sábado, 13 de septiembre de 2008

Ad hominem II y política

El otro dia apoyándome en Schopenhauer ya comenté algo sobre los argumentos ad hominem, aunque, lo reconozco, al final el post fue sumamente superficial al respecto de tales argumentos.

En un principio el argumento ad hominem resulta ser harto simple -Una opinión es cierta o es falsa según quien la presente y apoye-, aunque podemos complicarlo sacándole múltiples matices y variaciones. De hecho, podríamos considerar que el argumento ad hominem es, a fin de cuentas, una derivación del principio de autoridad -Un argumento es cierto por la autoridad de quien lo defiende y apoya, ya sea una sola persona, una institución o simplemente una mayoría-.
Para una mente científica moderna y actual el principio de autoridad no constituye, nunca, un argumento suficiente ni definitivo para validad o refutar una opinión humana. Quizás puede ser usado como argumento secundario, como un accesorio más, pero basta.
Cuando analizo estas 'bagatelas intelectuales', aunque sea de forma superficial y harto general, me doy cuenta que a gusto y criterio de una mente científica, para la cual cualquier argumento de autoridad sencillamente demuestra el poder que tiene quien defiende cierta opinión pero nunca la razón propia de ésta, el sistema sobre el cual se ha constituído la democracia occidental con el fin de seleccionar, promocionar y elegir a sus gobernantes y sus clases directoras tiene que saberle un sistema sumamente acientífico y supersticioso; pues sus criterios de elección y validación se basan en argumentos de autoridad (el poder de la mayoría). De hecho, yo he comprobado como hombres sumamente capacitados para gobernar una institución política por sus demostradas dotes de liderazgo en distintos ámbitos (empresariales o culturales), pasan de inmiscuirse en estos asuntos por el simple hecho de que no quieren verse sometidos al poder de las masas, es decir, del pueblo ¡Lo ven como lanzarse a los leones! En todo caso prefieren actuar en política desde la retaguardia y sólo para sacar un provecho propio. Y es que esta gente se siente mucho más cómoda inviertiendo su tiempo y su dinero en el sector privado, en donde se saben realmente amos de lo que hacen y por tanto, se sienten responsables de sus actos.
En el fondo, cuando se analiza el sistema democrático moderno como si la sociedad fuera un organismo viviente (a través del principio de conservación de la energía), es fácil advertir como la democracia representa un tipo de totalitarismo (todo el mundo se ve atrapado bajo el yugo de las mismas leyes). Obsérvese que aquí no entro a valorar el totalitarismo democrático desde una óptica moral, es decir, no cuestiono si éste sistema es bueno o es malo.
Lo que aquí se plantea es que a criterio de una mente científicamente moderna para la cual sólo la realidad pauta la verdad y la razón de las opiniones humanas, la democracia como sistema de organización humana resulta ser un atraso cultural y organizativo, puesto que no busca la razón de sus opiniones y acciones en la experiencia y la naturaleza, sino en la autoridad de las mayorías. Hecho es, que las decisiones políticas que se toman en democracia raras veces surgen de una reflexión científica, sino de decisiones estrictamente políticas (sujetas a los designios de las masas o las ideologías políticas). Esto hace que la política democrática se vuelva fácilmente en una forma de acción y organización humana mediocre, incluso ineficaz. Sin embargo, cabe reconocer que el sistema político de un estado sea mediocre incluso débil también tiene sus beneficios, los cuales son aprovechados por unos cuantos.

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