jueves, 3 de diciembre de 2020

El dogmatismo científico

 Como ya comentaba el otro día (ver aquí), el lenguaje humano se gestó y creció alimentándose de una creencia y una convicción profunda: que las palabras son capaces de "decirnos" como son en realidad las cosas. De modo que cabe reconocer cuanta bondad y necesidad esconde el dogmatismo tras todos sus abusos, violencias intelectuales, errores, engaños y flagrantes mentidas; siempre y cuando, claro está, valoremos el "saber humano" como un beneficio para la humanidad.   



Y es que si somos un poco perspicaces, entonces pocas dudas tendremos ya sobre cómo el dogmatismo, y así también el "saber" humano, siempre se han basado en una fe ciega para con una convicción indemostrable: que existe una realidad y que ésta es comunicable -con lo cual ha de ser también comprensible y pensable

Cualquiera que busque y desee conocer la realidad, primero debe presuponer que ésta existe... 

¡Eh aquí la gran suposición de todos los dogmáticos desde milenios atrás! Pero esta suposición siempre se ha sustentado sobre las dulces y volubles "nubes" de la ilusión humana: en una experiencia especial, muy vívida y privilegiada (como explican los poetas -Hesíodo por ejemplo- con sus musas), o en una metafísica, o en una ciencia trascendental, o en una fe... En fin, en una pura exigencia humana. Y como todas las exigencias, ésta también no es más que el reflejo de una voluntad tiránica e imperiosa que ordena a su capricho y necesidad... ¡Que valora y juzga a su arbitrio! 



Así pues, esta inocente y antediluviana creencia dogmática en el lenguaje, y con él en la existencia de un relato verdadero de las cosas capaz de mostrarnos qué es y cómo es la realidad, ha sido la base irracional, acientífica y falsa sobre la cual se han erigido, paradójicamente y desde hace milenios, todas nuestras "verdades"; en un principio a través de las religiones, más tarde de la filosofía y ya muy recientemente, a través de nuestras ciencias empíricas modernas.

Ciertamente estamos ante un dilema de primer orden; un dilema filosófico sólo apto para unas pocas inteligencias. Nietzsche es el primero que se atreve a plantearlo: ¿Cómo es posible que la "verdad" surja de la mentira, el error y la invención -o que las cosas buenas surjan de las malas

En otras palabras,  ¿cómo nuestros conocimientos más ciertos, evidentes y firmes pueden levantarse sobre fundamentos harto pantanosos e inseguros: en ficciones y metáforas (mitos explicativos),  en definiciones redundantes o a conveniencia, en intuiciones dudosas e injustificables, en alegres suposiciones (toda generalización es una suposición), en hipótesis o conjeturas inverificables (como apreciaba Popper), en manipulaciones conceptuales... y muchos otros instrumentos interpretativos completamente artificiales e inventados? ¿Habrá algo de magia aquí, dado que analizando así el saber humano -y la ciencia- éste parece ser pura alquimia: un convertir el barro en oro? Fascinante pregunta. Pero de momento dejémosla abierta para reflexionar.



En cualquier caso, es importante no quitarle la vista a cuanto hay aún de dogmático en nuestra ciencia actual, alimentándola a base de mucha ilusión por crecer y progresar:

-La convicción de que existe una única y absoluta realidad que podemos llegar a descubrir a través del método científico.

-La convicción, por tanto, que las teorías científicas deberían ir congeniando y sintátizándose en un único y definitivo relato, el cual nos mostraría cómo es esta hipotética realidad -Una teoría del Todo.

-La convicción de que nuestros artilugios conceptuales (líneas, puntos, fuerzas, espacio-tiempo, relaciones causales, etc) empleados para construir nuestros relatos científicos lejos de ser mera ficciones interpretativas, en efecto, existen y, además, constituyen propiamente la realidad.

- La convicción, en consecuencia, de que las cualidades que percibimos (colores, sensaciones, sonidos, etc) son meras representaciones subjectivas, o mentales, de la "realidad", y  en tal sentido, éstas esconden una estructura objetiva que podemos comprender mediante conceptos racionales y calculables (espacio, tiempo y causalidad: posiciones y formas, movimientos, fuerzas, acciones... energía).

-En fin, la convicción de que la realidad es un conjunto de hechos o eventos de algún modo conmensurables. 

 


En suma; la creencia científica en el carácter dogmático del lenguaje, y por tanto del pensamiento, es el artífice de una convicción y una aspiración fascinante, por peligrosa y tiránica: que algún día la humanidad abrace incondicionalmente un único y mismo relato común sobre la realidad -sobre todas las cosas ¡Una misma verdad absoluta, babélica y fraternal! 

Pero contra esta aspiración y voluntad la ciencia deberá lidiar contra el posmodernismo que va conquistando todos los resortes culturales de nuestra sociedad. De hecho, para ser precisos, este conflicto ya empieza a darse en su propio seno, si uno sabe escuchar con atención. 

¿Y qué saldrá de tan inesperada lucha?  ¿Acaso como ocurrió en Grecia (ver aquí) empezará a invadirnos un furibundo escepticismo, un embarazoso relativismo y por ende, una desmoralización científica que haga tambalear esta construcción centenaria que llamamos "ciencia natural"? 







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