Ayer estuve "casi" todo el dia charlando con Laia. Por un rato hablamos sobre ciertos problemas típicos de filosofía de la mente y la neurociencia. Y precisamente, entre el martes y el miércoles, yo había esbozado algunos apuntes al respecto, después de que me sobresaltaran ciertas ideas.
El problema, como es bien sabido, dice a grosso modo: ¿cómo se relacionan nuestros estados mentales con el mundo que nos rodea? Recordemos que este dilema lo abre Descartes en el s.XVII, pero aún neurobiólogos, como Antonio Damasio, están enfrascados en el enigma intentando hallar una salida. Ignoran, ciertamente, que en filosofía ya Nietzsche lo cierra cuando nos dice: el mundo es voluntad de poder y nada más. Pero los científicos aún no se han enterado de la "Buenanueva".
En fin, hablando sobre estos temas de primer orden salió el trabajo de Masaru Emoto, un tipo que dice asegurar que nuestros estados mentales pueden afectar la estructura del agua cuando ésta se congela. Ciertamente Masaru no ha satisfecho a ningún científico, aunque sí ha satisfecho a su hambriento bolsillo (Vende "agua emotiva" a 140 € la botella). Entre otras cosas, afirma que ante emociones positivas el agua cristaliza formando figuras simétricas, como hexágonos, mientras que ante emociones negativas se congela de forma desestructurada.
Desde hace milenios los hombres creemos que nuestros estados emocionales (nuestros sentimintos, voliciones y emociones) pueden transmitirse al mundo y transformarlo ¿No proviene de aquí la tendencia a rezar ante las desgracias? ¿No creemos, al rezar o al formular una oración 'mágica incluso una poesía, que nuestros deseos y voliciones pueden afectar los acontecimientos que nos rodean para que nos favorezcan? Sin embargo, me pregunto con el máximo de sorpresa: ¿qué hay aquí de efectivo? Es decir, ¿en qué medida mis emociones y voliciones pueden afectar al mundo, o sea, a lo que yo veo como 'fuera de mi'?
Eh aquí, pues, otro tema virgen e inexplorado esperando ser conquistado. De momento, sólo se han atrevido a penetrarlo los brujos y cantamañanas.
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