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Existen, por lo menos, 5 nociones que sacuden nuestra inteligencia con gran violencia; a saber: el infinito, la nada, el caos, la contradicción y el azar.
¿Por qué? De algún modo u otro atacan a nuestro instinto intelectual más primitivo y atávico: la racionalidad. En este sentido, estamos ante conceptos con fuertes lazos de parentesco.
Ya he hablado con anterioridad un poco sobre el infinito (aquí).
Comenté como la noción de infinito se desarrolló a partir de la noción de "nada": de "indefinido o indefinible", de "inconmensurable", de carencia de " propiedad o valor determinado alguno"; es decir, se concibió en primera instancia como "aquello que no podemos hablar, definir, delimitar, medir, valorar, determinar" ¡Con motivo violenta a nuestra racionalidad!
En seguida y durante milenios, se intentó interpretar el concepto "infinito" a través de la noción de "Cosa" u "Objeto". Mejor dicho, se tomó como una propiedad, que siempre nos sabrá irracional e inefable, propia de un "sujeto" muy concreto; acaso Dios ¡O el Ser!
Dios: "aquello" infinito que lo domina todo.
Pero después de mucha lucha espiritual hemos terminado comprendiendo "el infinito" a partir de la noción de "límite", de "movimiento hacia" y por ello, como VERBO ¡Cómo una "acción sin fin"! Y sí, en este sentido nos hemos vuelto ateos, por así decirlo.
Aunque el "ateísmo" no deja de ser una etiqueta; con toda la mentira y estupidez que lleva pegada encima cualquier etiqueta. Y al final, es a la borregada a quién le resulta imprescindible el etiquetaje para distinguir las cosas.
Además, en dichos posts, se destacó también alguna peculiaridad fascinante del concepto infinito; a recordar:
-que en el infinito podemos y no podemos aplicar "el principio de identidad", y sin embargo ello no implica, para nada, entrar en contradicción. A fin de cuentas, concebimos el infinito como una acción y no como un objeto ¡Cómo le vamos a poder aplicar un principio ontológico -destinado a objetos!
¡El infinito es un concepto completamente "fluido", por así decirlo!
De hecho, y por añadidura, se destacó como llevar una contradicción al infinito es, precisamente, una forma de disolver dicha contradicción al impedir que los "opuestos" jamás actúen entre sí. Y por tal motivo, precisamente, en los posts se critica al Teorema de Cantor (aquí), fundamental para la teoría de conjuntos (objetos).
Bien pues, a partir de hoy me gustaría escribir algunos posts hablando sobre otro concepto fascinante, muy nuevo y antiguo a la vez, y que le auguro un futuro próximo espléndido: el AZAR.
Como no, para hablar del azar debemos regresar a los griegos. Fueron los primeros en relacionarse abiertamente con semejante concepto; a discutirlo y desarrollarlo desde distintas interpretaciones, imprimiéndole, así, cuerpo y forma.
Sin embargo, el experimento griego con el azar terminó cuando se decidió considerarlo una mera accidentalidad; al valorarlo una característica "superficial", "aparente" y "subjetiva" de las cosas:
"Llamamos azar al reconocer nuestra ignorancia ante la complejidad de las cosas."
Y esta visión estoica de la noción de Azar se mantuvo durante más de dos mil años; hasta finales del s.XIX y principios del s.XX, cuando se empezó a revalorar de nuevo por pura necesidad interpretativa.
Sin embargo, mientras la civilización griega nos parece bastante simple y clara, nos cuesta un montón alertar que, en realidad y simplemente, era profunda; mucho más profunda de lo que nos imaginamos a primera vista.
Apelando al azar uno se desprende en gran medida, y con destacada elegancia, de conceptos éticos muy potentes y arraigados en nuestra psique colectiva, como: culpa y mérito, intención, retribución, responsabilidad, etc. Con motivo este concepto fácilmente choca con una mentalidad tan mecanizada como la nuestra.
Menuda visión nos regala el griego: la vida como pura inocencia; como un devenir permanentemente infantil y despreocupado -que nunca "es" puesto que nunca madura; como una acción llena de ilusión y seriedad entremezcladas en un mismo fuego chispeante cuya luz se proyecta hasta el horizonte infinito.
Pero Heráclito llegó demasiado pronto para que su espíritu pudiera cuajar entre las inteligencias antiguas con toda su fuerza. ¿Y acaso podrá ya empezar a tomar cuerpo entre nosotros? Quizás. A fin de cuentas, ¿qué son 2.500 años para la evolución espiritual de la humanidad?
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