Estaba hojeando el manifiesto comunista de Marx y Engels. A mi entender Marx descubre algo crucial: cada clase social, cada estamento, cada época, posee sus verdades gracias a las cuales domina. Todo lo que añade Marx luego, sobre la verdad digna del proletariado que dará paso a su dictadura y la imposición de un sistema social justo y digno, es pura paja, o sea, propaganda para agarrar por los huevos al pobre obrero del s.XIX con un supuesto paraíso en la Tierra.
En el blog de Bio Tay aparece un fragmento de Huxley, inventor del término "agnóstico", que significa: el que no conoce la verdad. Eso da mucho que hablar.
Sabemos que el lenguaje humano y por tanto la lógica y el conocimiento, son productos "humanos, demasiado humanos". Cierto que durante siglos la palabra de Dios reflejada en la Biblia ha sido tomada por la Verdad en persona; y con ella los sacerdotes dominaron. Hoy por hoy sabemos que la Biblia es sólo una interpretación humana más de la vida y que sus contenidos no han sido dados por entidad sobrenatural alguna. Sabemos que Dios y su verdad han sido una fantasía humana, como Santa Claus o el País del nunca Jamás.
Hemos descubierto que aquello que durante siglos era la Verdad, en verdad, era fruto de nuestra fantasía. Y la rechazamos no tanto porque fuera ficticia, sino porque ya no nos va el rollo de vida sacerdotal. Es más, ese rollo arruina nuestra forma de vivir, nuestras esperanzas y nuestros poyectos. Somos ateos en la media que ya no vivimos para Dios ni en nombre de Dios.
Nuestra vida es demasiado compleja para aceptar las verdades evangélicas, para vivir bajo el auspicio de esas verdades divinas y etéreas. Requerimos, empero, de otras verdades.
Sin embargo, ya no somos fanáticos; no vamos a defenderlas a muerte ni a imponerlas brutalmente a todo quisqui; más bien todo lo contrario: somo reticentes a compartirlas; preferimos no hacer demasiado ruido, ser cautos, celosos... ¡Preferimos callarnos o simplemente hacer algunas señas! A fin de cuentas, a buen entendedor pocas palabras bastan. No nos gustan las orgías populares, los mítines ni las grandes audiencias. Amamos los banquetes privados, los platos selectos, en fin, lo culto. Eh aquí nuestra liberalidad.
Admitimos que llamamos verdad a aquello que no podemos refutar, aquello que si negáramos estropearía nuestra vida, nuestra forma de vivir.
Mientras vivamos, mientras amemos a la vida, a nuestra forma de vida, y pongamos esperanzas en ella creeremos en la verdad... en nuestra verdad ¡Aunque esta verdad nuestra nos dicte: no existe verdad alguna!
1 comentario:
Nietzscheano, sin duda: una buena base sobre la que estamos escribiendo en paralelo.
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