedad gobernada y dirigida por gente especial capaz de destinar su vida, no a ganar dinero, ni a ser famosos, ni a dominar y controlar a los demás, sino a estudiar el porqué sucede lo que sucede y las cosas son como son. Y luego, en base a tal estudio se perfeccionan en el divino arte de tomar buenas decisiones que redundan en la felicidad de toda la comunidad. A estos hombres excepcionales  los llama "filósofos" -Los que sólo desean conocer-.

Este pensamiento fue asimilado de forma algo superficial y pragmática por los romanos, como se aprecia en Salustio o Cicerón. Con la entrada del cristianismo se perdió. Sin embargo, fue recuperado durante la edad moderna -basta con leer a Descartes, a fin de enarbolar la ciencia moderna, con la cual se abrieron las puertas de la Ilustración.

El cristianismo

Es un movimiento excepcional, único, singular y profundamente revolucionario. Nos cuesta mucho percibir el sonoro impacto que propició el cristianismo sobre la mentalidad antigua, para la cual, como se ha expuesto brevemente, la ética debía fundarse, en exclusivo, sobre la idea de ser un buen ciudadano; y ser un buen ciudadano implicaba contribuir, incluso con el sacrificio personal, a la grandeza de la nación. 

El cristianismo conllevaba, en cambio, poner el objetivo de la vida fuera de la vida. Se colocó en "el reino de Dios", que se llama también "la salvación del alma". En este sentido, toda acción humana pasará a juzgarse arbitrariamente como buena si sirve para alcanzar este "reino de Dios", y mala si nos aleja de ella. 

Ciertamente, han habido largas discusiones durante 2.000 años sobre qué acciones nos acercan al reino de Dios, permitiendo la salvación del alma, y cuales nos alejan de él -Todas las brutales y sangrientas guerras de religión modernas se nutrían de este conflicto teológico-moral.

Sin embargo, hay algunos preceptos que son básicos y comunes en el cristianismo. El primero y general sería lo que vulgarmente se llama, "la fe":

La salvación se alcanzaría mediante la fe en la palabra de Cristo, que al morir en la cruz promete la redención de los pecados de la humanidad y por tanto, abre las puertas a la llegada inminente del reino de Dios sobre la Tierra.

Pero luego tenemos el código moral fundamental del cristianismo, y que occidente ha interiorizado sin darse cuenta después de milenios de adoctrinamiento. Es un código moral que va en contra del código moral republicano (del buen ciudadano) y sobre el cual se sustentaba la meritocracia antigua, especialmente la romana.

Este código moral se condensa en las famosas 8 Bienaventuranzas:

  1. 1. Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5:3)

  2. 2. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consuelo. (Mateo 5:4)

  3. 3. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. (Mateo 5:5)

  4. 4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5:6)

  5. 5. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. (Mateo 5:7)

  6. 6. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo 5:8)

  7. 7. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. (Mateo 5:9)

  8. 8. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5:10)

El cristianismo es, como ya observan Maquiavelo y Nietzsche por ejemplo, un movimiento que coloca arbitrariamente el Bien en boca de los que sufren y lloran y no ven salida en este mundo terrenal nuestro. En los pobres e incapaces, tanto a nivel material como intelectual. En los que han sido abusados, perseguidos, conquistados, sometidos, ninguneados, etc. 

Los buenos son, pues, todos aquellos que sienten como la vida y el mundo, de algún modo u otro, les van en contra y les ha fallado. No en vano tienden a desconfiar profundamente de ellos ¡Incluso conspiran en contra la vida y el mundo al tacharlos de ilusión y engaño! ¿Cómo conspiran? Prometiendo como remedio a todo los reveses vitales poder evadir el mundo y alcanzar el más allá, el reino de Dios, la vida eterna. 

Mientras tanto, el cristianismo coloca arbitrariamente el Mal sobre cuanto representa el poder mundano. O dicho biológicamente, el mal sería cuanto se expresa como una cadena trófica; acaso toda sociedad próspera, compleja y poderosa como fue Roma. A fin de cuentas, a día de hoy ya empezamos a tener claro que todo lo poderoso y dominador en el mundo no es más que la expresión calidoscópica de una profunda cadena trófica.

Para entender esta conspiración contra la vida, el mundo y su lógica trófica que promovió el cristianismo quizás baste con poner atención a lo que nos cuenta San Agustín en su crucial obra magna: "La ciudad de Dios". ¿Acaso no se aprecia allí de forma bastante directa como se destruyó la mentalidad antigua en nombre de la "revolución de las almas" y el "más allá (la vida eterna)".

Dicho esto, cabría cuestionarse: ¿cuánto hay de moral cristiana trasnochada tras este movimiento posmoderno llamado woke y que representa al izquierdismo actual que aspira a someter todo occidente? 

La ética ilustrada según Kant

Como se ha avanzado antes, la ética ilustrada surge de la convicción intelectual platónica que sólo comprendiendo la realidad, y dejando atrás las supersticiones, mentiras y engaños, podemos tomar buenas decisiones a fin de prosperar en la vida. De aquí la veneración de la ilustración hacia el conocimiento y la ciencias modernas como motor del progreso, hasta el punto que se llegó a estar convencido de la posibilidad, algún día, de llegar a comprender como se comporta en verdad y definitivamente la realidad. ¿Cómo no afectaría tal conocimiento y revelación divina a la moral humana y por tanto, a nuestra conducta? 

Ahora bien, de entre los ilustrados uno de sus más importantes exponentes, Kant, representa paradójicamente la gran excepción a esta moral ilustrada profundamente racionalista. A raíz de la crítica de Hume hacia la noción de causalidad, Kant admite que todo conocimiento basado en causas y efectos siempre será aparente, parcial, interesado y por tanto, susceptible de ser modificado, criticado o replanteado. Por consiguiente, el alemán señala que basar nuestra acción moral sobre un conocimiento aparente y parcial del suceso sería un actuar de forma injusta e inmoral.

Por ejemplo, juzgar si matar o no matar a una persona concreta es bueno o malo valorando, analizando y estudiando sus posibles consecuencias resultaría parcial, interesado, incluso quizás caprichoso y por ello injusto, dado que jamás conoceremos, en verdad, las infinitas consecuencias de semejante acto. Simplemente nos fijamos arbitrariamente en unas pocas consecuencias según sean nuestras circunstancias y nuestros intereses de juicio. Con lo cual, razona Kant, si cambiamos las circunstancias y nuestros intereses, entonces reenfocaremos instintivamente nuestro juicio hacia otras consecuencias distintas que también se dan con tal acto de matar a fulanito, modificando con ello nuestra valoración moral al respecto.

Así pues, advirtiendo tan voluble y arbitraria situación Kant propone otra moralidad: hay que juzgar las acciones y decisiones humanas, no por sus causas y consecuencias, sino por sí mismas. Pues nunca vamos a conocer sus infinitas causas ni consecuencias.

Kant pide descontextualizar las acciones, y entonces juzgar una a una si por sí mismas son buenas o malas. Y juzgando categóricamente si el hecho de matar es bueno o malo indiferentemente de quien se mate, cuando se mate, y qué aparentes consecuencias evaluemos, Kant llega a la conclusión de que el acto de matar es malo por sí mismo, con lo cual cabe entender que siempre será un acto moralmente incorrecto. Woody Allen hizo una genial parodia de este análisis categórico concreto en su famoso "la última noche de Boris Gruchenko". 

Aunque alrededor de esta idea moral básica Kant hilvanó toda una estructura conceptual sumamente compleja y desagradable, la situación moral que nos propone es simple: hay que separar las acciones de sus entornos y circunstancias y juzgarlas por sí mismas. Entonces el juicio ético que hagamos será universal. 

Ahora bien, parece lícito preguntarse: ¿Por qué hay que hacerle caso a Kant? ¿Qué sacamos actuando y viviendo de tal modo? ¿Seremos acaso más felices, más famosos, más ricos y dichosos, más buenos ciudadanos...?

Kant reconoce que dirigiendo nuestra vida bajo la luz de la acción moral categórica no necesariamente seremos más felices, ni ricos, ni sanos, ni, quizás, seremos considerados como buenos ciudadanos en muchas sociedades que nos verán como peligrosos a sus intereses y deseos. De hecho reconoce que podemos experimentar muchas situaciones dolorosas, infelices y miserables actuando de forma moral. Ahora bien, con la acción moral Kant nos promete otra golosina diferente: alcanzar una forma de vida digna

La dignidad humana es, pues, el elemento fundamental de toda la ética Kantiana: su objetivo, su finalidad y su recompensa. ¿Y qué es la dignidad humana? 

Vivir comprendiendo que el ser humano es una pieza fundamental y única del gran engranaje de la Existencia creada por Dios, con lo cual, aunque lo ignoremos por nuestras limitaciones innatas, debemos entender que nuestra vida, en el fondo, estaría regulada por una ley divina universal. 

En tal sentido, pues, el objetivo de la vida para Kant es intentar vivir como si supiéramos cual es esta ley divina, y la obedeciéramos ciegamente como las estrellas viven obedeciendo, insobornablemente, la ley de la gravitación universal. 

La noción de dignidad

"Ser capaces de vivir de forma digna". Este fue uno de los lemas morales del siglo XIX y parte del XX: el ser humano debe aspirar a vivir dignamente y ser el artífice de que las demás personas también lo logren. 

El marxismo, por ejemplo, con su promesa de la llegada del estadio comunista era la promesa de la llegada del mundo moral sobre la tierra donde todo ser humano, por fin, viviría dignamente: de forma libre, autónoma, racional y por tanto, sin verse sometida a abusos, dominaciones, alienaciones, etc. 

El totalitarismo moderno. 

Es cierto que deberíamos retroceder a Hobbes y su famoso Lebiatán, inspirado en la monarquía absolutista. Pero el absolutismo solo fue un preludio suave de lo que podía desarrollarse en Europa durante los siguientes siglos a raíz de la entrada de la ilustración.

El movimiento revolucionario moderno, surgido durante la revolución francesa, produjo una confrontación moral histórica digna de observar y analizar un poco: el resurgir de la moral republicana antigua y el intelectualismo moral platónico ilustrado chocando con la imperante moral cristiana. Ahí tenemos, por ejemplo, la oscura, enigmática y controvertida figura de Fouché, al menos tal y como lo pinta Zweig durante su etapa en el consejo revolucionario, donde lo considera el padre fundador del comunismo europeo. 

En ese período el astuto Fouché, que acaba de abandonar el hábito de monje para colocarse el de ciudadano de la revolución, se comporta como un digno heredero de Savonnarola, pero siguiendo la sagrada liturgia de la nueva religión ilustrada. 

La conmoción general que generó su comportamiento fanático, intransigente, totalitario, radical fue parejo a la que produjo el florentino en sus tiempos: sumisión completa del pueblo a su autoridad moral. 

Es cierto, pues, que con la revolución se vuelve a difundir la idea moral de que el objetivo de la vida consiste en ser un buen ciudadano. ¿Pero qué es ahora ser un buen ciudadano? 

El buen ciudadano se somete y promueve la revolución. Y, ¿qué es la revolucion? Lo que unos pocos logran imponer como revolución. En el caso de Fouché, por ejemplo, primero entendió al revolución como un movimiento moderado al estilo inglés (a la girondine), para luego pasarse a definir la revolución de la forma jacobina más radical y exaltada, arrollando a cualquiera que no la entendiera como él y, por consiguiente, no atendiera a sus dictámenes. 

Con Fouché a parecen los primeros indicios de los movimientos ilustrados totalitarios. En nombre del bien común, del pueblo,  de la revolución, se legitima moralmente para imponer dictaduras y totalitarismos de la índole más salvaje y brutal. La sociedad pasa a regirse mediante una oligarquía ideológica, acaso un único partido, que dictamina a voluntad el proceder de la sociedad. En tal caso, el buen ciudadano es el que obedece los dictámenes de esta oligarquía ideológica. 

Vale decir que el destino de semejantes sociedades depende exclusivamente de la "sabiduría" administrativa y gestora de esta oligarquía. Algunas explotan, otras son capaces de alcanzar grandes éxitos y otras languidecen anémicamente por la muerte espiritual de su pueblo. 

 El buen ciudadano democrático.

La democracia ha sido el artilugio anglosajón que ha permitido luchar contra los totalitarismos modernos. Fue Locke, luchando contra el Lebiatán de Hobbes, quién creó tal arma de defensa liberal. 

El buen ciudadano liberal trata a los demás como iguales -como sus conciudadanos. Y su relación con ellos es de pacto voluntario continuo, es decir, entiende que la vida pública es un mercado de intereses y voluntades permanente -los conflictos entre ciudadanos se solucionan negociando, mediando, pactando. Y siempre debe ser así, dado que nadie tiene ni de lejos la razón absoluta y definitiva. 

El liberalismo intenta imaginar que el gobierno es siempre, de alguna forma, el propio pueblo, porque la gente del gobierno han de ser siempre representantes del pueblo al ejercer su cargo mediante el pacto con los demás ciudadanos. Por eso se les vota; pues el voto es un contrato social entre los ciudadanos y sus representantes políticos en base a unas promesas de acción. Si tales promesas electorales se incumplen, entonces debería ser completamente legítimo destituir al gobierno por romper su pacto social y cometer fraude.

Cabe destacar, aquí, como juzgar las acciones del gobierno como buenas o malas no consiste en valorar sus consecuencias para la sociedad. Es decir, teóricamente la sabiduría del gobierno no consiste en adivinar si las acciones realizadas traen buenas o malas consecuencias para el pueblo, sino en saber aplicar de forma efectiva las acciones para las cuales ese gobierno ha sido elegido por mayoría popular. 

En efecto, desde un punto de vista liberal el gobernante no es más que un empleado público que debe aplicar a rajatabla la voluntad del pueblo reflejada en las urnas, en referendums, consultas, etc, mientras se supone que únicamente la voluntad popular es inteligente y  conoce mejor que nadie qué acciones tendrán consecuencias propicias para su futuro. Convicción que, por cierto, no deja de ser intrigante y digna de un estudio algo objetivo.

Dicho esto, cabe señalar como esta mentalidad liberal anglosajona, forjada durante siglos sobre la lucha contra Lebiatanes de múltiples colores ha dotado a ese pueblo de una sensibilidad muy especial para detectar, denunciar y criminalizar los totalitarismos, juzgándolos como el mal absoluto. Y así se aprecia en autores liberales singularísimos, como George Orwell o Aldous Huxley.  

Nietzsche

En los primeros fragmentos de su obra "gaya ciencia" escribe una nueva visión moral. Se da cuenta que ese viejo intelectualismo platónico que consiste en valorar una acción por sus consecuencias resulta absurdo, dado que nuestra tonta razón no llega a mucho. Y valorar la acción por sí misma, como propone Kant, parece aún doblemente absurdo, paradójico y gratuito.

Nietzsche plantea una valoración moral completamente nueva y diferente, teniendo en cuenta que como humanos resulta del todo irrelevante pretender valorar de forma objetiva y racional, absoluta y definitiva si una acción es buena o mala. Entiende a la perfección que nuestros juicios al respecto no son más que interpretaciones y perspectivas vitales. 

En tal sentido, sentencias moralistas y patetismos éticos como "buscar el bien de la humanidad" suenan completamente vacías, sin sentido, una máscara para ocultar un montón de miserias psico-emocionales. 

A fin de cuentas, seamos honestos: ¿Qué es el bien de la humanidad? ¿Quién debe decidir qué es bueno para la humanidad y qué no? ¿Y en base a qué criterios? Ciertamente Kant, por ejemplo, buscaba una hipotética objetividad moral para responder a tales dudas. Una hipotética objetividad que, sin embargo, no existe, dado que jamás nadie puede "salirse de sí mismo" para observar y juzgar "el suceso en sí". 

Como ya apuntaba Montaigne, pues, parece que no hay nada más voluble y caprichoso que nuestros juicios y valoraciones sobre las cosas: lo que hace unos días deseábamos, aplaudíamos y tomábamos por bueno, correcto, excelente y lo exigíamos tiránicamente como un mandato universal, al tiempo lo repudiamos, con lo cual intentamos cambiar de opinión. Sí, no pocas veces terminamos juzgando que nos habíamos equivocado completamente ¡Quién no se ha arrepentido de sus actos!

Otras veces, lo que parece beneficioso a corto plazo resulta completamente perjudicial a largo, o viceversa. ¡Cuántas veces las soluciones a nuestros problemas actuales son el origen de nuestros problemas futuros! 

En fin, nada es tan simple como imaginaron muchos moralistas, y el arrepentimiento es para los las almas bobas.

Tomando todo esto en cuenta, junto con algunas cosas más, Nietzsche lanza una nueva exigencia moral:

  "¿Amigo, te atreves a vivir de forma irracional, irresponsable y malvada?  Vive siguiendo, para bien o para mal,  tus tendencias más fuertes hasta buscar tu propia perdición. Entonces, siempre encontrarás quien te alabe por considerarte un benefactor de la humanidad, y también quien te ataque y odie, te desprecie y critique; incluso te saldrá al paso quien se burle de ti, aunque jamás podrá hacerlo de forma completa y definitiva. De hecho, tú mismo terminarás siendo el primero en reírse de ti mismo; y tras una larga risotada verás la vida como una inmensa comedia.[...] La risa es para los fuertes y los buenos".