miércoles, 22 de abril de 2009

Porder, ambición y felicidad

Cuenta una de las fábulas de Esopo que viendo la zorra unos ricos y exhuberantes racimos de uvas colgando de lo más alto de una gran parra se le empezó ha volver la boca agua !Y no sólo la boca! Quiso saltar para apropiárselas, devorarlas, destriparlas y disfrutarlas, pero no llegaba. Hastiada, aunque orgullosa, la zorra se giró y se marchó, pensando para sí con altivez: ¡Va!, estas uvas no valen nada, aún son verdes.

Ansiamos el poder, o sea: poseer, crecer, desarrollarnos, en fin, disfrutar de más y más cosas al digirirlas y someterlas a nuestra medida y estimación ¡No hay en verdad nada más fuerte ni esencial en nosotros que esta voluntad y esta inclinación de querer siempre más y nunca menos!

Si damos un paso atrás es porque esperamos, con ello, dar tres pasos pa lante... Si queremos estabilidad y tranquilidad, manteniendo lo que ya tenemos y es nuestro, es porque aún lo estamos digiriendo y disfrutando ¡Estamos de siesta! Y si no podemos dar rienda suelta a nuestro anhelo, si nos vemos incapaces de avivar y festejar con leña buena y seca esta vorágine de sedientas sensaciones, no nos queda más remedio que buscar paliativos con que consolar tan fogoso egoísmo ¡Aunque sea con el disfraz de una retórica santurrona y el seductor aroma de una filosofía ascética!

Antes queremos la Nada que no querer ¡¿O no es así budistas y shopenhauerianos y todos quienes han quemado sus casas y fincas antes de que éstas fueran expropiadas y saboreadas por otros?!

El mismo término comprender significa apropiarse ¡Hay que ver el conocimiento como una de las formas más refinadas y tardías de este primitivo querer dominar, tragar y subyugar! ¡Cómo vas a saber qué es algo si no lo has probado ni padecido! Esto es, precisamente, ir más allá del emprisimo.

No somos cristianos; y no por el simple hecho de que sea una religión, sino porque es la religión de la consolación, de la miseria, de los pobres e impotentes -De los que quieren pero no pueden y para ello se inventan toda esa fantasmada lógico-literaria del más allá, la resurrección, Dios salvador y el paraíso- ¡Es la religión de los perdedores de la vida! El cristianismo ha tergiversado la vida: ha llamado felicidad a la renuncia y la impotencia; ha llamado poder y riqueza a la debilidad, la pobreza y la miseria; ha llamado compasión y solidaridad a la orgía de los sentimientos morbosos ¡Ha llamado verdad a la ignorancia y la necedad! De esta forma ha criado a los más incapaces e ilusos de los hombres: el sacerdote y el intelectual moderno (todos los intelectuales han salido de escuelas cristianas o jesuitas; haber quien tiene el valor de hacer un estudio sociológico sobre ello).

Nosotros hemos descubierto, después de milenios de consolación ante tanta impotencia humana, qué es la felicidad: las ansias de poder. Lo reconocemos: somos ambiciosos, deseosos, esperanzados e ilusionados ¡Anhelamos comprender, devorar y bañarnos en todos los mares y cielos!

Reconocemos alegre y libremente, sin tener que justificarnos en público ni arrastrar una mala consciencia, que sólo gozamos del mundo plenamente cuando somos capaces de alcanzar, destrozar y devorar con intensidad las más altas voluptuosidades... Esas carnosas uvas que como suaves, tiernos, como duros pechos penden de esa inconmensurable y radiante bóveda azul que nos abriga, ¡esperando ser lamidos y relamidos hasta disolverse en nuestra boca!

No a la paz y a la concordia, sino dominio y predominio. Eh aquí la única fuente del placer y el auténtico amor a la vida. Todo lo demás se reduce a una desdichada aunque vanidosa consolación.

En fin, Freud no tenía razón con su principio de placer: el hombre no se mueve buscando el placer ¡Como si el placer fuera un tesoro escondido esperando ser hallado!

El hombre, como cualquier ser vivo que se desarrolla a costa de cuanto alcanza, se mueve por poder, por ambición, por volverse más complejo, más fuerte, más listo, más libre, más justo, más confiado de sí mismo, más bello y exhuberante... ¡La vida persigue ciegamente hartarse, engordar y rebentar, poniéndose a prueba a sí misma! Pero cuando se da cuenta de que va a pasar hambre, se abandona, y sólo le queda consolarse con lo que pueda... por orgullo y vanidad.

"Los hombres se preocupan más por aparentar se felices que por serlo" La Rochefoucault.

Contra la ambición y las ansias de poder sólo se puede decir lo que ya apuntó Salustio y yo trasncribí el otro dia: las ansias de poder fácilmente nos llevan a la corrupción, la impotencia y la debilidad ¡La vida es un pez que se muerde la cola! Y es que, si Salustio detesta la amibición no es por amor a la pobreza y la miseria, sino precisamente por deseo de poder, de no perder poder, fuerza y vigor.

Por otro lado, ahí están resumidas las fábulas de Esopo, el cual nos cuenta más sobre la ética humana que la crítica de la razón práctica de Kant.




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