lunes, 6 de abril de 2009

Montaigne

Después de leerme a Schrödinger he retomado los ensayos de Montaigne, especialmente su ensayo 'Apología a Raimundo Sabunde' en donde expone de forma profunda su visión de la ciencia.

Montaigne siempre me hace disfrutar intelectualmente ¡Incluso cuando defiende a Dios y al cristianismo me parece agradable y digno! Y aunque es muy raro que yo trate positivamente algo, ante Montaigne digo decididamente - Sí-.

"¿Son nuestros sentidos los que prestan al objeto esas diversas características mientras que sin embargo los objetos sólo tienen una? Como sabemos que ocurre con el pan que comemos; no es más que pan, mas nuestras funciones lo transforman en huesos, carne, pelo y uñas 'Repartido por el cuerpo y los miembros, el alimento desaparece creando una nueva sustancia' [Lucrecio] El líquido que chupa la raíz de un árbol se hace tronco, hoja y fruto; y el aire, aun siendo sólo uno, se diversifica al pasar por una trompeta en mil classes de sonidos: ¿Son, digo, nuestros sentidos los que dotan igualmente de distintas cualidades a los objetos, o las tienen ellos así? Y con esta duda, ¿Qué podemos resolver acerca de su verdadera esencia? Además, puesto que cuando estamos enfermos, cuando soñamos y cuando dormimos, nos parecen las cosas distintas que a los sanos, a los juiciosos y a los que velan, ¿no es posible que nuestro estado normal y nuestros sentimientos naturales doten también a las cosas de un ser a su medida y adoptado a ellos como hacen los sentimientos desordenados? ¿Por qué el equilibrado no ha de dar una forma a las cosas relativas a sí mismo, al igual que el desequilibrado, y no ha de imprimirles asimismo su carácter?
El que no tiene gusto achaca la falta de sabor al vino; el sano, el sabor; el ebrio, la embriaguez.
Y resulta que si nuestro estado adapta las cosas a sí mismo y las transforma según él, no sabemos entonces cómo son las cosas de verdad; pues todo llega a nosotros falsificado y alterado por nuestros sentidos. Cuando el compás, la escuadra y la regla están torcidos, todas las proporciones que con ellos se sacan, todos los edificios que se erigen con sus medidas, tienen a su vez e irremediablemente defectos y fallos. La inseguridad de nuestros sentidos hace que todo lo que transmiten sea incierto: 'Si en una construcción la primera regla es mala, si la escuadra engañosa se aleja de la línea recta, si el nivel cojea de un lado, todo necesariamente estará mal, torcido, hundido, inclinado hacia delante, hacia atrás sin proporción; amenazando con derrumbarse y derribándose en parte, traicionando por error de los primeros cálculos. De igual modo, si tus sentidos te engañan, todos tus juicios estarán equivocados.' [Lucrecio] POr otra parte, ¿quien podrá juzgar de esas diferencias? Lo que decimos de las disputas religiosas, que necesitamos de un juez que no pertenezca ni a un bando ni a otro, sin ideas preconcebidas ni simpatías, cosa imposible entre los cristianos, ocurre igualmente en esto; pues, si es viejo, no puede opinar sobre la manera de sentir de la vejez por ser él mismo parte integrante en este debate; si es joven, lo mismo; si sano, tampoco; o si está enfermo, si duerme o si vela. Precisaríamos de alguien exento de todas esas cualidades para que sin prejuicios juzgase de las percepciones, que le serían indiferentes; y para ello precisaríamos de un juez que no existe.
Para juzgar las apariencias de los objetos que recibimos, necesitaríamos de un instrumento atinado; para comprobar ese instrumento precisaríamos de la demostración; para comprobar la demostración, de un instrumento: henos en un círculo vicioso. Puesto que los sentidos no pueden cortar nuestra disputa por ser ellos mismos grandemente inseguros, es menester que lo haga la razón; ninguna razón se establecerá sin otra razón: henos aquí retrocediendo hasta el infinito. Nuestro pensamiento no se aplica a las cosas objetivas sino que surge mediante la intervención de los sentidos; y los sentidos no comprenden el objeto tal y como es, sino sólo sus propias sensaciones; y por tanto la idea y apariencia no son del objeto sino sólo de la sensación padecida por el sentido, y sensación y objeto son cosas distintas; por lo cual quien juzga por las apariencias juzga por cosa distinta al objeto. Y cuando dicen que las sensaciones transmiten al espíritu la cualidad de los objetos en sí mismos por el parecido, ¿Cómo pueden estar el alma y el entendimiento seguros de este parecido, si no tienen relación alguna con las cosas objetivas? Al igual que quien no conoce a Sócrates no puede decir al ver su retrato si se le parece o no. Y quien quisiera, a pesar de todo, juzgar por las apariencias no podría hacerlo por todas, pues se contradicen con sus diferencias y discrepancias, como por experiencia sabemos; ¿será que algunas apariencias mandan sobre otras? Será menester comprobar la elegida mediante otra elegida, la segunda mediante la tercera; y así nunca se llegará al final.
POr último, no hay ninguna existencia constante, ni de nuestro ser, ni del de los objetos. Nosotros, y nuestro juicio, y todas las cosas mortales, vamos fluyendo y rodando sin cesar. Así nada seguro puede establecerse del uno al otro, pues tanto el que juzga como el juzgado están en contínua mutación y en continuo cambio.
No tenemos comunicación alguna con el ser, porque toda naturaleza humana está siempre en medio entre el nacer y el morir sin dar de sí más que una sombra, una oscura apariencia y una incierta y débil idea. Y si por fortuna, dedicáis vuestro pensamiento a querer atrapar su ser, ocurrirá lo mismo que si quisiérais atrapar el agua: pues cuanto más apretéis y agarréis lo que por naturaleza fluye por todas partes, tanto más perderéis lo que queríais atrapar y retener."

1 comentario:

Gabriel Otero dijo...

RDC:

Es impresionante la capacidad de síntesis y la claridad de los ensayos de Montaigne. Es enorme su influencia.

Saludos
GO